Dedicado al querido amigo y compañero docente Luis Pérez Aguado,
personaje entrañable que se nos fue con el inicio del otoño,
cuando la caída de las hojas comenzaba a alfombrar el suelo de los bosques.
Ha llegado la noticia de tu marcha, así, tan de repente, que ha cogido por sorpresa a muchos de tus amigos.
Yo, desde la distancia que supone un oceano Atlántico por medio, recibí la triste noticia por múltiples vías: llamadas, wasaps, correos de amigos, Casa de Galicia, grupos culturales y ecologistas.
No me extrañó. No era más que el fruto de tu extraordinaria generosidad, de tu bonhomía, de tu servicio a los demás, de tu alegría de vivir que siempre compartiste con todos.
El día aciago de tu partida, el martes en que iniciaba su andadura el mes de octubre, me encontraba en Benálmadena pueblo, un hermoso caserío blanco malagueño, pletórico de vida y desconocido para mí, donde habitaba otro gran hombre, defensor de la tierra que le vio nacer, César Manrique.
Uso el verbo habitar con absoluta corrección, haciendo uso del verbo como el establecimiento de unas conexión emocianal y afectiva con el espacio que se mora. No se trata pues de una mera ocupación física de dicho espacio, se trata de convertir el espacio en hogar, temporal o no, en armonía con el entorno.
A las personas como tú y como César nunca fue necesario encontrarlas físicamente en un lugar determinado, siempre estuvieron ahí, en sus obras que perduran.
César se hallaba en los Jardines de El Muro. Una impronta más de su universal obra. Recorrí los jardines con calma, escuchando la sinfonía del viento en los árboles de las laderas, embelesado por los sonidos del agua.
A la roca madre le añadió un muro pétreo, respetando la roca matriz capaz de generar tan bella elevación, aunando creatividad, diseño y eternidad, generando una planicie en armonía con la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, la más antigua de Benalmádena, embelleciéndola entre los árboles que la circundan.
Hermosa atalaya es, que permite el asombro del visitante ante la belleza paisajística que la envuelve. Junto al templo, justo a la izquierda de su puerta principal, crece espléndido un hermoso drago canario. ¿Casualidad botánica o maravillosa aportación del artista lanzaroteño?
El mirador que interpretó César Manrique con árboles, caminos, fuentes y charcas, permite reconocer y contemplar dragos y palmeras canarias en la foresta de los alrededores. Un guiño más a la canareidad universal de su autor. También era para mí, vivo recuerdo a tu labor divulgadora, amigo Luis, a tu enseñanza viva en defensa del patrimonio natural y la cultura aborigen.
Un mirador excepcional que nos muestra la costa de Benalmádena y Fuengirola. Unos
jardines que esconden cuevas aborígenes, semejantes a las que tú, querido Luis, nos mostrabas con orgullo en nuestra isla canaria cuando visitábamos el santuario de Cuatro Puertas, la península de Tufia, la montaña de Las Huesas, las cuevas de El Draguillo, el morro Calasio, el almogarén, el poblado y la cueva pintada del barranco de Silva, el conjunto de silos del Cenobio de Valerón...
Recuerdo Luis cuando te conocí, recién llegado al Centro de Educación Infantil y Primaria -Centro Público en aquel entonces- Esteban Navarro Sánchez. Yo iniciaba mi periplo como docente, tu eras una personalidad reconocida en la enseñanza de la historia y en el movimiento cultural de la isla. Siempre ha sido la humildad una de tus mayores virtudes, virtud de sabios, como lo eran tus ansias de saber y comunicar. Te recuerdo cientos de horas en los Archivos Históricos de todas las instituciones canarias y peninsulares que te ofertaran un atisbo de luz a tus investigaciones. Te recuerdo cientos de amigos que te admiraban por tu saber y profesionalidad. Te recuerdo sonriente siempre, amigo de todos, con una agenda personal de tanta calidad humana que me sorprendía tu capacidad de convocatoria de escritoras y escritores, historiadoras e historiadores y un sinfín de personajes públicos de los más diversos ámbitos que desfilaron por el salón de Actos, la Biblioteca y las aulas, tanto del CEIP Esteban Navarro Sánchez como del instituto de El Calero, en tus etapas de Jefe de Estudios en el CEIP, Vicedirector en el IES.
De tu periplo como escritor sólo doy fe de la emoción que me han provocado cada una de tus publicaciones y de la admiración que he sentido ante tu calidad literaria. De lo fácil que es leerte y de la fina ironía que siempre mostraste en tus escritos, tanto literarios como periodísticos. De tu valía como escritor canario, personas con mayor conocimiento y rigor profesional, reconocerán sin lugar a dudas, la importancia de tu obra.
Yo, sentado ahora bajo la sombra de uno de los viejos dragos que ocupan con orgullo un amplio espacio en el Parque de Málaga, hermoso recinto ajardinado de la capital malagueña -¡Qué bien han sabido reconocer los andaluces la belleza, porte y majestuosidad de nuestro árbol por antonomasia, pues no hay plaza o jardin que se precie que no luzca uno o varios ejemplares de Dracaena draco¡-, siento como en mi corazón se apaga otra brillante luz que iluminaba una estancia emocional con nombre propio.
Ante la ausencia de cada amigo que siempre nos sorprende con su marcha inesperada, se siente orfandad por la soledad que supone, pero es necesario contrarestarlo con valentía y fortaleza, pues la vida sigue. Es por ello que, dejando a un lado el dolor que conlleva el vacío creado, entro en la estancia de mi amigo Luis, tras abrir una puerta que se me antoja de recia madera de tea, el mismo material que labraron artesanos en cada uno de los balcones de Vegueta o de La Orotava y que con tanto cariño me mostraba.
No hay luz en ella, esa luz que alimentaba cada día el contacto personal, el saberlo al otro lado del teléfono, el encuentro en la calle, a través de un wasap o de un correo, pero éste, como cada habitáculo personal que se encuentra en los laberintos afectivos y emocionales del corazón de cada uno, atesora un sinfín de recuerdos. Es cuestión de memoria recordar cada uno de ellos y sonreir siempre, como lo hacía mi amigo Luis, saboreando el placer mutuo de aquellos momentos. Sabiendo de la fugacidad de la vida y de la verdad inmutable que supone su término, con ellos me basta.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.