Pensar para... Vivir
Timiraos, Ricardo - martes, 26 de noviembre de 2024
A mi amigo Ginzo, doctor y catedrático de Filosofía,
anticipándole mis disculpas por la osadía.
Con frecuencia pienso que reflexionamos muy poco, y que muchos de nuestros errores son porque analizamos la vida sin dedicarle tiempo. Evidentemente, necesitamos corregirnos para avanzar. Y reflexionar nos permite ver nuestra propia ignorancia y aceptar la duda como método como ya nos enseñaba Descartes. Uno, poco ducho en profundidades filosóficas, sólo puede hablar desde una humilde perspectiva vivencial, cree que no hay mayor ignorancia que aferrarse a las ideas sin dar cabida a la duda o a la opinión ajena. El intransigente siempre se reviste de sus conocimientos, sean éstos de índole científico,ideológico,religioso o cultural, y pontifica sin permitir nunca la discrepancia. Otro filósofo, Kant, hablaba de la realidad subjetiva y uno no deja de pensar en las poliédricas caras que podemos observar en la vida. La objetividad deseada y buscada, aún existiendo, sólo la percibimos con nuestra subjetiva opinión. Dicho en román paladino: Aquello del cristal con que se mira nos da muchas veces una imagen de la realidad que suele diferir de otras opiniones, porque cada cual goza de sus argumentos, de un bagaje cultural distinto. Cada cual ve las cosas desde su prisma.
Pues bien, siendo osada, mejorable y escasa esta reflexión sobre nuestra sociedad, me parece todavía que la gente vive bastante ajena a estas cuitas, que camina sin preocuparle demasiado el rumbo, repitiendo los mismos errores, olvidando las lecciones de la Historia, y sobre todo, manteniendo y usando una intransigencia, una injusticia, una violencia, un egoísmo... que se oponen y atentan contra los principios humanos mundialmente aceptados como el respeto, la honestidad, la justicia, la solidaridad, la tolerancia, la igualdad, la responsabilidad y la paz.
Nadie recuerda un tiempo donde no haya habido guerra. Jamás hemos dejado de ver la polarización económica y la esclavitud. Y, aunque se disfrace esta palabra, puede ser que conviva con nosotros. Todos los telediarios nos hablan de la intransigencia ideológica. Nuestras vidas están impregnadas de política por todos lados y mucha gente se atreve a clasificar a los demás en buenos y malos por el estatus económico. Y, sobre todo, por afinidad ideológica.
Se han emperrado en etiquetarnos y no han reparado en la libertad de que elijamos caminar con otros valores y claros objetivos. Nos han educado en la serenidad, en la mesura, en el respeto, en la consideración ajena, en la humildad, la paciencia, la caridad y la diligencia y, sin embargo, lo que hemos visto medrar es ese lenguaje agresivo, altivo, soberbio, osado, soez y chabacano y, a veces, hasta incomprensible, y que pone de manifiesto la calidad cultural y humana de mucha gente. Y ese es un retroceso humano, el error.
Ghandi decía: "La intolerancia es en sí una forma de violencia y un obstáculo para el crecimiento de un verdadero espíritu democrático". Y, mientras no seamos capaces de crear un régimen mejor, que no es precisamente la dictadura que algunos añoran, es necesario vivir en democracia corrigiéndola en lo que se precise. Nadie dice que sea perfecta, pero todavía no hay nada mejor. Y para ello quizás sería bueno mejorar mucho la educación. La formación cultural y libre del ciudadano podría darle un gran avance.
En todas las épocas la sociedad tuvo sus problemas y hoy también los tiene. Me asusta la crueldad y el terror a que someten a los palestinos aquellos que han sufrido en sus carnes el Holocausto; me aterra ver la impunidad con que Rusia, paradigma de represión y corrupción, masacra los derechos de libertad de Ucrania; me asusta la posibilidad de que la tecnología y la IA sirva al hombre, una vez más, para la guerra; me resulta incomprensible que, viendo los desastres del cambio climático, todavía haya individuos aferrados al negacionismo. Es lo que tiene la intransigencia ideológica.
Pues bien, con este panorama me parece preciso pensar un poco en nuestra realidad, no vaya a ser que, mientras preparamos nuestra navidad y colocamos el espumillón de la superficialidad, a alguno de esos "genios" que rigen el mundo, les dé por armar otro nuevo "belén" y... ¡vaya usted a saber! Porque el problema que veo es que me parece que la filosofía de esos mandamases está enfocada a dominar a los demás mediante las armas. Y a mí esos personajes no me resultan fiables.
Pensar me parece preciso, porque creo evidente que quienes rigen nuestros destinos son francamente mejorables, a escala mundial y nacional.
Y, volviendo al redil de la vida cotidiana, me parece que mucha gente vive en el día a día pensando obsesivamente en el dinero y de él hace la medida de las cosas. Pocos piensan ya en que es preciso relativizarlo a su auténtico valor y que no sirve para comprar los auténticos valores humanos. Es preciso comprender lo absurdos que son muchos gastos, los vanos que son los aplausos, la ostentación de casopolones, coches de lujo y estupideces varias. Va siendo hora de poner las cosas en su sitio y parar tanta frivolidad. Vivir compulsivamente obsesionados por modas, postureos y gilipolleces varias denota la estrechez mental y vacuidad del personaje en cuestión. No hay nada más aberrante que un ricachón escondiendo sus miserias. Si por un momento pudiese pensar que el dinero también es una droga y causa adicción, quizás pudiese reparar en cómo lo ha conseguido y quizás le hubiese hecho ver que pudiera ser excesivamente egoísta y que, si lo que busca es la felicidad, entonces le convendría ser generoso. Tendría menos dinero, pero sería más feliz.
Pensar también puede significar buscar argumentos para la vida. Con frecuencia encontramos gente desnortada que precisa su tutor igual que los árboles para su crecimiento. Es necesario encontrar a quien ayude a caminar encauzando las energías y sueños de la persona. Cuando los mayores nos quejamos de las locuras juveniles, deberíamos ser capaces de recordar nuestro pasado para comprenderlos mejor. La tolerancia es muy hermosa y la denostada disciplina también puede serlo. No, no están reñidas, porque cada una desempeña su rol. La vida requiere un equilibrio y esa disciplina es necesaria en casa, la escuela, el trabajo, el estudio, en la calle... La permisividad, mal interpretada, no resulta aconsejable para no caer en el abuso o el caos.
Vivir puede ser muy bonito, dicen que la vida es bella, pero requiere darle sentido. Mi observación es que la abulia, la desgana, la desconfianza, el pasotismo... hasta el malhumor son frutos de una vida insípida de mucha gente y que es preciso extirpar como las malas hierbas. Existen en cambio miles de actividades que pueden enriquecernos porque nos aportan paz, alegría, comprensión, generosidad... Me perdonarán que les diga que veo demasiados zombis, pero si callase, no sería sincero. Gracias, a aquellos maestros, como mi bienquerido Ginzo, que me hacen pensar y me ayudan a leer.

Timiraos, Ricardo