El inconfesable deseo de ser inmortal
Dedicado a la curiosidad, y al afán por mantenerla viva.
Sólo a través de ella seguiremos conservando la ilusión y la infancia.
Cien vidas viviera y seguiría faltándome tiempo para alimentar un poco más esta curiosidad insaciable.
Viene esto a cuento porque, curioso como soy, descubro continuamente nuevos personajes literarios, musicales, poéticos, científicos, pictóricos, escultóricos... y en cada uno de ellos, concluyo reconociendo que apenas sé que no sé nada.

Mi más reciente descubrimiento ha sido el escritor Álvaro Pombo. Tuvo que ser el wasap que me llegó a través de un amigo -reconozco que frecuento poco los medios de comunicación y algunos, como la televisión, en la práctica la he vetado-, quien me informara sobre su merecido galardón como Premio Cervantes de este año.
Poco tardó la curiosidad en hacer mella en mí y en buscar un libro suyo pues, honesto es decirlo, sabía de su larga trayectoria literaria pero jamás había leído nada por él escrito.
Puede que ante tal confesión, alguno de ustedes se asombre a la hora de revelar mi ignorancia, ese imperdonable vacío que debe provocar en algunos el hecho de que haya otras personas que nada saben de este autor reconocido, sin duda uno de los referentes literarios de la narrativa contemporánea.
Yo no me asombro. Es cierto que siento su desconocimiento por lo que me concierne, aunque tan cierto es como que nunca he dejado de leer sin descanso, con enorme satisfacción y constancia desde mis tiempos más púberes.
Con muy pocos años leía ya todo lo que caía en mis manos. Desde cuentos ilustrados con muy poco texto hasta cómics de toda índole, incluyendo en período adolescente pequeñas novelas -pseudonovelas para muchos, pero eran las que se alquilaban por unos céntimos en las tiendas de barrio y alimentaban mi interés por leer- de Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane, Lou Carrigan y otros autores de western. Residente en un barrio, el castizo barrio de La Milagrosa -¡qué fiestas las de entonces!-, lo importante en aquella época era leer y afianzar un hábito que sabía entonces conservaría toda la vida.
La Biblioteca Pública, sita en la planta baja del ala izquierda de la Diputación de Lugo -sucedía esto hace más de medio siglo, cuando la Diputación lucía frente a su fachada principal hermosos jardines y robustos, altos y frondosos árboles, eliminados en su día en aras a espacios áridos donde prima la frialdad y el color gris del granito de la tierra-, no disponía de calefacción y los que la frecuentábamos a diario no nos desprendíamos del abrigo, la bufanda y los guantes. Eran tiempos de frío, heladas, mejillas enrojecidas y sabañones. Existía otra maravilla sobre ruedas, el autobús-biblioteca que recorría los barrios llevando su reducida pero preciada carga literaria. Ambos templos del saber me permitieron conocer las epopeyas heroicas recogidas en El Cantar de Mio Cid, en Los Nibelungos, en La Chanson de Roland, en El Quijote, en El Lazarillo de Tormes y leer en las horas y días que me dejaban libres mis obligaciones de estudiante, tanto a los grandes autores conocidos entre los siglos XIV y XX, como a sus notables discípulos, tendencias diversas y corrientes literarias.
Lo cierto es que leía como un poseso, como si el mundo se fuese a acabar, porque el placer que me proporcionaba cada libro, cada ventana física y emocional abierta a mundos desconocidos, era inmenso.
No sólo eran escritores en lengua castellana, sino rusos, alemanes, ingleses, italianos, griegos, chinos, japoneses, australianos, norteamericanos... traducidos todos ellos, menos los franceses que, llegada la juventud y el conocimiento del idioma, era capaz de leerlos en su propia lengua.
Y los años pasaron raudos, como pasa la vida, y mis preferencias fueron dirigiéndose a entornos más próximos. Autores canarios y gallegos fueron mis acompañantes en la mesilla de noche de mis años sexagenarios -no oculto que siguen siéndolo-, aunque siempre he sentido debilidad por la obra literaria de los Premios Nobeles y siempre hubo un libro suyo en la trilogía de la mesilla, entre los emocionales de mis tierras queridas.

A las extraordinarias, por su calidad literaria y belleza, lecturas de Galdós, Cunqueiro, García Cabrera, Lezcano, Manuel María,Taramancos o Rosalía de Castro, añadí siempre la profundidad, imaginación y poética de las obras de Kipling, Yeats, Mann, Buck, Hesse, Gide, Faulkner, Hemingway, Camus, Steinbeck, Neruda, Aleixandre, García Márquez, Cela, Walcott, Saramago, Xingjian, Coetzee, Pamuk, LeClézio, Vargas Llosa, Ernaux...) todos ellos reconocidos con el Nobel de la Literatura y para los que me falta tiempo para disfrutar de una buena parte de su obra -de alguno de ellos mi conocimiento apenas llega más allá de un libro leído, pero mayor es el desconsuelo de saber que desconozco la obra de otros tantos autores reconocidos con el Nobel de Literatura y de los que jamás he llegado a leer una de sus obras-.
Y es ahora, próximas las siete décadas de existencia, cuando me encuentro con este peculiar escritor de soberbia maestría en el uso de la palabra escrita, el santanderino poeta y novelista don Álvaro Pombo y García de Los Ríos.
La biblioteca a la que acudo se llama ahora Biblioteca Pública Provincial de la ciudad de Lugo, se encuentra en la avenida Ramón Ferreiro y está integrada en la Red de Bibliotecas de Galicia. Se trata de un edificio dedicado sólo a ello. Tres plantas plenas de ilusión, aventuras y conocimiento y una infinita oferta de actividades, talleres y clubs de lectura. Para que luego digan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Pregunto por la obra de Pombo y en la sala de lectura, un expositor muestra toda su obra. Sus sugerentes y originales títulos me atraen y me vuelven indeciso a la hora de abordar mi primera lectura. Ante mi duda, la bibliotecaria me oferta la posibilidad de llevarme tres, sin embargo quiero decantarme por alguno de ellos, deseo iniciar la lectura con uno. Tras un tiempo donde leo por encima su argumentario narrativo, elijo: "El héroe de las mansardas de Mansard", sin saber que es una mansarda ni quién es o dónde se encuentra Mansard.
Premio Herralde con esta novela en el año mil novecientos ochenta y tres, me encuentro con un autor que atrapa, imposibilitando el hecho de abandonar su lectura hasta el final de la obra.
"El viento Nordeste estremeció los tamarindos soleados, creciéndose en su interior frondoso, como el aliento colectivo de un bosque. Por un instante parecieron irresolutas todas las personas, superficiales todos los deseos"
Tanto es así que al devolver el libro un par de días más tarde, no pude resistir la tentación de llevarme otro. Esta vez lo elegí por la portada: "Los delitos insignificantes", y lo encontré tan extraordinario como el anterior. Las reflexiones plasmadas en cada párrafo definían los personajes de tal manera que los sentía vivos, ahí mismo, a mi lado, inmersos en sus cambiantes estados de ánimo, unas veces radiantes, otras sumidos en profundas amarguras, siempre tras una reflexión eterna, una duda existencial sobre las decisiones a tomar y las palabras dichas. Otra novela soberbia.
"Una mentira impulsiva que parecía pertenecer a la urdimbre de todo aquel diálogo como una simple pieza justa de un redondo conjunto viviente".
"Ortega se había sentido alerta, percipiente, zahorí de un universo ilimitado, libre, firme, conciencia pura en acción permanente ante sí misma. Contento de estar solo y no sufrir la soledad."
Abundando en el hecho de la ignorancia y la curiosidad, otro descubrimiento reciente para mí ha sido la voz y música de Leonard Cohen. Sí, es cierto, alguno de ustedes se llevará las manos a la cabeza y se preguntarán cómo es posible, pero lo cierto es que también mi vida ha estado llena de música y el tiempo no da para más y las lagunas existen. Así de sencillo.
He seguido tendencias, he escuchado todo lo escuchable -no niego que hay pseudomúsica y movimientos musicales que no los entiendo y evito su escucha- pero, aún así, es imposible llegar a tanta creación musical interesante.
Reconocozco que llegado el medio siglo de existencia, sentí una atracción desmedida por mis raíces celtas y, junto a su cultura, seguí con especial interés grupos y cantantes gallegos, irlandeses, bretones, escoceses, canadienses, asturianos y vascos tanto en discos como en conciertos, hasta la saciedad -saciedad que nunca fue factor limitante, sino estímulo para seguir escuchando-, pero siempre dejé una puerta abierta a nuevas tendencias y a consagrados artistas que, por casualidades del destino, desconocía su existencia. Fue así como, de pronto, un día en Spotify escucho Suzanne de Cohen y me quedo extasiado. Busco otras canciones de esta voz cautivadora y encuentro Hallelujah, I'm your man, Dance me to the end of love, You want it darker, The partisan, Danny's song, Ain't no cure for love...
Literatura y música son dos ejemplos válidos, podrían serlo cualquier otra disciplina artística o/y creativa, traídos a colación para reconocer lo poco que sé de todo y lo poco que una persona en su vida abarca.
Pero mi corazón dispone de dos vocablos capaces de acallar mi conciencia: la ignorancia, inherente a un tiempo finito, jamás a la falta de interés y el afán de conocimiento, y la humildad necesaria para reconocerla.
Imprescindible es mantener viva la curiosidad y alimentar el ansia por seguir conociendo. Descubrir la vida en todas sus manifestaciones, aprender de quienes componen, de quienes escriben, de quienes investigan, de quienes crean para ti, para mí, para todos nosotros pues tras sus extraordinarias aportaciones y conocimientos, nos sentimos más felices, más satisfechos, más realizados.
Y en este camino estoy, orgulloso de esta vida que disfruto y apuro con el ansia y las alas de la curiosidad, aunque no puedo negar que cien vidas quisiera, acaso mil, para tratar de saciar un espíritu insaciable.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.