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La montaña de Juan Santiago

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 05 de enero de 2025
Dedicado a mi amigo Baltasar Medina Peñate por su buen quehacer literario y rigor histórico,
a quien este campo de volcanes cautiva y atrae de un modo tan especial.

La montaña de Juan Santiago
No son muchas las referencias encontradas, relativas a la toponimia de conos volcánicos en este campo de volcanes, pero en este caso, al igual que sucedió con la montaña de Juan Tello, el blogspot titulado "Mi Gran Canaria. Origen y noticia de sus lugares." de Humberto Manuel Pérez Hidalgo, investigador aruquense, en su artículo de fecha 15 de julio de 2016, bajo el título de: "Martín Mayor, barranquillo (Telde)" nos arrojará luz sobre este antropónimo, un cono que, surgido a continuación y al oeste de Juan Tello, su cara sur linda de igual modo con el barranco del Draguillo.
En el caso de este antropónimo, Juan Santiago hace referencia a un vecino de Telde a quien se localiza como testigo de la publicación en la iglesia de San Juan de dos repartimientos a nombre de Luis Bristol, en febrero de 1551, solicitando pedazos de tierra en Los Llanos de Xaraquemada.
Así pues es un topónimo que procede de la época de la conquista y del repartimiento de tierras asociado al término de la misma.
La montaña de Juan Santiago presenta una forma alargada que recuerda un poco a la montaña de Cuatro Puertas y su erupción fisural, cierto es que de menor entidad y tamaño. La forma semeja la de una luna en cuarto menguante, con la abertura de la boca orientada al nordeste.
En su cima, una senda apenas perceptible permite discurrir a lo largo de la lomada. Decenas de vencejos unicolor dan pasadas continuas tras los insectos, volando a baja y media altura. Presentan mucha actividad y emiten estridentes chillidos, una especie de silbidos que al parecer tienen que ver con la aproximación a sus áreas de reproducción. Lo curioso es que en sus vuelos acrobáticos, algunos pasan a una velocidad endiablada a menos de medio metro de mi cabeza.
Observo el suelo y los inciensos cubren este roquedal con presencia de tierra y picón, mientras los líquenes hacen lo mismo con las rocas y los tallos de los arbustos que coronan la cima. A ambos lados de esta senda prosperan cornicales, bejeques rosados, gamonas, vinagreras, tabaibas salvajes, espinos de mar y tederas.
No presenta un cráter bien definido, tal vez fruto de una erosión muy avanzada. En esta dirección norte -nordeste destaca una amplia ladera cubierta por un conservado tabaibal con la tabaiba amarga y la vinagrera como especies dominantes. Cornicales, cerrajas, inciensos, veroles, hinojos, bejeques rosados, esparragueras, salvias, melosas, balillos, mato de risco son especies asociadas al mismo, con buen grado de desarrollo. En mis más recientes visitas, una buena presencia de hierba puntera (Aeonium manriqueorum) iluminaba esta ladera con su vistosa floración amarilla. Por su porte y tamaño, resaltan en el paisaje esporádicos ejemplares de retama blanca. Es en esta ladera donde observo, en su parte más baja, tres construcciones asociadas a fincas sin cultivar, pero que presentan bien cuidadas sus entradas y vallados, observándose algunos árboles frutales en su interior. Una de ellas, desde la pista, cuenta con un ajardinamiento realizado con botoneras, embelleciendo su entrada. Frente a ella toda la pista tiene delimitados sus lindes por una hilera compacta de pitas. Tanto las pitas como las botoneras presentan nuevos plantones que prosperan sin mayor problema. En el caso de la botonera ornamental, no hay duda que es una especie ajena a este espacio y, por lo tanto, debería existir un control sobre su posible dispersión.
A estas fincas se les une, en dirección noroeste, otra que se encuentra más atendida desde el punto de vista agrícola, aunque lo cierto es que poco verde hay más allá de unos cuantos árboles frutales. Esta propiedad no tiene construcción en piedra, bloques y cemento y sólo observo sencillas estructuras de madera, un pequeño comedor al aire libre y un cuarto de aperos.
Cuando iniciamos el descenso de la ladera para rodear la montaña por la pista que la ciñe en orientación norte-nordeste, la vinagrera deja de ser la planta dominante y su lugar pasa a ocuparlo el incienso. No hay tuneras ni pitas en esta ladera, sólo ejemplares aislados.
Al elevar la vista, es en esta dirección donde las siluetas de la montaña de Rosiana, mantañeta de Cubas, montaña de Santa Rita y lo que queda del cono volcánico de Santidad se identifican al otro lado del barranco de Silva.
Hacia el norte, elevando la vista, los llanos de Juan Tello y El Chirate nos permite ver antiguos terrenos de cultivo donde destacan, en una de las fincas privadas, la presencia de dos soberbios y centenarios dragos (Dracaena draco). Si seguimos levantando la mirada, el cono volcánico de La Montañetilla y tras ella, la montaña Herrero serán, junto a la montaña Águeda o Topino, quienes nos impidan una mayor visión tras sus perfiles volcánicos, aunque nos permite ver una parte reducida de los barrios periféricos que conforman el entramado urbano de Telde así como una buena parte de su costa, desde su inicio en la costa de Jinámar hasta las urbanizaciones de La Estrella, La Garita, Playa del Hombre y montaña de Taliarte, observando como esta franja litoral está próxima a encontrarse urbanizada al completo.
En dirección Las Palmas, se nos oferta una maravillosa imagen del pico de Bandama y su caldera. Desviando apenas la vista a nuestra derecha, en lontananza observamos los volcanes de la Isleta con una cierta alineación. Buen lugar es éste para observar, delante de ellos, una buena parte del litoral capitalino, el amplísimo muelle de la ciudad y una cantidad enorme de barcos, bien atracados en los muelles, bien en el espacio marítimo bajo influencia portuaria. Si la vista la desviamos a nuestra izquierda nos encontraríamos con la zona urbana de Marzagán y la extensa urbanización de Jinámar.
La montaña de Juan SantiagoHacia el noroeste encontramos una suave pendiente que se une con los terrenos evolucionados de la montaña de Caldereta. Estos terrenos se conocen como Las Tarayuelas y su confluencia da lugar al inicio del barranquillo de Juan Tello. Estas tierras de color amarillento, excelentes tierras de cultivo, presentan un par de cadenas abancaladas. Sus muros de piedra gozan de diferente grado de conservación, el primero se encuentra en regular estado pues está en parte derruído por efectos gravitacionales y el tiempo, sin embargo nos permite constatar como estos aterrazamientos ejercían una doble función: la de mantener la tierra sorribada y dar horizontalidad a los bancales y como depósito de las piedras medianas y pequeñas que surgían en las labores agrícolas y era necesario retirarlas para el cultivo -acción de despedregar-.
El segundo muro, según ascendemos, está realizado con piedras de buen tamaño, bien ensambladas, que mantiene un buen estado de conservación.
Si elevo la vista en esta dirección, la montaña de Las Triguerillas me impide mayor visión. Será su ladera, orientada al naciente,el objetivo de mi campo observado. Una finca de olivos destaca en la ladera, un pozo y una buena cantidad de colmenas.
Hacia el sur la montaña presenta en primer plano una lomada cubierta de vegetacion propia. Sin apenas presencia de tuneras, relegadas sólo al sector orientado al poniente de la montaña donde además se encuentra un reducido manchón de pitas, toda esta ladera está cubierta por vegetación arbustiva autóctona. En otros tiempos la parte superior de esta ladera estuvo cultivada, y así lo atestigua los muros de bancales que se observan entre la vegetación de arbustos que todo lo oculta, pues veroles, vinagreras, tabaibas amargas, hinojos, esparragueras, cornicales, espinos de mar, salvias, tajinastes blancos, cardones alcanzan aquí notables dimensiones. Estas plantas crecen sobre un manto de materiales escoriáceos y una superficie fina de cenizas volcánicas -este hecho aconseja prudencia a la hora de caminar sobre ellas pues estamos descendiendo y acercándonos al encuentro con el desplome de la montaña, tajo provocado por la fenomenal erosión del barranco del Draguillo. Los tajinastes blancos y los matos de risco alfombran el suelo con centenares de nuevos plantones. Impresiona la vertical caída de la montaña en su encuentro con el barranco.
Una improvisada senda, poco o nada transitada se define, unas veces sobre una antigua canalización de tubería de hormigón, otras justo al lado de la misma. El agua discurre en su interior, con fuerza, y el sonido nos habla de un notable caudal. Camino un poco sobre ella pero, solitario como voy, abandono pronto la aventura ya que parte del recorrido de dicha canalización trascurre colgada literalmente del abismo. No es recomendable caminar por ella. No hay duda alguna en que hacerlo es flirtear con un peligro manifiesto. La canalización procede de uno de los pozos que observo desde la cima y que se encuentra barranco arriba, justo el pozo al que se accede por la pista que bordea la montaña de Calderetas por su cara sur.
Hay otro pozo, barranco abajo, justo en la confluencia del barranco del Draguillo con el barranquillo del Castil que se le une por su derecha. Nos encontramos en una zona con gran presencia de cuevas aborígenes a diferentes alturas, en ambas laderas del barranco. Las cuevas observadas desde aquí presentan diverso tamaño. Unas más amplias y profundas, otras más pequeñas, accesibles unas, otras inaccesibles. No detecto presencia de ganado en ellas, algo que, en aquellas más próximas al cauce del barranco, era una práctica habitual no hace muchos años. Próximos a este pozo, se elevan soberbios ejemplares de pino canario, rivalizando entre ellos en grosor y altura.
Me siento ante este grandioso espectáculo de la naturaleza. Los cernícalos ocupan las oquedades rocosas y vuelan allá abajo, mientras las aguillas a gran altura sobrevuelan este espacio. Sobre los llanos que se extienden entre el barranco y su barranquillo se escuchan las perdices.
Las paredes de umbría del barranco de Guayadeque impiden una mayor lectura del paisaje insular en dirección sur. Configuran un enmarque perfecto para un cuadro geológico singular.
Hacia el este, la mole de la montaña de Topino imposibilita la observación de una parte de la costa teldense. Recupero su visión con las granjas marinas, los invernaderos de Ojos de Garza, la península de Gando, el roque de Gando y la zona aeroportuaria y tras ella, la bahía del mismo nombre. La montaña de las Tabaibas, frente a mí, está en línea con Gando y su aeropuerto.
Aquí, a mis pies, en esta ladera se encuentra la vegetación propia de un tabaibal de tabaiba amarga. Sólo abajo, en la zona más cercana a la pista de tierra, las tuneras vuelven a hacer acto de presencia.
Más hacia el sur, la playa, punta y muelle de Arinaga se observan, identificándose este último por la presencia de un enorme aerogenerador. También el muelle de Juan Grande, la costa de Juncalillo y la del Castillo de Romeral más al sur. En toda esta planicie costera se extiende Vecindario, El Doctoral, Juan Grande, Sardina del Sur y una maraña, cada vez mas grande, de aerogeneradores salpicando el paisaje antropizado.
Recupero la vista, perdida en lontanaza, y en planos más cercanos a este cono, me encuentro con la montaña de Malfú, otros pequeños conos volcánicos dispersos y los núclos urbanos de Ingenio, Agüimes y sus barrios, extendiéndose en busca de la costa y sólo el macizo de la montaña de Agüimes y elevaciones asociadas nos hurtan la visión del polígono industrial de Arinaga.
Hacia el suroeste la ladera comienza con una bajada pronunciada que dulcifica un poco su perfil poco antes de detenerse abruptamente en la convergencia con el barranco del Draguillo. Esta ladera se encuentra cubierta de vegetación autóctona de tipo arbustivo siendo el cardonal y los cardones la especie dominante. Intento ascender entre los cardones -campo a través, pues no hay senda que así lo aconseje-, buscando la cima del cono pero es labor imposible pues en el último tramo, las tuneras surgen entre los pies de los cardones y consiguen imposibilitarme el paso.
Siempre hay un acebuche o un olivo en todos estos conos volcánicos. Los primeros nos recuerdan su pasado de vegetación termófila, importantísimos bosquetes que fueron masacrados para mantener vivos los fuegos de los ingenios azucareros primero y, más tarde, los fuegos de los caleros para la obtención de la cal.
Hacia el oeste observamos el nacimiento del barranco del Draguillo con su cuenca alta cubierta por un frondoso acebuchal. Tras el extenso acebuchal del barranco de Los Cernícalos, es éste, sin lugar a dudas, uno de los más grandes y mejor conservados de los municipios de Telde e Ingenio.
Tres pozos en su cauce, y una fila de palmeras canarias nos hablan de la riqueza del acuífero en la zona.
La presencia del agua en este espacio es tan notable que el sonido más llamativo en la primavera es el croar de las ranas en los charcones, estanques o albercones, depósitos de agua que no observo desde esta montaña pues se encuentran en el fondo del cauce del barranco.
Entre este barranco y el de Castil, los llanos de Las Pereras y El Castil forman la cara este de la montaña de La Pasadilla -hablamos ya de Ingenio- y en esta extensión cubierta de bancales, antaño cultivada, se observan varios dragos bien desarrollados en los bancales más altos. Elevando la vista, destacan muchas casas de la Pasadilla y, más arriba aún, las del núcleo rural de Cazadores. Los últimos planos insulares se recortan en el cielo, pero, en los primeros días de abril, un mar de nubes velaba las cumbres de Gran Canaria.
Es hora de devolver la vista al primer plano y así reconozco frente a mí la montaña de Calderetas, perfecta en su forma, con un perfil propio. La identifica también la senda de motos y bicicletas de montaña que en vertiginosa vertical han trazado una amplia pista, convertida en barranquera, de tal dimensión y anchura que ha destrozado sin remedio la estética de su cara naciente, hasta alcanzar su cima.
A media ladera de Calderetas discurre la línea de alta tensión que cruza el campo de volcanes de Rosiana y así, en su falda, observamos tres de sus torretas.
Desvío un poco la vista en dirección nordeste y al pie de la montaña de las Triguerillas una finca se asienta en la confluencia de ambos conos volcánicos: Triguerillas y Juan Santiago. Si hay algo de especial interés es el viejo pozo que hay en esta confluencia y la presencia de buenos ejemplares de dragos, olivos y pinos canarios que hay en su interior. Un nutrido grupo de colmenas nos habla del aprovechamiento que en este campo de volcanes se hace de su flora autóctona. Observábamos colmenas en las montañas de Santa Rita y La Caldereta, pero hay otros lugares en este paisaje singular donde la producción de miel es un bien etnográfico y un recurso económico complementario, asociado a las labores agrícolas y ganaderas.
Uno de mis últimos recorridos por esta montaña fue a principios de agosto. A pesar de subir con la amanecida y recorrer el cono en las primeras horas de la mañana, tórrido el día, el tiempo daba sentido al término “agostado” referido a la vegetación del espacio. Las plantas se encontraban bajo mínimos en su lucha contra la desecación. Las vinagreras mostraban sus últimas hojas en los extremos de sus tallos, las tabaibas amargas, ya sin hojas, lucían un par de flores fuera de su tiempo de floración en alguno de sus tallos, el verdor de las gamonas se había trocado en el pajizo y ocre, propios de las plantas hérbacea secas, las inflorescencias de los bejeques rosados habían trocado el color blanquecino y rosáceo de sus corolas por el marrón y sus pedúnculos, oscurecidos y secos, anunciaban su próxima caída.
En general toda la cubierta vegetal se había vuelto del color de la tierra. Sólo conservaban el color verde las plantas suculentas, el cardón y las tuneras pero en ambos casos sus tallos se habían encogido, adelgazado los primeros y arrugadas y curvadas las pencas de las Opuntias, revelando que la sequedad extrema debilita a todas las especies por igual.
Pero la vida continuaba y el mejor ejemplo era la explosión verde de pequeños tajinastes blancos (Echium decaisnei), fruto de la eclosión primaveral en la zona alta de la montaña. No son muchos los tajinastes adultos que se encuentran en la misma pero su poder de germinación es enorme. Me había impuesto el compromiso de observarlos, una vez pasado el verano. También los cardones atenuaban su color verde trocándolo por un color más apagado, grisáceo en buena parte de sus largos tallos, adelgazando sus estilizados “candelabros”, consecuencia clara de su merma hídrica, al tiempo que desarrollaban una nueva zona de crecimiento en la parte más alta de sus tallos.
La abundante presencia de lagartos de Gran Canaria en aquellos días tan soleados, alimentaba una futura esperanza de supervivencia ante la depredación silenciosa y continua de la serpiente californiana. Había que continuar la lucha para mermar las poblaciones o eliminarlas si era posible, del ofidio invasor. Mientras tanto, en aquel caluroso agosto del pasado año, disfrutaba del veloz corretear del lagarto canarión.
Mi última visita fue el Día de la Constitución, tras unas suaves lluvias que humedecieron este paisaje a finales de noviembre y principios de diciembre. Aunque muy escasas, las gamonas surgieron por doquier, aún tiernas sus hojas. Despertaron los arbustos de la montaña y, atrevidos, sacaron a relucir sus primeras hojas. El cornical, más osado si cabe, se encontraba en plena floración. ¡Qué flores más humildes las del cornical y qué geometría tan perfecta!
Recuerdo que, mientras estaba cogiendo apuntes en mi libreta de campo, un canario de monte sobre un arbusto, exhibe la armonía y belleza de sus mejores trinos. Dejé el lápiz y la libreta a mi lado y, sin mover un músculo, escucho su canto, extasiado.
Nada más tengo que decirles. Sólo reiterarles mi permanente invitación al paraíso.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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