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La apostilla (1)

Montesanto, Andrés - jueves, 05 de diciembre de 2024
Capítulo 1
La Pampa

Alrededor de 1880 el gobierno argentino decidió ampliar las fronteras incorporando un enorme territorio en poder de los aborígenes, llevando a cabo "La Conquista del Desierto". Las tribus originarias fueron sometidas al nuevo estado y se acabaron las peligrosas incursiones fronterizas. Se extendió una red de ferrocarriles que cruzaron la La apostilla (1)inmensa llanura y se distribuyeron las nuevas tierras. En pocos años un desierto sin árboles se convirtió en una de las llanuras más ricas del planeta. Y entonces llegaron millones de inmigrantes a trabajar esas tierras y construir un nuevo país. Los más listos (muchos de origen vasco), fueron incorporando grandes extensiones a sus patrimonios. Fue el origen de la fortuna de una burguesía terrateniente, que dio a luz una clase social particular en un país en plena expansión. Por costumbres peninsulares usaron apellidos compuestos, contrariamente a la inmensa mayoría que usaba solo el apellido paterno.
Poseían miles de hectáreas con un casco o vivienda principal, construida a veces con materiales importados y obras de arte de las mejores zonas europeas. Además de una lujosa vivienda en el centro de Buenos Aires tenían propiedades en Londres y París, ciudades en las que pasaban varios meses al año y donde se destacaban por algunas excentricidades en una empobrecida Europa, donde hasta algún monarca andaba mendigando.
Cuando se desplazaban al viejo continente en viajes que duraban dos o tres semanas en barco, lo hacían con su séquito: sirvientas, niñeras, ama de llaves y hasta un sacerdote para disponer de los servicios religiosos propios. Para asegurar la sana alimentación de los pequeños, se llevaban una vaca lechera con su correspondiente cuidador y la provisión de pasto para todo el recorrido. Cuentan que en alguna oportunidad por las inclemencias del tiempo en las movidas aguas del golfo de Santa Catalina (Brasil) la vaca se mareaba, cortaba la leche y se jodía el invento.
Fueron unas generaciones las que crearon estas familias de estancieros que se entrelazaron entre ellas merced a pomposas bodas. Los que llegaron cuando la mesa estaba servida se preocuparon más por las fiestas y los compromisos sociales que por la producción agropecuaria. Como eran familias numerosas, cada vez las porciones a repartir eran más pequeñas. Fueron empobreciéndose y, gracias a los gobiernos del cambio de siglo, su estatus social fue reemplazado por una nueva casta de políticos, funcionarios o sindicalistas. Hoy quedan los nombres de las estaciones de ferrocarril diseminadas por toda la geografía pampeana y los artísticos mausoleos del cementerio de La Recoleta para dar fe de su esplendor pasado.
A finales del siglo XIX comenzaron a llegar los primeros colonos y durante la primera mitad del siglo pasado fueron apareciendo pequeños propietarios, comerciantes, contratistas con equipos modernos para las tareas agrícolas, y profesionales. Todos ellos fueron creando un nuevo paisaje rural. Se fundaron pueblos, algunos se hicieron ciudades, aparecieron las modélicas escuelas públicas, los hospitales, las sociedades italianas, españolas (con centros vasco-navarros, gallegos, lucenses o asturianos) y el progreso llegó a todos los rincones. Argentina fue conocida como el granero del mundo y ocupó, en un planeta que se desangraba por dos grandes guerras y muchos conflictos locales, un sitio privilegiado desde el punto de vista cultural y económico.
Era uno de los diez países más ricos del mundo.

Capítulo 2
Los Pueblos

Esta historia transcurre en un pueblo, uno de los tantos de la pampa argentina, habitado por los mismos pobladores y donde pasan las mismas cosas que en cualquiera de los cientos de pueblos del interior. Y que son cosas parecidas a las que pasan en las grandes ciudades, solo que al ser pocos los integrantes de estas comunidades relativamente aisladas, lo que le ocurre a uno de sus miembros lo saben todos. La privacidad se comparte con todos los vecinos.
Estos pueblos fundados a principios de 1900 durante la impresionante expansión territorial del país, crecieron con la misma pujanza que la nación. Los políticos que impulsaron este desarrollo tenían visión de futuro y emplearon las ideas más avanzadas de esa época.
Recibieron oleadas de inmigrantes europeos que encontraron en esas desoladas extensiones la paz y la oportunidad de trabajo que habían perdido en un continente abrasado por los nacionalismos y las guerras que éstos encendieron. Llegaron con fe, con ilusión de crear una familia y de hacer grande a ese país que les abrió los brazos y donde nunca existieron conflictos raciales ni religiosos. Donde sus hijos podían tener una educación modélica en el mundo, totalmente gratuita, y en una sola generación el hijo de un inmigrante poco instruido se podía convertir en un reconocido científico o un acaudalado empresario. O llegar a Papa. Nunca le quitaron el cuerpo al trabajo pensando que algún día disfrutarían ese esfuerzo viendo crecer a los nietos, gozando de una merecida jubilación, en una Argentina pujante, conocida en todo el mundo por el nivel de sus profesionales y la honestidad de sus gobernantes.
Con el paso de los años, esos pueblos del interior siguieron en el pensamiento de los nuevos políticos. Tres días antes de las elecciones se aparecían sonrientes posando para una fotografía y preguntando al representante local:
- Che, ¿cuántos votos podés sacar acá?
Y después desaparecían. Hasta las vísperas de las próximas elecciones, en que se acercaban para entregar una donación a una cooperadora, menor de las dietas que se embolsaba "su señoría" por llegar hasta ese alejado rincón de la Patria, hinchando el pecho como si fuera un prócer.
La cultura del trabajo, el esfuerzo y el ahorro fue reemplazada por el hábito del afano, la corrupción y la vagancia alegremente subvencionada.
Y los hijos de esos inmigrantes que forjaron un país rico en todo sentido, vieron como sus jubilaciones se depreciaban cada día, sus hijos se iban al extranjero desandando el camino de sus abuelos y tenían que resignarse a ver crecer a sus nietos a través de una pantalla, y es normal que se pregunten "¿De qué sirvió nuestro esfuerzo y el de nuestros padres?".

Andrés Montesanto. De la novela "La Apostilla", Editorial Anáfora, 2022.
Montesanto, Andrés
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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