Descubriendo la isla al golpito
Dedicado a los compañeros del Colectivo que, con su trabajo, esfuerzo y presencia,
son capaces de transformar un simple caminata por bellos parajes, en una ruta
interpretada desde el corazón, la historia y el conocimiento.
Había asistido, el pasado año, a una de sus rutas programadas con el objetivo de acercar a los senderistas que les acompañaban, el patrimonio arqueológico, etnográfico, hidrológico y medioambiental de Telde. Recuerdo que aquel periplo discurrió por los territorios más elevados del campo de volcanes de Rosiana. Era esta
mi segunda ruta con ellos, esta vez dentro de un programa igual de novedoso, diseñado para el dos mil veinticuatro.
Recuerdo que la guagua realizó su recorrido por la GC-130, carretera que tras pasar por Lomo Magullo, La Breña y Cazadores nos lleva a las zonas más altas del barranco de Guayadeque, lugar donde el periplo se iniciaba, en las estribaciones cumbreras del muncipio teldense. La intención era conocer la formación de alguna de las vaguadas que daban lugar al nacimiento del barranco y realizar un periplo didáctico por el mismo hasta su culminación en Montaña Las Tierras.
Yo era un caminante más en la guagua y, como los restantes viajeros, leí con interés la hoja informativa que nos entregaba en mano uno de sus guías en el monmento de subir al vehículo. En ella se hacía mención al programa del presente año. Lo cierto es que no podía ser más ambicioso e interesante. Su título: "Arqueo rutas: un patrimonio a la vista".
Sus objetivos, bien definidos, estaban allí reflejados:
- Enseñar, educar y concienciar sobre la importancia del patrimonio cultural.
- Valorar nuestro rico patrimonio.
- Conocer los elementos culturales más importantes en un itinerario a pie, trabajado y preparado previamente.
- Observar y conservar el territorio donde se encuentran elementos olvidados o aún pendientes de investigar por la ciencia y la arqueología.
Para hacernos partícipes del paisaje que íbamos a recorrer, Alvaro Monzón, guía y coordinador del Programa de senderismo del Colectivo y Abel Galindo, historiador y arqueólogo, micrófono en mano, nos acercaron de un modo relajado y ameno, interesantes pinceladas sobre el territorio que íbamos a transitar, el recorrido previsto y el entorno en el que estaba situado.
Me agradó constatar como la mayoría de los cuarenta asistentes al pateo, leían detenidamente la información ofertada en la hoja, impresa a todo color, información presentada con un formato sencillo a la vez que atractivo, donde una ilustración central describía el itinerario completo, una sección hacía referencia a la protección de los espacios a recorrer y otra informaba sobre la formación del barranco, sus valores arqueológicos, etnográficos, hidrológicos..., en fin, que en tan escaso espacio impreso, nos acercaba retazos históricos de sus primeros pobladores, la génesis del barranco y su historia más reciente.
Una vez descendimos de la guagua, me sorprendió gratamente la familiaridad reinante, el buen rollo de todos los senderistas, los saludos sosegados y sinceros, la alegría que manifestaban sus rostros. Había complicidad en las miradas, cercanía en las palabras y mucho respeto a los ritmos impuestos por los guías unas veces y otras por el grupo. Tres fotografías, dos en color y una en blanco y negro plasmaban en la hoja informativa tanto la belleza y majestuosidad de tan importante cuenca hidrográfica como testimonios de un pasado vinculado al mundo de los viñedos cultivados en ambas laderas en la zona media y alta del barranco, de los lagares, las prensas, las bodegas
, ahora ocultas por la vegetación, el tiempo y el abandono.
La armonía y el interés que mostrábamos por la información facilitada, surgía del respeto a las personas que, con larga experiencia, buen talante, mucha paciencia y tiempo, dirigían el grupo. Por su parte, ellos mostraban capacidad y cualidades para empatizar con todos y cada uno de nosotros, atendiendo los ritmos personales de los particupantes, utilizando estrategias de motivación adecuadas, favoreciendo recesos y maneras para captar nuestra atención.
Así, en las paradas interpretativas, aunque eran responsabilidad de los organizadores de la misma, me sorprendía la espontaneidad de los asistentes aportando información, conocimientos específicos, anécdotas, peculiares intervenciones que facilitaban su participación, siendo de ese modo parte activa en un conocimiento diverso y colaborativo, mucho más atractivo.
La ruta en sí, se convirtió para mí en una experiencia sensorial difícil de narrar, pero es mi obligación intentarlo, pues uno de mis objetivos para esta ruta consistía en dar fe de la gestión del itinerario, analizada desde el tratamiento de las emociones.
El escenario podría describirse de este modo: nos encontramos en plena primavera, pasadas las ocasionales lluvias de marzo. En las retamas amarillas de cumbre comienza a despuntar su floración, pero ya el campo está vestido de color, pues una serie de plantas cumbreras se encuentran en su máximo esplendor:
La floración de las morgallanas es de una belleza tal, que parecen esmaltadas sus flores, pétalo a petalo. Y así lo anunciaba, en plan irónico, nuestro buen amigo y compañero Gilberto Martel, al solicitar nuestra atención sobre la planta y hablarnos del brillo céreo que presentan las flores de esta especie endémica canaria.
Los alhelíes de cumbre se encontraban igual de florecidos y eran laderas enteras las que se vestían con sus colores y la blanca floración de las gamonas.
Por su parte, con su porte frondoso, las magarzas de cumbre eran pura flor.
Contrasta esta riqueza cromática con la realidad del paisaje. Un paisaje reciente, pues fue transformado en ceniza el sustrato arbustivo por obra y gracia del último incendio.
Tiznadas se encuentran las cortezas de los pinos canarios que,a pesar del fuego recibido, rebrotan cuán Ave Fénix la mayoría de ellos.
Y es que entre esta explosión de color se suceden los esqueletos ennegrecidos de los arbustos que conforman el sotobosque. Escobones, retamas, jaras, han ardido por completo y su futuro próximo es aportar nutrientes al suelo donde prosperar nuevas plantas. No podemos olvidar que es ese y no otro, el ciclo de la naturaleza, la estrategia elegida para convertirse en eternas.
Las herbáceas pintan de nuevo el suelo ennegrecido, el suelo de cenizas, Es como si dijeran que tras la voracidad del incendio, la tierra se ha tornado más fértil y propicio para ser de nuevo colonizado.
La salvia y la magarza sorprenden con su explosión de nueva vida. Un semillero natural que, tras el incendio, ha regenerado el sustrato botánico con miles de plántulas que alfombran el suelo por donde pasamos. Pequeños plantones de salvia blanca y magarzas cumbreras auguran una pronta recuperación arbustiva de la flora autóctona.
Se unen a estos arbustos, decenas de pinsapos, pinos que apenas levantan tres dedos del suelo, plántulas delicadas que pugnan por tener una oportunidad para crecer junto a los que se mantienen quemados pero que permiten, con la pérdida de su estructura foliar, la llegada del sol y la luz al suelo del bosque.
Hay herbáceas que surgen tras la humedad del suelo, todas ellas con pintas de ser plantas autóctonas o nativas.
Llama la atención la cantidad increíble de insectos alrededor de la floración del monte. Cada flor observada es un universo lleno de vida invertebrada. Dípteros, lepidópteros, himenópteros, formícidos, coleópteros, dictiópteros hemípteros...
Una vez más los relinchones visten de amarilllo los suelos antaño cultivados de la hacienda que nos encontramos en esta zona reconocida como Cascajales o Los Cascajales, hacienda abandonada en la actualidad, pero que disponía de hormo paras amasar pan, de goro para guardar el ganado y era para trillar, recoger el grano y aventar la paja.
De finales del XIX, este caserío albergaba dos familias que vivían exclusivamente del cultivo del cereal de secano: trigo y cebada. Su presencia favorecía el mantenimiento del bosque y las vías agropecuarias, facilitando así el comercio interior. Visto desde el presente, hablamos de otro esquema social, otro modus viviendi, otra visión de la tierra, una relación diferente con el entorno y la naturaleza.
Mientras Abel Galindo nos habla de tan interesante referente etnográfico, observo una decena de mariposas de la col libando en las enormes flores de lirios blancos (Iris albicans), completamente asilvestrados. Es innegable que este lugar, cuando no se trata de sobrevivir por necesidad, visto desde nuestro prisma actual, es un lugar paradisíaco. Se incide en las preguntas y explicaciones en las tareas diarias y la vida en estas casas. Todo es pasado.
Es interesante la reflexión hecha por el compañero Gilberto Martel sobre la remuneración básica que deberían tener aquellas personas que con sus modos de vida, con su trabajo sobre el terreno previenen incendios, mantienen la tierra fértil y conservan estos paisajes, practicando un modus vivendi que no parece atractivo para las nuevas generaciones pero que, a pesar de ello, es muy necesario. Agricultura y ganadería como acticidades básicas capaces de mantener tradiciones, identidad y la que parece cada vez más inalcanzable, autonomía alimentaria.
Observando aquel grupo de personas, fieles a la filosofía del Colectivo Ecologista Turcón, reflexioné sobre sus guías. No me sorprendía la presencia en el grupo de senderistas francesas, alemanes, chinas y otras nacionalidades. Había mucho nivel en la puesta en escena y un sincero compromiso en la realización de aquel recorrido, emocional y didáctico.
Mentiría si no reconociera el orgullo que sentía por pertenecer al Colectivo, una enorme satifacción ante aquel trabajo bien realizado, pulido y experimentado durante cuatro décadas, silenciosa labor reconocida en la confianza y complicidad que observaba en las miradas de los asistentes, en sus francas sonrisas, en su satisfacción, equilibrio y sosiego.
Perdería la siguiente ruta -desconocía yo que el capricho del tiempo y las circunstancias no me permitirían realizar nuevos periplos con el colectivo hasta la programada para el mes de noviembre con la visita a Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, de la que les hablé en mi artículo anterior-, me cogería de viaje caminando por otros derroteros, pero sería una pérdida sentida, tanto es así que para el resto del año me propuse posponer otras salidas personales e incorporar a mi rutina de paseos las registradas en el calendario de rutos del Colectivo -algo que como veo ahora, medio año después, no pude cumplir-.
Presente o no en cada una de las rutas programadas, su labor era y sigue siendo extraordinaria. Gracias compañeros, por tan buena labor.