Memoria histórica
Mosquera Mata, Pablo A. - viernes, 18 de octubre de 2024
A la velocidad que transcurre la vida, la memoria histórica se remonta a unos quince días. Pero siempre hay aprendices de maquinadores que deciden cual debe ser el pensamiento de la sociedad. Así se explica lo de la memoria histórica. Así se explica que algunas masas no sólo sean incapaces de revelarse, es que forman filas en la alienación diseñada por los mandarines de turno.
¿Quién ha elegido una memoria histórica sobre lo acontecido entre la sublevación del ejército de África y su posterior dictadura?. ¿Acaso no fue tan miserable lo acontecido con las guerras Carlistas?. ¿Qué intención hay detrás de la recuperación del espíritu para la revancha cuando las generaciones del periodo incivil 1931-1939, ya se ausentaron?.
Algunos somos partidarios de situar la memoria histórica en el periodo de tiempo que marca el Proceso de Burgos y concluye con el comunicado de ETA anunciando el final. Ahí sí que estamos todos presentes. Si es verdad que faltan los asesinados. Si es verdad que siguen las heridas abiertas. Pero sobre todo, los que nos imponen el periodo necesario para la Memoria Histórica tienen pavor a que más allá de algunas novelas, los que fuimos testigos en primera línea, amenazados, decidamos contarlo todo. Aquello que fue épico, pero también aquello que fue miserable.
Me estoy refiriendo a un conflicto largo, que estoy convencido se termina cuando el Tío Sam, tras los atentados en la Torres Gemelas, decide perseguir por tierra, mar y aire a todas las organizaciones terroristas que se disfrazaban de libertadoras para la autodeterminación de los pueblos. Se termina cuando dos personajes del mundo abertzale deciden o les convencen -vaya usted a saber desde dónde- que han cambiado las coordenadas y el coloso americano junto a sus aliados no les dará tregua. Por cierto, uno de ellos no debería presumir de encarcelamiento. Estaba más seguro en prisión que en las calles de Euskadi. Sabía que la convocatoria del movimiento asambleario que le quita el poder a los comandos de ETA, le pueden tratar como traidor a estilo Yoyes.
Todavía recuerdo aquel domingo. En la estación de autobuses en Estocolmo. Bobby Lerchundi habla con sus compañeros de EE y demacrado nos cuenta el asesinato en Ordicia de Yoyes. Dice que Mario y Teo están asustados. Aun recuerdan como les advirtió Yoyes, cuando le comunican a la "generala" que han decidido dejar la lucha armada -ETA pm-. Y es que durante mucho tiempo, lo mismo que la organización reclutaba en la Kale Borroka, una vez dentro, había que obedecer y no se permitía abandonar. De esto podría contar mucho un tal Chelis...
Cada uno de los implicados tenemos nuestra propia historia en el contexto de la historia general que se vivía en Euskadi y se exportaba al resto de España. La mía comienza con una llamada de los servicios de información que han captado una conversación telefónica entre dos ciudadanos vitorianos -uno gallego y otro de Vitoria de toda la vida- dónde se comunican que ETA ha dado luz verde para que en mi domicilio un comando me dé "un hostiazo". Uno de los dirigentes de UA se desplaza a Donosti y entra en contacto con aquel despacho de abogados desde dónde se practicaban multifunciones. Pero para mayor seguridad, mi amigo con antecedentes muy importantes, se entrevista con un tal Peyo... y logra una tregua. Aun así, era 1990, me colocan una escolta que me dura hasta 2002 en que voluntariamente dejo Euskadi y me traslado a Galicia. Son doce años jugando a la ruleta Rusa...
Poco antes del asesinato de Fernando Buesa, el Consejero de Interior me llama en el Parlamento. Me dice que el comando capturado en el barrio de la Zumaquera en Vitoria, entre otros tenía como objetivos perfectamente estudiados a Buesa y a mí. Me pide que convenza a Fernando para que se tome muy en serio su propia seguridad. Fernando no lo hace. Entre otras razones por un grave error. Se creía que cuando se estaba en conversaciones con ETA, la organización no atentaba contra los que participaban. Luego se supo que aquellas conversaciones eran una constante. Como lo era, que hubiera gentes dispuesta a romperlas mediante el asesinato.
Hay personajes dignos de mención. Me voy a quedar con dos. Javier Elzo, se atreve desde Deusto, sin duda Universidad con enorme prestigio, para analizar el sustrato cultural, educativo y sentimental de una juventud que aspira a ser libertadora del Pueblo Vasco. Y es que mirando desde adelante hacia atrás descubro: como los jóvenes siempre son las primeras víctimas de la manipulación. Lo fueron en la Alemania Nazi, en la Italia Fascista, en la España Falangista. Hoy son marionetas del capitalismo que les enseña a vivir intensamente el presente, el consumo, el mito. Elzo tiraba la piedra y escondía la mano. No conseguí nunca que compareciera en el Parlamento Vasco para explicar sus trabajos sociológicos.
El otro personaje es Carlos Garaicoechea. Un político de corte florentino. Podía haber sido un miembro de la estirpe de los Borgias. De ahí su enfrentamiento con el otro ideólogo del momento nacionalista vasco. Xavier Arzalluz. Este último era de formación germana. Manejaba la dialéctica como el mejor de los maestros formados en el Santuario de Loyola. Carlos se disfrazaba de social demócrata, cuando sólo se trataba de una guerra a estilo curia del Vaticano entre dos egos.
Hay un pequeño secreto del que fui testigo. Las excelentes relaciones entre Álvarez Cascos -secretario general todo poderoso con Aznar- y Arzalluz. De ahí las alianzas que permiten la formación del primer gobierno del PP, dónde Jaime Mayor Oreja tiene una conversación conmigo, en un piso frente al Parlamento Vasco, dónde me confiesa tres cuestiones: La enorme implicación política de Ana Botella en el reparto de cargos y señalamientos de hombres fuertes. Que será Ministro de Interior tan sólo por ser vasco y porque nadie del grupo que merienda en casa de José Mari quiere tal cargo. La oferta que me hace para ser Delegado del Gobierno en Galicia, y que a continuación le filtra a su amigo Cayetano González, quien me lo refrenda en el club Siglo XXI a los pocos días. Evidente que yo no estaba por la labor de abandonar a mis gentes. Todavía hoy me pregunto si acerté y que habría sido de mi. Si se que lo hacían para que UA desapareciera.
Hay tantas historias a contar de un periodo mucho más intenso, próximo y capaz para mover conciencias, que ese capítulo de la Memoria Histórica que algunos se han empeñado en que sea herramienta disuasoria de otros problemas y muchas preguntas...

Mosquera Mata, Pablo A.
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