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SARGADELOS un valle poblado por una industria (1)

Mosquera Mata, Pablo A. - martes, 21 de mayo de 2024
30 de abril de 1798. Habitantes de las 17 parroquias próximas a la de Santiago de Sargadelos en el Concello de Cervo, marchan sobre la fábrica que regenta el Ilustrado Antonio Raimundo Ibáñez. Son recibidos no sólo con improperios. Reciben granadas y balazos. Hay un muerto y muchos heridos. Causas del motín: el imperativo por el que deben acarrear carbón, y diversos materiales relacionados con la fábrica, por un menguado salario de 12 reales por carro que necesita de dos hombres y dos parejas de bueyes con un tiempo de dedicación de hasta tres días, lo que conlleva el descuido para las tareas de siembra y recolección. La desobediencia es reprimida con multas y prisión en un maldito cepo instalado en las fábricas.

Ibáñez ha logrado, por la autoridad central del reino, autorización exclusiva para manejar las fragas de Rúa. Ante tamaño mandato, los paisanos buscan amparo en la Intendencia General del Ejército de Galicia, lo que no logran y provoca el aumentó en la represión del señor feudal-ilustrado. Sargadelos es una fábrica de municiones con amplios privilegios reales. La hidalguía civil y religiosa acusaban a Ibáñez de ser un déspota cuya conducta industrial desarticula la economía agropecuaria de la comarca.

No obstante, no podemos en modo alguno obviar sus logros. De sus hornos salen los potes que dan de comer a muchas familias humildes de la zona, los proyectiles que defienden a la nación en momentos cruciales o las tuberías que llevan el progreso a la capital del reino en forma de agua corriente.

Con frecuencia disfruto enseñando Sargadelos: El paseo desde los hornos hasta la presa con el canal y los eucaliptos a los lados del sendero. El museo que guarda y expone las cuatro etapas de la loza que llegó a competir con Picman y Cartagena, y en su primera etapa hasta con Bristol. La fábrica fundada por Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane, con ese hermoso mural que recuerda un guerrero del denario ibérico, o la presencia escultórica de los grandes padres de nuestra literatura Galaica.

Todavía se conservan los mojones del camino con peaje entre Sargadelos y el puerto sito en Los Campos-Ría de San Ciprián, dónde la flota de buques con pabellón de la fábrica, traían y llevaban, materiales relacionados con la producción. El pazo con su heráldica y una hermosa fuente, entre escaleras de piedra y jardines. Si cierro los ojos y pongo atención creo escuchar aquellas orquestas que animaban las fiestas del Apóstol Santiago pegadas a la Casa de la Administración. Bailes de antaño. Tango, chachachá, bolero, vals. Era una muchachada alegre entre huellas de la historia.

Una historia que debería enseñarse en la disciplina de "sociales" en los centros de enseñanza, al menos de La Mariña mindoniense. En su horno de fundición se elaboraban hasta 30.000 quintales de hierro que dieron cocinas, balcones, tubos, molinetes para barcos, ruedas hidráulicas, baterías de cocina, municiones, potes a estilo Burdeos. Esos consumos de 50.000 quintales de carbón mineral, otros 20.000 de carbón vegetal, unos procedentes de minas astures y otros de las fragas sitas en Rúa y Trasbar.

Y lo más importante. La industria empleaba hasta 1.000 familias, 250 carros con 300 parejas de bueyes, que acercaban y trajeron mercancías de un puerto -Los Campos de San Ciprián- que llegó a contar con una flota de 22 buques.

Tal actividad fue causante de la creación de ese pueblo-parroquia. No sólo talleres, casas para residencia de los numerosos operarios y sus familias, y desde luego una iglesia que encomendaron al Apóstol Santiago, así como ese mesón que perdura hoy olvidado.

En 1804 comienza el esplendor de la loza que será santo y seña del buen gusto, hasta ese momento en 1848 en que hasta S.M. la reina acusa mediante Real Orden haber recibidos dos hermosas bajillas de tal compañía -Sociedad La Riva- que se considera como presente de las artes y homenaje a la industria de Galicia. Hago un inciso para comparar lo que antecede con la pestilencia contaminante de esa ALCOA moribunda. En Sargadelos hubo emprendedores, comerciales, diseñadores y continua mejora en las instalaciones y herramientas. Incluso un camino de peaje del que hoy quedan los mojones que nos indican por dónde pasaban los carros celtas desde el emporio industrial hasta el puerto en la ría del Covo.

En pleno primer tercio del siglo XXI, la loza de aquel Sargadelos del siglo XIX es un lujo que suele estar expuesto por su valor integral, que además para un gallego de La Mariña es un símbolo que alimenta el orgullo identitario. De todas las piezas posibles me quedo con las hermosas escribanías que a buen seguro estaban en la mesa escritorio de un catedrático, un obispo, un médico de prestigio o un abogado triunfal. Sus colores pueden confundirse con la loza de Cartagena o de la Cartuja, pero no para alguien que sabe de marcas.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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