Seis poemas en prosa inéditos
Pérez Antolín, Mario - miércoles, 24 de julio de 2024
Oferta de trabajo
En esta oferta de trabajo solicitan un perfil muy distinto al mío: ellos quieren un perfecto dominio del inglés y yo solo comprendo el lenguaje de los pájaros como Sigfrido, ellos quieren un buen conocimiento de informática y yo sigo escribiendo con una pluma de ganso como Cervantes, ellos quieren alguien que se integre perfectamente en los equipos profesionales y yo me identifico más con la misantropía de Alcestes, ellos buscan un empleado ejemplar y yo les ofrezco una imaginación insubordinada.
Encuentro inexplicable
Las carabelas se cruzan en el Atlántico con dos pateras. La tripulación de cubierta oye cómo los migrantes piden socorro. La ley marítima obliga a un salvamento inmediato. Nadie sabe qué hacer. No hay provisiones para todos. Seguir hacia el oeste o regresar a Palos de la Frontera supone un riesgo equiparable. Aunque pertenecen a épocas bien distintas, consiguen confraternizar durante la dura travesía que los lleva al pasado y al futuro.
Trofeos de caza
Te mereces un escarmiento. El antílope también se merece que lo incineren en el cáliz de mi ombligo. Tantas cabezas disecadas dentro de los salones señoriales. Sus ojos de vidrio miran con ganas de revancha y con la parálisis de los adornos. Acabar aquí, como un trofeo, después de saltar entre las peñas, olisqueando el almizcle que embadurna la planicie. Lo que daría por cubrir, con más polvo, el polvo inmerecido de vuestro sacrificio indómito.
Todo tiene un precio
La paciencia del objeto contrasta con la impaciencia del mercader. Ningún terremoto ha podido destruir el orden de este bazar compacto. Aquí se echa a los mendigos a patadas y se recibe a los clientes pulverizando perfumes. Los artículos abarrotan las tiendas antes de que la ampulosidad del gesto carbonice la codicia. Saldré con las manos vacías y con la sensación de haber errado sin rumbo por un dédalo tan tortuoso como la misma muerte.
Tratado de anatomía doméstica
La casa tiene dientes: son los acerados radiadores; y tiene ojos: son las miopes ventanas; y tiene lengua: es la polvorienta alfombra; y tiene piel: es la cromática pintura; y tiene intestinos: son las infectas tuberías. La casa corpórea donde habito me traga y me escupe, por eso huyo cuando se hace insoportablemente cómoda y acogedora.
Los hijos de King Kong
Me entrego a este gorila que tiene ojos de persona y dedos de viejo. Él sabe lo que debe hacer conmigo porque, antes que yo, sufrió la amputación de un fonema mientras masticaba cacahuetes de supermercado. Nadie le aguanta la mirada, nadie soporta su aliento de fumador de tabaco rancio. Con un traje, se parecería a mi jefe. Ese que acaba de despedir a siete empleados como el que se revienta una espinilla. Todos somos hijos de King Kong. Gracias a su enamoramiento antinatural, aprendimos a escalar rascacielos, a destruir aeroplanos y a luchar hasta la muerte por la belleza aunque no nos corresponda.
Texto enviado por José Antonio Sierra

Pérez Antolín, Mario
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