Opinión y comprensión
Timiraos, Ricardo - martes, 12 de noviembre de 2024
Contestaba Mafalda, al preguntarle si practicaba algún deporte de riesgo, que si, que a veces daba su opinión. Y es cierto, cuando uno da su opinión, algunos lectores olvidan aquellas lecciones escolares donde se nos enseñaba a ceñirnos al texto extractando las ideas fundamentales. Y se nos hacía hincapié en no confundir lo leído con nuestros ideas. Fabular, soltar la imaginación forma parte de la creatividad. Aquello, que se llama lectura comprensiva, nos permite sacar la esencia del mensaje y a respetar lo leído sin deducir interpretaciones "extrañas" que nada tienen que ver con lo que dice el texto. Ocurre habitualmente por tres factores: falta de formación, interpretación errónea o tergiversación de lo leído adecuándolo a los intereses del lector. Y este último es el más peligroso por el riesgo que corre el autor. Miles de veces, por razones espurias, se nos atribuyen ideas o posiciones antagónicas con nuestro verdadero sentir.
Opinar, supone decir lo que se piensa y eso conlleva decir "nuestra verdad", que siempre puede ser matizada con una crítica honesta, que se agradece. Porque ninguna opinión es verdad absoluta y mucho menos dogmática. Es simplemente una visión subjetiva de la realidad. Una mirada, más o menos respetable, en cuanto se fundamente en la sinceridad y unos conocimientos que pudieran ser fiables. Y ese es el meollo de la cuestión: tener credibilidad.
En mis años jóvenes opinaba y entraba en polémicas. Así observé que algún detractor buscaba, más que rebatir mis argumentos, notoriedad. Dejarlos en evidencia, no vale la pena, porque la vida es un camino y cada cual tiene su filosofía, sus posiciones y sus errores en esa trayectoria.
Por razones obvias, me fío de la ciencia, de la mayoría de libros, de las personas inteligentes y de los médicos. Así que creo en el cambio climático; en lo que dice aquí Mafalda; en lo que me comentan amigos que considero inteligentes; y, por supuesto, en los médicos. Y de éstos últimos diré que conmigo la mayoría acierta. Evidentemente, también sufrí sus errores, pero, como decía mi admirado Paulo Coehlo: "Nacimos para cometer errores, no para fingir ser personas perfectas". ¡Dios me libre de la soberbia de la perfección!.
Y hablando de errores: días pasados cometí dos: el primero fue retomar en un artículo la construcción de la Gran avenida en Viveiro, mi pueblo, sin haber considerado las advertencias de que es una zona con riesgo de inundaciones, según explican los científicos expertos en cambio climático. Cualquier obra para combatir las embestidas del mar, creo que será tirar el dinero.
El segundo error fue con mi wasap. Me mandaron un video, con motivo de la Dana que asoló Valencia, con una proclama tendenciosa como que con el lema: "Sólo el pueblo salva al pueblo" y lo reenvié con la mejor voluntad. Después me recordaron que, además de la solidaridad extraordinaria de la gente, también estaban la UME, los bomberos, la policía, la sanidad pública, el ejército y una serie de medidas económicas del Gobierno.Entre tanto estaba espareando la solidaridad de Mercadona, Quirón Salud, Vhitas y similares. Negocios privados todos ellos que, para no perder dividendos, sólo están a verlos venir. Resulta obvio decir que soy defensor de la empresa pública, de pagar impuestos y de revertirlos equitativamente. Y aquí difiero con nuestros gobernantes porque digo equitativamente.
Vivimos en un mundo para el que nadie nos preparó y donde sacar tajada se ha convertido en el mantra de mucha gente. Vivimos rodeados de maquiavélicas asechanzas que trastocan nuestra sociedad. Hoy se exalta hasta los altares a personajes que después resultan carcelarios; hoy casi nadie se pregunta qué aportan tantos influencers de las redes sociales; pocos parecen preocuparse por la alimentación en el mundo, ni por frenar la desigual económica que medra por doquier. Hoy no parece importarle a muchos los cambios climáticos que resultan tan evidentes... Vivimos erigiendo y destruyendo estatutas en medio de la mentira, la difamación, los bulos, la tergiversación, los egos, las vanidades... Nos acomodamos en la superficialidad de las pasarelas de exhibicionismo de las redes sociales, donde se propaga la desinformación, se da pábulo a los rumores, se difunden miles de falacias y consiguen engañar a mucha gente. A mi también.
Por todo ello conviene, además de prevenirnos ante descabelladas ideas o gurús de cuarto y mitad, buscar la fiabilidad de la fuente y evitar ser manipulados por intereses bastardos. Decía Einstein: "Todos somos ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas".
Por todo ello conviene ser conscientes de que los medios de información tienen propietarios; que las redes sociales son sus satélites; que nuestro móvil nos pide las cuquis... Y que hay verdaderos ejércitos de propagadores de bulos, voluntarios o no, que por razones muchas veces infames, están creando una peligrosa animadversión contra todo que nada bueno nos puede deparar. Y quizás bueno sería comprender que somos títeres en manos de poderosos intereses y que juegan con nosotros como les apetece. Otra cosa es que sepamos desenmascararlos y ser capaces de cambiar los roles de esta sociedad. Todavía quedan personas y valores que reman en este mar proceloso tras la verdad.
Que un opinador tenga críticos es natural, que tenga enemigos también. Sobre todo entre aquellos que han sido dianas de sus críticas. Cualquier error les sirve a nuestros detractores para arremeter. Decía Confucio: "Es más vergonzoso desconfiar de nuestros amigos que ser engañados por ellos".
Mis amigos son sinceros. Si me engañan, es sin querer. Y de eso nadie está libre.

Timiraos, Ricardo