Fauna y flora llegada e invasora
Mosquera Mata, Pablo A. - martes, 09 de julio de 2024
Nuestras casas de piedra con tejados en losa de pizarra fueron el conjunto arquitectónico de nuestras parroquias. Aquellas puertas, siempre abiertas, en madera y con dos hojas. Ventanas buscando la luz o vistas a la mar. Cocinas dónde el fuego de las maderas y piñas daban calor a los comensales. Hermosas y recias chimeneas. Aljibes que dotaban de agua a sus habitantes. Luces tenues y siempre un candil a mano para paliar los apagones de una corriente eléctrica muy delicada que apenas resistía los temporales.
Pero llegó la industria y con tal la construcción de edificios. Primero sin ascensor. Luego en su carrera hacia lo más alto esas escaleras con rellanos que dan acceso a cuatro puertas de viviendas. Empezaba la ocupación del terreno como negocio urbanístico. Llegaron nuevos especuladores, casi siempre con mal gusto. Era el gran negocio que consistía en convertir solares en viviendas de pisos que rezaban "con todas las comodidades", de protección oficial. Y había que convivir con otras gentes que compartían espacios denominados por ley como comunes.
El cambio en el tejido social ha dado varias especies de habitantes. El sindicalista que busca ser un liberado para disfrutar las horas sindicales que le permiten un ocio pagado por la empresa, casi siempre publicitado entre la barra o las terrazas de la hostelería, o practicando deportes sin el más mínimo pudor ante una población autóctona que trabajó sin desmayo muchas horas diarias y cotizó a la seguridad social más de cuatro décadas.
Esa clase "todo lo sabe" que van emitiendo dicterios, llegando incluso a practicar el intrusismo o la impostura. No es lo mismo haber trabajado en una notaría que ser notaria... ¡digo yo, humildemente, sin prepotencia!.
Esos "enchufados" en las mesnadas del empleo municipal, que permite descansos eternos, conductas principescas, todo a cambio de ser antenas sociales o simplemente corre ve y dile... Forman parte de los mecanismos que garantizan el voto clientelar y así les vemos ante los colegios electorales en las mesas o en las entradas haciendo gala de su militancia al partido que gana las elecciones y que va a ser garantía para continuar con los privilegios.
Esos nuevos vecinos que son alma mater de las nuevas fiestas dónde se impone ruido y botellón, mientras siempre tienen tiempo para lucir palmito en las terrazas de la nueva hostelería, o en esas reuniones vecinales tipo asamblea fabril solo que esta vez los asamblearios son dueños de pisos de protección oficial, que no ocultan su desprecio para con los visitantes dueños sin privilegios de otras viviendas. Mientras los primeros proceden de comarcas deprimidas los segundos son gentes que buscan descanso para sus trabajos casi siempre con títulos universitarios. Llegando a insultar -yoísmo- a quienes pueden, quieren y saben exponer opiniones profesionales sobre el mundo que les rodea, en una clara diferencia entre quienes leen y escriben con los alegres y combativos consumidores de telebasura.
Y es que no debería sorprendernos los informes como PISA. Los que enseñan nada tienen que ver con los que nos enseñaron a nuestra generación -mi orgullo de ser alumno de Don Francisco- La nefasta influencia de una serie de artefactos alienantes que convierten al ser humano en mero humanoide. Los dirigentes sociales que por su baja estatura sólo quieren a su alrededor enanos/as.
De mayor a menor. Hay signos y síntomas que preconizan la decadencia de occidente. Con grave impacto en el Sistema Democrático y la reacción en forma de votos desesperados para la denominada ultra derecha, tanto por lo que acontece como por la falta de nivel para la clase dirigente. Hay signos y síntomas en nuestro país -España- de graves enfrentamientos entre los poderes del Sistema que amenazan con trasladarse a las calles como sucedió en otros periodos históricos en los que el desorden y el clientelismo político abrieron simas irreconciliables entre sociedad silente y sociedad beneficiada por trasgresiones del ordenamiento legal. Hay signos y síntomas en el espacio de nuestra convivencia como vecinos o ciudadanos en territorios concretos en los que se impone el grito, la muchedumbre inculta, la barbarie de los más osados que desprecian el conocimiento, además de vivir a costa de las subvenciones y ayudas que salen de los dineros públicos en una loca carrera de dislates en la que los vagos y maleantes toman el poder popular mientras la autoridad se desvanece o permanece presa de unos mandatarios tolerantes, mercaderes, capaces de conceder las prebendas y privilegios más insospechados en una sociedad ordenada desde la igualdad y respeto por la Ley.

Mosquera Mata, Pablo A.
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