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Postales del Mundo: El muro de Berlín

Montesanto, Andrés - jueves, 21 de noviembre de 2024
Cuando 35 años atrás vi por la tele la caída del muro de Berlín pensé, entusiasmado, que comenzaba una nueva etapa en la historia de la humanidad. Que todos los recursos destinados a la carrera nuclear se podían utilizar para contribuir al desarrollo de los países más pobres y así viviríamos todos mejor y más tranquilos, cada uno en su tierra. Le erré "como echado de panza".
El famoso muro que conocí en 1979 no era solamente esa pared de hormigón que muestran los documentales y que los entusiastas berlineses rompieron a martillazos, era mucho más. Comenzaba a muchos kilómetros de distancia, cuando en en el tren occidental que unía Hamburgo con Berlín, al ingresar a la Alemania Oriental o Democrática (DDR) como muy bien mentía su nombre oficial, el tren se detuvo y subieron unos revisores. Llevábamos un mes y medio viajando por toda Europa y por primera vez el revisor tenía uniforme militar y estaba acompañado por otros dos soldados que no dejaban de apuntar a los pasajeros mientras el del medio controlaba los pasaportes. Después de cruzar un montón de fronteras esta situación era muy llamativa. La imagen que podría tener yo del paraíso comunista, a través de las historias exportadas por Cuba, iba a estallar en mil pedazos.
Asustado por tener una ametralladora en manos de un soldadito con cara de mala leche apuntándome a la cabeza, no entendí qué me preguntaba repetidamente el revisor, con mi pasaporte en la mano y obviamente en alemán. Postales del Mundo: El muro de BerlínEl germano se estaba empezando a cabrear mientras yo sentía las manos de mi esposa apretándome el brazo. Y volvía con la misma pregunta. Cuando junté coraje y guiado por mi intuición levanté un dedo índice señalando el techo, se tranquilizó el disciplinado teutón, que pudo al fin completar la planilla con la fecha de mi nacimiento. En la mayoría de los idiomas el primer mes del año se escribe con "j" o "g", menos en español.
Al día siguiente, unos amigos que nos acogieron nos llevaron al centro, al famoso Reichstag reconstruido (pero sin la cúpula que tiene ahora) y luego a la puerta de Brandenburgo, rodeada por un trozo estéticamente cuidado del muro y donde un cartel avisaba: "Atención, usted abandona Berlín Oeste". Era la parte más amable y más fotografiada del paredón.
Frente a ese inocente muro se podía subir a una plataforma para mirar la Puerta y un cachito de Berlín Este, donde se veía del otro lado una casilla de observación y guardias con prismáticos que no perdían detalle de lo que pasaba en nuestro lado. Mi amigo no se animó a subir por miedo a que lo fotografiaran y tuviera problemas para salir de esa isla en sus vacaciones. Como Berlín Occidental era la ciudad más consumista y cara de Europa, donde se vivía con el temor de una inminente invasión soviética y sin pensar en el futuro, tenían la necesidad de viajar a la zona Federal u Occidental todas las veces posibles para respirar aire sano.
Desde otro mirador pudimos ver y fotografiar un sector normal del muro: una pared de hormigón de más de tres metros de altura con un grueso tubo en la parte superior para evitar la escalada. Eso es lo que se veía desde la zona Federal. Detrás seguía un pasillo entre dos alambrados electrificados por donde paseaban guardias con perros. Siempre de a dos, y parejas que cambiaban todos los días, para evitar que se pusieran de acuerdo y se fugaran juntos. Algún guardia que cruzó a la parte occidental lo hizo luego de matar al compañero. Más atrás había un campo bastante extenso sembrado de minas. Todos los edificios cercanos al Postales del Mundo: El muro de Berlínmuro que estaban dañados fueron demolidos para dejar un cinturón de seguridad alrededor de la fuente imperialista del pecado.
Detrás de esta zona de decenas de metros, unas garitas con ametralladoras, otra alambrada electrificada y finalmente unos tríos de vigas semi enterradas para impedir el acceso de cualquier vehículo. Todo muy bien iluminado. Este impresionante cinturón defensivo no era para evitar que entrara alguien indeseable, sino para impedir que algún enajenado mental quisiera abandonar el paraíso soviético.
Como parte de la frontera berlinesa cruzaba un lago, en el mismo había una cantidad de carteles avisando del peligro de acercarse al límite señalado con unas boyas. Del otro lado disparaban sin preguntar.
Hoy, ya despertado de aquel sueño infantil, pienso que seguramente si el Sr. Trump lo hubiera conocido, sentiría vergüenza de la cutre y cacareada rejita que instaló en la frontera con México. Muro era el de Berlín.

Andrés Montesanto. Viajero melancólico.
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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