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«Gaudeamus»

viernes, 26 de abril de 2024
«Akademische Festouvertüre», Johannes Brahms, Op. 80, en do menor, para orquesta, Viena, 1880.
Con este comienzo bien pudiera parecer que más que de fiesta vamos a un concierto. «Gaudeamus» Y, en cierto modo, así es, aunque no nos lo parezca. Vayamos por partes.
Hay ambiente ya de ceremonia, de festín, de regocijo. No es para menos: los universitarios dejan las aulas, no sin antes asistir a su gran acto de graduación, ante autoridades académicas, familiares selectos y amigos de pandillas y risas.
Como este año ya he asistido a alguno, tomo un poco de tiempo para analizar el temazo -lo digo por la pompa- con el que culmina acto tan preciado: el «Gaudeamus igitur».
Cada promoción elige el mejor modo de hacerlo sonar. Desde el más fácil, sin ayuda de soporte alguno, tirando de garganta y vago recuerdo de la letra, hasta el más sofisticado, con artilugios digitales y amplificadores sonoros en cada esquina. En todo caso, los presentes, en pie y haciendo lo que pueden, respiran aliviados.
La historia conocida del himno Gaudeamus se remonta al surgimiento de las universidades europeas. Incluso antes, pues hay en él alusiones provenientes de la Antigüedad clásica y, más, de la Edad Media, cuando la vida estudiantil se refugiaba en Estudios Generales de catedrales, monasterios y conventos. El texto tiene origen en un salmo penitencial y, como tal, destila un aire entre el pesar y el gozo.
Con tantos siglos de vida y teniendo como actores centrales a profesores y estudiantes, no extraña que la melodía y la letra hayan ido cambiando al son de sus gustos y andanzas. El latín se ha mantenido, pero de los inicios a esta parte ha habido mudanzas que hacen necesarios específicos estudios para descifrar su real significado y, algo no menos importante, su intencionalidad, ironías y dobles sentidos.
No, no es fácil. Ahora se cantan apenas dos estrofas, pero llegó a tener nueve. Se fueron omitiendo las siete restantes para abreviar. Y quizás por lo raro que sería exponer ciertas ideas con el paso del tiempo.
En los primeros versos hallamos un concepto recurrente en este himno: el canto al aprovechamiento cabal de cada momento puesto que llegará la hora en que, ya decrépitos, ese goce no será factible pensando en el desenlace final de todo ser humano.
Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus; / post iucunduan iuventutem, post molestam senectutem nos habebit humus.
[Gocemos, entonces, mientras somos jóvenes; / tras la grata juventud, tras la penosa senectud nos tendrá la tierra].
En los siguientes, se da cuenta de los que han hecho posible ese disfrute, cantándole víctores y buenos deseos:
Vivat Academia! Vivant profesores! / Vivat membrum quodlibet! Vivant membra quaelibet! / Semper sint in flore!
[¡Viva la Academia! ¡Vivan sus profesores! / ¡Vivan sus miembros, todos! ¡Vivan sus órganos, todos! / ¡Siempre estén en flor!]
Por el medio quedan alusiones a las mujeres buenas, laboriosas, fáciles y hermosas, así como al Estado, a quien lo rige, los mecenas y otras lindezas de ese estilo.
«Gaudeamus» Uno de los músicos románticos de lo más voluble, el germano Johannes Brahms (Hamburgo 1833- Viena 1897) tuvo la inusitada, aunque feliz idea, de insertar un brillante final en el que luce como nunca el «Gaudeamus igitur» en una de sus obras de circunstancias, de esas que no requieren mucho trabajo y se hacen de pasada.
Brahms había sido nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Bratislava. Le pareció una iniciativa tan peculiar que, casi al mismo tiempo, y tras haber compuesto su famoso Réquiem, realizó dos Oberturas: la op. 80 y la op. 81. Como decía: una que llora y otra que ríe. Incluso puso subtítulo a cada una, después de mucho pensarlo y dudarlo. La op. 80 es la Obertura Académica. La op. 81 es la Obertura Trágica. Las compuso en el balneario de Ischl, cerca de Viena. Clara Schumann, musa y amiga (ya viuda), fue una de las privilegiadas en conocer su existencia.
La Académica no sigue ningún esquema formal. Dura poco más de 10 minutos y en ella suena una orquesta completa, con mucha fanfarria y metal. Y, al final, cuando menos se espera (asoma en el último minuto) surgen las notas del «Gaudeamus». Sin duda, todo un broche de oro, aunque sea sin coro.
Fue estrenada en Bratislava el 4 de enero de 1881, dirigida por el propio Brahms, junto a su gemela -la Op. 81- y su Segunda sinfonía.
Brahms confiesa que ese canto lo había escuchado en su juventud en Göttingen de mano de los estudiantes. Cuando la realizó ya era un personaje conocido en la sociedad vienesa, respetado y galardonado por prestigiosas universidades. No necesitaba mayor fama.
Bruno Walter y Leonard Bernstein o Paavo Järvi y José Miguel Rodilla figuran entre quienes la han dirigido de nuevo.
Bajando del pedestal, asistamos a las actuales graduaciones con el sentir de ver coronado el esfuerzo personal. Y también, seguramente, el sacrificio familiar o cercano de quienes apostaron por ese bien logrado: «Gaudeamus igitur!». Y, al acabar, a meterse a fondo con los últimos exámenes, que para eso estamos...

Pilar Alén, Profesora de la USC
Alén, Pilar
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