De la espiral de la violencia al odio
Mosquera Mata, Pablo A. - viernes, 25 de octubre de 2024
Ya he contado como en alguna reunión de vecinos el presidente, funcionario de carrera, licenciado en derecho, justifica gritos e insultos por ser ejemplar lo que puede verse cada día a través de los medios de comunicación sucede en Las Cortes del reino de España.
No es desconocido para mí. Durante una década hube de sufrir insultos, amenazas, dianas, intentos de atentados y una grada en Mendizorroza siendo directivo del Alavés, que gritaba... "Mosquera muérete". "Mosquera pin pan pun". En clara alusión a ETA y sus ikintxas.
Tuve que soportar el miedo de los míos. Pero también el miedo de los vecinos que quisieron presionarme para que abandonara mi vivienda de seguridad en mi pueblo natal. Otra vez, una vecina a buen seguro que altera entre trastorno mental y odio, en presencia de otro convecino llegó a decir que "ojalá volviera ETA".
El pasado sábado comprobé como en un programa nocturno de debates en la sexta, se promovía una bronca entre jóvenes y jubilados. Los primeros llegaban a señalar a los veteranos como una carga insoportable para las arcas comunes del Estado, que había que frenar para que la generación que representaban pudieran acceder en su momento a una pensión de jubilados y supongo que de invalidez o viudedad.
Los jubilados se sintieron menospreciados y víctimas de la insolidaridad propia del egoísmo y la más absoluta ignorancia de los derechos contributivos de quienes, como es mi caso, hemos trabajado y cotizado durante más de cuarenta y seis años de nuestras vidas.
Pero es que en una trifulca callejera, un trabajador del Concello me explicitó que los jubilados como yo no éramos útiles. Me lo decía un ciudadano que cada día descansa en jornada laboral hora y media delante de su domicilio donde supongo atiende sus particulares usos y costumbres. No es el único parón que hace, se le puede observar conversando a modo de agente socio político con toda suerte de paseantes y establecimientos de ocio. Nadie le dice nada sobre tal conducta, será por esa labor de agente electoral que viene desarrollando cada vez que hay cita con las urnas.
Hay más y puede que hasta peor. El abuso o uso a conveniencia con mala intención de los términos: FASCISTA, MACHISTA, DÉSPOTA. Además observo cierta mayor frecuencia en el espacio femenino. Rayando incluso acusaciones infundadas o aprovechando esa "ley del péndulo" tan propia de nuestra sociedad en la que desde el siglo XIX impera un halo cargado con los complejos de culpabilidad.
El primero de los calificativos se usa sin conocer los antecedentes históricos. Es como disponer de un comodín para una partida de conocimientos, diálogos y opiniones contrarias a quien en vez de argumentar sus razones, se limita a descalificar con tal insulto.
El segundo suele ir unido a la acusación de acoso. Una dama sabe que para defenderse y lograr lo que desea, sobre todo cuando no le asiste el derecho o la razón, rompe la baraja del diálogo o justifica su inapropiada conducta con un ciudadano, insultándolo con tal epíteto -machista- .
El tercero viene dado por el uso que de la autoridad debe hacerse en una organización jerárquica. Y así quien recrimina o establece con derecho positivo una corrección cada vez con más frecuencia recibe el insulto de déspota.
Los tres insultos son graves, ofensivos y pretenden ser la empalizada en la que refugiar la ignorancia y ausencia de razón, pero que en el ambiente actual suele despertar sospechas sobre la persona, generalmente varón, al que una dama descalifica con tales gruesos calificativos, a sabiendas que :ausencia de responsabilidad punible; pena del barullo en tiempos asamblearios en los que se está invirtiendo la presunción de inocencia por la de presunción de culpabilidad.
Pero y como me ha tocado sufrir en aquel país de los vascos dónde la violencia se convirtió en instrumento para dominar, atemorizar, imponer y acusar, se comienza por el insulto y se llega hasta la respuesta del mismo calado, para después acercar posturas a la agresión y concluir en la subcultura del odio instalado en las relaciones de todo orden en nuestra sociedad.
El odio es un mal sustrato para construir una sociedad en paz y convivencia. Divide y enfrenta. Se convierte en los peores estertores de la decadencia y si le aplicamos la historia, son la semilla de las guerras o conflictos salvajes en los que resulta muy difícil parar y encontrar culpables o víctimas separadas de los anteriores.
Que cada estamento eduque. Que cada organismo al cuidado de la deontología profesional impida y sea severo con prácticas como las que describo, que la justicia actúe de oficio para evitar el enconamiento, el ojo por ojo, la espiral de la violencia y el ambiente del odio.

Mosquera Mata, Pablo A.
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