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Fragilidad previsible y prevenible

Garrido, Juan Antonio - viernes, 22 de noviembre de 2024
Desde hace unos años en Medicina utilizamos cada vez con más frecuencia el término fragilidad, vinculado principalmente a las personas de edad avanzada. Lo empleamos para identificar una situación previa a la aparición de la dependencia funcional y permite la identificación de personas de mayor riesgo de dependencia, institucionalización, efectos adversos de fármacos, mortalidad y otros eventos negativos de salud. Este síndrome es potencialmente reversible con una intervención multifactorial. Para el seguimiento se precisa la intervención multidimensional y coordinada de diferentes profesionales sanitarios y sociales, con la implicación del paciente y su familia.

Desde la ventana de observación que me proporciona la actividad médica cotidiana no he podido dejar de acordarme de este concepto al hilo de los datos y análisis de lo ocurrido hace unos días en la Comunidad Valenciana. Y es que esta tragedia ha puesto de nuevo de manifiesto nuestra vulnerabilidad. La de todos, aunque no de todos por igual. De repente desaparecen familiares y amigos y nuestra salud, física y mental, queda dañada. Se interrumpen rutinas, costumbres, la posibilidad de trasladarnos, de comunicarnos. En definitiva, se interrumpe la vida, que es mucho más que la biológica. Se sobrevive. Pero es que además nos quedamos, no sin techo, no sin casa, sino sin hogar. Como bien describe un cartel de Cáritas, no tener hogar significa mucho más que estar sin techo: sin luz, sin tranquilidad, sin descanso, sin recuerdos, sin orden, sin estabilidad, sin compañía, sin afecto, sin privacidad, sin alimentos, sin salud... Y todos estos "sin" me llevan de nuevo a pensar en que son los mismos "sin" que he ido encontrando en mi profesión como determinantes socioeconómicos de las enfermedades y en mi contacto reciente con la pastoral penitenciaria he visto que esos "sin" están presentes en los orígenes de que las personas acaben privadas de libertad.

Estas situaciones no solo nos recuerdan el eterno equilibrio entre el ser y el tener, sino que nos sitúan de una forma extrema ante nuestra vulnerabilidad. Sin embargo, nos pueden ayudar a ser conscientes que esto mismo se está produciendo en el día a día, sin mediar un fenómeno meteorológico extremo, una catástrofe. Raúl Molina en un sugerente artículo (Vida Nueva, 5 de noviembre) escribe "Y es que tuvimos una casa y una riada se la llevó; tuvimos un hijo y murió; tuvimos una madre y ahora no nos recuerda; teníamos un país y alguien decidió bombardearlo; tuvimos un amigo y dejó de querernos; tuvimos un enemigo y decidió difamarnos; tuvimos un sueño y se ahogó en el mediterráneo; tuvimos pareja y decidió abandonarnos; tuvimos un jefe que prefirió prescindir de nuestro servicio; tuvimos salud, y también se esfumó".

Pone en evidencia nuestra vulnerabilidad "cotidiana". Y no lo transmito con intención de dramatizar sino en tanto en cuanto la conciencia de la propia vulnerabilidad puede ayudar a cambiar actitudes, especialmente hacia los demás.

Al igual que para prevenir y enfrentar la fragilidad en el ámbito sanitario, como mencionaba al principio, nuestras actuaciones tienen que ser también multifactoriales. Y, sobre todo, basadas en potenciar tanto el que se ha llamado escudo social, la respuesta de justicia social ante la desigualdad que dificulta las respuestas de unos más que de otros, como las redes interpersonales de solidaridad y apoyo. Y ambas, justicia social y solidaridad, no basta activarlas en la emergencia. La fragilidad, como en Medicina, se puede prevenir.
Garrido, Juan Antonio
Garrido, Juan Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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