Dedicado a todos aquellos que hace ya más de una década creíamos que por fin iba a ser
una realidad el carril ciclista y peatonal que uniría las dos ciudades con mayor población de la isla:
Las Palmas de Gran Canaria y Telde. Dedicado, con desprecio, a todos los ineptos que no lo han hecho posible.
Vergonzoso e indignante. Estos son los primeros calificativos que acuden a mi mente tras el abandono de un proyecto que se encontraba muy avanzado.
Iniciábase la primavera, hace dos años, cuando los colectivos ecologistas del archipiélago pedían unánimemente la ejecución de una vía alternativa al vehículo en la isla de Gran Canaria, en el tramo que unía las dos ciudades más pobladas. Pero ya dos años antes, junio del dos mil veinte, el alcalde de Telde presentaba el proyecto al Gobierno de Canarias, demandando la partida económica necesaria -cinco millones de euros-, recogida en la memoria del mismo, para realizar el trazado de cuatro

kilómetros de recorrido, dotándolo de las medidas de seguridad y la iluminación necesaria. El proyecto pretendía unir la playa de Bocabarranco en Jinámar con la playa de la Laja en Las Palmas, playa que cuenta ya con un paseo peatonal y ciclable que se desarrolla por todo el litoral capitalino y permite entroncar con la red de carriles bici existentes por la ciudad.
Pero esta idea no era nueva, ya en el año dos mil diecisiete la Consejería de Turismo, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias incluía en el proyecto del Corredor Paisajístico de Telde, la conexión con un carril bici y un paseo peatonal las ciudades de Telde y Las Palmas por el litoral. La partida económica necesaria -siete millones cuatrocientos mil euros-, procedían del PITCAN 2017-2020. Era entonces Director General de Infraestructura Turística del Gobierno de Canarias un teldense, don Héctor Suárez.
Pero todo el artificio de presentar a los medios de comunicación un Proyecto para luego no ejecutarlo no es nada nuevo, es un recurso habitual en políticos y trileros. Es la indigna estrategia con la que se nos pretende engañar continuamente. Como también lo son las promesas incumplidas sobre el proyecto presentado. Si buscamos en las hemerotecas -este medio, Teldeactualidad, es un referente pues se hizo eco de ello- no se trata de una idea novedosa de políticos ambientalistas, sino de un viejo proyecto que el Colectivo Ecologista TURCÓN demanda desde el año dos mil trece y sobre el que vuelve a incidir -paciencia no nos falta-, en estos últimos días.
¡Qué tristeza produce pensar en tantos años perdidos! En ese año peticionamos a la Consejería de Obras Públicas, Vivienda y Movilidad del Gobierno de Canarias -ostentaba el cargo otro teldense, Pablo Rodríguez, pero de poco sirve haber nacido en la ciudad de los faycanes si no hay orgullo en ello-, la ejecución del carril bici, aprovechando la enorme oportunidad que se presentaba de ejecutarlo al tiempo que se acometía la ampliación y refuerzo del firme en el tramo de la GC-1, precisamente en el tramo donde estaba previsto pasara el trazado del carril bici.
¡Qué poco hubiera costado realizarlo en aquel momento! ¡Qué oportunidad perdida! ¡Qué vergüenza de dirigentes que dicen pretender una isla más saludable y respetuosa con el entorno, palabras vanas que no se corresponden con sus decisiones y sus obras!
Y así, ante los oídos sordos de las instituciones que dicen trabajar para una movilidad menos contaminante y más sostenible, pero que responden con acciones que conducen a todo lo contrario, año tras año seguimos solicitando que se ejecute el carril bici y seguimos sin recibir una respuesta favorable hasta la actualidad.
Vergüenza e indignación le asaltan a uno cuando conoce esta historia, cuando se dispuso de la oportunidad en el momento preciso y no se hizo.
La noticia en aquel entonces -recuerdo una presentación en el Casino de Telde con presencia de colectivos y grupos pro-bici-, acaparó la atención de todos los medios de comunicación -prensa, radio y televisión canaria-, valorándose como una necesidad acuciante pero, inútil es la demanda si no hay interés en quienes deciden en qué gastar el dinero de todos. Parecía existir un compromiso unánime en las corporaciones municipales de las dos ciudades más pobladas -hablamos de cerca de medio millón de habitantes de derecho, muchos más de hecho-, había manifestado su interés y apoyo el Cabildo Insular, pero en el momento preciso en que la oportunidad de hacer realidad la propuesta llegó -la mencionada obra de fortalecimiento del muro sobre el océano de la GC-1, dañado a la altura de los acantilados existentes entre la Punta de La Laja y la central térmica de Jinámar, nadie hizo suya la propuesta del carril bici-peatonal y como consecuencia, no se ejecutó.
¡Qué vergüenza de políticos, de gestores de lo público, de representantes de los ciudadanos! Vergüenza e indignación que se ratifica con la mezquindad demostrada y la ignorancia manifiesta en el desastre ocurrido en el Levante peninsular, donde cientos de fallecidos y miles de familiares y ciudadanos claman al cielo ante la inutilidad de quienes ostentan el poder sin saber ejercerlo.
En nuestro caso, una vez más han demostrado sus miras interesadas, sus intereses partidistas e hicieron caso omiso de la petición realizada por una buena parte de la población -aquella que ansía una movilidad menos contaminante, menos agresiva con los bienes ambientales, más respetuosa y saludable-, que asiste incrédula a una subrrealista realidad: sin encontrarse dentro de un vehículo motorizado, es imposible recorrer el litoral existente entre ambos municipios, bien caminando, bien en bicicleta.
Y así observo con verdadera preocupación cómo, de cuando en cuando, algunas personas se juegan la vida, con una inseguridad manifiesta y en contra de toda norma establecida, transitando por el arcén de la GC-1, al lado mismo de cientos de vehículos

que circulan a alta velocidad y a todas horas por esta autovía, porque no tienen otra opción de hacerlo, si de caminar se trata.
También los ciclistas se juegan la vida en los túneles porque nadie les oferta una solución alternativa a su derecho a desplazarse de un modo más saludable y menos contaminante.
Es vergonzoso porque los mismos políticos que hablan de movilidad sostenible en Gran Canaria, fomentan más carreteras e incentivan el uso de vehículos particulares, haciendo caso omiso a proyectos de fácil ejecución y económicos como un carril exclusivo para el transporte público. Son los mismos políticos que hablan de una isla en equilibrio mientras amparan proyectos urbanísticos que ocuparán más suelo, destrozándola de un modo ireversible. Son los mismos que hablan de un tren para distancias ridículas y que transitará por lugares donde los ciudadanos deberán desplazarse en coche o guagua para poder abordarlo -les invito a consultar el proyecto y analicen donde se encuentran las estaciones-.
Cuando hablan de movilidad sostenible lo hacen al tiempo que refuerzan y amplían la red de carreteras, asfaltan más pistas rurales con la influencia perniciosa que tal hecho tiene en cuanto a masificación de estos espacios, mayor circulación de vehículos y mayor presencia de vertederos incontrolados, aprueban proyectos de nuevos puertos, ampliaciones de aeropuertos y proponen tramos ferroviarias que ocuparán cientos de hectáreas para cubrir menos de un centenar de kilómetros en cada isla capitalina, servicio que presta, con una eficiencia envidiable y menor costo, la red de guaguas de GLOBAL y TICSA.
Lo verdaderamente preocupante es que todo esto lo hacen sin sonrojarse, a sabiendas de que no tienen responsabilidad alguna sobre las decisiones tomadas y aunque sean equivocadas y ruinosas, jamás serán juzgados por el despilfarro de caudales públicos, aunque talas proyectos nazcan abocados al fracaso.
Yo, habitante de Gran Canaria, y muchas otras personas nos preguntamos: ¿Todos los que deseamos desplazarnos de un modo más solidario, menos contaminante, más respetuoso con el medioambiente, menos depredador del territorio, que derechos tenemos? ¿Acaso somos parte de una población que no paga impuestos?
Hablamos de carriles bici y senderos peatonales que favorezcan el tránsito entre las zonas más pobladas de la isla, hablamos de un corredor costero donde los vehículos estrella sean las guaguas, sin estar sometidas a la eterna y desesperante congestión del tráfico rodado, habilitando carriles propios en detrimento de los vehículos que sólo llevan a una persona -la mayoría-. Hablamos, en suma, de un modelo menos contaminante y más vertebrador de una vida más sosegada, más saludable.
Y es aquí donde a los políticos estos planteamientos les traen al pairo, les importan menos que nada, hacen oídos sordos a carriles bici y a sendas peatonales, observándose por consiguiente un autismo absoluto de quienes ostentan el poder y son responsables de los presupuestos y de los fines a que se destinan los impuestos de todos. La indignante respuesta es su silencio y el bloqueo permanente, tal vez porque hay temor a auspiciar un cambio paradigmático en la movilidad de la población, tal vez por el temor a poner en riesgo multitud de intereses privados -un descarado ejemplo es la defensa institucional de los hoteles RIU en Corralejo, construidos sobre espacio público y protegido, sobre los que pesan varias sentencias firmes de demolición, y que se frena su demolición personándose en su defensa la administración autonómica, con el dinero de todos los ciudadanos-.
La realidad que no se explica es que en cincuenta años hemos pasado de trescientos mil vehículos circulando por la isla de Gran Canaria a acercarnos a los dos millones, es decir que hemos multiplicado por siete el parque automovilístico. ¿Hasta cuánto creemos puede realizarse este crecimiento exponencial sin hipotecar el futuro de la isla y la calidad de vida de sus habitantes?
Estos datos incontestables tienen otra lectura complementaria. Nos aproximamos a los dos millones de toneladas de dióxido de carbono al año expulsadas a la atmósfera, sólo en la isla de Gran Canaria, dato muy similar al registrado en las ciudades de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, juntas.
Para reflexionar quiero recordarles el decálogo que en su día mostramos en la campaña que hicimos, desde el Colectivo Turcón, para justificar el carril que no existe y que debería llenar de vergüenza a todos los munícipes y consejeros que han pasado, están pasando... ¿y pasarán?, por los gobiernos municipales, insulares y autonómicos:
1.- Por el clamor popular existente ante la exigencia de una vía peatonal y ciclable que permita recorrer la costa de ambos municipios.
2.- Porque es una obra de bajo coste y enorme beneficio, tanto para la población de ambos municipios como del resto de la isla.
3.- Porque ayuda a mejorar la movilidad rodada, reduciendo el número de vehículos al ofertarse una alternativa más saludable y menos contaminante.
4.- Porque fomenta el deporte en la naturaleza.
5.- Porque posibilita la conservación del medio y facilita el conocimiento del patrimonio etnográfico y arqueológico existente en esta franja litoral de los dos municipios.
6.- Porque potencia el conocimiento y la conservación de la riqueza botánica del litoral.
7.- Porque favorece el conocimiento y conservación de la riqueza faunística de la costa este de Gran Canaria.
8.- Porque incorpora una pantalla verde con el fin de renaturalizar la autovía y reducir la contaminación acústica y atmosférica derivadas del tráfico rodado.
9.- Porque favorece una vida más saludable.
10.- Porque supone un recurso turístico de primer orden, más acorde con la idea de una isla más respetuosa con el entorno y más sostenible.
Poco más hay que añadir. Quise, no obstante, jugándome el pellejo, recorrer el trazado inicial del Proyecto, el propuesto y que jamás se llegó a ejecutar. Para ello, el pasado día catorce de octubre la guagua me dejó al inicio de la Laja, junto a la escultura titulada: Exordio, el Tritón, obra del escultor Manolo González y, tras admirar su valor estético y artístico, comencé a caminar.
Increíble. No sólo han hecho caso omiso al proyecto sino que con una valla han condenado la posibilidad de que un senderista pueda pasar por el borde exterior de la autovía. Al negársele este paso, se le condena al riesgo que supone caminar por el arcén, justo al lado de los vehículos. Es una forma silenciosa e inapelable de decirle a los ciudadanos: Caminando por la costa no se les permite pasar.
Esto debería ser denunciable. Habrá que estudiar si es legal negar el derecho de paso por la zona de servidumbre costera. Indignante es la palabra que acude a mis labios. Supe del riesgo que supone acceder a la calzada de la autovía GC-1 cuando lo intenté, portando chaleco antirreflectante y un potente frontal luminoso. Apenas pude caminar unos metros pues el pánico que provocan los vehículos de frente y a alta velocidad es enorme y el riesgo de provocar un accidente, muy elevado.
Hay varios puntos negros para aquellos que, muy de cuando en cuando observo, con asombro y terror, que realizan esta travesía, el primero se encuentra a la altura de la desembocadura del barranco de El Sabinal que lo hace en una zona acantilada reconocida como Los Cacharros, situada entre La Marfea y la Central Térmica de Jinámar, en una playa de callaos conocida como playa del Cernícalo. El otro punto de riesgo extremo se encuentra próximo a la entrada de vehículos a la central térmica. Aquí, el efecto de desestabilización y succión que puede provocar un vehículo de gran tonelaje o una simple guagua a alta velocidad es enorme, pues el arcén no existe y la línea que lo define está prácticamente pegada a la valla protectora del acantilado.
Esto se traduce en la imposibilidad de caminar entre los dos municipios por la costa y en la obligación de dar un gran rodeo por Marzagán y el polígono de Jinámar para retomar de nuevo la costa. Esta es la condena a la que obligan a cientos de ciclistas diariamente, ciclistas que utilizan esta vía para poder desplazarse de su lugar de residencia -el municipio de Las Palmas de Gran Canaria-, y acceder a Telde y continuar por otros municipios sureños.
Nada tengo que añadir, pero es curioso que no conozca ciudad alguna costera que no permita la comunicación a peatones y ciclistas por vías alternativas con las poblaciones limítrofes.
Las Palmas de Gran Canaria y Telde sí lo hacen. Muy lamentable.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.