Dedicado a cada uno de los senderistas, mujeres y hombres, que con su ilusión y constancia, hacen que el viaje a Orchilla, nuestra particular Ítaca, convierta la experiencia de un GR canario, en un encuentro inolvidable con la vida y la amistad.
Dedicado de igual modo a los senderistas del Colectivo lanzaroteño de Senderismo "Vara y Verea" por su incondicional apoyo, inquebrantable presencia y profundo conocimiento de los espacios transitados.
"Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias".
Estos primeros versos del poema Ítaca del poeta Konstantinos Petrous Kavafis describen magistralmente nuestro peculiar Gran Recorrido por las islas. Apurando al máximo la potencialidad de los islotes, Lobos y Alegranza abrieron sus brazos volcánicos para recibirnos con un cálido abrazo de sensaciones y vivencias. Tal vez en ambos islotes podríamos recordar la

cita de Baltasar Gracián, sacerdote jesuita y escritor: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno", pues apenas unas horas duró nuestra travesía en ambas islas menores, suficientes para dejar en cada uno de nosotros recuerdos inolvidables.
Lanzarote nos recibía en Órzola a finales de enero del presente año, de regreso de La Graciosa. La etapa a recorrer nos llevaría hasta Haría. Es ésta, el trayecto Haría-Teguise, la que hemos realizado a comienzos de este mes de noviembre, segunda etapa en la isla. Discurre la mayor parte del recorrido por los impresionantes riscos de Famara, gran dorsal de unos veintitrés kilómetros de longitud y entre cuatrocientos y seiscientos metros de altura que se extiende entre Punta de Fariones y Morro del Hueso. Al parecer, la vertiginosa pendiente es fruto de un megadeslizamiento -colapso hacia el mar-, tras un largo proceso de formación del macizo, unos seis millones de años, a partir de una fisura en la corteza oceánica sucedida hace unos diez millones de años. La erosión marina, incansable, ha continuado la labor, remodelando el macizo que contemplamos ahora. Pero comencemos el periplo por su principio. Tras el afectuoso encuentro con los miembros del colectivo Vara y Verea, salimos de Haría, pasando por la Casa Museo de César Manrique.
Un par de casas más arriba, en la misma calle, sigue activo el taller de don Eulogio Concepción, el último cestero, artesano del pírgano, en Lanzarote. Hay hermandad y entrega en nuestros anfitriones. La hermandad del camino, de las veredas, de los paisajes y paisanajes compartidos, de las personas que aman a la tierra, una tierra siempre viva, siempre cambiante, siempre sanadora en cuerpo y alma.
Las últimas casas de Haría nos llevan hasta el camino real que, por el cauce del barranco, asciende al pie del Valle y la Cuesta de Malpaso, piedemonte de las montañas de Aganana y el interfluvio reconocido en la cartografía de GRAFCAN como El Filo del Cuchillo. Estas laderas de suave pendiente, cultivadas en el pasado, presentan sus muros de piedra blanquecina en avanzado estado de deterioro, perfilando una serie de bancales, desmantelados por zonas, debido al abandono de la tierra y a la erosión. Es así como la montaña recupera poco a poco su perfil original y las tierras así retenidas, son colonizadas por crecientes manchones de flora autóctona, siendo los verodes (Senecio kleinia o Kleinia neriifolia) y las botoneras -aquí conocidas como tojíos-(Nauplius intermedius), quienes pincelan el espacio recuperado, destacando los tallos de los verodes de un acentuado color plateado y las pilosas hojas entre verde glauco y plateado de los tojíos en contraste con el color crema suave de las tierras y rocas de la montaña. Estimo que el cromatismo presente en tallos y hojas de estas plantas responden a la brutal sequía que sufre la isla, siendo un mecanismo esencial a la hora de reflejar los rayos solares y evitar al máximo la evaporación.
Los enarenados de arena blanca que cubren los bancales están protegidos por robustos muros de piedra seca que definen el camino del agua por el barranco. Así encontramos dos robustas hileras de piedra a ambos bordes del cauce del barranco Elvira Sancho.
Paredes de piedra que marcan los lindes de las propiedades. Un barranco de baja altura que presenta una anchura variable en el cauce -entre cinco y diez metros-, y donde plantas como el pan y queso -paniqueso- (Lobularia canariensis ssp marginata), tojíos, tederas (Bituminaria bituminosa var. albomarginata), hinojo (Ferula lancerotensis), cubiertos sus espigados tallos de pequeños caracoles que se apelotonan unos junto a otros, cabezones (Carlina salicifolia ssp lancerottense), magarzas (Argyranthemum maderense) y la omnipresente planta invasora del calentón, tabaco moro o mimo (Nicotiana glauca), crecen en los bordes y en el fondo del mismo.
Tal vez los arbustos más abundantes sean los verodes y los tojíos, pues aparecen tanto en el cauce como en los terrenos de cultivo abandonados.
Es habitual observar al lagarto de Haría (Gallotia atlantica), al pie de los arbustos, en las grietas de los muros, soleándose sobre el suelo o sobre pequeñas piedras del cauce. Su presencia me recuerda la similar abundancia que del lagarto de Gran Canaria gozábamos antes de la terrible invasión de la culebra californiana. Nuestro lagarto de Gran Canaria ha pasado en pocos años de ser una especie habitual a convertirse en otra especie endémica en serio peligro de extinción.
Aislados pies de viñedos nos hablan de un pasado agrícola donde la viña ocupaba una

buena parte de estas terrazas. No hay duda que son los últimos testigos de un tiempo donde el cultivo y el cuidado de los campos eran una necesidad vital.
Potentes aulagares visten de gris la ladera de la montaña, según ascendemos por ella.
También estarán cubiertos de aulagas los terrenos allanados en su cima. Junto a las aulagas, los verodes. Observamos tuneras aisladas, pocas. Destaca sobremanera, el porte señorial de algunas palmeras canarias esparcidas por la ladera de la montaña.
Abandonamos la cañada de piedra clara para iniciar un zigzag exigente que nos permitirá abordar la cima de la montaña. Observo albarradas en las cuencas de los barrancos y valles más o menos abiertos. Es ésta una acertada y necesaria defensa para evitar una mayor pérdida de suelo.
Arriba nos espera un yacimiento arqueológico. Viviendas aborígenes de piedra seca que semejan viviendas de pastores más actuales. Es posible que, al igual que la trashumancia los goros y los refugios de pastores en Gran Canaria, poco haya cambiado en la concepción de este tipo de viviendas y en el uso del habitat, aplicándose técnicas, estrategias y prácticas heredadas de los aborígenes.
Hay árboles en la cima de la montaña, árboles en su ladera y árboles en la parte alta del barranco de Elvira Sancho. Y es que, aunque nos parezca sorprendente ante la sequedad general del entorno, en estas laderas hubo en su día formaciones termófilas. Aún quedan vestigios de ellas en aislados ejemplares de lentiscos (Pistacia lentiscus) y acebuches (Olea cerasiformis) que observo y en ejemplares relictuales de otras especies que no busco pues no es ese el objetivo de este periplo. A ellos se han incorporado especies arbóreas foráneas que se han adaptado como pudieron a la realidad climática del espacio y a los vientos dominantes. Es así como observamos manchones de pinos pertenecientes a dos especies, la más abundante el pino carrasco (Pinus halepensis), y algunos pinos insignes (Pinus radiata).
La presencia de pinos canarios (Pinus canariensis), que no he visto en el trazado recorrido, es testimonial.
Sí abunda una acacia (Acacia cyclops). Utilizada con las otras especies en labores de repoblación y restauración del macizo, todas ellas dotan al macizo de una curiosa fisonomía subarbórea, pues las condiciones climáticas imperantes no permiten a estas especies un desarrollo mayor en porte y altura.
Esta zona, conocida localmente como el Bosquecillo, se extiende hasta las peñas del Chache, donde hay un área recreativa en la que el grupo descansa unos minutos. Transitamos pues por la zona más arbolada de la isla, con el respeto debido a los palmerales de fondo de barrancos, como el palmeral de Haría. La subida a la montaña de Aganana culmina con un duro repecho tras un zigzag interminable. Arriba nos espera un fallido proyecto de captación de nieblas. Pero las vallas que se mantienen en pie, propician pequeños reservorios de vegetación autóctona protegidos de la acción depredadora de conejos y cabras. He ahí una fortaleza asociada a tal proyecto, un efecto colateral beneficioso. También nos espera una visión matizada por la calima y la bruma provocada por una alta humedad y un calor inusual, potente, puede que en tramos,
asfixiante. Un tiempo "brumao", lo definen los compañeros senderistas de Lanzarote. El camino, más exigente en estas condiciones ambientales, hará mella en alguno de nosotros.
Como la vida misma. Pero, a veces, la exigencia del camino nos ofrece otras oportunidades.
La dureza del tránsito marca otros tiempos en el modo de desplazarse y a mí me permite observar con calma la flora presente en la montaña y constatar como el abanico de endemismos botánicos es enorme. No es más que el preludio de un recorrido que nos llevará a conocer una buena parte de los endemismos que atesora esta isla. Es precisamente el aislamiento del macizo y la dificultad que entrañan sus paredes, valores esenciales a la hora de preservarse la flora del lugar. No en vano, Famara es el lugar de Europa con mayor número de endemismos por kilómetro cuadrado, siendo catorce exclusivos del macizo. No es difícil ver la siempreviva de Famara (Limonium bourgeaui), el garbancillo (Ononis hebecarpa), la jarilla de Famara (Helianthemum gonzalezferreri), los bejeques del malpaís (Aeonium lancerottense), la lechuguilla o cerraja de Famara (Reichardia famarae), el matorrisco (Lavandula pinnata), la yesquera roja (Helichrysum webii), el cerrajón de risco (Sonchus pinnatifidus), el tomillo de Lanzarote (Thymus origanoides), el tomillo salvaje (Micromeria varia ssp rupestris), la pulicaria (Pulicaria canariensis ssp. lanata), el tajinaste blanco (Echium famarae), la corregüela de Famara (Convulvulos lopezsocasi)...
Mis reducidos conocimientos botánicos no me permiten más que un balbuceo en su interpretación, pero el disfrute al observar especies que jamás había visto, es inmenso. Me sorprende en el periplo, las particulares formaciones de tabaibas dulces (Euphorbia balsamifera) a quienes vientos y humedades proporcionan un bello efecto fantasmagórico, en el que líquenes de diferente tipo recubren sus tallos dotándoles de un peculiar cromatismo y de una especie de barbas que cuelgan de los tallos recubriendo los mismos, transformados muchos de ellos en curiosos bonsais, supeditado su crecimiento y forma a las condiciones climáticos reinantes. Algo semejante sucede con los verodes y los espinos de mar, cuyo achaparramiento favorece la protección de otras plantas endémicas que crecen en su interior, al abrigo de sus espinas.
Es Lanzarote paraíso de los líquenes, pero aquí en Famara alcanzan un esplendor inimaginable. Profano como soy, incapaz de distinguir unas especies de otras, las disfruto de igual modo con su observación, variada coloración y forma. Sí llegan mis conocimientos a reconocer las orchillas (Roccella tinctoria) y a poder identificarlas como tales, sin entrar en mayor detalle. Y así, no hay pared, risco o muro en Famara donde la orchilla no se encuentre presente.
La ruta alcanza la altura máxima del macizo, los seiscientos setenta y dos metros que tienen las peñas del Chache. Nosotros transitamos un poco más abajo, bordeando territorio militar, no sin antes sentir el placer de observar una buena plantación de dragos bien desarrollados. Alegra lo verde, la altura de sus troncos, sus penachos foliares y en estos espacios tan vacíos de cubierta arbórea por deforestaciones históricas, la presencia de cualquier árbol siempre es de agradecer. Ejemplares aislados de frondosas palmeras canarias coronan la cima más alta de la isla con sus coronas foliares luciendo un verde intenso. Las hojas o frondes se elevan al cielo, sorprendiendo la inexistencia de pencas en la zona más baja, inclinadas hacia abajo, arropando el tallo y propiciando un microclima capaz de mantener la necesaria humedad.
La senda sigue flirteando con el vértigo que provocan los verticales paredones que se desploman sobre una buena parte de los cinco kilómetros que tiene la playa de Famara hasta el encuentro con la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, patrona oficial y única de Haría y Lanzarote desde mediados del siglo XVIII, aunque el pueblo haya convertido a la Virgen de los Dolores, con templo en Mancha Blanca, municipio de Tinajo, por afluencia multitudinaria y devoción, en copatrona popular de la isla.
Un drago, un pino canario y una docena de palmeras son los heraldos botánicos de la ermita. Los troncos de las palmeras canarias son libros abiertos donde estudiar algunos de los elementos más interesantes de la flora del lugar. Sus tallos están cubiertos de pequeñas plantas, incapaz yo de identificarlas. Todo un mosaico de líquenes, musgos y plantas asociados al tallo de las palmeras y a la influencia de los húmedos alisios. Sí creo identificar, por sus flores, dos de las más abundantes: Monanthes laxiflora y Reichardia famarae.
Se inicia en esta zona el barranco de La Poceta -cartografía de GRAFCAN-, barranco de la Paja para nuestros compañeros y guías de Lanzarote, denominación lógica si tenemos en cuenta que el camino que transitamos hasta la ermita de la Virgen de Las Nieves discurre sobre El Rincón de la Paja y el cortijo de El Rincón. Este barranco divide el macizo, separando el espigón de El Castillejo de unos seiscientos metros de altitud, que se descuelga luego en una bajada escalofriante -La Arista le llaman los lugareños-, en busca de los llanos de la playa, de esta continuidad de Famara que nos llevará hasta los Caletones donde iniciaremos un lento y largo descenso hasta abordar el valle y la Vega de San José.
Múltiples son las cuevas presentes en los riscos de Famara y múltiples las tentaciones a visitarlas. Pero es el grupo quien dirige el periplo y a él me debo. Habrá otra visita personal y otro momento.
Se respira una energía diferente en este último tramo de los riscos de Famara. Se necesita cautela y prudencia en el tránsito pues no es extraño que las fugas infinitas, las aterradoras paredes del macizo y su verticalidad, generen fuertes impresiones, nublen la mente. Hay lugares así por todo el planeta. Este es uno de ellos. Tal vez la ermita tenga algo que ver con ello. La cercanía al más allá. Su espíritu protector ante el tránsito voluntario. Puede que no tenga nada que ver y sean las personas, sus dolores y pasiones quienes desaten una insensata y peligrosa atracción. Puede que la incomprensible locura que aborda a veces, como un traidor agazapado en la sombra, la mente humana. Cieto es que abordamos un campo propicio para las elucubraciones más arriesgadas. Puede que se trate de un mal momento. Sólo se necesita eso, unos segundos fatídicos, nada más.
Encoge el corazón y duele el mensaje escrito en un panel sobre una roca. Aunque estéril nos parezca su mensaje, es innegable que se trata de un postrero recurso que, estoy convencido, salvará más de una vida rescatándola de un final indeseado. Un lacónico mensaje: DECIDE QUEDARTE, y al pie, los números de dos teléfonos: 112 y 024. Sobran las palabras.
Pequeñas parcelas con cubierta monoespecífica o como especie dominante del endemismo local, garbancillo o taboire amarillo (Ononis hebecarpa) y otros cercados cubiertos con jarillas de Famara (Helianthemum gonzalezferreri) coronan este tramo. Estas y otras plantas endémicas colonizando superficies que antaño fueron usadas para su cultivo.
Llegando a los Caletones, a nuestra izquierda observamos el amplio cauce del barranco de Manguía, barranco por el que, cuentan nuestros guías, corre el agua cuando las grandes avenidas. Sus laderas estan cubiertas por un extenso verodal, verodes como planta monoespecífica que mantienen su verdor a pesar de la larga sequía.
El descenso a la Vega de San José, un amplio barranco en forma de valle, en otro tiempo cultivado -zona de plantío le llaman nuestros compañeros de Vara y Verea-, nos pone en camino de Teguise. En el tramo final de este periplo, encontramos los restos de la ermita de San José, levantada en el siglo XVII.
Teguise -La Villa-, nos recibe como lo que fue, capital de la isla desde la primera mitad del siglo XV hasta mediados del siglo XIX. La ruta realizada, exigente esta vez por un episodio de calima e intenso calor, culmina en el casco histórico donde emblemáticos edificios se suman a la belleza de sus calles y donde la gastronomía local nos anima a recuperar fuerzas y descansar del periplo.
Pero justo a la entrada de la Villa se encuentra el instituto de Teguise. Mi satisfacción no puede ser mayor al observar un hermoso huerto dentro del recinto. Acelgas, tomates, pimientos, plantas aromáticas destacan en una variada muestra de productos hortofrutícolas que revelan el potencial de los espacios libres en los centros educativos, cuando hay interés y sensibilidad en transformarlos en espacios llenos de vida. Y digo satisfacción y orgullo porque durante una década, recorrí todos los centros educativos de Canarias llevando semillas de educación ambiental. Éramos pocos en número pero grandes en corazón y entrega, lo que nos permitió ver como florecían huertos y jardines canarios en todos los rincones de las islas.
Alegra constatar la continuidad de proyectos unidos a la vida y a una educación integral. Sigo creyendo en la enseñanza como eje vertebrador de un cambio necesario y en mis compañeros, ahora en el aula, capaces de dar continuidad a la labor emprendida. Reunidos todos los senderistas, satisfechos por el buen fin de la etapa culminada, abrazamos a nuestros guías y compañeros de la isla hermana y hablamos de la siguiente ruta, una etapa más en el peculiar GR ideado por este grupo, para seguir conociendo las islas y disfrutar de la camaradería y de la amistad, indiscutibles valores humanos.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.