Muy ilusionada iba buscando cómo continuaría el texto de una pieza musical del archivo de la catedral compostelana de fines del S. XVIII. Solo sabía su primera frase, que no pasa desapercibida ni a un profano: 'De las cuatro religiones que en Santiago existen'.
¿Cuatro? Ni más, ni menos. Pero cuáles: ¿las monoteístas? Recuento y no me salen las cábalas: cristianismo, judaísmo e islamismo son las ya sabidas, pero ¿acaso pudiera
haber algún budista (religión politeísta) también por aquel entonces en Santiago? Cierto que ahora 'haberlos haylos' y, según dicen, su propósito fundamental es 'ayudar a todos los seres a eliminar el sufrimiento y a desarrollar la felicidad última'. Suena bien, especialmente este tan optimista fin ideal.
¿Qué dice la letra de la susodicha composición musical? Nada, muy poco y, además lleva a engaño.
Hoy estamos acostumbrados a que no pocos cantantes y otros personajes nos lancen, a través de las letras y cosas semejantes, lo que ven, sienten y aman, lo que les confunde, les atemoriza o aquello que no dirían de modo más directo. Hay miles de cantos por los que, a cuentagotas o de sopetón, nos vamos enterando del pensar actual o del pasado de un artista o de todo tipo de agrupación musical.
Mirando la partitura en el archivo -fuente segura, o eso parece a primera vista- observo que poco dice o casi nada. El texto es sucinto, breve y no muy elaborado. Pero, así de rotundo comienza:
De las cuatro religiones que en Santiago existen...
Mal empezamos. Algo tiene esta sutil idea que confunde al más pintado, pero, ya lo tengo: caigo en la cuenta de que no trata de religiones ni de credos.
Ese texto quiere poner de relieve que los miembros del cabildo -que no llevan mitra y pocas veces bonete- con sus músicos y cánticos van a rendir pleitesía a un niño que está en brazos de su madre:
Llenos de tiernos afectos vienen a dar al amor que está en brazos de María. Está realizado para la fiesta natalicia del Niño-Dios al que todos aman.
Deo gracias. ¿Quién es? ¿Quién llama?
Somos los prelados de las cuatro sacras religiones nobles que a Santiago agracian.
¿Vienen a rendir las armas al Dios de Israel que está en pajas?
(...) ríndanles las armas y como a su jefe háganle la salva.
Esos 'prelados' son clérigos de la catedral que acuden de tal guisa al belén que se divisa en algún lado del templo. No son 'jefes' de otras religiones, ni rinden al recién nacido culto extraño. Tampoco son gentiles que, para catequizar o simplemente saludar por cortesía, procesionan de tal forma.
Es letra aproximada pues difícil es descifrarla. Utiliza un lenguaje bélico propio de su tiempo y ahí está lo que a primera vista confunde. Piensa uno en las cruzadas, en momentos en que era necesario tomar las armas para combatir al infiel con lanza y espada. De aquél entonces quedan órdenes civiles y militares. Unas perviven y otras ya no pintan nada.
Alude el texto a los conventos que en Santiago se alzaban en aquel momento, unos antiguos y otros casi recién estrenados.
Compostela, la ciudad levítica, como algunos llaman, rebosaba de clérigos y monjas que en esos recintos moraban. Si nos fiamos de los cálculos, a finales del s. XVIII, había 16 mil habitantes en Santiago, y en 1760/1787, según el Catastro de Ensenada, aquí coexistían cuatro comunidades religiosas masculinas y otras tantas femeninas, repartidas en conventos, monasterios y en un par de otras instituciones. Ni rastro de manifestaciones o cultos de otras religiones. Para ver eso habría que desplazarse a Tierra Santa, en donde en la Basílica del Santo Sepulcro se cruzaban cristianos y
ortodoxos, en medio de un territorio de judíos y musulmanes, todos bien llevados, como nos lo han contado en la exposición 'Tesouros reais. Obras mestras do Terra Sancta Museum' (Cidade da Cultura) que, tristemente, este fin de semana termina.
En la Compostela de fines del XVIII ¡todas las comunidades religiosas eran cristianas!, con bautizados que del mundo se retiraban y se dedicaban a orar por las gentes que les rodeaba y de otros mundos lejanos. Daban culto, alababan, agradecían, proclamaban la Palabra y hacían otros menesteres que emanaban de sus reglas sagradas. Había conventos de benedictinos (en S. Martín Pinario y S. Pelayo), mercedarios (en Conxo y en su actual monasterio de A Virxe da Cerca), dominicos (en Belvís) y franciscanos (en su convento de ahora y en S. Lourenzo de Trasouto).
Esos antepasados nuestros no bautizaban infieles, ni galopaban con arma en mano. Atendían las necesidades de una ciudad acogedora, cual era Santiago en doble sentido. Recibía a peregrinos, además de atender a sanos y moribundos que hasta aquí llegaban.
Buen ejemplo es lo que se hacía en el antiguo 'Hospital Real', hoy parador nacional, que se construyó para dar digno cobijo a los que peregrinaban. Lugar que mucho ha cambiado al convertirse en hotel y centro de actividades, como las que ahora en pleno mes de agosto los 'C.U.I. Música en Compostela' están desarrollando.
También el antiguo 'Hospital de Jerusalén' recibía a los que venían de lugares más alejados: los orientales, llegados de Palestina y Armenia, todos ellos cristianos. Sus cuidadores gozaron de este privilegio hasta, según parece, el s. XVI, momento en que les fue arrebatado.
Son solo dos ejemplos, además de la 'Parroquia de la Corticela', que a los extranjeros acogía, como todavía se hace hoy en día.
Buen texto el del archivo catedralicio, pero si vieran cómo está escrita cada palabra y neuma, habrían pensado: ¡si lo sé no vengo a estudiarlo!... Excesivamente enrevesado para lo poco que narra y, hay que decirlo, está algo deteriorado.
Pilar Alén, Profesora de la USC