La esbelta imagen de la palmera canaria
Dedicado a mi amigo en el recuerdo, don Jaime O'Shanahan Bravo de Laguna, defensor acérrimo
de la palmera canaria, portador de semillas que repartía con orgullo entre niñas y niños
de los colegios a donde iba. Por las raíces comunes de un sentimiento celta: irlandés y gallego,
que la villa de Ortigueira celebra cada año desde 1978.
Hay imágenes arbóreas que llenan tu corazón de esperanza y orgullo. En mi caso, no

hay duda que una de ellas es la visión en cualquier lugar del planeta, de la palmera canaria.
Hermosa, se eleva airosa hacia el cielo aportándole un valor indiscutible al espacio urbano o rural donde se encuentre ubicada.
Era pasión de mi amigo Jaime hablar de ella, defenderla, solicitar respeto a la hora de tratarla, de cuidarla, de conservarla, de atenderla. Y es que repudiaba la agresión que se le hacía cuando se la podaba en demasía, cuando se le eliminaban hojas verdes y frondosas hasta dejarle sólo unas pocas, enhiestas en su centro, que ni siquiera habían abierto sus frondes -semejaba su imagen, decía él, la de un gallo inglés-, debilitando la planta y facilitando con tantos cortes la entrada de parásitos y enfermedades diversas. Cuando esto observaba, se enojaba y exigía detener la poda hasta hablar con los responsables de tal desaguisado. Más de una vez y en más de un municipio tuvo don Jaime que corregir está práctica y proceder tan lesivo para nuestras palmeras canarias. Y doy fe que lo consiguió muchas de ellas, incluido paralizar momentánamente un pleno para hablar con su alcalde.
Y es que le acompañaba la razón. La palmera canaria necesita toda su frondosidad foliar pues ella sabe cuando alguna de sus hojas comienza a debilitarse y, aún entonces, tarda un tiempo en soltarla. Es cuestión de observar. Se van secando las inferiores, pierden vitalidad y frescura y se van colocando paralelas al tronco, anunciando con tiempo su caída y arropando mientras tanto al mismo. Son esas las únicas que el árbol prepara para su desprendimiento y muchas veces sólo lo hará con la ayuda del viento. Ninguna más.
Viene a colación esta alabanza a la especie y a la pasión del amigo O´Shanahan, ante el recuerdo de tantas palmeras perdidas en nuestra isla -no se libra de tan preocupante merma nuestro municipio teldense-. Es justo reconocer, de igual modo, el mantenimiento y gestión del parque dedicado y nominado a don Jaime O´Shanahan en el valle de Jinámar y que, popularmente, se conoce más como el parque de las Mil Palmeras.
Empiezo a pensar que, a pesar de haber sido elegido como el símbolo vegetal del archipiélago canario, nos falta firmeza, decisión y entrega para sentir verdadero orgullo por nuestra especie más emblemática, la más universal y reconocida, la más valorada en villas, pueblos, ciudades y países de todo el planeta.
Ante la imagen de las palmeras que lucen esplendorosas, que miman los habitantes, jardineros y munícipes del municipio de Santa Marta de Ortigueira, en la costa cantábrica coruñesa, siento admiración y respeto.
Justo frente a su templo parroquial, una hermosa iglesia de arquitectura neoclásica, erguida a finales del siglo XVIII, donde días atrás escuché una misa aderezada con música de raíces celtas -su excepcional acústica la ha incorporado a los Festivales de música- , donde los sones de la gaita y el piano se expandieron por la nave elevando al cielo registros musicales de una nación que se pierde en los entresijos del tiempo se yergue, hermosa y majestuosa, una palmera canaria (Phoenix canariensis).
No ha sido casual que fuera elegida entre decenas de especies para señorear el entorno de la plaza. Mimada desde el parterre donde se encuentra, frondosa y bella, hermana este bello pueblo marinero del Cantábrico con la isla donde resido y vivo, de donde es nativa la especie y donde muchas veces, como reconocía tristemente don Jaime, no se le trata con el respeto que se merece ni se le valora como en tierras foráneas.
He querido acercarles imágenes de las palmeras canarias de Ortigueira -pues no sólo se observan frente a la iglesia sino en sus parques y jardines y en fincas particulares-, por dos razones. La primera tiene que ver con mi admiración por la planta. Desde mi llegada a Gran Canaria, próximo el medio siglo, me sorprendió siempre su robusted y belleza, su frondosidad y elegancia, el orgullo de ser canaria. Con ella conocí los pájaros palmeros (Passer hispaniolensis), gorriones que anidan en ellas y que varían su registro cromático -sus machos son más vistosos- y musical, de los gorriones comunes (Passer domesticus) que había observado desde muy niño, en mi tierra natal.

La segunda tiene que ver con una pasión musical y un sentimiento de pertenencia. A Ortigueira he llegado siempre en verano tras su música. Es Ortigueira mi flautista de Hamelin, pues me atrae de un modo irreflenable a sentir la fuerza de las gaitas, los tambores, las panderetas, los panderos irlandeses -bodhran-, las arpas celtas, los acordeones, los violines, las flautas irlandesas -low whistle, tin whistle-, las zanfoñas
Y es que siento que formo parte de un pasado ancestral y la música del Festival Internacional de Música Celta de Ortigueira reclama mi presencia.
En la reciente edición, mediados de junio, recalé de nuevo en la ría. Una ría con uno de los humedales más extensos de Galicia y que la convierten en uno de los espacios naturales de mayor importancia ecológica de todo el litoral, reconocido internacionalmente por su increíble valor paisajístico y su riqueza botánica y faunística, siendo el mundo de las aves uno de sus valores más destacables.
Desembocaduras de ríos -Mera y Baleo-, planicies intermareales de barro y arena, extensas marismas, dunas y cordones dunares y una cadena interminable de pequeños ecosistemas y microhábitats en excelente estado de conservación hacen de este espacio protegido una joya de incalculable valor.
Con casi tres mil hectáreas de superficie, constituye uno de los pasos migratorios de aves más importantes de Europa, contabilizándose más de setenta especies migratorias avistadas y miles de individuos censados. Es por ello parte de la Red Natura y Zona Especial de Protección de Aves (ZEPA). No en vano cuenta con una docena de torretas de observación ubicadas en estratégicos enclaves -puntas, ensenadas, lagunas y puerto-.
Y en este paraíso natural, tiene lugar el Festival. Un festival donde decenas de miles de personas acuden atraídas por el embrujo de la música celta -datos provisionales de la organización, hablan de más de cien mil asistentes a la presente edición-.
Se respira paz, respeto, cordialidad, buen rollo entre todos. Sentadas o recostadas, muchas personas ocupan los larguísimos bancos de granito que saludan a la ría desde el espigón. Enormes paños, telas y toallas se extienden sobre el césped de sus jardines y sobre ellos se sientan y tienden cientos de jóvenes. Otros pasean sus calles y estrechas callejuelas, habituales en enclaves marineros que buscan frescor en sus casas. Da igual el lugar por donde uno camine, siempre escuchará el son de las gaitas, los panderos y panderetas, los tambores y las flautas reproduciendo músicas de Cornualles, de Gales, bretonas, irlandesas, escocesas, gallegas -las siete naciones históricas celtas-. Pero la cultura celta es universal y grupos, cantantes y bailarines japoneses, norteamericanos, canadienses, asturianos, vascos
se unen a la celebración.
Siente uno orgullo de pertenencia en la calle, hay rostros iluminados por sus sonrisas, cuerpos que expresan con sus movimientos y vestimentas una desbordante alegría.
Y hay danzantes en la calle, todo el mundo danza y baila muiñeiras, jotas gallegas, pandeiradas, danzas propias de villas y pueblos -en el año 2018 fue declarado el baile tradicional gallego como Patrimonio Inmaterial- e improvisa pasos de bailes irlandeses y escoceses. Y siempre hay alguien que enseña y muchos que se atreven a practicar y aprender. Aprender a tocar y a bailar, a sentir la pasión y alegría que transmite la música celta.
En suma, la alegría desborda las calles del pueblo, sus plazas y puerto, sus paseos y zonas verdes y todo el mundo toca, canta y baila.
Pienso que, en este momento de la historia del ser humano en que las guerras y los desencuentros, los odios alimentados por quienes sólo ven en la agresión, la violencia y la muerte la única formas de arreglar el mundo y las relaciones entre los seres humanos que lo habitan, Ortigueira con su festival aporta una reflexión profunda, un momento de cordura, un firme apoyo a otro modo de entender la conviviencia a través del encuentro, la paz, la armonía y el respeto al prójimo.
Tras bailar bajo un escenario donde han actuado durante casi medio siglo artistas míticos como The Chieftains, The Dubliners, Cromlech, Capercaillie, Scottish Fish, Altan, Dervish, The National Youth Pipe Band of Scotland, Alan Stivell, Fía na Roca, Fillas de Cassandra, Quempallou, Milladoiro, Sementeira, Treixadura, Faltriqueira, A Banda das Crechas, Ailá, Hevia, Budiño, Kepa Junquera, Carlos Núñez, Susana Seivane y muchos otros -siempre han estado la Escola de Gaitas de Ortigueira, a quienes acompañaron Bandas de Gaitas de toda Galicia en número tal que es prolijo nombrarlas aquí-, estoy convencido que es éste, el de la paz y la concordia, el del respeto y la generosidad el camino, la única senda que permitirá a los seres humanos sobrevivir a la barbarie.
Este artículo fue escrito de un tirón, tras llegar del último concierto, bajo los efectos emocionales de un encuentro musical y cultural inolvidable. Ahora, a las tres de la madrugada y a punto de acostarme, una señal luminosa del móvil me avisa de una noticia muy reciente. Curioso, la leo. Donald Trump, aspirante a la Presidencia de EEUU ha sido tiroteado. El resultado del mismo no es lo transcendente, sí lo es, en cambio, la violencia respondiendo con violencia, la sangre con sangre, la destrucción y el fuego con destrucción y fuego.
Duras palabras y duras acciones llevan siempre asociadas dolor, venganza, exterminio
Me asalta la duda de si lo vivido, hace unas horas en Ortigueira, no fue más que un espejismo. El espejismo provocado por una parte de la humanidad que desea vivir en paz, en concordia, en el respeto a los derechos de otros seres humanos, en armonía con ellos, alegres, con dignidad, ante los insaciables perros de la guerra, de la ambicion desmedida, de los fanatismos que retornan con enorme poder, provocando miedo.
Cierro los ojos mientras busco en Spotify la última canción de Capercaillie. Tras el subidón de Ortigueira me niego a acostarme con el pensamiento puesto en tan triste noticia.
Ya en Foz, joya de A Mariña lucense, tras un intenso día y noche de música y cultura, mi deseo es amanecer en su ría, junto a mi madre que camina sin prisa hacia el siglo de existencia. Faltan pocos años y tiene mucha vida. Lo importante -Cavafis nos lo transmitía en su Viaje a Ìtaca-, no es la meta sino el Camino. Darle un abrazo y salir con ella a pasear, mientras observo como levantan el vuelo centenares de gaviotas argénteas, como inician, margullándose, su pesca diaria decenas de cormoranes grandes y como los jilgueros, nuestros queridos pintos canarios, cantan en los tarajales del Paseo.
Me niego a aceptar la agonía que nos quieren imponer y buscaré una esperanza en la naturaleza, esa misma que comparte el ser humano pero que no comprende. Y, si no hay comprensión, jamás existirá respeto.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.