Prestigiar y sacar fuera lo que como gallegos somos
Mosquera Mata, Pablo A. - martes, 15 de octubre de 2024
(Escrito el día de la Hispanidad 2024).
Me he formado como gallego por tierras y entre gentes de la cepa hispana. La historia migratoria de este mariñano y como tantos otros comenzó en aquellas calles de Madrid en los años sesenta. Era uno de aquellos parias que muchos fines de semana nos reuníamos en Argüelles -puerta de entrada a la Ciudad Universitaria Complutense- para recordar nuestra Galicia. La del norte. La de la costa Cantábrica. La de aquellos bravos patrones a vela en el cabotaje. La de las romerías entre Ribadeo y Viveiro. La de los amigos seminaristas en Santa Catalina de la inmortal Mondoñedo. Y hablábamos en gallego. Pensábamos y nos enfadábamos en gallego. El tiempo que analizábamos sólo tenía dos coordenadas. Recuerdos de la última estancia en A Mariña. Contaduría del tiempo que nos faltaba para regresar a casa.
Aquel Madrid, todavía en busca de la libertad, era punto de encuentro para ese mosaico cultural con acentos diversos que promocionaba un modelo centralista de nación en la segunda mitad del siglo XX. Las nuevas avenidas. Los anuncios de neón. Los scalextric para ordenar un tráfico creciente. El metro como medio adecuado para ir a cualquier lugar por la ciudad de la "señá Cibeles". El régimen nos entretenía discutiendo las últimas hazañas de la Saeta Rubia o del Cordobés. Era método calculado para que los habitantes del kilómetro cero "no nos metiéramos en política...".
Luego y como buen gallego, hube de completar mi formación profesional hospitalaria entre catalanes y vascos. Estaban años luz de nosotros los de la Mariña. Tenían de todo. Hasta el textil gracias a las directrices de la oprobiosa que nos quitó la cultura del lino y se la dio a los blau granas.
Pero algo aprendimos. El orgullo de ser para decidir. Los antecedentes estatutarios de los catalanes y vascos eran mucho más intensos y extensos que los de aquel proyecto de Estatuto Gallego puesto sobre la mesa los días 17, 18 y 19 de diciembre de 1932 por la Asamblea Regional de Ayuntamientos reunida en la ciudad Santa de Occidente -Compostela-.
Supongo que nos sucedía lo mismo que a la generación de mi abuelo en Rosario de la República Argentina. Añorábamos Galicia. Nos comenzábamos a preguntar por ese desgraciado destino que no nos dejaba vivir en nuestra tierra madre, en mi caso entre la mar y el viento. Había gallegos en todas partes, decían que hasta en la luna. Pero... ¿Y en Galicia? ¿Quiénes se quedaban?
Creo que tal situación les hizo y nos hizo ser más gallegos. Estuvimos siempre de paso. El destino era regresar. Invertir lo que habíamos aprendido por comunidades avanzadas socialmente en nuestras parroquias, ciudades del viejo reino, comarcas preñadas por soutos y fragas, hermosa costa de mar bravo y rías suaves. Poco a poco se estaba desarrollando en nuestras almas una mistura compuesta por nostalgia, orgullo y compromiso. De esto último dan fe esos caserones escuelas pagadas por voluntad de emigrantes. Era su esperanza para contribuir a la cultura. Era su fe en que algún día regresarían a una Galicia superior que la recordada. Era, para cualquier destino, huella de amor y entrega a una patria mejor, en la que las siguientes generaciones vivieran mejor gracias a la enseñanza pública.
Nuestra generación camino del agotamiento. Cada foto de antaño es un documento que rinde nostalgia a los que se ausentaron para siempre. Pero por ellos, por nosotros, por los que ya están tomando el rumbo de nuestro país, hagamos bandera del orgullo que encierra nuestra historia, nuestro idioma, nuestro trabajo, nuestro espíritu de pueblo viejo con DERECHOS HISTORICOS TANTO A MAS IMPORTANTES QUE LA DE QUIENES LOGRARON UNA DISPOSICIÓN CONSTITUCIONAL que salvaguarda privilegios y distinciones.
Ser gallego debe ser carta de naturaleza a mostrar dónde quiera que nos encontremos. Si estamos en Galicia, indagando y compartiendo nuestro patrimonio -tercera generación de los Derechos Humanos- Si estamos fuera actuando como cónsules de nuestra "Roma cultural". Dónde quiera que el destino nos coloque, siempre dispuestos a reivindicar lo mejor o al menos la igualdad de trato por el Sistema Democrático para con nuestra madre tierra y nuestros hermanos/as de sangre.
Aquí y hasta el último aliento, hagamos de la Autonomía un instrumento para avanzar en calidad de vida, terminando con la mercadería de nuestros derechos o esa humilde fórmula de pedir o agradecer como si fueran favores lo que en realidad son derechos irrenunciables.
Prediquemos más allá de con nuestro ejemplo. Hagámoslo con nuestra iniciativa. Movilicemos a las conciencias de los más cercanos. Denunciemos las injustas desigualdades y desequilibrios que todavía los mandarines que nos representan toleran, ignoran o cambian para ser mansos cómplices del poder que les distingue con privilegios personales.
Nuestro destino no es emigrar. ¡Basta ya!. Nuestro destino es ser protagonistas, sujetos de derechos, ciudadanos de primera, hacedores de un país a la cabeza de occidente, desarrollado y convivencial.

Mosquera Mata, Pablo A.
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