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Gatos y más gatos

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 15 de septiembre de 2024
La preocupante historia de un voraz depredador

Dedicado a todos y cada uno de los animalistas, incapaces de ver que con su cariño
desmedido e insensato hacia un depredador tan letal como el gato, contribuyen
ellos solitos a la extinción de otras especies, al parecer para ellos, menos agraciadas.

Animalista. Sólo el término, así de pronto, me produce rechazo. No dejo de reconocer que puede ser una visión puramente subjetiva y por ello, Gatos y más gatospara comprenderlo mejor, acudo a mi amigo de siempre, el diccionario de la Real Academia Española. Leo:
Adj. Que defiende el derecho de los animales.
Y ahí comienza mi controversia. Si los animalistas defienden el derecho de todos los animales, ¿Por qué defienden sólo el derecho de aquellos que ellos consideran?
¿Cuáles son las razones que les llevan a realizar una selección, a todas luces arbitraria como veremos luego, convirtiendo con su protección a alguna especie en plaga y condenando al exterminio a otras?
Está claro que son fundamentalistas en sus principios pues defienden a ultranza algunas especies que son dañinas para su entorno, sin atender a razones de peso que recomiendan un control de las mismas, se manifestan con virulencia y amenazan judicialmente a las instituciones que pretenden aplicar la ley que protege la biodiversidad faunística y el sentir de otras personas que no piensan como ellos. Utilizan su tenaz disposición para favorecer las poblaciones de gatos, consolidando las colonias existentes en espacios públicos y favoreciendo la impantación de nuevas, con nuevos comederos, nuevas cajas para la cría en zonas donde nunca hubo gatos domésticos ni asilvestrados. Así, barrancos, playas, riscos, montañas, espacios protegidos… se encuentran inermes ante la presión que estos felinos ejercen sobre las especies que depredan. Son tantas las víctimas y tan variadas que me limito a hacer referencia de los filos y clases faunísticas a los que pertenecen: artrópodos, anfibios, reptiles, aves, mamíferos y peces -aunque puedan extrañarse algunos de los lectores, he visto a uno de los gatos que forman la colonia estable de Taliarte -por supuesto, en los riscos sobre un espacio de todos los ciudadanos-, capturar un pequeño pez de un charco, tras un largo acecho qué terminó con éxito para el felino. Su técnica demostraba que no era la primera vez que acechaba a los habitantes del litoral. Esto sucedía al tiempo que, próximos a la avenida peatonal, sus comederos se encontraban llenos de pienso, ratificando con tal comportamiento la imposibilidad de controlar su instinto innato.
Para no aburrirles, estos felinos son capaces de poner en peligro o eliminar la biodiversidad existente en un espacio determinado. Y esto por obra y gracia de unos defensores inconscientes que no atienden más que a su ego emocional y a su ignorancia, criticando y haciendo oídos sordos a las recomendaciones y estudios de los especialistas, investigaciones contrastadas, estadísticas de toda índole, ya procedan de ornitólogos, entomólogos, herpetólogos, mastozoólogos, ecólogos, etc.
No hay que exprimirse mucho la cabeza ni realizar sesudos estudios de investigación para disponer de datos fiables sobre la depredación de estos "simpáticos animalitos". Son tan estremecedores que le da a uno reparo presentarlos en público. Pero si queremos que algo cambie no hay otro remedio.
Basta ya de andarse con miramientos, día tras día sale alguien a hablar de esta peligrosa protección sin sentido. La última declaración, del señor Pascual Calabuig Miranda, biólogo y veterinario, especialista en fauna salvaje. Afirma, así de claro, lo que es obvio para muchos: "La Ley de Proteción Animal protege más a los gatos que a la fauna amenazada" Copia literal de un artículo publicado el pasado domingo, 25 de agosto, en el diario La Provincia.
Lo cierto es que las estimaciones más bajas calculan un global de mil trescientos millones de aves al año en España depredadas por los gatos. Así de contundente es el dato. No es una cantidad cerrada, aunque sí se considera el mínimo contrastado, pues otras estadísticas no menos aventuradas y tan fiables, pues proceden de asociaciones y organismos reconocidos, hablan de cuatro mil millones de pájaros que acabaron en sus garras. No son cantidades increíbles ni disparatadas, si tenemos en cuenta que sólo la población censada de gatos domésticos y callejeros se aproxima a los seis millones de ejemplares en España. Esta valoración hace referencia a los gatos censados pues en realidad las estimaciones más veraces fijan una población que se acerca más a los diez millones de ejemplares.
No somos los primeros en población de gatos pues, sólo en Europa, Alemania, Francia y otros países nos superan, siendo Rusia, con más de veinticuatro millones de gatos la que se lleva la palma.
Si queremos abundar en el desastre ecológico que provocan, diversos instituciones e institutos científicos dedicados al estudio y control de especies invasoras, como los gatos, han consensuado una valoración numérica sobre el alcance de la depredación anual de estos felinos en el territorio continental de Estados Unidos. El resultado no puede ser más alarmante: La cantidad estimada se encuentra en una horquilla entre quince y veinte mil millones de aves, pequeños mamíferos, reptiles y anfibios. Muy preocupante ¿no les parece?
Lo cierto es que, disfrazado de animal de compañía, un verdadero depredador campea por el entorno, fuera del control doméstico, animal que se vuelve más letal cuando se asilvestra, destrozando el equilibrio ecológico de los espacios naturales donde se encuentra y condenando a algunas especies a su extinción.
Esto es tan cierto como que el treinta y tres por ciento de las extinciones de aves y reptiles en el mundo se deben a los gatos. Es increíble que con estos datos, los Gatos y más gatosresponsables públicos miren para otro lado y aprueben leyes de bienestar animal que provocan bienestar en unas personas -los animalistas y los amantes de estos felinos-, y malestar en otras, leyes que sólo sirven para beneficiar especies privilegiadas como los gatos, pero que suponen una condena a muerte para muchas otras.
No busco con ello una crítica fácil a la ley de Bienestar Animal, al contrario considero que es necesaria, pero en ella debe recogerse como prioridad la defensa a ultranza de las especies en peligro y los endemismos en general y eso no se ha hecho. La protección para ellas debería ser absoluta. Si fuera así, una de las medidas urgentes sería un riguroso control de las poblaciones asilvestradas de aquellos depredadores que como el gato se encuentran fuera de su ámbito doméstico, donde debería permanecer como animal de compañía.
Es curioso que los animalistas, que cuentan con partido político propio, -poco oyes hablar de ellos hasta la cercanía de las elecciones, sus resultados son puramente testimoniales, los propios de un partido residual pues no alcanzan el tres por ciento en aquellos municipios donde se presentaron y no cuentan con representación alguna en gobiernos locales, autonómicos y nacionales-, pero no de un apoyo poblacional mayoritario, dispongan de tanta capacidad para decantar la balanza a favor de tanto descontrol felino.
Un cálculo carente de mayor precisión, pues es imposible controlar el número de gatos callejeros, asilvestrados y cimarrones habla de un mínimo de dos millones y un máximo de diez millones.
Es entonces cuando me pregunto: ¿en qué país vivo? ¿en uno dónde la voz de los expertos y científicos que nos confirman con datos y sistemáticas investigaciones que especies exclusivas como el lagarto de Gran Canaria -es tan serio el tema que si buscan información en rotativos canarios o en estudios y tesis doctorales en Canarias, todas las especies de lagartos endémicos insulares, las lisas y los perenquenes, también endémicos, las aves -la mayoría endémicas, son vulnerables o están en peligro de extinción-, están condenados, al igual que un alto número de especies a desaparecer por culpa de estos depredadores?
Leo en el ideario de PACMA que tienen por bandera la defensa de los derechos de los animales.
¿Acaso defienden al lagarto de Gran Canaria, el lacértido vivo de mayor tamaño en las islas? ¿Al lagarto gigante del Hierro? ¿Al lagarto gigante de La Gomera? ¿Al lagarto tizón de Tenerife? ¿A los lagartos endémicos de la Palma? ¿A los de Lanzarote? ¿Al canario de monte? ¿A los reyezuelos canarios? ¿Al pinzón azul de Tenerife? ¿Al pinzón azul de Gran Canaria? ¿Al pájaro picapinos?...
Por mucho que busco en los medios de comunicación, nada encuentro. Su protección en este caso suena más a oportunismo político. Ningún posicionamiento, ningún pronunciamiento sobre la conservación de estas especies más desfavorecidas.
Si miramos las especies endémicas en estado crítico de extinción aparecen la lisneja, una especie de lisa presente en Fuerteventura, la musaraña canaria y cuando analizamos quien contribuye a la merma de sus poblaciones de un modo sistemático, siempre encontramos los "lindos gatitos" asilvestrados.
Un reciente estudio de la Universidad de la Laguna sobre la depredación de mamíferos, aves, reptiles y anfibios en la isla de Gran Canaria registra la escalofriante cifra de un millón setecientos mil animales al año -Fuente: Tesis de la bióloga Patricia Hernández García basada en investigaciones y registros volcadas en publicaciones de reconocidos biólogos y zoólogos de dicha Universidad-.
Otros estudios concretan la depredación de estos felinos en toda España y la cantidad no se aleja mucho de los doscientos millones de animales al año -es posible que esta fuente sea más precisa que la señalada antes de mil trescientos millones, sólo de aves, pero ambas fuentes se basan en estudios fidedignos- . Ante estas cantidades -una u otra son aberrantes-, y la escasa o nula valentía de los políticos para atajar el problema de raíz, ordenando la erradicación total de los gatos que se encuentren en el medio natural fuera del control doméstico, como aconseja el investigador Miguel Clavijo de la estación Biológica de Doñana, la desazón la rabia y la impotencia invaden a uno ante tanta tibieza, ignorancia e incumplimiento de la legislación vigente por parte de las aurtoridades, en cuanto a la protección de las especies endémicas.
Yo les pregunto y hago una propuesta a los amantes de los gatos: Si tanto les gustan los gatos, las defensoras y defensores de estos felinos podrían plantearse la idea de repartirse entre ellas y ellos los cinco o diez millones de gatos que se estiman asilvestrados en el país. Nadie se opondría a ello -yo, al menos, seguro que no-, siempre y cuando los mantuvieran a buen recaudo en sus propiedades. De no parecerles una propuesta razonable, les recuerdo que están vulnerando mi derecho y el de millones de personas a disfrutar de la vida como se encuentra en la naturaleza y no bajo la presión inducida por esta millonaria cantidad de felinos incontrolados que no hemos soltado nosotros y que no queremos en plazas, calles, parques y espacios naturales.
Como triste anécdota un ejemplo cercano y contrastado: las aves depredadas por la población de gatos -población cuyo alto número de ejemplares desconocen los responsables del mantenimiento del parque- que habita en el parque de San Juan de Telde, es enorme. Son muy pocas las aves capaces de sacar adelante su nidada en la mayoría de los árboles, pues si no es uno, es otro, siempre hay un gato trepando los árboles y arbustos, que termina alcanzando los nidos.
¿Entienden ahora cómo no es tan descabellada la abultada cifra de aves depredadas? Si con tantos millones de aves muertas por gatos al año no logramos comprender la alteración en el equilibrio en los ecosistemas y el riesgo real en la pérdida de diversidad de las especies, entonces no hay nada más que añadir. A quienes no lo ven, es innecesario ofertarles otra explicación.
Me cuesta creer que cuando nos referimos a defensores de los animales, se reconozcan o no como animalistas, tengamos que pensar en fundamentalistas ignorantes que por defender a ultranza una especie -que para más cachondeo, muchos ni siquiera las tienen en sus casas como mascotas pero sí las defienden fuera de ellas, donde no deberían estar, aunque propaguen enfermedades diversas o sufran por ellas, como la leucemia felina que se ceba en gatos callejeros, que les deja indefensos ante las infecciones, que termina con ellos y que propagan sin remedio por el agua, los alimentos y los echaderos que el ser humano les proporciona y comparten en las colonias artificiales creadas, sean capaces de condenar al exterminio a otras.
Les remito a un extenso artículo en La Provincia de hace un par de miércoles-, Exkisten muchas personas, la mayoría, que sí somos defensoras de TODOS los animales y nos negamos a aceptar la pérdida de centenares de especies autóctonas, que sí gozan del derecho a disfrutar de sus ecosistemas naturales, pues siempre han estado ahí, desde tiempo inmemorial y les pertenecen.
Jamás estaré de acuerdo con quienes hacen selección de especies. Lo único que produce esta forma de pensar son sociedades enfermas. Cuando observo esto, aunque ahora nos encontremos tratando especies del mundo erróneamente llamado irracional, acude a mi cabeza un término estremecedor: nazismo. También ellos creían en la pureza de la raza, en su caso la humana.
Y si para ellos, la raza aria era la utopía a lograr, da la impresión de que el ideal a pretender por los defensores a ultranza de los gatos es un mundo libre de otras especies, donde la sinfonía de las aves de un bosque mediterráneo, de un ecosistema dunar, de una playa, de un barranco, de una cañada, de una formación de lauráceas, sean registros sonoros de un pasado y, en su lugar, escuchemos sólo el monótono maullar de mil millones de gatos.
Lo negarán hasta la saciedad quienes no ven más allá de sus narices, dirán que exagero. Yo sólo me remito a ese tercio mundial de especies exterminadas por gatos. Yo sólo me remito a las decenas de miles de millones de pequeños animales de todos los grupos, devorados o muertos por los centenares de millones de gatos dispersos por todo el mundo. No tengo más que decir. Si tienen alguna duda, no hagan nada y tiempo al tiempo.

José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
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