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En San Pedro (1)

Valadé del Río, Emilio - martes, 26 de noviembre de 2024
Los lucenses disponemos de diversos lugares en los que encontrar tranquilidad y olvidarnos de desencuentros ciudadanos, que siempre terminan sin contentar a casi nadie.

Yo, en tales casos, suelo irme a lo de siempre, lo que permanece después de rayos y centellas. La Muralla me sosiega. Pasear por su adarve, dejando volar mi imaginación a donde la lleve el viento, me aporta una gran serenidad, a la vez que me aísla de los contratiempos cotidianos. Un paseo por el Parque de Rosalía de Castro me aporta una sensación similar de sosiego y bienestar, así como una visita a nuestro Museo Provincial, donde me alegran las mejoras que observo y la cantidad de visitantes atentos con los que me cruzo.

Hay, también, mas de un monumento cuyo interior me llena de tranquilidad, esa sensación de estar alejado del bullicio callejero de este Lugo de nuestros días. Uno de esos lugares es la iglesia de San Pedro, la que fue del convento de San Francisco. Después del paso de la voraces tropas de Napoleón y de la Desamortización de Mendizábal y tras muchos cambios, el antiguo convento es hoy el Museo Provincial y su antigua iglesia es la sede de la Parroquia de San Pedro.

Entro en ella con cariño y respeto. Recorro con la mirada sus paredes y su techo y En San Pedro (1)evoco cuántos hechos diversos habrán presenciado. La desnudez de sus paredes nos habla de pocos vestigios de los que gloriarse. Hoy solo queda lo que no pudieron llevarse las muchas hordas que por aquí pasaron.

Sí, la iglesia está desnuda, dejándonos ver la elegancia del estilo gótico en su primera época. No hay florituras en piedra, ni guirnaldas, ni obeliscos en forma de agujas más o menos en filigrana. No, las verticales, los arcos, los contrafuertes están perfectamente definidos, desnudos, a la vista de quienes los quieran mirar, pues nada es preciso ocultar, ya que todo se ha puesto para que realice una función.

Creo, es mi opinión, que cuando se levantó el convento se esperaban posibles vínculos con personajes de la nobleza local, como ocurre en otras iglesias franciscanas de Galicia. Pero no hay enjambres de escudos de nobles linajes en sus paredes y los posibles sepulcros, que se construyeron para albergar restos de nobles locales, están vacíos o disimulados haciendo la función de altares abrigados por unos arcos, que ya no son sepulcrales. Estructuras bonitas, elegantes, distribuidas a ambos lados de la nave principal, despojadas del fin funerario fastuoso para el que fueron concebidas.

El templo consta de una sola nave con otra transversal en las que hay tres ábsides, mayor la central. Todo muy clásico, elegante y, casi diría que con un resultado espectacular, como su mismo acceso, pues tras una puerta, más bien diría puertecita por pequeña, lobulada y con un estrecho ventanal superior, vertical, nos encontramos con una esbeltez rayana en la arrogancia. Quedan superados en el tiempo los templos románicos, hermosos aunque pareciendo no poder despegar del suelo. Este, de San Pedro hablo, parece subir hasta donde pueda. La techumbre de madera elimina peso y permite altos vuelos. Los arcos que la sostienen son recios, bien se ven, pero la altura que alcanzan es para tener en cuenta. Esa altura, traducida en amplitud, confiere al interior del templo un aire de grandiosidad, sí, pero no exento de intimidad y serenidad. La luz que entra a raudales por vidrieras, ventanales y rosetones, genera un interior con tal aire de tranquilidad, que hace que uno se sienta muy a gusto. Además del gran ventanal de la fachada, la nave transversal tiene dos rosetones en sus extremos. La verdad es que en no muy buen estado, pero allí están. Hay luz, luz en el interior del templo.

La iglesia tiene una singularidad digna de ser resaltada. Su cubierta mudéjar, levantada por iniciativa de un arzobispo foráneo, Fray Pedro López de Aguiar, que quiso lo mejor para la ciudad. Entre otras obras emprendidas bajo su mecenazgo, tenemos estas bóvedas sobre las naves y la cúpula que definen al cruzarse. Bonitas y singulares estructuras que aliviaron de peso a las paredes y hoy nos permiten presumir de estructuras constructivas propias de tierras lejanas.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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