Dedicado a Gilberto Martel, José Ángel Fleitas y Anselmo Marrero, estimados amigos que me acompañaron en diversos periplos para conocer algunos de los volcanes más emblemáticos de este campo de Rosiana.
La montañeta Fría tiene una altitud máxima de 701 metros, altitud que se encuentra en la parte más destacada de la lomada orientada al oeste, justo donde se ubica un amplio goro que aprovecha una pared natural rocosa que ayuda a protegerlo del viento y los

fríos norteños, adaptando sus muros a las irregularidades del terreno, realizándose con grandes piedras, sin argamasa alguna y presentando una estrecha abertura orientada al sur, por donde entraba y salía el ganado. Su tipología y forma podría llevarnos a aventurar una posible factura aborigen, hipótesis no tan incierta si tenemos en cuenta la profusión de cuevas en la zona, goros y zonas de pasto que hemos observado en este campo de volcanes, barrancos y barranquillos asociados. Si algo hay seguro es que se trata de una construcción eficiente, bien orientada y donde el ser humano estudiaba la ubicación previamente y la llevaba a cabo con el esfuerzo necesario para la misma, aprovechando aquello que la naturaleza ya le ofertaba, en este caso una pared completa con un pequeño solapón, que cierra el goro y sirve de refugio. El abandono en el uso del goro nos lo revela la presencia de plantas oportunistas que van colonizando un terreno rico en nutrientes orgánicos y así, en la estrecha abertura habilitada para el ganado, una espléndida tabaiba amarga crece ocupando prácticamente la entrada.
Esta montañeta presenta una abertura hacia el nordeste que estimo fue la salida natural de los materiales lávicos en su momento y es hoy canal de desagüe de las aguas recogidas en este amplio espacio.
En su interior se ha formado una caldereta, espacio cultivada en el pasado y ocupados en la actualidad sus bancales por una densa cubierta herbácea. Quedan vestigios de su pasado agrícola en las paredes de piedra, realizadas para buscar la horizontalidad en las parcelas, sirviendo a un tiempo como majanos donde depositar el producto de la interminable acción de despedregado.
Un morrete lávico da la impresión de cerrar el cráter. Es como si, una vez cesado el paroxismo volcánico, el frente de lava se solidificara al enfriarse rápidamente. No es nada extraño pues observamos algo similar en el cráter de la montaña de Santa Rita, junto a Santidad, registrado en mi último artículo sobre el campo de volcanes de Rosiana. De ahí la forma de caldereta que observamos en su interior. Lo cierto es que tras esta sucesión de rocas compactadas, que se encuentran a un nivel inferior a las otras paredes que forman el cráter, la ladera formada sobre el derrame lávico se encuentra cubierta de vegetación hasta su encuentro con la cañada de las Haciendas, especie de barranquillo formado en la vaguada existente entre el Pico de la Hoya del Moral y la cara norte de esta montaña.
Se trata de una ladera de picón muy evolucionado, presentando la mayor parte un color terroso que nos habla de su transformación en suelo fértil, destacando algunos manchones de cenizas volcánicas que conservan el color negruzco original, visibles porque muchas de ellas no están colonizadas por la vegetación de su entorno.
La pista procedente de la montaña de Santidad y de El Plato, que en dirección a la montaña de Calderetas y Triguerillas nos permite realizar una circular al pie de varios conos volcánicos, es el lugar idóneo para observar esta singularidad, cómo los cenizas volcánicas van transformándose en suelo y tal evolución va acompañada de una degradación cromática donde los colores fuertes dejan paso a una gama de ocres, menos llamativos.
En esta ladera, una cobertura de tabaibas salvajes, hinojos, bejeques (Aeonioum percarneum), tomillos, azaigos de risco cornicales, esparragueras, veroles definen un tabaibal bastante bien conservado. A finales de marzo, destacaba la llamativa floración de las cerrajas (Sonchus acaulis), y la vistosa floración de las melosas (Ononis angustissima), cuya coloración amarilla cubría por completo cada planta observada. Los cornicales, a su vez, en plena etapa de crecimiento, mostraban orgullosos, sus curiosos cuernos, especie de vainas verdes donde tomaban cuerpo sus semillas.
Visto desde la distancia de cuando sale a la luz este artículo, primera quincena de junio, lejos queda la Dana de la segunda quincena de marzo que aportó las lluvias necesarias para despertar del sueño a líquenes y musgos en las superficies rocosas y cubrir de verde el campo de volcanes. Fueron escasas, es cierto, pero la imagen observada ahora, con el sol apretando y las laderas agostadas, cuando nuestros paseos se vuelven menos placenteros y más agobiantes, una multitud de semillas descansan sobre el suelo, recordándonos que los ciclos de estas plantas han concluído y la esperanza permanece aletargada en un sustrato lleno de vida. Toca descansar, dejar transcurrir la estación veraniega para observar de nuevo como renace la vida y con ella cómo se transforma el paisaje, una vez más, tras las primeras lluvias otoñales.
Salen los conejos de los pies de los arbustos y zigzagean hasta perderse de vista. La nada habitual presencia del ser humano y la densidad de la vegetación arbustiva y herbácea, convierten la montaña en un óptimo escenariopara ellos pues les es fácil pasar desapercibidos. A pesar de ello, todo el campo de volcanes es territorio habitual de caza y fe de ello son las decenas de vainas de viejos cartuchos que retiro del suelo.
En dirección nordeste observo la montaña de los Barros, ahí mismo, frente a mí, tricéfala, con lo que queda del edificio volcánico más reciente, surgido en su ladera sur y que cegó en su día el barranco de los Pedacillos.
La cara norte de Montañeta Fría la conforma una ladera con amplias zonas cubiertas de herbáceas. En ellas destacan los tallos secos e inclinados por el viento de los hinojos

que en el mes de abril, tras las recientes y escasas lluvias, comenzaban a vestir de verde el herbazal. Es curioso, pero, ante la sequedad observada en los tallos y hojas del pasado año, uno creería encontrarse ante plantas secas, incapaces de retoñar. Es en momentos como éste donde uno constata la importancia y el valor del conocimiento botánico y de la ignorancia que uno tiene sobre él, sin dejar de reconocer a un tiempo el valor de la emoción que provoca el encuentro ante la enorme fuerza, la extraordinaria pulsión de la naturaleza a la hora de insuflar vida en sus seres vivos, plantas ahora, y reverdecer el paisaje nuevamente. Inciensos prosperando en este hinojal, junto a verodes, vinagreras, cardo yesca, matos de risco, cerrajas y un par de retamas blancas, aportan color y belleza a la biodiversidad presente en la montañeta.
¡Qué placer caminar en un cono sin casas en sus laderas, sin vallas, sin torretas en su cúspide, sin mamotretos de cemento con cruces o puntos geodésicos, discurrir sobre un suelo mullido por el manto de herbáceas, embriagado por los aromas de hinojos e inciensos!
Es esta una zona ideal para las perdices. Campo abierto, una pareja levanta el vuelo, pero no va muy lejos, pues realiza un vuelo rasante para volverse a posar un poco más abajo, tras pasar el barranquillo, justo al pie del Pico de la Hoya del Moral. Confirmaría en otras salidas a esta zona que las llanadas y vaguadas de este amplio espacio son lugares idóneos para la nidificación de estas aves.
Desciendo por esta ladera y el suelo, ahora en la vertiente de la montaña más próxima al naciente, profundo y esponjoso, está lleno de madrigueras de conejos. Se suceden las entradas a los cubiles de los lagomorfos bajo una cubierta vegetal ocupada ahora en su mayoría por melosas que junto a balos, verodes, cornicales y vinagreras a nivel arbustivo y un manto herbáceo de trebolinas, cubren la tierra de tal modo que sólo es visible en aquellos lugares donde los conejos han excavado sus tobas, algunas verdaderos socavones que airean y aflojan el suelo, volviéndolo más fértil. Es necesario abrirse paso entre tanta vegetación arbustiva. A la dificultad para avanzar se une el placer de comprobar como se recupera la cubierta vegetal de la montaña. Una pequeña vaguada recoge parte de las lluvias de esta ladera. Es, muy cerca de la unión con el barranquillo sin nombre donde aparece la primera casa, muy disimulada, situada junto al camino y entre media docena de pinos canarios bien desarrollados. Cierra el terreno una línea de tuneras y un par de higueras y almendros prosperan en los bancales abandonados.
Son varias las pequeñas vaguadas que dirigen las ocasionales aguas que recibe la montaña: tres en dirección este, una en dirección norte e incipientes barranqueras en las otras vertientes de la montaña.
Es un placer, del que no me canso, observar los volcanes avistados desde este lugar, donde me encuentro: Los volcanes de la Isleta se definen con total claridad y en un plano más cercano Bandama y su caldera, Tafira, la montaña Pelada y toda una serie de conos asociados a esta línea imaginaria que desde la Isleta podemos recorer con la mirada hasta regresar a este campo de volcanes donde Santidad y montaña de El Plato se encuentran en línea, ahí mismo, cruzando la Hoya de los Corrales.
La cara este de la montaña presenta un morro pétreo que, en cierta manera, cierra el cráter. Bajo él, la vegetación arbustiva llega hasta la pista que discurre a pie de ladera. Tiene un buen porte en general, destacando las tabaibas amargas, vinagreras, melosas, inciensos, cerrajas, verodes, así como las primeras retamas de cumbre (Teline microphylla)
Pero la primera parte que transito, antes de llegar al morro, es un herbazal. La escasez de suelo, el sustrato rocoso que aflora bajo mis pies hace que sólo los relinchones, amapolas y otras herbáceas cuyos nombres desconozco, prosperen. Esporádicas plantas arbustivas se atreven con este suelo prácticamente inexistente e inciensos e hinojos de escaso porte prosperan con dificultad.
Dos eucaliptos crecen en la cara sur, a media ladera y al abrigo del viento, en la pared que forma parte del barranquillo Casorra, barranquillo formado entre este cono y el de Calderetas. Observo en su interior, en la amplia vaguada que hace de cauce, una edificación integrada en el entorno, rodeada de vegetación, destacando algunos olivos, un par de higueras, plantas arbustivas diversas que embellecen el conjunto, destacando la presencia de algunos ejemplares de dragos y palmeras canarias de buen tamaño. Todo en la finca revela el cuidado continuo pues junto a la arboleda, destaca el verdor de los cultivos de papas, de viñedos y otros productos hortícolas.
Me detengo en la ladera para observar el paisaje antropizado.Sin duda se trata de una pequeña explotación agrícola bien atendida. De su mantenimiento diario da fe el cacareo de las gallinas que escucho con enorme satisfacción.
Vaguada arriba, tras la casa, ascendiendo por un barranquillo que no es tal, nos encontramos con amplios terrenos abancalados, todos sin cultivar, pero con una singularidad botánica que debemos reseñar. Forman parte de los Llanos de Santa María y de Los Pastores.
Sorprende, próximos a los muros que aterrazan el terreno, la presencia de media docena de dragos bien desarrollados, observándose los esqueletos de un par de ellos que, secos, conservan aún el porte de lo que fueron antaño. Se trata de dragos con varias décadas de vida, tal y como podemos calcular basándonos en el número de floraciones y posterior ramificación de los mismos. Es una sorpresa muy agradable encontrar estos dragos plantados engalanando tan paradisíaco paisaje.
En uno de los paseos con los amigos a quienes dedico el presente artículo, Gilberto Martel nos alerta sobre una noticia veraz. Sobre estas llanadas han puesto sus ojos los inversores en campos eólicos y solares. La lucha se vislumbra ardua y compleja sitenemos en cuenta como las instituciones responsables en emitir las autorizaciones pertinentes, dan el visto bueno a todas ellas a pesar de la cascada de alegaciones tanto de colectivos ecologistas como vecinales y de instituciones municipales que consideran gravísima la ocupación de las mejores parcelas de suelo agrícola bajo el discutible parámetro del interés general.
No albergo duda alguna en que este paisaje volcánico, de elevada singularidad y altísimo valor biológico, etnográfico, arqueológico, hidrológico y mediambiental debe ser protegido a toda costa. No todo vale. La superficie de este campo de volcanes tiene que quedar libre de este disparate energético, capaz de convertir gran parte de la isla en un mero negocio lucrativo que no tiene en cuenta los valores ni las necesidades de la isla.
Pero para ello hay que poner coto de igual modo a otro cáncer que, sin tregua alguna, ocupa e invade nuevos espacios, me refiero a las construciones ilegales. Hay ahora mismo una finca en venta en esta montaña, toda ella un puro inciensal. Es la propiedad con mayor altitud de las parcelas ocupadas. Su uso es agrícola y no admite ningún otro uso, pero similares fincas al pie de este cono en vertiente nordeste, han sido valladas, condición previa a la ubicación de contenedores y a la posterior construcción de viviendas ilegales, es decir, no contempladas en el Plan General de Telde y por lo tanto no sometidas a ordenación urbanística alguna. Algunos contenedores comienzan siendo sólo eso, pero otros ya vienen preparados y disponen de puertas y ventanas. No tarda mucho en surgir el pozo negro. Y luego aparecen los depósitos de agua, el bloque y el cemento.
Sin duda, en este preciso momento donde la vivienda está por las nubes y existe una necesidad enorme de viviendas en la isla, la construcción clandestina es la mayor amenaza que se cierne no sólo sobre el campo de volcanes sino sobre todo el territorio insular.
Existen denuncias, fotografías, visitas y expedientes del Seprona, de agentes municipales y de los Servicios de vigilancia de Medioambiente, pero nada se diligencia. Hay mucha prudencia y miedo político a las consecuencias, y los infractores lo saben. La ilegalidad continúa, las obras sin autorización siguen a buen ritmo y, quieras o no, el hecho de mirar para otro lado de los responsables públicos, es una clara invitación a seguir saltándose la ley.
Mirando hacia el naciente, el cono volcánico de Rosiana me esconde el horizonte marino. En mi barrido visual observo desde Tufia, su península y sus granjas marinas hasta Gando, con su roque y península. Las pistas del aeropuerto se ven entre los conos volcánicos de Topino y Triguerillas. Luego los conos volcánicos de El Melosal, El Gallego y Topino sustraen el horizonte marino pero volvemos a recuperarlo con la montaña de Arinaga, su punta y su roque.
Acostumbrado al silencio y el relax de las otras vertientes de la montaña, la cara este no es tan relajada. Los ladridos constantes de los perros que guardan las propiedades que se asientan al pie de esta ladera y otras que se encuentran frente a ellas, en la ladera oeste de la montaña del Plato, no cesan. Precisamente aquí, en la hoya de los Corrales, es donde se encuentran la mayoría de las edificaciones. Bloques, bidones, tuneras, pitas, mallas metálicas
, diferentes son los cierres que delimitan estos espacios privados.
Desde aquí, la brutal extracción que durante décadas sufrió la montaña de Santidad ratifica la práctica desaparición del cono y sus efectos en el paisaje circundante. Daños irreversibles que afectan a la cara oeste de la montaña de Santa Rita y a la cara sur de la montaña del Plato.
Un inciensal ocupa la parte más alta de esta montañeta en orientación oeste. Un mar de inciensos que lo ocupa todo. Peinado por el viento, sus penetrantes y dulzones efluvios acompañan al senderista cuando lo aborda por su cara norteña. Señalar aquí que por todas las caras piuede accederse sin dificultad a la cima de este cono volcánico.
A nuestra llegada a la cima, nos encontramos con una loma alargada, donde el tomillo, las tederas y alguna que otra altabaca enriquecen el registro botánico. La presencia de altabacas está asociada a la humedad que aportan los alisios durante la noche. Es placentero transitar por la lomada. Al llegar a su extremo en dirección este, una estructura rocosa se eleva, similar a la observada en la otra punta de la misma. Es aquí, en dirección naciente, donde encuentra acomodo una docena de grandes retamas blancas y dos grandes acebuches. Un mullido suelo cubierto de trebolina y una sinfonía sin igual, orquestada por diversas avecillas que encuentran en estas lomas y vaguadas un ecosistema idóneo para desarrollar con éxito sus ciclos vitales, me permite deambular sin prisas ni ruta fija, entre flores de mayo. Sin duda una senda increíble por un camino que apenas se percibe, muy poco transitado y que nos permite bordear esta crestería, descendiendo por la barranquera de la lava en un primer momento, para retroceder luego, en busca del nacimiento del barranquillo formado en el interior del cráter, un pequeño barranquillo sin nombre que desagua en la cañada de las Haciendas. Sorprende la presencia de un refugio de pastor próximo a la vaguada, de estructura circular, bien conservadas sus paredes pero desfondada parte de la cúpula pétrea que formaba su techumbre -ver fotografía que encabeza este artículo-. Con orientación de su puerta hacia el sureste, de espalda a los vientos dominantes, es éste un claro ejemplo de la ruina que amenaza a todos y cada uno de los valores etnográficos: eras, canales excavados en la roca para aprovechar las lluvias, depositos horadados en la roca, muros de bancales, majanos, casas tradicionales canarias, patios
, del paisaje volcánico de Rosiana.
Recorriendo esta loma, observo la ladera que se encuentra en vertiente sur. Un tabaibal dulce se extiende hasta el valle, En él observamos inciensos, vinagreras, hinojos y verodes como plantas asociadas al imperio de esta euforbia.
Hacia el oeste el paisaje es impresionante. Un circo montañoso cierra el horizonte imprimiendo a la imagen observada una belleza extrema. Recomiendo disfrutarlo en invierno, tras un tiempo lluvioso, cuando la atmósfera se presenta limpia y el paisaje verde. Si lo observamos, sin definir lugares concretos, valorando sólo las impresiones provocadas, destacaremos amplios manchones de pinar canario alternándose con promontorios rocosos desprovistos de cubierta vegetal, resaltando por su austero cromatismo, en el corazón de los acebuchales y pinares, su innegable naturaleza volcánica.
Si observamos con mayor precisión y detalle, vislumbraremos alguna que otra estructura arquitectónica asociada a galerías y pozos pues son las aguas subterráneas, valores inherentes al paisaje observado. Si nos dirigimos, barranco del Conde arriba, por la Umbría de Burgos, llamará nuestra atención los cimientos de una presa que jamás llegó a construirse y que ratifica la importancia hídrica de esta cuenca. Salpicando el abrupto horizonte, alguna que otra casa aislada.
Dos extensos llanos, conocidos como Llano de Santa María y Llano de los Pastores, se observan en primer plano, y uno los reconoce como espacios agrícolas de extraordinario valor cerealístico hasta no hace muchas décadas pero que ahora, lejos las esquilas del ganado transhumante y las eras cumpliendo su misión de trasiego de bestias, aventada y recogida del grano, propio de los cultivos de secano, pasaron a ser territorio apetecible para los devoradores de suelo, los grandes grupos energéticos de los aque hablábamos, que no necesitan estar aquí para vertebrar su codicia y ambición tras un ordenador, donde la isla es meramente un solar y donde la inexistencia de curvas de nivel les revelan espacios llanos sobre los que poner su mirada e ir tras ellos con la intención de ocuparlo, sin importar donde se encuentre, si goza de protección o no, si es suelo agrícola de alto valor o no, si es de interés paisajísitico o no, pues para ello cuentan con un as en la manga: la perversa interpretación del interés general.
Aproximo ahora la vista a esta ladera oeste de la montaña que se inicia con este promontorio rocoso donde se sitúa su máxima altitud. La ladera no presenta dificultad alguna para su tránsito y un mar de gamonas se extiende generosamente por ella. Cornicales, balillos, inciensos, bejeques (Aeonium percarneum), veroles, tomillos
En la roca desnuda, líquenes y musgos hacen acto de presencia, colonizándola, y en la ladera, su suave pendiente nos devuelve una bucólica y pastoril imagen.
Cuando uno observa conos volcánicos como éste, sin mayor alteración que el paso de una pista de tierra por su cara este, uno se alegra y tiene la absoluta certeza de que este campo de volcanes, será protegido, tanto por las instituciones responsbles como las personas que lo visitan, conocen y defienden.