A la memoria de don Humberto Pérez Hidalgo, investigador y divulgador aruquense,
excelso maestro en el estudio y análisis de la toponimia isleña.
Comenzaremos situando la montaña de Juan Tello dentro de un espacio natural protegido, identificado como Monumento Natural El Draguillo. Tanto su cima como una buena parte de sus laderas orientadas al norte, al este y la escalofriante ladera orientada al sur, lugar donde se ubica un conjunto de cuevas naturales en las cuales se asienta un importante yacimiento aborigen, se encuentran dentro del espacio protegido.

En general no se encuentran muchas referencias a la toponimia de conos volcánicos, pero en este caso, al igual que nos ocurre con la montaña de Juan Santiago, un blogspot titulado "Mi Gran Canaria. Origen y noticia de sus lugares" de Humberto Manuel Pérez Hidalgo, en su artículo de fecha 15 de julio de 2016, bajo el título de: "Martín Mayor, barranquillo (Telde)" nos oferta un exhaustivo estudio basado en múltiples fuentes consultadas y cuyo análisis nos permite confirmar los orígenes de éste y otros antropónimos, dentro del campo de volcanes de Rosiana.
No tengo la menor duda en que, tanto el citado artículo como su publicación: "Origen y noticias de lugares de Gran Canaria", les ayudará a esclarecer múltiples topónimos, muchos de ellos originados al término de la conquista.
Según estas fuentes, este antropónimo parece que no alberga duda alguna sobre su origen. Tanto la montaña como el barranquillo reciben el nombre de Juan Tello. Correspondían a la propiedad del regidor Juan Tello. Este regidor contaba con propiedades también en Las Palmas, pero concretándonos a Telde, fue uno de los más importantes hacendados, con tierras tanto de secano como de regadío, en el siglo XVI.
La montaña de Juan Tello es el único cono volcánico de este campo de volcanes donde, tras una plantación masiva hace décadas con tunera americana y pitas, el tránsito por ella se ha vuelto poco menos que impracticable. Estas plantas sólo necesitan abandono, tiempo, paciencia y la idoneidad de un espacio para invadir un terreno y hacerse con él. Es un claro ejemplo de como una invasión botánica con especies foráneas puede erradicar por completo la vegetación primigenia. Las tuneras y las pitas se han convertido en plantas invasoras capaces de cerrar, con su ocupación, todos los pasos que en otro tiempo permitían el tránsito entre ellas y con ello, el aprovechamiento de sus frutos.
Esta cobertura vegetal supuso la pérdida de la diversidad botánica propia de la montaña y así, a excepción de esporádicos balillos, algunos azaigos de risco, que a fin de cuentas, ésta última es una planta trepadora capaz de sobrevivir a la salvaje ocupación del suelo, y algunos cornicales que se desarrollan en el interior de las espinosas plantas, el resto de vegetación, la mayoría de bajo porte, ha desaparecido.
Sólo me fue posible acceder a la cima del cono por su cara oeste, eso sí, sorteando decenas de ejemplares de tuneras y siguiendo una pequeña senda improvisada hasta la cima del volcán. Encontraría otra senda posteriormente, pero ésta -que de igual modo se encuentra bordeada de pitas y tuneras-, no sube a la cima sino que la rodea a media altura, culminando en una propiedad que tiene vallada una buena parte de la montaña.
La montaña de Juan Tello es un cono de mediano tamaño, cuya altitud máxima alcanza los 552 metros. A pesar de esta cubierta vegetal empobrecida, su valor arqueológico ha supuesto su inclusión como Espacio Protegido, dentro de la figura de Monumento Natural de El Draguillo.
Tras observar las panorámicas de rigor, procuré el descenso por las diferentes caras del volcán. Cualquier intento por las caras sur, este o norte fueron estériles. Imposible bajar sin encontrarse con una infranqueable muralla de púas. Esto no significa que a media ladera, donde la verticalidad es más acusada -cara sur orientada al barranco del Draguillo-, justo sobre el yacimiento arqueológico, los cardones sigan siendo los dueños de esas paredes imposibles de la montaña.
La pista de tierra que nos lleva hasta el cono y parece encintarlo por sus caras norte y este, culmina en una vieja propiedad donde nos recuerdan sus dueños vivieron sus padres, propietarios entonces de una buena parte de esta tierra de volcanes, una familia de las de antes, bendecida con muchos hijos -quince al parecer-. Esta pista es la que discurre entre conos volcánicos, tras su inicio en el desvío que de la GC-130 nos dirige, por el lomo y la cañada de La Palma hasta los conos volcánicos de Rosiana. Aquí termina esta pista, en el portalón y verja que rodea por completo la propiedad y cuya vivienda se encuentra en la ladera sur de esta montaña.
En general no hay basura en la montaña, a excepción de los consabidos y viejos cartuchos que uno va retirando según los encuentra. Sí algunos residuos aislados, al borde de esta pista de acceso. Llamativos eran los encontrados a mediados de abril, varios armazones de viejos colchones habían sido arrojados al medio natural y nadie los retiraba -me alegra volver a cada lugar antes de sacar el artículo, en este caso unos meses después, a finales de julio, pude observar como la pista y sus bordes estaban limpios de residuos-.

Es interesante la vegetación que se extiende, bajo la pista, hasta su encuentro con el barranco de Juan Tello y la confluencia con el barranco del Draguillo. Esta parte del cono, de pendiente suave, está fuera del espacio protegido, al igual que las cadenas de cultivo abandonadas.
Es en la cara sur, donde la montaña ha sido excavada por el barranco convirtiendo su ladera en un tajo vertical, el lugar escondido que oculta una interesante joya arqueológica, Todo un conjunto de cuevas, naturales unas, artificiales otras, que conforman parte del gran yacimiento aborigen que observamos desde esta montaña en la otra vertiente del Draguillo.
En 1946, el comisario de excavaciones don Sebastián Jiménez Sánchez dejaba constancia del estado del mismo: "Enriscadas en la montaña de Juan Tello, de naturaleza esencialmente volcánica, localizamos un numeroso conjunto de cuevas y covachas funerarias, en su casi totalidad derruídas por los grandes bloques volcánicos desprendidos desde lo alto de la citada montaña. En treinta de estas cuevas funerarias hallamos abundante cantidad de huesos largos y pequeños, totalmente fraccionados por la acción de los citados desplomes. Mezclado con este material óseo recogimos trozos de sudario o envolturas funerarias, tejidos en junco y anea, de varios tipos. Además de las cuevas funerarias se constata la presencia de cavidades habitacionales y graneros en esta montaña".
En esta cara lucen cardones de gran tamaño, despuntando sobre las tuneras y las pitas invasoras.
Cuando elevo la vista para hacer una lectura panorámica, la visión está limitada por una serie de conos que se elevan en la otra vertiente del barranco del Draguillo.Y así, la montaña del Bujo, La Caldereta, montaña de Florido, la Atalaya y la montaña de la Pasadilla definen una línea ondulante de montañas. En el espacio formado a sus pies, extensas superficies poco alomadas fueron cultivadas en el pasado y hoy se presentan llenas de bancales abandonados, muros de piedra seca que antaño mantenían fértiles tierras cultivables.
Más allá de la silueta de los conos, se intuye el vacío provocado por el barranco de Guayadeque, del que se observa la ladera de solana. Más abajo se observa el macizo alargado de la montaña de Agüimes.
Hacia el este, el primer plano de la montaña está cubierto de tuneras y pitas, sobresaliendo sobre ellas los retorcidos troncos de dos eucaliptos a media ladera que, inclinadas sus copas en la dirección de los vientos dominantes, soportan estoicos la sequedad del lugar. Pregunto al propietario por los esqueletos de viejos árboles que aún se mantienen erguidos y me habla de un pasado más próspero. -Son almedreros -reconoce-, pero están secándose todos. Llueve muy poco, el calor en verano es extremo y no sólo los almendros, sino las higueras y los olivos están perdiéndose, tanto en esta propiedad como en las que observa usted alrededor. Cuando yo niño, se mantenían con las lluvias de otoño e invierno, ahora ni llueve-.
Por la pista que bordea el cono, una sucesión de pitas a ambos lados definen los lindes de esta carretera de tierra, y de la potencia y poder de germinación de estas plantas nos habla el hecho de observar múltiples plantones reventando en la pista, alrededor de la planta madre.
Sólo la presencia de algún que otro almendro en precarias condiciones y al borde del camino, rompe la monotonía de estas plantas invasoras. Sin embargo, aseverando las palabras del agricultor, las condiciones del hábitat no deben ser idóneas pues apenas muestran floración, no se observan prácticamente hojas y muchas de sus ramas se han secado ya.
Alegra la vista algún que otro ejemplar de flor de mayo, sobreviviendo donde las tuneras y las pitas permiten algo de luz y ésta llega al suelo. Es ahí donde prosperan de igual modo dispersos ejemplares de bejeques (Aeonium arboreum y Aeonium percarneum).
En el borde de la pista, además de las pitas, una generosas fila de aloes (Aloe vera), en óptimo estado, comienzan a invadir el espacio circundante. Es cierto que no son muchas las plantas, pero no lo es menos su alta capacidad de asilvestramiento en otras zonas antropizadas.
Bajo la pista, en orientación naciente, la ladera presenta escasa pendiente, las tuneras y pitas desaparecen y en su lugar observamos un amplio terreno cultivado en el pasado, actualmente en estado de abandono.
Esta suave pendiente culmina en el barranquillo de Juan Tello, desagüe natural de la vaguada formada entre esta montaña, la montaña de las Triguerillas y la de Juan Santiago, que termina convertido en un barranco colgado y con el vaciado de sus ocasionales escorrentías sobre los paredones verticales del barranco del Draguillo.
Pero el hecho de que las tuneras no exijan mantenimiento alguno hace que también sobre este llano se estén llevando a cabo nuevas plantaciones con tuneras. Contribuye a ello la propiedad, pues en una de mis visitas al lugar -finales de julio del presente año-, la plantación de nuevas tuneras era la labor diaria de sus dueños.
Elevo la vista y consulto la brújula. En orientación este, la flecha se alinea con exactitud con la península de Gando. La silueta del cono volcánico de Topino oculta una visión mayor de la costa teldense y así, la costa visualizada se inicia en las granjas marinas de Salinetas, siguiéndole Tufia, Ojos de Garza y los invernaderos, el poblado de casas sobre la arena de la playa de Ojos de Garza así como la urbanización más nutrida que se encuentra sobre la autovía GC-1. Siguiendo la costa, el roque de Gando y las montañas del Ámbar y Gando, la bahía del mismo nombre y delante de la península y bahía, las pistas del complejo aeroportuario de Gran Canaria. Buen mirador éste de Juan Tello para observar el intenso tráfico aéreo, con salidas y llegadas continuas de aviones que nos revelan la bonanza turística del momento.
La vista continúa, ahora en dirección sudeste, y ante ella se suceden los conos volcánicos de montaña de La Cerca, la montaña del Camello, montaña de La Laguna, montaña de la Piedra y la más alta y destacada, con roque, bahía y muelle del mismo nombre, la montaña de Arinaga. Es en esta dirección donde observo, en un plano más corto, el cono volcánico de Malfú y los núcleos urbanos de Las Mejías y El Carrizal de Ingenio. Los conos volcánicos de Ingenio ocultan el paisaje restante en esta dirección.
Hacia el norte, tuneras y pitas recubren la ladera. Las tuneras, no obstante, son de menor tamaño y altura que las observadas en otras caras del cono. Tederas, melosas y gamones prosperan aisladas en las pocas zonas por donde aún se puede transitar.
Un ejemplar de cornical (Periploca laevigata), me sorprende en mi última visita, mediados de diciembre, con su nueva floración -¡qué belleza existe en la floración de esta planta, cinco pétalos formando los radios de un pentágono regular y, surgiendo en la unión de dos radios consecutivos, los filamentos de cinco estambres, inclinándose hacia su interior hasta el punto de situar muy próximas sus anteras, creando con su simetría una perfecta estructura matemática o, desde el plano emocional, una verdadera obra de arte-. La curiosidad estriba en que junto a una planta cuajada de nuevas flores, se mantienen aún sin culminar el desarrollo de las vainas -"cuernos", ver ilustración, producto de la floración anterior, de color verde -es decir no han culminado su desarrollo-, conteniendo las semillas fruto de la polinización de dichas flores. Me sorprende qiue sin acabar un ciclo, como he observado en otros ejemplares de esta planta donde la nueva floración esta acompañada de las vainas viejas que aún no se han desprendido de la planta, de color marrón oscuro y desprovistas ya de su contenido en semillas, esta planta parezca vivir en un ciclo reproductivo continuo. En fin, a falta de un conocimiento más específico de la especie, simple curiosidad me mueve a relatarlo.
A media ladera, la pista que rodea el cono y bajo ella, continúan los terrenos con escasa pendiente, despedregados y aptos para su cultivo, actualmente en abandono.
En esta orientación y junto a la pista, una mordida a la montaña abrió en su día una cata, abandonándose luego, tal vez tratando de analizar los materiales que componían la misma y valorar su aprovechamiento y potencial extractivo, o puede que fuera el inicio de una cueva o un aljibe. La cata que observamos queda como testigo de una agresión más al paisaje, pues supone la ruptura de otro cono en el campo de volcanes.
Elevar la mirada en esta dirección es encontrarse con la alineación de volcanes del Melosal, Herrero y Topino que, junto a la más próxima, de las Triguerillas, hurtan una mayor visión del paisaje norteño.
Imposibilitada la panorámica por esta corona de volcanes, mi vista se dirige al terreno existente entre el volcán donde me encuentro y los volcanes antes señalados. Se trata de unos llanos conocidos como Los Llanos del Gamonal donde destacan las siluetas de dos imponentes dragos y un sinfin de bancales y aterrazamientos, la mayoría abandonados. Destaca, no obstante, la nota de color verde que ponen las tuneras americanas, plantadas al pie de los muros que dan firmeza a muchos de los bancales. Es la especie dominante en estas terrazas abandonadas, mientras que en los arrifes y terrenos improductivos de las barranqueras que observo, es la tunera india la que ocupa su lugar.
Una interesante plantación de olivos en uno de los terrenos de la montaña de las Triguerillas orientado al este, dan idea del potencial de estos terrenos para su cultivo.
La cara oeste es la vía de acceso recomendada. Tal vez se deba a la presencia de un suelo más rocoso en su parte alta, menor presencia de tuneras y pitas, donde pequeños ejemplares de bejeque rosado (Aeonium percarneum) alfombran el suelo, desarrollándose con enorme paciencia junto a sus mayores, espléndidas plantas que lucen sus inflorescencias cargadas de flores de coloración blanquecina y rosácea y donde hay menor presencia de tunera americana.
Elevar la vista en esta cara es observar como se extiende en dirección suroeste el bosquete de acebuches en ambas laderas del barranco del Draguillo. El paisaje del oeste está limitado por las siluetas de tres conos volcánicos, la montaña de Juan Santiago, la montaña de Triguerillas y la montaña de Calderetas. Sus alturas imposibilitan visión alguna tras ellas. Sólo a su izquierda, liberado el espacio por el discurrir del barranco del Draguillo hasta su cabecera, las casas blancas de Cazadores aparecen definidas en lontananza, como un núcleo rural de montaña. Más arriba, en la línea cumbrera, la calima hace su función imposibilitándome una visión más clara. Sólo las antenas -media docena soy capaz de contar-, me recuerdan que estoy observando las estribaciones más altas de la isla.
Una pequeña senda, que intuimos por la cara suroeste y que discurre entre enormes pitas, anima a su exploración. Sin embargo no tiene salida ni bordea la montaña pues culmina su trazado en una puerta trasera de entrada a la propiedad antes señalada, siendo impracticable bordearla ya que la finca lleva el cierre con alambrada justo hasta la vertical del cono, pendiente provocada por el tajo erosivo que sobre la montaña llevó a cabo la erosión de las aguas del barranco del Draguillo.
En mi más reciente visita a este cono, mediados de diciembre, me sorprendió la enorme cantidad de tunos americanos alfombrando el suelo. Las pencas, cargadas de tunos, ven como maduran sus frutos hasta pasarse en la planta y caer luego para servir de alimento a pájaros, lagartos e insectos. Esa es la realidad de una enorme plantación de tunera americana desaprovechada.
La última visita la hice, hace apenas unos días, recorriendo la zona conocida como Los Arenales, en la vertiente de Ingenio del barranco del Draguillo. La razón era observar la cara sur de este cono volcánico. La imagen del conjunto de cuevas que en la pared se asoman al vacío es impresionante. El arqueólogo Abel Galindo me habla de la enorme temeridad que es abordar cualquiera de esas cuevas, tanto por los desprendimientos habidos como por la tupida y espinosa vegetación arbustiva. A ello se le suma, la imposibilidad de llegar a cualquiera de ellas sin peligrosas escaladas o arriesgados destrepes.
Sigo pues observándolas desde la seguridad de Los Arenales. Una cantidad considerable de cuevas de todos los tamaños, algunas de gran tamaño, ubicadas en diferentes niveles. No dejo de mostrar una egoísta satisfacción al saber que las dificultades manifiestas suponen un freno para los expoliadores y gozarán por ello de una mayor protección.
Hecho de menos, no obstante, paneles informativos que indiquen que este cono volcánico se encuentra dentro del Monumento Natural de El Draguillo y por lo tanto se trata de un espacio protegido.