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Agua y alimento

El chico del niki rojo - miércoles, 07 de agosto de 2024
Tal vez muchos no lo sepan, pero el planeta que habitamos dispone de unos 1.400 millones de kilómetros cúbicos de agua, que se distribuyen por toda la superficie de la Tierra. No obstante, se calcula que el 97,5% es agua salada contenida en mares y océanos, y el 2,5% restante es agua dulce que corre por ríos y torrentes o se almacena, sobre todo, en reservas subterráneas que alimentan manantiales, arroyos y humedales. También se encuentra en los glaciares y casquetes polares, así como en lagos y lagunas naturales o en infraestructuras artificiales (embalses, pantanos y presas). Sólo el 10% del agua dulce se halla en la atmósfera, en forma gaseosa.

Si echamos un vistazo a la constitución de nuestro cuerpo, nos daremos cuenta de que el agua es el componente químico principal, que supone entre el 50% y el 70% de lo que pesamos. Nuestras células, tejidos y órganos necesitan agua para su buen funcionamiento. Es tan esencial para la vida, que no duraríamos más de 3 o 5 días sin beberla.

El litoral español tiene una longitud de 7.900 kilómetros. A excepción de nuestras fronteras con Francia y Portugal, estamos rodeados de agua. El problema es que se trata de agua salada y el organismo humano no admite sobrepasar un determinado nivel de salinidad en sus fluidos, que son isotónicos, en contraste con el carácter hipertónico del agua marina, cuyo contenido en sales es unas cinco veces superior al límite máximo que podríamos tolerar sin graves problemas para la salud. A falta de agua dulce potable, es decir, la que bebemos después de haber sido sometida a complejos procedimientos de limpieza y desinfección, resulta muy arriesgado recurrir al agua salada como bebida.

Como ya sabemos, hace muchos años que se viene alertando del aumento de la temperatura media global, que incide negativamente sobre la evapotranspiración, y la sociedad está tomando conciencia de la escasez progresiva de precipitaciones regulares normales, lo cual provoca situaciones de sequía, muy desfavorables, por ejemplo, para el sector agrario, que consume el 80% del agua, la mayor parte en el caso de los cultivos de regadío, que ya suman más de 3,7 millones de hectáreas en España; es decir, la quinta parte de la superficie agraria útil. Se calcula que la ganadería utiliza unos 48.000 millones de metros cúbicos al año, equivalente al volumen de unos 14 millones de piscinas olímpicas.

Por otra parte, los humanos también necesitamos ingerir alimento, lo cual, hoy por hoy, está directamente relacionado con la actividad agrícola y ganadera. En este punto, me gustaría recordar aquí el conocido lema de los ingenieros agrónomos: "Sine agricultura nihil", al que no le falta razón en absoluto. Si ahora mismo somos unos 8.000 millones de personas en el mundo y se espera que la cifra aumente hasta los 8.500 millones en 2030 y alcance los 9.700 millones en 2050, está claro que habrá que incrementar la producción de alimentos y asegurar la disponibilidad de agua potable suficiente.

Sin embargo, a nivel mundial, la superficie agraria útil y el número de hectáreas "per cápita" están disminuyendo, a pesar de la deforestación progresiva de los bosques (negativa para el medio ambiente) que se está llevando a cabo para aumentar la tierra de cultivo, por lo que será imprescindible elevar más aún la productividad, algo que parece ciencia-ficción a la vista de los límites naturales de los propios cultivos, los aumentos de costes de producción de las cosechas y los efectos devastadores de las inclemencias climáticas.

En ese sentido, si necesitamos más suelo cultivable, parece poco sensato detraer tierras ya existentes para instalar en ellas aerogeneradores y plantas fotovoltaicas a destajo o dedicarlas a la producción de biocombustibles. La erosión y desertificación progresiva de los suelos, así como el escaso contenido en materia orgánica de mucha de la superficie cultivada no favorece precisamente la disponibilidad de tierras fértiles.

Sin duda, también se necesitará más agua no contaminada por microorganismos o sustancias químicas de todo tipo. Pero mi impresión personal, ya manifestada hace años por algún reconocido estudioso del tema, es que, lamentablemente: "No habrá agua para todos ni agua para todo". Ni siquiera instalando depuradoras o desaladoras por doquier, porque limpiar y desinfectar el agua dulce o eliminar la sal del agua marina también tiene sus problemas y grandes costes económicos y medioambientales. Es triste observar que, de cuando en cuando, las autoridades gubernamentales se limitan a recordar a la población la importancia de ahorrar y no derrochar el agua, pero unos cuantos días de lluvia bastan para que la ciudadanía se olvide pronto de la penosidad que conlleva la aplicación de restricciones al consumo de agua en los hogares, el campo o la industria.

El panorama no es nada alentador. Desde el comienzo del siglo XXI, han sido muchos los años en los que, de manera sucesiva, se han batido récords de altas temperaturas y de bajas precipitaciones, destacando, por ejemplo, 2023 como el más caluroso de toda la Historia desde que existen registros. Asimismo, se observan frecuentes episodios de fenómenos adversos severos (inundaciones, sequías, incendios forestales, grandes oscilaciones de temperatura en muy cortos períodos de tiempo, olas de calor y de frío...) cuyas consecuencias obligan a que proliferen las declaraciones de zonas catastróficas.

Las reservas de agua dulce están bajo mínimos y los agricultores pequeños y medianos, la mayoría cercanos ya a la edad de jubilación, se están percatando de que tienen serias dificultades para mantener sus explotaciones y ni siquiera las subvenciones y ayudas que, hasta el momento. les han permitido subsistir, son suficientes debido a los bajos precios que dicen percibir, el aumento de los costes de los insumos y seguros de cosechas, así como la falta de competitividad de sus producciones con respecto a las que llegan de países terceros. Todo ello, a causa de unas políticas agrarias, comerciales y medioambientales nefastas, por culpa, principalmente, de las propias contradicciones que existen entre ellas, no atisbándose en el horizonte voluntad alguna de que, finalmente, impere la cordura.
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