Dedicado a mi estimado amigo Anselmo Marrero Tejera quien, tras la lectura del anterior artículo
dedicado a la montaña de Santidad, me hizo llegar un dossier fotográfico personal con un registro
histórico de la evolución de este cono volcánico, algunas de cuyas fotos adjunto a este artículo.

"Es en este derrame lávico, en la actualidad transformado por el tesón, esfuerzo y labor de varias generaciones de agricultores en las tierras de cultivo abandonadas que ahora vemos, donde observaremos unas curiosas estructuras que, obligatoriamente, nos llamarán la atención.
El necesario despedregado fue inmenso, resultado de ello son los interminables muros divisorios y las altas aglomeraciones de piedras que, a modo de mastabas -perdónenme si dejo volar mi imaginación-, guardan un gran parecido -apenas varía el tamaño, pero no las formas-, con las famosas "pirámides" de Güimar en Tenerife."
Así terminaba la primera parte del artículo dedicado a la montaña de Santidad.
En éste, vamos a referirnos en exclusiva a la segunda boca eruptiva y sus derrames lávicos. Un cráter que milagrosamente se conserva en perfecto estado, si tenemos en cuenta la brutal extacción llevada a cabo junto a él. Un cráter que permite viajar en el tiempo, pues una vez en su interior, no es difícil revivir el fenómeno vulcanológico acaecido, sentir el paroxismo geológico desatado en todo el campo de volcanes, descubrir la evolución de la vida a partir de los más pequeños seres que colonizaron las rocas que conforman el suelo donde pisamos y las paredes formadas por emplastes escoriáceos y, no por último pues cada persona experimentará con su visita otras múltiples sensaciones, encontrarnos con un paraíso de paz y armonía donde los cantos de diversas avecillas, orquestan la sinfonía celestial propia de un edén volcánico.
Para acceder a este cono, asociado al desaparecido de Santidad, uno de los caminos más cortos es, sin lugar a dudas, abordarlo por la ladera norte de la montaña de El Plato.
Para ello cruzamos un terreno baldío, cultivado en un pasado ya lejano y que presenta un suelo esponjoso, reflejo de un suelo formado sobre un sustrato de cenizas volcánicas, cuajado de humedad, fruto de la ralentada nocturna. A finales de marzo y primeros días de abril de este año, dos herbáceas cubrían el terreno: los relinchones (Hirschfeldia incana) y las palominas (Echium plantagineum), que con sus floraciones, amarillas la primera y violeta-rosáceas la segunda, visten estos terrenos de color. En el centro de la finca, una grande y frondosa higuera que, a estas horas de amanecida, esparce su penetrante aroma, decenas de metros a su alrededor. En mi más reciente periplo de finales de abril, las vistosas flores amarillas de los relinchones han desaparecido o han trocado las corolas su color y sus pétalos son blanquecinos, pinta el campo ahora de un color apagado, anunciando el tránsito hacia la desaparición de esta herbácea agostada y seca.
Dejamos atrás la higuera y, tras sortear el muro de piedras que nos indica la existencia de un nuevo bancal, entramos en otro terreno sin cultivar, próximo ya a otro muro,

este con mayor entidad, que sirvió de base para continuar con el despedregado del terreno. Aquí, el suelo está salpicado por una planta herbácea diferente y más delicada, que nos muestra unas flores de color malva, muy atractivas. Se trata de jacintos silvestres (Muscari cosmosum) que cubren por completo este terreno y otros colindantes.
Es fácil sortear este nuevo muro de piedras que sirve tanto para conservar la tierra, como disponer de un terreno llano y limpio -no olvidemos que cumple a la perfección la labor de comportarse como alargado depósito para el despedragado del mismo- y como linde.
Una senda, apenas visible, discurre por la cara norte de este cono coronado por una torreta de alta tensión acercándonos, entre terrenos antaño cultivados y hoy colonizados por gamonas, hinojos, veroles, vinagreras, inciensos y tabaibas amargas, camino de otro muro de piedras, este de mayor volumen pero bajo y muy deteriorado, que se extiende en dirección este-oeste, delimitando la zona de extracción de Santidad. Al amparo de este muro, una decena de viejos y frondosos olivos alineados suponen el último reducto verde frente al horror del vacío.
Es importante echar una mirada al camino transitado y entre la vegetación arbustiva de los terrenos abandonados, observaremos como flores de mayo y grandes cerrajas complementan este improvisado y rápido registro vegetal.
Hay luna menguante y en este preciso instante em que no desaparecieron los últimos vestigios de la noche, la luna provoca una bella imagen coronando el hermoso perfil de La Montañeta Fría, otro cono volcánico del campo de Rosiana que pronto trataremos.
Una vez rebasamos este muro, entramos en territorio de Santidad. Una pared escoriácea, con elevada pendiente se yergue frente a nosotros y una senda imperceptible vislumbro a media ladera. Deseo sentir la emoción del encuentro con el vacío provocado por la escalofriante pared vertical que hay al otro lado, fruto de la explotación de medio siglo de extracciones de materiales volcánicos. Una vez en la cima de esta ladera truncada, constataré que me encuentro sobre los últimos vestigios inalterados de lo que queda del volcán, apenas unas decenas de metros de su ladera norte.
Asciendo con prudencia entre un campo de bejeques. La mayoría son Aeonium arboreum arboreum, sólo algunos son Aeonium percarneum. No puedo olvidar que esta es la parte baja, el arranque de la ladera del volcán desaparecido. El análisis e inclinación de los lugares donde se iniciaba la ladera del volcán nos da una idea aproximada de su verdadera morfología y altura.
En marzo iniciaban su formación las floraciones de los bejeques rosados, pero sé que cuando florezca en otoño la otra especie de bejeque, la montaña se incendiará, metafóricamente hablando, con las inflorescencias de un amarillo resplandeciente de los Aeonium arboreum arboreum -una especie endémica de Gran Canaria-, y esta pared que ahora transito, se llenará de luz.
Llego al borde y me aproximo para sacar algunas fotografías. No es prudente correr este riesgo y jamás recomendaré tal insensatez. No puedo olvidar que la senda que he dejado una par de decenas de metros más abajo lleva sin peligro alguno al segundo cráter del volcán y este ascenso es innecesario. Yo necesito hacerlo para constatar la inexistencia de letrero alguno, de valla, de señal de advertencia, de cualquier elemento disuario que alerte del peligro existente. Al no existir, más allá del riesgo indudable, la explotación está incumpliendo la legislacion vigente sobre seguridad en este tipo de explotaciones a cielo abierto.
Recupero la senda antes indicada, para llegar al labio del cráter de la pequeña boca eruptiva. No existe una senda para bordearla por completo pero, teniendo cuidado en caminar firme sobre un terreno escoriáceo suelto, con cenizas volcánicas en unas zonas de coloración rojiza y en otras de coloración amarillenta, es mi intención disfrutarlo antes de descender al interior del mismo. Camino entre vinagreras y bejeques, cardoyesca y verodes, aunque también hay tuneras y pitas cresteando el cráter.
Curiosa es una planyta que presenta sólo contandos ejemplares agaszapados en la roca. Se trata de Andryala pinnatifida, posiblemente preauxiana, un endemismo de Gran Canaria que encuentra uno de sus reductos en el corazón de este volcán.
Si indagamos y observamos pacientemente la pequeña flora asociada a las fisuras y oquedades de las rocas que forman el cráter, nos sorprederán especies como ésta, poco o nada habituales en el resto de volcanes del campo de Rosiana. Y así, mi estimada amiga la doctora en biología Isabel Santana me identyifica un helecho abundante en las paredes internas del cráter: Polypodium macaronesicum y Monanthes brachycaulos, éste último un endemismo canario presente en Gran Canaria y Tenerife. También en una de estas cuevas, la única que presenta una cierta entidad, hay una especie de geranios canarios.
Buscando en cartografías viejas, una aportada en la página web de un señero grupo de montaña, encuentro para este volcán un nombre propio: volcán de santa Rita. Es el mismo nombre que registrará luego la cartografía más actual de GRAFCAN, si bien aquella fijaba la altitud del cono en 641 metros, mientras que la actual sitúa su cota más alta en 651 metros.
Me encuentro en el lugar apropiado para disfrutar del paisaje y realizar una breve lectura del mismo, no sin antes constatar la forma del borde del cráter, una herradura perfecta.
Hacia el norte observo en esta ladera, justo antes de encontrarse con la cañada formada entre este cono y la montaña de El Plato -cañada de La Palma-, un grupo de colmenas, apenas visibles tal y como se encuentran entre vinagreras, pitas y otras platas arbustivas. El lugar es idóneo si tenemos en cuenta la abundante floración que encuentran las abejas alrededor de ellas.
La ladera, rocosa, está cubierta de bejeques rosados (Aeonium percarneum), salpicando la misma varios ejemplares de tunera americana
Desde este punto, es evidente el alineamiento de conos. La montaña de Los Barros, el cono surgido en la falda sur de dicha montaña, este volcán, la montañeta de Cubas y, al otro lado del barranco de Silva, el barranco del Melosal forman una línea perfecta.
Dejar volar la mirada en lontananza es observar la isleta de Las Palmas y sus conos volcánicos. Partiendo de ellos giro la vista en busca del noroeste y en este amplio abanico observo el pico de Bandama, la montaña de Tafira, La Caldereta, El Cabezo, montaña Riquiánez y delante de estas elevaciones, los conos volcánicos de Jinámar: la montaña Pelada, la maltratada montaña Rajada, la Sima de Jinámar, El Gallego y la montaña de El Rosso. En diferentes planos, observamos las cuencas de varios barrancos y así, sobre la ladera de Solana del barranco de San Miguel observamos el estiramiento urbano de Valsequillo. Desde la Barrera se suceden los Llanates, Las Casas, Luis Verde hasta el núcleo urbano de Valsequillo. Sobre él, observo el que en su día fue mirador de la montaña de El Helechal.
El noroeste me lleva hasta la montaña de los Barros, donde observo las tres elevaciones que la definen y en su cara de solana la plantación de naranjos así como el volcán más reciente y desmantelado en buena parte, conocido cartográficamente como Los Picachos, por el barranco de Los Pedacillos, al que llegó a cegar tras la erupción.
Hacia el sur observo en primer plano el tremendo impacto de la explotación minera sobre la montaña de Santidad. Elevando la vista, Triguerillas, Caldereta y los restos de Santidad complementan la línea de conos volcánicos observados.
Dirijo la mirada a la costa y observo Tufia y Gando en dirección sureste. Desaparece la costa y no observo Ojos de Garza pues me lo impiden una serie de conos volcánicos: Cuatro Puertas, El Gallego, Herrero y Topino. Otros me impedrián ver más costa: Rosiana, Montañeta de Cubas, Melosal
y sólo dispondremos de una pequeña ventana que nos permitirá ver la montaña de Arinaga, el roque y su costa.
Hacia el este observo a mis pies, en primer plano un llano, conocido como el llano de La Palma. Ser trata de una antigua zona de cultivo, actualmente cubierta de verodes y tabaibas entre las que se encuentran espaciados diversos bloques erráticos. Desplazando la mirada en una vision más amplia, partiendo del nordeste observamos montaña Las Palmas y a sus pies, extendiéndose ante nuestra vista, diversos núcleos urbanos: Balcón de Telde, La Herradura, San José de las Longueras, Lomo Magullo, Malpais, Valle de los Nueve, Lomo Bristol, El Ejido y más debajo de estos barrios una amplia extensión urbana compactada que se corresponde con el núcleo urbano del corazón de Telde: San Francisco, San Juan, San Gregorio. En dirección a la costa los núcleos urbanos de San Antonio, Las Remudas, El Callejón, El Calero Alto y Bajo, La Montañeta
nos acercan a la autovía GC-1.
Ya en la costa, si nuestra vista busca el nordeste, identificamos los edificios que conforman Jinámar. En el litoral identificamos la plataforma de investigación marina PLOCAN y un buen rosario de barcos y plataformas petrolíferas que, al abrigo del puerto de Las Palmas, se encuentran fondeados, justo hasta la altura de la desembocadura del barranco de Jinámar.
Nada del paisaje de la costa teldense se escapa a nuestra mirada desde aquí. Uno tras otro, tanto los núcleos urbanos costeros como las pequeñas elevaciones existentes se ofertan a nuestra mirada.
Giramos la vista y hacia el oeste encontramos en primer plano el aterrador vacío producto de la desaparición de la montaña de Santidad. De similar manera el tremendo tajo sufrido por la cara sur del volcán de El Plato. La ambición desmedida o la falta de un control detallado de los límites de la explotación, ha permitido no sólo devorar el volcán de Santidad sino afectar a todos los espacios limítrofes.
Alzo la vista y surge las montañas de Triguerillas, Calderetas y Montañeta Fría, visibles ahora tras la desaparición del volcán de Santidad.
Al desviar la vista en dirección al vacío de Santidad, observo una especie de hoya formada entre estos dos conos. Corresponde a una de las corrientes lávicas del volcán desaparecido. Es en esta cara sur donde las mordidas y las catas a la base de este cráter son más visibles. Afortunadamente no hay muestras palpables de daños semejantes en las caras norte y este, aunque en la cara oeste la invasión de la extracción de Santidad ha supuesto la construcción de una pista necesaria para llevar a cabo la cata y extracción, afectando así al cono donde nos encontramos ahora.
Es el momento de dejarme llevar por la belleza y atracción del interior del cráter. Para ello transito sobre un suelo cubierto de cenizas volcánicas, en una depresión que me permite observar las paredes del mismo, constatando una mayor altura en las caras norte y sur del cono, con estructuras escoriáceas compactadas que presentan, en el caso de la cara norte, una ligera inclinación hacia el interior del cráter formando un solapón. Es de menor altura la observada en la cara oeste, con forma de degollada -ver la fotografía que inicia el artículo- y es en esta cara donde una extensión compacta de pitas muestran orgullosas sus sobresalientes pitones sobre los que desarrollará la planta su floración. No es el único volcán donde las floraciones de las pitas identifican la silueta de varios de ellos en este campo de volcanes de Rosiana y al igual que en todos ellos, su densidad imposibilita el tránsito entre estas plantas por culpa de sus aceradas púas.
La salida hacia el este del material lávico no presenta un desnivel acusado, más bien es plano, pues la salida de estos materiales fue retenida por una muralla de materiales -posiblemente una buena parte del cráter que, a modo de bloque errático, comenzó su tránsito pero se detuvo a la salida de la boca, cerrando esta salida inicial y obligando a la lava a buscar una nueva vía para continuar su descenso, encontrándola a la izquierda de la boca, uniéndose así a una de las corrientes lávicas de Santidad.
Gamonas, tomillos, hinojos, verodes, tabaibas amargas, venenillos,tederas, bejeques de flores rosadas, bejeques de flores amarillas, vinagreras, cerrajas. Algunas cerrajas presentan un falso desarrollo arbustivo pues varios tallos surgen de la base de la planta, dando un aspecto ramificado.
El suelo del cráter está cubierto de herbáceas en el mes de marzo, destacando una perteneciente a la familia de las euforbias. Esta lechetrezna es una especie que encontraremos también en los bancales de este lomo escoriáceo. La planta es frecuente en terrenos baldíos y lugares ruderalizados. Es posible que se trate de Euphorbia helioscopia.
No hay tuneras ni pitas en el interior del cráter y es un tanto a favor de la pureza del paisaje botánico observado.
En las paredes de umbría, la orchilla destaca entre un amplio abanico de líquenes crustáceos. Los musgos tapizan las aristas de las rocas en las zonas más oscuras y húmedas del roquedal. Hay que caminar con enorme cuidado si queremos explorar estas paredes, pues los filos de los materiales escoriáceos cortan al mínimo roce. Obligatorio buenas botas de montaña y pasos muy medidos.
En el corazón del cráter observamos una estructura volcánica que bien pudiera corresponder, por su forma, a un hornito final o bien no es más que otra curiosa estructura que en forma de bloque errático quedó justo ahí, tras el paroxismo final.
El periplo por el derrame lávico es transitar entre una vegetación que parece conservada tal cual desde hace mucho, mucho tiempo. Enormes ejemplares de tabaiba dulce, de tal tamaño para ser arbustos que en algunos sus ramas y copas se sitúan por encima de nuestra cabeza, grandes veroles con tallos que rivalizan con el grosor de mis brazos y piernas y ejemplares de pita especie foránea naturalizada como planta útil por el hombre del campo pero que, ahora, abandonada la actividad agropecuaria se ha vuelto tremendamente agresiva e invasora-, capaces de alcanzar en este suelo profundo, esponjoso, rico en agua y cargado de nutrientes, donde las raíces no encuentran dificultad alguna en penetrarlo profundamente, más de dos metros de altura en su conjunto foliar, con pencas que alcanzan anchuras cercanas a los treinta centímetros. ¿Acaso no es singular tal tamaño para esta planta?
Camino la zona sin dirección fija, dejandome llevar por la curiosidad. Este Lomo de La Palma se extiende hasta el barranco de los Pedacillos, barranco que recoge las aguas del barranco del Conde y de esta breve cañada que surge entre las montañas de El Plato y Santa Rita, conocida como cañada de La Palma, barranco que a su vez entrega su aporte hídrico al barranco de San Miguel, antes de convertirse en barranco Real de Telde.
Me dejo llevar por las piernas y deambulo a un lado y a otro entre esta vegetación siguiendo el camino de la lava. Es entonces cuando encuentro casualmente las estructuras pétreas, arriba señaladas. Y es entonces cuando acude a mi memoria el parecido que guardan en cuanto a su génesis y forma, con las llamadas pirámides de Güimar. Las preguntas son obvias:
¿Pirámides o majanos?
Majanos de Chacona así se les llamaba a las bautizadas luego como pirámides de Güimar.
Y un majano es, según el diccionario de la Real Academia Española un montón de cantos sueltos que se forma en las tierra de labor o en las encrucijadas y división de términos.
Es decir que las acumulaciones de piedras en Güimar con forma piramidal, tienen un valor etnográfico similar a los majanos formados en este derrame lávico -ver fotografía adjunta- pues se disponen de un modo parecido a la hora de acumular las piedras y elevar la altura de los majanos, en el caso de Telde hasta alturas próximas a los cuatros metros.
No están mejor conservados éstos ubicados en Los Montes y el Lomo de las Piedras, pero su valor es innegable. Ambos modelos de estructuras pétreas fueron realizadas por agricultores durante muchos años. En el caso de las de Güimar, a lo largo del siglo XIX, en el caso de Telde serán necesarias rigurosas investigaciones para temporalizar la ingente labor de despedregado en esta extensa zona cultivable.
Una plantación de olivos, cuento más de un centenar, son la única injerencia humana en este espacio arbustivo. Aunque dotados de riego en un primer estadío, ahora se encuentran abandonados, manteniéndose con los aportes ocasionales de la lluvia. Se encuentran en buen estado. Junto a ellos y tras un bloque errático, un espléndido drago canario de unos dos metros de altura. Medio centenar de metros más abajo, la sorpresas botánica nos la dará un hermoso pino canario creciendo justo al lado de otro bloque errático.
El suelo de los olivos, allanado y limpio para realizar en su momento la plantación, está cubierto en marzo de azucenas de risco (Pancratium canariense), un endemismo canario presente en todas las islas.
Recorrer el discurrir de la lava es transitar por un amplio territorio salpicado de bloques erráticos. Es fácil contabilizar desde el cráter una veintena de ellos, pero en nuestro periplo por el discurrir de todas las lenguas lávicas no es muy aventurado hablar de un centenar.
Tras pasar el olivar, el suelo de otro terreno de cultivo abandonado se encuentra cubierto de tomillo (Micromeria sp).
Una curiosa cerraja capta mi atención por sus hojas muy festoneadas. De no ser un Sonchus leptocephalus, se trataría de un híbrido entre esta especie y Sonchus acaulis.
Se conserva, a un lado de los majanos, una pista de tierra con muy poco uso. Es en esta pista donde encontraremos un panel informativo, bajo el epígrafe: Campo de los volcanes de Rosiana. Municipio de Telde.
Siempre es interesante detener la marcha y disfrutar de su contenido. Nos indica que se trata de una ruta de dificultad baja, con un recorrido aproximado de un kilómetro y medio y una hora de duración.
La información no está mal y nos habla de unos cinco volcanes presentes en la zona. Pero debería explicar mejor lo de los tiempos pues está claro que, si nuestra intención es acercarnos a cada uno de ellos, el tiempo no es de una hora de duración, sino de varias horas, pues alguno de ellos se encuentra bastante alejado del lugar donde nos hallamos.
Ante algunos gazapos como éste, rememoro mis tiempos como coordinador del Programa de Educación Ambiental en la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias. Siempre tuve claro que cuando se realiza un panel informativo, hay que ser meticulosos con la información y comprobar una y otra vez los datos expuestos. Así, el volcán del Melosal, uno de los mas bellos del conjunto vulcanológico por su perfil, cráter y derrame lávico que, a media altura de ladera y en dirección norte, llegó entonces a cegar el barranco de Silva, no tiene 706 metros de altitud -esa es la altitud de la montaña de Calderetas-. Y esto es importante porque siendo el volcán con menor altura de los que acompañan a la montaña Herrero, la montaña de El Gallego y la montaña de Topino, ninguno de éstos alcanza una altitud superior a los 550 metros.
Pero más allá de este notable error, el panel ofrece ideas genéricas sobre la geología, biología y etnografía del lugar, muy acertadas e interesantes a la hora de disponer de un conocimiento básico sobre los espacios transitados. Es esta senda la que me lleva hasta el cierre de la extracción en este derrame lávico de Santidad y puedo observar como, justo donde se ha parado la misma, relictuales almácigos, retamas blancas y escobones son testigos fieles de la frondosidad y grandiosidad del bosque termófilo que existía en el pasado, en estas medianías teldenses
Sabría luego, por mi amigo Anselmo Marrero, de la existencia de un camino antiguo que bordea la montaña de Santa Rita por su cara nordeste. Limpio recientemente por operarios del Cabildo Insular, es otra vía recomendable para acceder a la montaña y sobre todo para tomar contacto con la vegetación y el discurrir de los bloques erráticos.
También sabría por mi amigo, de la existencia de un valle escondido entre la montañeta de Cubas y montaña Santidad, conocido entonces como el rancho de Rosiana -se conserva en dicho lugar una casa antigua y dependencias anexas, actualmente en notorio estado de abandono-, pues era lugar de acampada de los Scouts de Telde, hace cincuenta años -¡Cómo cumplimos años, amigo mío!-. Anselmo me confirmaría que en esa época, se realizaban rutas para llegar a la cima del volcán de Santidad, justo por la ladera que se iniciaba en aquel valle y recuerda de aquellos periplos la imponente presencia del volcán, su ladera empinada, cubierta de una gruesa capa de picón que dificultaba el ascenso. Ya en su cima, era entonces cuando uno constataba el pequeño tamaño de esta segunda boca eruptiva. Ahora, medio siglo después ni ladera, ni camino hay. En su lugar un enorme socavón y una esplanada árida, fría y polvorienta, silenciada de vida y donde sólo se escuchan los potentes motores de los camiones y las palas extractoras.
Espero que el tan deseado Paisaje Protegido de Rosiana, pendiente del último trámite que no es otro que su aprobación por el Gobierno de Canarias, suponga el fin de las extracciones o, de no ser así, la protección integral de todos los conos volcánicos restantes. Éste, el de Santa Rita, es incuestionable su protección, no sólo por su valor vulcanológico sino biológico, hidrológico, paisajístico y etnográfico.
José Manuel Espiño Meilán, caminante y escritor.