Cuando el paisaje pierde su valor por la desidia de quienes deben velar por él
Dedicado a todas las personas que denuncian aberraciones en espacios protegidos, en suelos rústicos,
en barrancos, en la costa... A mis compañeras y compañeros de los colectivos ecologistas canarios,
implicables en la defensa de la legalidad vigente, relativa a la protección del paisaje y los espacios naturales.

Feísmo. Ya el vocablo no podría ser más horrendo. Añadiría desagradable, mal construido, ordinario y vulgar.
Amante como soy de las palabras, es difícil que encuentre alguna que, de un modo u otro, no me atraiga, respete y admire.
Las hay amorosas, suaves en su pronunciación, cálidas diría. Otras, en cambio, son más secas y contundentes, no levantan en mí grandes pasiones, pero su vocalización me atrae, las considero elegantes y siempre necesarias.
Feísmo se sale de estos dos grupos que no dejan de ser meramente subjetivos. Feísmo es término aparte, algo así como un vocablo apestado que ha encontrado hueco en el diccionario y, tal vez sea esa la razón por la que necesito consultar el diccionario de la Real Academia Española por si, aunque es un término que parece haber arraigado, no existe.
Leo: m. Tendencia artística o literaria que concede valor estético a lo feo.
Es cierto, existe la palabra, pero tal significado no define la sensación que manifiesto ante las imágenes que voy a relatar.
Yo no busco analizar una obra de arte o una publicación desde la perspectiva del feísmo, mi objetivo es acercar a la población, a mis lectores -muchos o pocos, agradezco el tiempo que me dedican en compartir reflexiones y puntos de vista-, el efecto antiestético de otras obras, en general más voluminosas, aquellas que con elementos de la más diversa índole, son ubicadas en un paisaje determinado, destrozándolo, transformando la imagen que lo definía como natural, limpio y hermoso, en una pura aberración.
Intento acercar a la población la idea de que mancillar el paisaje con contenedores viejos, oxidados y abandonados, hacer cierres perimetrales de fincas y propiedades con

pales, hojalatas salidas de bidones viejos y herrumbrosos, con bidones plásticos sacados de cualquier vertedero, con materiales férreos obtenidos en desguaces
es horrible, daña la vista y, por encima de todo, no está permitido.
Intento hacer ver a la población que no es normal encontrarnos con este tipo de aberraciones urbanísticas, que es inusual, cuando no impensable en otros territorios, tanto nacionales como europeos, que se trata de una cuestión de respeto a la ley, de cariño a la tierra, de estética y gusto.
No es nada nuevo el término, de hecho existe un Foro del Feísmo referente al urbanismo y la arquitectura. En este caso se trata de una corriente arquitectónica informal que, debido a su extensión y peculiaridad, lleva ya realizados varios Congresos y foros de expertos con el objeto de analizar el fenómeno, facilitar la comprensión del mismo y denunciar los efectos que provocan estas edificaciones en donde se llevan a cabo.
En uno de estos foros se ha definido el feísmo como el conjunto de construcciones, infraestructuras y obras humanas con alto grado de mediocridad cuyo efecto notorio es la degradación del entorno
Pero esto hace referencia al feísmo producto de propuestas arquitectónicas antiestéticas, feas, como quieran ustedes considerarlo, desarrolladas dentro de la legalidad vigente. Son aquellas edificaciones que nosotros tratamos de bodrios, de esperpentos, que propinan a quienes las observan una bofetada sin manos, capaces de romper un conjunto histórico o un modelo equilibrado de urbanismo ante el cual, a uno le cuesta entender cómo se han otorgado las autorizaciones y permisos necesarios para llevarse a cabo.
Pero este artículo hace referencia a algo mucho más grave. No se trata de estética o incoherencia arquitectónica, yo traigo aquí el feísmo en nuestros campos canarios, el feísmo provocado por acciones individuales o colectivas, indeseables e ilegales.
Yo denuncio aquí el abandono, la falta de vigilancia sobre el territorio, pues nadie entiende como cuesta tanto abrir expedientes a las obras que se sabe a todas luces ilegales, que están a la vista de todos y se sabe fuera de planeamiento y ordenación.
La cartografía es pública y el Plan General de Ordenación Urbana también. Es obvio que debería ser conocida al dedillo por las autoridades que tienen la obligación de ejercer su control. Entonces ¿por qué no sucede así?
Ante la idea de unos cuántos -muchos son-, de que todo vale, ante tanta ilegalidad manifiesta -vestida además de horripilante fealdad-, las autoridades tienen el deber y la obligación de intervenir.
Un propietario no tiene patente de corso paras hacer lo que le viene en gana en su propiedad, para eso existen leyes que definen los usos de cada espacio. Las hay que penalizan los vertidos ilegales tanto de líquidos como de sólidos, también las emisiones atmosféricas, las escombreras, las obras sin permiso, los cierres ilegales
Entonces, ¿qué sucede?
Para romper este feísmo paisajístico, las autoridades tienen que ser responsables, ser fieles a la labor para la que han sido elegidos democráticamente, conocer al detalle las leyes existentes referentes a las actuaciones fuera de control y los daños causados por las mismas y, con la ley en mano, paralizar y precintar las obras, informar a los propietarios del incumplimiento de la legislación vigente, ofertarles un plazo para la restauración del medio dañado, al tiempo que proceder a la penalización de dichas infracciones y obrar en consecuencia, tanto a la hora de vigilar la restauración obligatoria del paisaje por parte del infractor como, en el caso de que no sea ejecutada por la propiedad, llevarla a cabo las autoridades, exigiendo el coste de la misma al infractor, quien por ley debe sufragarla.
¿Acaso es tan difícil aplicar la ley? ¿Cómo puede ser que presentadas denuncias por vecinos, montañeros, ecologistas no se personen los agentes municipales cuando aún se está a tiempo de detener la agresión?
Las fotos que acompañan este artículo denuncian agresiones que están a la vista de todos: contenedores donde no hay permiso para ubicarlos, obras clandestinas en terrenos agrícolas, escombreras en terrenos particulares que carecen de permiso para dicho uso, edificios abandonados que suponen un peligro público porque tienen fácil accesibilidad y se encuentran en estado ruinoso
Que hay desidia y mucha permisividad por parte de las autoridades competentes lo ratifica el hecho de que la totalidad de los que realizan obras clandestinas y levantan edificaciones en suelo rústico no permitido, saben de la escasa o nula vigilancia existente.
Son conscientes que no deben hacerlo, saben que es ilegal, saben que cuando adquirieron la parcela no compraron suelo urbanizable -de ahí su precio reducido-, pero aplican como nadie ese refrán que dice: A río revuelto, ganancia de pescadores.
Sólo en este municipio, Telde, existen cientos de obras y cierres clandestinos que hacen honor al Feísmo imperante y que imprimen a este municipio el nefasto galardón de ocupar uno de los primeros puestos -aseguraría que el primero-, en la lista de ayuntamientos con mayor número de obras ilegales.
Al mismo tiempo, reconozco tristemente que aun no conozco la primera obra ilegal derribada. Sí sé, en cambio, de las conexiones a las redes de abasto público de multitud de estas viviendas ilegales, con la connivencia manifiesta de munícipes gobernantes que personalmente lo han autorizado. Es noticia de prensa de las últimas semanas y espero que sobre los partícipes en esta manifiesta ilegalidad caiga todo el peso de la ley y que los suministros otorgados les sean retirados a los infractores, pues se trata, no lo olvidemos, de viviendas ilegales sobre suelo protegido.
Es ésta y no otra, la impunidad que ampara a todos los que siguen fabricando sin permiso alguno. Por eso continúan iniciándose nuevas obras.
Cruz de Jerez, Diseminado Las Huesas, montaña Las Huesas, todos los Lomos de Medianías y los antiguos terrenos de cultivo que se encuentran en su entorno, los conos volcánicos del campo de volcanes de Rosiana y de Jinámar, Hoya Niebla, Llano Madrid
son claros ejemplos de ello. Construcciones ilegales que copan páginas y titulares en la presa escrita y en los medios de comunicación on-line y en las redes sociales pero que nunca son derribadas.
¿Y qué pasa? Nada. Absolutamente nada.
Al contrario, cuando se consolidan exigen de las corporaciones municipales todos los servicios que no deberían tener por su ilegalidad manifiesta. Y así existe un Diseminado Las Huesas que ni barrio es, ni tiene más historia que la de la parcelación de suelo rústico no urbanizable o un amasijo de casas sobre los riscos de los arenales de Tufia -no hay más que acudir a Costas y sus expedientes abiertos sobre este sector para ver que los caseríos de Tufia, Matagatos y Ojos de Garza se encuentran sobre suelo público-, que vierten sus aguas fecales directamente al océano por tuberías de PVC presentes sobre los riscos -es el caso de Matagatos-, viviendas ilegales que se han apropiado del litoral, ocupándolo e imposibilitando el paso correspondiente a la servidumbre de costa, ocupande un espacio natural protegido y ambos pseudobarrios -hay muchos más-, no piden, exigen ser tratados como asentamientos legales del municipio. ¡Ahí queda eso! ¡Dan por hecho que sus viviendas construídas ilegalmente, pasan a ser legales de la noche al día, por el hecho de estar ahí!
No es agradable la similitud, pero todos sabemos, aunque sea grande nuestra ignorancia en temas de salud, que cuando un cáncer se extiende en un cuerpo y hay metástasis, es muy complejo un tratamiento capaz de remediarlo. Nos dicen entonces los oncólogos que era necesario cogerlo en un comienzo, cuando acaba de manifestase. Ese es el momento idóneo para extirparlo, luego, cuando se extiende ya es demasiado tarde.
Me temo que también aquí llegamos demasiado tarde.
Ahora son cientos los propietarios de viviendas ilegales, de chabolas, de infraviviendas, clamando contra la legislación y el legislador, contra el político de turno que pretende echarles, dejarlos sin casa, condenarlos a la calle -una falacia pues la mayoría son segundas o terceras viviendas-
y surgirán defensores, abogados espabilados que encontrarán agravios donde no los hay, vulnerabilidad donde no existe, tipismo y barrios con encanto donde nunca los hubo y
votos, muchos votos. Me temo, y esto es de una gran tristeza y mayor decepción, que habrá un nuevo punto y final y que, al igual que el anterior, se convertirá en un suma y sigue, un punto y seguido.
Recuperando el hilo de la disertación, hay muchos feístas -seguidores del feísmo- en este municipio.
¿Alguna vez se han formulado las autoridades la pregunta de qué municipio le gustaría a la ciudadanía tener? ¿Alguna vez han revisado el estado actual de las zonas no urbanas y tomado medidas para su protección?
Ya no sólo son las escombreras por doquier, son los adefesios urbanísticos, unos ilegales y otros no, sin orden ni concierto, que están ahí por la soberana decisión de su propietario.
Así pues, al término feísmo en el diccionario de la RAE, deberíamos incorporarle un nuevo significado, complementario al que registra:
Dícese de aquellas construcciones y elementos artificiales que llevadas a cabo en un espacio natural convierten al mismo en un paisaje antiestético y degradado, sumiendo a sus habitantes y visitantes en la tristeza y el desconsuelo.
Sigo pensando que más allá de lo horroroso que me sigue sonando el término, más dantesco es que un municipio pueda tener un abanico tan amplio de adefesios de este tipo, que demuestran la inoperancia y la dejadez más absoluta de sus autoridades y la inexistencia total de un modelo a seguir.
Por eso alegra a muchos ciudadanos el macroproceso que se está iniciando -no deja de ser curioso que quien ha denunciado los hechos sea la Guardia Civil a través de su Servicio de Protección de la Naturaleza, el SEPRONA, y no parta de autoridades más cercanas al municipio-, y que llevará al Juzgado a decenas de responsables de viviendas ilegales. Espero el mismo rigor sobre quienes han autorizado que dispongan de servicios municipales como el agua y la recogida de residuos cuando es contrario a derecho, cuando su responsabilidad, como munícipes y técnicos, es levantar expedientes sancionadores a todas las construcciones clandestinas, personándose en las acusaciones y apoyando con firmeza la acción de la justicia, que si se aplica con rigor las leyes vigentes deberían culminar en las correspondientes órdenes de derribo.
Permítanme de todos modos, albergar serias dudas sobre el final de este proceso, pues a los hechos me remito: aún no he asistido al momento en que en Telde se derribe vivienda ilegal o chabola alguna -loable excepción la llevada a cabo hace muchos años en la costa, recuperando el suelo público para la ciudadanía-, pues no observo en sus munícipes disposición alguna a favor de ello, da igual que estén en el gobierno o en la oposición.
Está claro que mientras no seamos capaces de aplicar rigurosamente la ley, difícil será que consigamos frenar el deterioro de los paisajes.
Pero no puedo terminar de este modo, debo mostrar una alta dosis de optimismo, así pues, confío plenamente en la justicia, en que todos estos expedientes tengan un final feliz, que no debe ser otro que el derribo de las obras ilegales, la reposición de los terrenos a su estado original y que no haya duda alguna a la hora de dictar sanciones ejemplarizantes para que, de una vez por todas, se entienda que en los espacios privados que se encuentran en suelos protegidos nadie puede hacer lo que le venga en gana.
Sólo entonces el feísmo que todos observamos, dejaría de ser una seña de identidad de nuestro municipio.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.