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En el jardín de los amores

Timiraos, Ricardo - martes, 09 de julio de 2024
A mis padres, in memoriam.
En el País de las nubes también se mueren los años. Y cada verano los nativos rezan al dios Ra para que deje de ser esquivo. Incluso con sus ilusiones lo aprietan, lo exprimen y lo hilvanan al cielo sabiendo que aquí el sol llega despistado y sólo viene algún día de vacaciones. Son conscientes de que es un dios, como un borbón casquivano, que rompe las amarras caprichosamente. A cambio nos obsequia, ya sea con un rocío de diminutas lágrimas, ya con atronadoras tormentas. Es el cielo, cual plaga bíblica, que en forma de sábanas sucias, aquí se llama verano. Decía el niño que el año pasado el verano vino un jueves. Quizás media tarde. Pero conviene precisar que, más allá de las hipérboles, creemos en el cambio climático.

Es un ritual de amor soñar por el camino con las ilusiones de besos y abrazos y, aunque es un romántico futuro, la música sigue siendo la misma. Desde lo alto la foto decora el paisaje de prados con mil y un verde entre bosques de eucaliptos y pinos. Por el valle, abrazando arroyos y riachuelos, serpentea un río Landro que no tiene prisa. También repta la carretera y en sus cunetas las hortensias, coquetonas ellas, agradecen la visita. Al fondo, la casa ya sonríe al darte el abrazo. Las maletas, cansadas por la edad, necesitan relevo y la percha acaricia la ropa dando la bienvenida y sentirse útiles. A veces las cosas son más conscientes que las personas.

Después del letargo, la casa abre sus ojos con avidez de novedades. Ahora la vista, magnífica, disfruta el territorio de los amores y mira el caminar de la gente. El tiempo es un señor que cobra muchas facturas y ya la loca y alegre juventud voló con sus remordimientos de conciencia. Ahora ahí está la cosecha. Es el tributo del abandono y el dios Cronos no comprende las razones de los hombres. La vida ahora ya es ajena. También la gente. Esa guadaña podadora que es el tiempo robó la sonrisas de los amigos y vecinos, destruyó espacios que vivían en ti, afeó lugares y permitió que la desidia robara las flores. Cierto es que la esencia está ahí, pero el frasco está maltrecho. Y de eso siempre hay responsables.

Y sales de paseo y deambulas observando y refrescando los recuerdos. Te invade el desasosiego de la brutalidad y la barbarie. La educación todavía tiene mucho trabajo. No hay mayor enemigo de un pueblo que la codicia, aunque se disfrace de generosidad.

Y tu caminar se vuelve extraño porque ya nadie sabe darte cuenta de los viejos amigos. Ni nadie recuerda situaciones y anécdotas que forman parte de tu vida. Y te das cuenta, que aunque te encuentres bien, te estás muriendo. Son los tributos de la distancia, los años y otra vida. Allí, en el terruño de tu infancia, ya hay otra cosecha. La tuya cada día más escasa, se escapa, se va con más prisa, como el agua entre los dedos de la mano, y mucha de ella espera tu visita entre las flores marchitas en el jardín de los recuerdos.

La playa también se ha ido muriendo y aquel lugar de fina y blanca arena es hoy irreconocible. Una junquera inútil y una arena oscura la sustituyen. Y las olas, aunque llegan tiernas y suaves, acarician tus pies en otra arena huérfana de vida. Todo cambia, todo evoluciona y lógico es aceptarlo, lo difícil es tragar con los desmanes que, en vez de llamarles avaricia e ignorancia, les llaman progreso.

El wasap de saludos contesta novedades y siempre hay, aunque nada más sea por joder, noticias de muertes, enfermedades, problemas... que cada cual asume con la resignación de sus afectos.

Pero es lógico y hermoso que el aire respire fiesta, que la salsa aderece el baile, que los niños viajen por los cuentos infantiles tras una bruja de cartón piedra. Es tiempo de bullicio a tope y, aunque de nuevo la lluvia nos quiera recordar que hay invierno, memoria que llevamos en los gentes, no habrá chaparrón que no resistamos, porque somos gentes de mar que nació peleando con galernas en "las procelosas aguas del Cantábrico", como escribían los antiguos. Nada ha de empañar la alegría, "el disfrute y solaz" que también dirían nuestros antepasados.

Y, aunque duela en el alma y los calcetines, el declive, ese es el triste porvenir de un pueblo que cada día vemos más varado en el Landro de nuestros amores. Urge remar contracorriente para llegar a puerto seguro.

Los hombres, aun creyéndonos inteligentes, somos muchas veces torpes. Oteamos la vida desde las gafas ideológicas y perdemos la objetividad; nos enfrascamos en discusiones y nos cuesta ceder y aceptar otros argumentos; presumimos de ser comprensivos y ecuánimes y mostramos nuestra intransigencia y agresividad sin repara en ello. Pero lo cierto es que todos buscamos lo mejor para el bien común y a estas alturas de la vida todos sabemos que no hay verdades absolutas, pero si problemas reales, y muchos, que hay que resolver. Y esos requieren consensos.

Nuestro pueblo, por ubicación, alejado de las ciudades importantes, quizás pudiera resurgir, pero eso implica dos cosas: remar todos para el mismo lado y la voluntad sincera de las administraciones para dotarlo de los recursos precisos para ello: autovía y variante, polígono con alguna industria, al menos mediana, y por supuesto mantener la Alúmina. Sin olvidar nunca el mar y la innovación como alternativa a la escasez de pesca. Sin duda caben muchas más posibilidades para lo que sería conveniente aprobar por fin el plan urbanístico.

Esto, que siendo una obviedad que pensamos muchos, me temo que por desgracia caiga, una vez más, en la papelera de los olvidos y que, sigan año tras año, con cosas tan absurdas como las guerras de las banderas y similares. No hay mayor enemigo de esta democracia, por la que luchamos y seguiremos luchando muchos, que las gafas de los fanáticos políticos iluminados. Y así no se va a ningún lado.

Pero nosotros, mientras nuestros próceres se dedican a esas sus cuitas, seguimos el ritual de la rutina diaria. La vida en el ocaso amanece, a veces, sin dolores. No hay prisa ni avatar que nos inmute. Ni siquiera la murmuración o la maledicencia alcanzan su objetivo. Cada cual sigue su camino y uno repara en que arrasaron con las flores, hormigonaron la vida y las golondrinas de nuestra infantil galería emigraron sin fecha de retorno. Estoy en el paraíso de las gaviotas.

Hay que sentarse y pararse para brindar por la vida sin otra pretensión que seguir soñando. Y no conviene refugiarse en la nostalgia para vivir una vida que fue feliz, pero perdió la hora. El mundo gira con paso impertérrito, aunque los años le impriman prisa.

Es preciso seguir, aunque lasa ilusiones ya sean trasnochadas; arrimar el hombro, aunque sea ya no queden muchas fuerzas; plantar las flores que la barbarie y la desidia han asolado; buscar poetas que rimen vida con compromiso... en fin, soñar que es lo que nos queda.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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