Cuando languidece tu pueblo
Timiraos, Ricardo - martes, 08 de octubre de 2024
A mi amigo Pepe de Area, genial cuentista del rural gallego,
con gratitud en la memoria.
Escribía en una ocasión un poema en gallego que terminaba así: "Hai doores que doen porque veñen dos teus/ porque son teus, porque a eles adicaches- la vida/ e por vir dos teus, porque lles adicaches a vida ¡doen tanto!... /que non atopas onde deixalos".
Ayer, paseando con mi mujer por el casco antiguo de mi pueblo, nos invadió el mismo sentimiento: Duele tanto su decrepitud que uno no encuentra el antídoto que mitigue tanto dolor. Y duele porque ves ahora las calles vacías, sin aquellos niños que corríamos y jugábamos con alegre algarabía; sin aquellas madres que iban a sus recados; sin los obreros que se movían de un lado a otro por sus faenas; porque desaparecieron las tazas de ribeiro que animaban las canciones que salían de las tascas; porque se esfumaron las pandillas de amigos que andábamos de vinos; porque cerraron los negocios donde se vendía de todo: zapaterías, tiendas de ropa, mercerías, bazares, joyerías, ferreterías, comestibles, menaje de hogar, barberías, cafés bares y multitud de tabernas. Allá van las animadas ferias, que parecían días festivos por su animación, hoy sustituidas por pequeños mercadillos. Todo era vida, animación, trasiego y, aunque el dinero aquí siempre fue escaso, la generosidad, y sobre todo el compartir, era una lección de humilde ejemplaridad que hemos olvidado. Después los políticos nos vendieron la moto de los supermercados, hundiendo los pequeños negocios, para enriquecer a los grandes y aparecieron los chinos con la economía de la globalización para ganar la batalla a los últimos numantinos.
Mi pueblo, igual que toda Galicia, es ancestralmente una fábrica de carne de exportación. Lleva de serie, impreso en el ADN, la emigración como salida laboral, pero esa filosofía es para otro artículo.
Por entonces, estoy hablando de los años 60 y 70 del pasado siglo, el pueblo vivía en ebullición. El mar, la mina y el campo cumplimentaban una economía que sonreía en el verano con un turismo elitista. Cierto es que había efervescencia vital, pero eso no paliaba la precariedad económica que desembocó en las olas migratorias hacia Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania... y las grandes áreas urbanas de Madrid, Barcelona o el País Vasco.
En mi pueblo la gente está habituada, porque no le queda otra, a la precariedad laboral y casi todo el mundo aspira a mejorar. La vida por entonces era muy dura, pero curiosamente, dentro de aquella necesidad o generalizada pobreza, la solidaridad era ejemplar, lo que contrata con la comodidad actual y el egoísmo tan insolidario. Así que familias enteras se marcharon dejando sus casas cerradas o abandonadas. Y si no hay gente, ves los negocios con carteles de "se vende". Y duele porque no hay mayor dolor que arrancar a alguien de su tierra. Nadie se puede imaginar la pena, la desazón, la amargura con la que viven los desterrados hijos de Eva, aunque hayan encontrado un lugar acogedor donde acomodar sus vidas. Falta la patria de la infancia que diría Rilke. Así nada de extraño hay en nuestros paseos, porque queremos aquello que también decía el genio de Praga: " Abrázame en tu silencio, déjame escuchar el latido de tu corazón y me sentiré en casa".
Y ahora, en uno de nuestros afortunados y frecuentes regresos, todavía duele la ausencia, porque ya tus ojos no encuentran a los tu madre, sentada en el balcón, agradeciendo un saludo; porque ya murieron los días de vino y rosas en que abrazabas a la anciana madre de un amigo como si tú fueses el embajador de su hijo que había emigrado o marchado a navegar. Y duele porque hasta los gatos se quedaron sin quien los cuide; las ventanas están ocupadas por las arañas y sólo las gaviotas anidan y proliferan sin pudor alguno.
En medio de este humilde puzle de callejuelas, subsisten algunos establecimientos, que antes se llamaban negocios. La vejez llegó a la España vaciada y mi pueblo no es ajeno. Primero se ensañó con las aldeas y después con los pueblos. La evolución de la vida está directamente relacionada con las posibilidades de desarrollarse de las familias. Que la política podía evitar algo, quizás; pero esa casta casi siempre vivió para su lucro personal, siempre fue títere de caciques y nunca trabajó en otra cosa que a desprestigiar al adversario que a defender los intereses de sus representados. Por todo ello, el pueblo está vacío y hasta las iglesias se han marchitado. Aquí reina el silencio entre el chirriar de gaviotas, algún maullido y el sollozo acallado de los paseantes.
El pueblo duerme en el regazo de sus sábanas de nubes, adormecido por el sopor del cansancio vital, indiferente al devenir y estoicamente habituado al olvido de sus diversos gobiernos. faltan los ojos sonrientes de sus niños, regresaron al sur las hermosas golondrinas del Poeta, se escaparon las carcajadas que viven en la alegría... y hasta los charcos reclaman los zapatos que los pisen. Aquí reina también la desolación, porque los tiempos arrastraron a la gente hacia las colmenas de las ciudades y cerraron a los pueblos las ventanas del porvenir. Muchos se marcharon, otros se quedaron llorando en silencio las ausencias. Es precioso soñar que la vida es bella, pero también puede ser, diremos con benevolencia, diferente. A hora todo es una nostalgia y sencilla película de secuencias de familias rotas, de abrazos fugaces, de llamadas telefónicas y curiosas anécdotas, de noticias de defunciones, de corazones que se quieren en silencio, de besos en la distancia merced al eco de las palabras, de sueños viajando por el mar de olvido. Todo es un recuerdo sufriente de un mar que duele y de una tierra que suda. Todo sigue siendo un camino de piedras, charcos, zarzas y flores por doquier, que por algo se llama Valdeflores. El Landro, siempre sin prisa, descansa en sus meandros mientras recoge las lágrimas que huyen del dolor del trabajo y del cansancio.
La vida es un vulgar saco de absurdas avaricias, de románticas canciones que todavía vuelan tras el amor, de un crepitar de velas en oración tras una imagen de escayola. Quizás su Dios les sonría. Sería lo deseable. El nuestro es el Amor que vive en la niebla de nuestra humilde inteligencia y en el ejemplo de los hombres. La vida languidece y mis vecinos ausentes todavía esperan, escondidos o perdidos en la distancia, con reencuentros efímeros, sabiendo que cada día amanece con mayor soledad.
Y nosotros nos preguntamos, ante el espejo "vitange" de nuestro pueblo, cómo fue posible llegar hasta aquí habiendo perdido tántas cosas. ¿Qué hemos hecho que no haya sido trabajar, seguir queriendo a la familia y a los amigos, buscar la paz, la alegría y la concordia? Cierto es que hubo errores, por mi parte muchos, pero, aún así, la vida se encarga de robarte los sueños, de ajar el jardín de tus rosas, de separarte de aquello que tanto has querido, de abrirte el libro de las mezquindades para que lo leas.
Pero no olvides, mi Amor, que el sol, aunque aquí sea esquivo, el de nuestro pueblo no tiene parangón, y está ahí y madurará la cosecha; que su luz también sonríe a los ojos llorosos y cansados; que la verdad es una fruta tan escasa como exquisita; que las guerras no tiene más padres qui el dinero. Recuerda, mi Vida, que, ante la adversidad, la lucha, el esfuerzo, la constancia son el mejor fruto de tu inteligencia; olvídate de lo banal; huye de la mercadería de los aplausos; elige a tus amistades con tacto, finura y elegancia, sin olvidar jamás la humildad, la sencillez y tu origen. La lucha y lo sabes bien, siempre vale la pena. No estés triste jamás por más que, aunque ya vivamos en el otoño y sólo seamos hojas caducas que viajamos en el Landro de la vida, siempre nos levantamos, aunque sea con la ayuda de los amigos. La felicidad es un sentimiento sublime, que no se marchita con el tiempo, fruto de la generosidad. La mejor lección de la vida es amar.
Nuestro pueblo, el barco de nuestras vidas, desgraciadamente, se hunde a pesar de que hemos remado para arribar a puerto; quizás sólo se marchite, quizás perdamos muchas cosas, pero a ti y a mí nos quedará el sabor de sus besos, la sonrisa de sus ojos, el abrazo de los amigos, las canciones de los vecinos, el cementerio- el jardín de los recuerdos-. Nos quedará tanto y tan sublime que algún día también nos podremos ir con una ráfaga de viento. Así que si ves mojadas las paredes de nuestro pueblo, no creas que son mis lágrimas, has de saber que es tu sudor que germina las rosas de tu jardín.

Timiraos, Ricardo