Reflexiones de un médico jubilado
Montesanto, Andrés - jueves, 10 de octubre de 2024
Cuando era un ilusionado estudiante de medicina, recuerdo a dermatología como una materia "maría". La especialidad que tenía menos sexapeal del programa. Salvo un puñado de infecciones, el resto eran patologías de causa desconocidas y los tratamiento se circunscribían a los corticoides.
He visto estos días por la tele a un joven médico que obtuvo una de las mejores notas del MIR, y que después de pasar un año en la residencia de cardiología, cansado del estrés y la escasa remuneración, destinó otro año de su vida para volver a presentarse al examen, esta vez en dermatología. No hay urgencias, menos estrés y más pasta.
Si esto fuera un hecho asilado, me costaría asimilarlo. Pero va en el mismo sentido que toda la humanidad. La imagen, lo exterior, la carcasa, prevalece sobre el interior, la esencia, el alma. El dinero, es decir las apariencias, por sobre los sentimientos y la vocación.
Han desaparecido los dermatólogos de los sistemas privados, como si fueran un sindicato, todos juntos, se dedican a la estética y a hacer dinero rápido. Una amiga me contó que concurrió a un especialista, que antes veía por el seguro privado pero ahora debe ir "de pago", abonando unos respetables honorarios. Y le recetó un pomada que, para que le costara menos, la debía comprar directamente en la página web del laboratorio con el código del profesional. Valor de la pomadita, 150 euros. Por curiosa, encontró una muy, pero muy similar en una conocida franquicia a solo 18 euros. Y luego te enteras que el doctor se va a un congreso a Japón con todos los gastos incluidos.
A mi odontólogo le ofrecieron retribuir con un 10 por ciento las radiografía que indicara a sus pacientes, si los enviaba a determinada clínica. Él pidió que se los descontaran a ellos de la factura, porque ya había cobrado sus honorarios y le parecía deshonesta la bonificación oculta. Y no le falta trabajo.
¿Qué pasa con los médicos? Los españoles se van a Alemania, Francia o Suiza, porque ganan más. Los argentinos vienen a España y los paraguayos y bolivianos se van a Argentina por la misma razón.
Pero no son los únicos. La mayoría de los jóvenes están frustrados porque ganan poco y no pueden independizarse. Los policías, empleados de juzgados, bomberos, agricultores, ganaderos, maestros, sanitarios, camareros, obreros, taxistas, personal de cabina, controladores, pilotos, prácticamente todo el mundo reclama aumento de sueldo. Los únicos que no se quejan son los alcaldes y concejales, ya que se los aumentan ellos mismos, sin ruborizarse.
Hay miles de varones africanos que arriesgan su vida para... ganar más dinero (eso se creen). Y millones de personas que comen todos los días que los estimulan y protegen. Buscan un futuro mejor, dicen.
Volviendo al tema del inicio, el otro día me vio un traumatólogo español, de mediana edad, que, sin esperármelo, se levantó de su silla y me practicó varias maniobras para llegar al diagnóstico. Casi lo abrazo. Porque últimamente me han visto varios que están más concentrado en la pantalla que en el paciente. Y visité a un joven especialista en digestivo que, cuando le expliqué que era médico jubilado y le empecé a contar mis síntomas como colega, me pidió que me callara porque lo distraía y no podía escribir en la bendita pantalla. Aunque el que me emocionó con su profesionalidad, fue un especialista de la Seguridad Social, que ante unos análisis muy alterados debidos a una probable hepatitis virósica, como intenté explicarle, sacando pecho ante una residente y una estudiante, me derivó a la unidad de ¡transplante hepático! Un verdadero genio.

Montesanto, Andrés