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La montañeta de Cubas

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 07 de julio de 2024
Dedicado a Isabel Alemán y Pedro Afonso, estimados amigos con quienes compartí
un singular paseo por el campo de volcanes de Rosiana y ascendimos a la cima de esta montañeta,
en un encuentro con los acebuches, los olivos, las retamas blancas y la vida en el camino.

Con sus casi seiscientos metros de altura -598 m.-,la montañeta de Cubas se encuentra situada entre la montaña de Santidad -651 metros actualmente, medida tomada del cráter segundo, desmantelado el cono volcánico principal que se elevaba hasta los 706 metros- y la montaña de Rosiana, con sus 534 metros.La montañeta de Cubas
La Cañada de los Hinojos que discurre desde Santidad, entre las Casas del Cortijo y la ladera sur de esta montaña nos facilita una buena senda para subir a esta montañeta.
Una buena representacion arbórea en esta ladera nos presenta acecuhes, olivos y algún que otro lentisco. Serán los olivos quienes impriman identidad propia a la loma, cresteando este edificio volcánico. Estos árboles forman un cuerpo único con los existentes al fondo del cauce de la cañada de los Hinojos y la ladera de las Casas del Cortijo. Este conjunto arbóreo, con alturas que superan ampliamente los cinco metros y cuyos troncos apenas puede abrazar un ser humano, semejan un pequeño paraíso ante la desolación del entorno de la montaña de Santidad. Corrobora tal aserto la frescura que uno siente bajo la copa de estos árboles. No en vano fue, hasta no hace mucho tiempo, un lugar de acampada utilizada con frecuencia por grupos ambientalistas, jóvenes estudiantes y los scouts teldenses.
Bajo los árboles se extiende un sotobosque de tabaiba amarga e inciensos. Enredándose en éstos y otros arbustos menos abundantes, el venenillo (Brionia verrucosa) cubre las copas de los mismos.
Hay humedad en el suelo. Humedad y silencio. En este pequeño respiro vegetacional, a expensas de la paralización definitiva de las extracciones, las aves vuelen a escucharse.
Hay un camino, una senda clara que permite la subida a este cono volcánico desde la cañada. Fue una pista en algún momento y, abandonada actualmente, estás naturalizándose a marchas forzadas. La senda es cómoda y las hojas de las plantas que la circundan se encuentran libres de esa capa de polvo que venimos observando en las zonas circundantes a la industria extractiva.
A la hora de la lectura del paisaje, las vistas, en las direcciones norte, sur y oeste son similares a las descritas y registradas en la montaña de Rosiana y por lo tanto deseo remitirme al artículo correspondiente. Si acaso, alguna mera puntualización necesaria, que tendrán que ver con las laderas de la montañeta.
En dirección este se observa la montaña de Rosiana en todo su esplendor y entre ambos conos se extienden los Llanos de Rosiana y su caserío. Estos llanos no escapan a los depredadores ojos de los devoradores de paisajes que ven en ellos un espacio idóneo para ocuparlo con aerogeneradores y/o paneles solares.
Si observamos en esta dirección, a izquierda y derecha, más allá del cono de Rosiana se observa una buena parte de la costa teldense. Por un lado una buena parte de las Medianías teldenses, por otro la costa que extendiéndose desdeTaliarte y su muelle, llegan hasta Tufia y las granjas marinas. Contabilizo cuatro asentamientos bien definidos de jaulas, dos de ellos no obedecen al plan acordado en la ampliación aprobada y que consistía en retirar las dos más próximas a la costa, la de Salinetas y Tufia. En fin, tiempo al tiempo.
Es esta ladera de la montaña de Cubas de suave pendiente y fácil accesibilidad pues una pista llega hasta los estanques. Uno es de mampostería con soberbios contrafuertes y bien conservada estructura, el otro presenta una sobria estructura cilíndrica. Le sigue un sendero claro que, permite abordar la cumbre de la misma. Bejeques rosados, inciensos, tabaibas amargas, vinagreras, verodes, esparragueras, azaigos de risco ocupan su suelo, uniéndose al verdor creado un buen número de tunera americana. Nuestros pasos discurren sobre un suelo de tierras rojizas.
Deseo recoger aquí una interesante descripción histórica del catedrático en Geografía e Historia, don Carmelo Ojeda Rodríguez, director de este medio, realizada hace cuatro décadas, año arriba, año abajo:
“A mediados del siglo XIX, el Caserío de Rosina estaba formado por dos casas de un piso, una de dos plantas y dos albergues, de las que las dos estaban habitadas constantemente. Su población era de trece personas. Aproximadamente un siglo después, el número de habitantes había ascendido a treinta y tres personas, que ocupaban las ocho edificaciones destinadas a viviendas.
Frente al caserío que observamos en la base de la montañeta de Cubas, se extienden los fértiles llanos de Rosiana, explotados al menos desde el sometimiento de la isla a la corona de Castilla, cuando les fueron adjudicados a Pedro Hernández de Roçiana. El caserío contaba con un enorme estanque que garantizaba el riego de las parcelas agrícolas y el suministro necesario para los animales y la comunidad. El estanque constituye una bella muestra de las ingenierías hidráulicas populares de la isla. Cada una de sus cuatro esquinas se encuentra rematada con pináculos decorativos y no funcionales con los que se recreó el maestro que los proyectó”.
Nada que añadir, a excepción de una recomendación: sosiego y contemplación. Pronto dedicaré un artículo al arte de caminar pausado y el placer de sentir, pues es esta la manera de disfrutar plenamente del paisaje recorrido y del paisanaje, así como de la fauna y la flora que encontramos en el camino.
La montañeta de CubasHacia el norte observo el valle formado por un barranquillo que desagua en el barranquillo del Troncón, más adelante barranquillo de La Piedra del Troncón. La amplia vaguada se forma en la confluencia de la montaña de Santidad y esta montañeta de Cubas. La zona recibe el nombre de Los Montes y configura un paisaje bucólico con un singular caserío en la otra vertiente de la vaguada. En este valle singular se observa una finca con restos de arboleda. Sobreviven una higuera y un hermoso moral. Este moral, que se mantiene con la humedad de las ocasionales lluvias, presenta cuatro gruesas ramas que parten desde su base favoreciendo la formación de una copa de unos tres metros de altura y de seis a ocho metros de diámetro. No hay duda alguna que nos encontramos ante un árbol singular. A mediados de febrero se encontraba lleno de flores. La fructificación de esta morera es un recurso alimenticio de primer orden para la avifauna presente en este campo de volcanes.
La hacienda la forman una vieja casa con tejado a dos aguas -ver fotos-, y teja canaria sobre un techo con traviesas de pino tea y astillas de tea formando el entramado. Se encuentra en avanzado estado de deterioro. Justo delante de la casa, un largo alpendre nos revela, por su amplio pesebre y la dimensión de la estructura, la existencia en el pasado, de abundante ganado. Varias dependencias anexas, también imposibilitado su acceso por la vegetación circundante, complementa un patrimonio rural, ahora en peligro.
La casa y todas las construcciones están ubicadas sobre el arrife, la zona no productiva por donde discurrieron una parte de los bloques erráticos procedentes de Santidad. Eran éstos los lugares donde, antiguamente, se ubicaban las viviendas sin hipotecar ni mermar un metro cuadrado de suelo cultivable. Tanto es así que la pared trasera de la casa principal corresponde a un roque, pues se aprovechó la presencias del roque para adosar la casa delante de él.
Hago un recuento rápido y en la zona observo la presencia de una veintena de bloques erráticos que se elevan, destacándose, entre la vegetación de tabaibas, vinagreras, esparragueras, cornicales y orobales, exténdiendose por este lomo que, debido a su presencia, recibe el nombre de Lomo de Las Piedras.
Sirva este artículo como llamada de atención a la ruina inminente que afecta a muchas de las propiedades agrícolas de las Medianías. En este caso la ruina viene de mano del largo abandono y de la silenciosa labor de colonización que varias especies de plantas están llevando a cabo.
El tejado, de antigua teja canaria, está arruinado por la labor inmisericorde de los bejeques que las han levantado y facilitado el trabajo erosivo de las lluvias, propiciando la podredumbre del maderamen y la estabilidad del techo.
El camino de acceso, inexistente en la actualidad, se ha vuelto impracticable y ha desaparecido por la acción de tres especies de plantas introducidas, a cada cual más agresiva a la hora de ocupar todo el espacio posible, evitando así cualquier competencia de la flora autóctona. Nos referimos a la tunera americana, las pitas y un cactus cilíndrico capaz de generar un fortín inexpugnable con su ejército de púas (Austrocylindropuntia cylindrica).
Todas ejercen su labor de forma tan eficaz que adentrarse entre ellas se convierte en una temeridad ante la presencia de ese mosaico de punzantes púas que desaniman al más atrevido.
Sólo un ejemplar de eucalipto, inclinado por el viento y creciendo a favor del mismo, es capaz de prosperar en el corazón de este mar de púas, pues su altura le permite prosperar con holgura, lejos su copa de sus incómodas defensas.
Un tabaibal amargo cubre por completo la ladera norte de esta montañeta, dando paso a una población monoespecífica de altabacas (Dittrichia viscosa), en una buena parte del llano, la más próxima a la hacienda abandonada, siguiéndole, en dirección al naciente, un inciensal (Artemisia thuscula), que embriaga con sus penetrantes efluvios, el paseo por la vaguada.
Este valle parece sacado de un cuento y ante su presencia, uno se imagina la parte desasparecida por las extracciones, concibiendo en la mente un paisaje singular e irremplazable. Antiguos scouts y las fotos facilitadas dan fe de cómo era este paraíso volcánico donde la representación del bosque termófilo era mucho más amplia. Esporádicos almácigos, lentiscos y acebuches dan fe de ello. Y hablamos de hace medio siglo, no más.
Es ésta, tierra de perdices y el canto de sus machos en época de celo se escucha por sus lomas, valles y llanuras.
Se suceden los bloques errádicos, camino de la costa -no olvidemos que roques de este tipo procedentes del cono volcánico de Santidad llegaron hasta el corazón de Telde dando nombre a todo un barrio: El Roque- así como algunos eucaliptos bien desarrollados, plantados en sus cercanías.
Una elevación rocosa a media ladera de la montañeta de Cubas, guarda una curiosa similitud con la observada y descrita en la montaña de Rosiana, ambas en dirección norte-nordeste. ¿Obedecen ambas a una salida puntual de lava en un punto más débil, a una fisura? Lo cierto es que, para un profano, es singular la similitud de las estructuras observadas, pero incapaz de sacar mayores conclusiones.
Escucho ladridos y sé que varios de ellos obedecen a la presencia de una casa en la cara oeste de esta montaña, casa que sirve de puesto de vigilancia sobre la montaña de Santidad. Han sido siempre los que han dado la alerta ante intrusos, tanto aquellos que han intentado llevarse un puño de picón -más o menos grande-, como los incómodos e indeseables personajes para ellos: periodistas, ecologistas, defensores de los valores etnográficos, de los volcanes, de la fauna y de la flora que tras su paso, procedían a denunciar los desaguisados cometidos, las tropelías de nuevas catas no autorizadas y con ello abogar por la paralización definitiva de las extracciones.
La ladera norte, que intento atravesar por su cara superior para evitar estas edificaciones, es un maleza de inciensos, vinagreras, tabaibas salvajes, cornicales y esparragueras, tan espesas que dificultan en extremo el tránsito entre ellas. Es el incienso quien domina el sustrato arbustivo con su masiva presencia y su penetrante aroma.
A media ladera, una vieja pista sirvió algún día para acceder al cono volcánico de Santidad, Alegra saber que ahora se encuentra en desuso y está siendo colonizada por la vegetacion arbustiva circundante, reconociendo la buena labor que tiene en cuanto a la retención de las aguas de lluvia pues, al evitar su rápido fluir, permite su incorporación por permeabilidad al subsuelo.
La cima está conservada y es un placer caminar sobre ella. Es amplia y larga y una senda no muy transitada discurre de este a oeste. Las hojas grandes de los árboles que la coronan me inclinan a reconocerlos como olivos. Forman una fila continua de olivos. Todos ellos se encuentran peinados por los vientos norteños que les afectan, achaparrándolos. Todos presentan una amplia circunferencia en su copa arbórea.
En la ladera orientada al sur, algunos acebuches supervivientes crecen en un terreno escoriáceo en continuo proceso erosivo. Bajo estos árboles y en el resto de la ladera, pitas, tuneras e inciensos dan color a los emplastes de cenizas. Encontramos tambien bejeques rosados, azaigos de risco, cornicales y vinagreras. La ladera presenta mucho picón suelto, razón suficiente para volver complicado el descenso, pero no por ello imposible pues la pendiente es baja y es fácil afianzar las botas de montaña.
Antes de llegar a la pista que discurre al pie de esta ladera y que desde la Piconera nos lleva en dirección al núcleo urbano de las Medianías, otra pista en la ladera alteró el entorno, tras la búsqueda de nuevas vetas de picón, dando lugar a nuevas extracciones, actualmente abandondas, fuera de los límites reconocidos por la licencia en vigor. En esta intrusión ilegal, varios acebuches y viejos olivos fueron arrancados, sepultados o descubiertas sus raíces secando unos y poniendo en peligro otros ejemplares que aún se observan.
Seguimos en dirección sur, elevando la vista de la ladera y de la cañada y nos encontramos al sureste el cono volcánico del Melosal y luego, ascendiendo por la lomada las montañas de Juan Tello, Juan Santiago, Triguerillas y la Caldereta. Los restantes conos quedan ocultos por éstos.
Hacia el oeste observo el tremendo vacío de la montaña que toca a su fin. Una herida mortal a un cono transformado y desmantelado en su totalidad. Santidad es ya historia.
Si dejamos que la vista se extienda más allá de esta montaña ausente, las referencias de paisaje son similares a las descritas en la montaña de Rosiana, a cuyo artículo remito a los lectores.
Poco quiero añadir, si acaso la extraña sensación de impotencia que me embarga cuando, a punto de culminar un amplio y pausado recorrido por más de una treintena de volcanes censados en este municipio teldense, me encuentro con la denuncia a cuatro bandas del colectivo ecologista TURCóN -al Ayuntamiento teldense, al Cabildo de Gran Canaria, al SEPRONA y al Gobierno de Canarias-, instándoles a redoblar la vigilancia sobre las ilegalidades urbanísticas manifiestas en muchos de estos conos volcánicos y actuar con férrea disciplina ante quienes han saltado a la torera las leyes existentes, tanto en órdenes de derribo como en ejecutar las sanciones económicas correspondientes.
Y si reconozco esta sensación de impotencia es porque no debería ser una denuncia de una O.N.G. quien alerte a las instituciones de los desmanes cometidos, sino sus costosos servicios de vigilancia y control que, imcomprensiblemente, parecen incapaces de realizar su función o, mucho más preocupante aún, son inducidos a mirar hacia otro lado.
Esta es la sensación que me provoca la realidad imperante. Saquen ustedes las conclusiones que estimen oportunas.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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