A falta de árboles, un provechoso negocio
Dedicado a Joaquín Araújo quien siempre supo que el mejor refugio climático es el natural,
el que te proporciona un bosque y el agua captada por su masa arbolada.
No en vano ha plantado tantos árboles como días ha vivido. Claro que para verlo así
hay que sentir la tierra y el agua como elementos esenciales de la vida.

Nacido el último día del año mil novecientos cuarenta y siete, su mayor orgullo está en más de veinticinco mil árboles plantados, tantos como días vividos. Entenderán ustedes mi admiración hacia su persona. Cuando lean este artículo estoy convencido que muchos de ustedes sentirán similar respeto por don Joaquín.
Refugios climáticos les llaman. Y para su consecución se dispondrá de cantidades multimillonarias, da igual la moneda, ya sean euros o dólares.
Da igual la moneda y da igual el nombre, lo importante es el montante económico. Lo esencial es el nivel de negocio.
Yo pienso racionalmente, como lo hacían nuestro padres y abuelos a la hora de combatir el calor, que otros han provocado. Y me viene a la cabeza una sombra, una frescura, una brisa agradable, una fuente y un botijo. No necesitaban más. Lo sé, porque es intuitivo, de aplastante lógica, que las tres primeras cosas las dispensa un árbol, muchos árboles, un bosque. También dispensan el agua y si no que se lo pregunten a los pastores trashumantes que siempre dispusieron de pequeños abrevaderos bajo las copas de los pinos próximos a la caldera de Gáldar o en la cumbre, o bajo los tiles, laureles, acebuches, lentiscos, follaos, viñátigos... en los bosques termófilos o de lauráceas.
Pero para los responsables de nuestro bienestar que son los que además disponen de nuestros dineros a través de los impuestos, no es así. Ellos no piensan racionalmente, porque pensar de tal modo no genera dinero, no precisa de enormes inversiones, no pueden reclamar los famosos tres por ciento, cinco, hasta el diez por ciento -las siempre negadas pero institucionalizadas mordidas que no podrían hacerse, pero se hacen-, porcentaje que depende del nivel de ambición de quienes disponen de pocos años para mejorar su futuro con el dinero de todos.
Ellos necesitan proyectos mastodónticos para dispensarles presupuestos increíbles. Entiéndase si no, la insistencia en nuevas carreteras en islas colapsadas, en trenes que apenas recorrerán un centenar de kilómetros y necesitarán de un rosario de estaciones, en la autorización de nuevos campos de golf en unas islas sedientas, escasas en recursos hídricos, etc. etc. Al parecer, para ellos, no existe otro modelo viable, a pesar de constatarse que el que defienden a ultranza está dando multitud de problemas en otros destinos turísticos. Para ellos eso de menos vehículos supone menos contaminación y en consecuencia reducción de la huella climática, es trasnochado, de hyppies y ecologistas, de antisociales, de perroflautas, de cavernarios, como lo es una gestión racional del agua disponible, de la energía, del territorio
Los proyectos faraónicos jamás se valora de antemano si los resultados de tan cacareados refugios climáticos son o no son eficaces y efectivos, son o no son naturales, son o no son climáticamente idóneos, pues en verdad lo primero en valorar es su costo, su volumen y la capacidad de la obra realizada -hormigón, aire acondicionado, ventilación artificial, agua potabilizada que, como se puede ver, todo es muy natural, aun cuando al final, una vez entregada y puesta en uso, no sólo sea un mal remedo de refugio climático y se parezca más a un refugio bélico o un pequeño espacio cubierto destinado a la concentración de la población, sino que tal intervención suponga una nueva agresion irreparable al espacio intervenido.
Aportaré algunos datos que nos permitirán una reflexión sobre los cacareados refugios climáticos que pretenden endosarnos.
Llevamos años hablando del aumento de temperatura, de los episodios cada vez mas frecuentes de sucesivas olas de calor y, que yo sepa, en la mayor parte de los municipios de esta isla, no se ha plantado un árbol, no se han potenciado y desarrollado islas de vegetación, no se ha llevado a cabo convenios con la propiedad o expropiaciones forzosas destinadas a la creación de cinturones verdes en las ciudades y en los núcleos urbanos más habitados -sin embargo sí se ha desarrollado con urgencia la llamada ley de interés general con el fin de cubrir los campos agrícolas con cientos de miles de paneles solares y centenares de aerogeneradores que, si bien es cierto que producirán una energía más limpia, no es menos cierto que a cuenta de un cambio radical del paisaje, cientos de miles de aves muertas y sin mitigar -si no es artificialmente- un ápice los rigores del calor.
Tras esta observación, la respuesta es muy clara: No interesa a ningún gobernante los refugios climáticos naturales. Ni hablar de ello. Ahí no hay mucho beneficio, crematísitico me refiero, y se necesita mucho tiempo de espera para ver los resultados. Por eso para mitigar los efectos del calor, nos dicen con la boca grande, aprobaremos intervenciones específicas. Hemos diseñado la creación de un rosario de refugios climáticos.
¿Y eso que es? -se preguntán algunos.
Les invito a leer un artículo, salido en la prensa hace pocos días, bajo el título: "Alerta roja: todos al refugio", del periodista Salvador Lachica, del periódico El Dia. En él nos habla de los proyectos piloto que el Gobierno de Canarias va a desarrollar, uno en la Isleta (Gran Canaria) y otro en Taco (Tenerife). Habla de refugios climáticos externos como ejemplo señalan plazas con arboleda y agua, tipo las Ramblas de Mesa y López en Las Palmas de Gran Canaria-, y de refugios climáticos internos, es decir edificios

climatizados y con disposición de agua potable donde ubicar a la gente en caso de extrema necesidad.
Duele mucho pensar que tras estos dos proyectos que comenzarán en breve pero que servirán de modelo para llevar otros a cabo en otros municipios del archipiélago y en barrios populosos de las grande ciudades, se invertirán miles de millones de euros, sin tener en cuenta siquiera que muchos de los refugios climáticos externos ya existen y serán destrozados sin consideración alguna. Por poner un ejemplo, es el caso de la Rambla de Salinetas donde un centenar de laureles de Indias bien desarrollados, con amplia copa y contrastada merma bajo ellos de la temperatura existente -unos cinco o seis grados menos-, serán talados, arrancados o mutilados en aras a más asfalto y mejores aceras. Pero otros árboles de gran tamaño como los laurerles de la plaza de San Juan en Telde, los que señoreaban la alameda de Colón en Las Palmas, el paseo mirador de Tejeda y muchos otros en la última década y hasta la fecha, han sido y son talados por mejorar un mirador panorámico, ampliar un paseo peatonal o, alegan, como medida drástica a enfermedades o plagas contraídas por estrés hídrico y al abandona histórico a que son sometidos, etc, etc.
Estamos muy lejos de monitorear los árboles como se viene haciendo en tantas ciudades europeas y españolas -ver foto adjunta-. Es ese un modo idóneo de controlar el estado de cada ejemplar, de aplicarle tratamientos específicos, de controlar la poda y limpieza... Se sabe, en suma, todo de ellos. Por eso disponen de un QR público donde se informa de su edad, de la especie y de sus circunstancias históricas. ¿Alguno de ustedes ha visto algo parecido en nuestros árboles en las plazas y parques canarios?
¡Qué va! Todo lo contrario. Es la desidia y el abandono la práctica más común y así, cuando una especie, avanzada su enfermedad se vuelve irrecuperable, su tala es la mejor opción que pueden ofrecer los técnicos. Su tala y en la mayor parte de los casos la no plantación de un nuevo ejemplar.
Si los árboles más longevos siempre son nuestros mejores referentes como refugios climáticos naturales y desaparecen
¿qué nos queda?
Como ingeniosa propuesta alternativa nos ofertan menos naturaleza y más plástico. Así, como lo están leyendo. Observen si no las zonas cada vez más comunes de césped artificial o la lona que cubre el mal llamado parque de Melenara. Invito a cualquiera a que cojan un termómetro y se coloquen un ratito -mucho no porque es enfermizo-, bajo la lona de este mal llamado parque, en pleno solajero. Yo lo hice en este mes de agosto, en uno de esos días en que el mercurio no bajaba en pleno mediodía de los treinta y dos grados. Bajo la lona, aparte del agobio que tal estructura tipo invernadero provoca, la temperatura era la misma. Tal cual. Ni brisa alguna ni mejora climática. Sólo una millonada invertida y nadie bajo la lona. ¿Qué beneficio entonces reporta tal estructura?
Durante la espera, varios minutos, quise sentarme en el hormigón que hace la función de banco. Imposible mantener el trasero sin levantarse raudo.
Pues bien, o mucho cambia el proceder insensato de los dirigentes a la hora de enfocar los refugios climáticos o mucho me temo que si no nos tomamos más en serio que la mejor forma de combatir los rigores de esta climatología adversa son las plantaciones masivas de árboles, la protección a ultranza de los existentes y la prohibición absoluta -bajo pena de elevadas sanciones-, de talar los que ya tenemos de gran porte y desarrollo, estaremos abocados a los encierros artificiales, a los costosos y antinaturales refugios climáticos internos, muy en la línea de los que se comenzaron a construir a mediados del pasado siglo bajo la denominación de refugios antiatómicos -también hace referencia a ellos el periodista en su artículo-, es decir un refugio para vegetar lánguidamente, para morir lastimosamente de pena y horror ante un paisaje nuevo, gris e inhóspito propiciado por nuestro secular silencio y la insensatez, ignorancia y malsano interés de nuestros representantes.
Sintiéndonos culpables por no salir a la calle en aquel entonces, exigiendo respeto a la vida vegetal, más árboles y zonas verdes y menos asfalto y hormigón. Exigiendo, en suma, responsabilidades y dimisiones.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.