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Montañas de Gando

domingo, 31 de marzo de 2024
Dedicado a María de los Ángeles Sánchez Gil, Angi, amiga que me facilitó la visita a los conos
volcánicos de Gando y con ello, el disfrute en las sendas recorridas y la oportunidad de compartirlos
con todos ustedes. Hago extensible mi agradecimiento a las autoridades militares de Gando.

Montañas de Gando
Gando, voz apocopada del término Agando. Términos aborígenes presentes en la isla de Gran Canaria, La Gomera y Fuerteventura. Wofell interpreta el vocablo con un significado concreto: roque, Giese lo traduce como roca y De Luca como cumbre peñascosa o parte alta de una montaña. Todos estos significados cobran sentido en cada isla pues hacen referencia precisamente a un tipo de accidente geográfico determinado. En Gran Canaria, el término más antiguo en las crónicas históricas hace mención precisamente a un roque, el roque de Gando.
Reconocido pues el término como de procedencia aborigen, dicho topónimo identifica actualmente, en el municipio de Telde, a un roque, una península, una Punta, una playa y una bahía.
Son tres las formaciones volcánicas en forma de conos que se encuentran en área restringida por su carácter militar. Agradezco pues, desde este artículo, la disponibilidad de las autoridades de la Base Aérea a la visita llevada a cabo a mediados del mes de septiembre del año dos mil veintidós, con la finalidad de dar a conocer el estado de dichos conos, realizar sencillas lecturas de paisaje y observar desde mi visión de simple senderista e intérprete del paisaje, la evolución de su fauna y flora.
La península de Gando, vista desde cualquiera de sus dos elevaciones volcánicas, nos permite recrear un paisaje original que se nos antoja cubierto de ondulantes dunas, un campo de arenas móviles sobre arenales fósiles que daba continuidad al sistema dunar que, desde los arenales de las playas de Aguadulce y Tufia, se extendían por los ahora llanos de Tufia y Ojos de Garza. Dichas arenas cruzaban el barranquillo de Ojos de Garza -debemos recordar que, en aquel entonces, el barranco del Draguillo no desembocaba donde lo hace ahora de forma artificiosa, sino en una amplia zona inundable en el mismo centro de la ahora conocida como llanura de Gando-, teniendo su prolongación en la playa y arenales del Burrero.
De este idílico paisaje del pasado nos quedan vivos testimonios en pequeñas zonas relictuales, formaciones arenosas dispersas por el entorno donde aún podemos observar -eso sí, muy degradadas-, la flora y fauna propia de este tipo de ecosistemas psamófilos, halófilos y sometidos a vientos constantes. Quedan de igual manera testimonios vivos, testigos de lo que fue Gando en el pasado. No podemos olvidar que antes de ser Gando un área aeroportuaria de primer orden, compartiendo espacio civil con militar, antes fue Lazareto y mucho antes, desde mediados del siglo XIV lugar de encuentro del mundo aborigen con los primeros colonizadores, allá por 1340. Desde aquella época comenzaron las disputas por el territorio y sus recursos.
Pero la historia de todo ello no es la razón del presente artículo, sí lo es en cambio una aproximación al estado de sus conos volcánicos. Para profundizar en el devenir histórico del lugar, existen fidedignas fuentes de información y les invito a conocerlas. Es apasionante la historia de una península que dio y da abrigo a la bahía más grande del archipiélago, bahía de trascendental importancia en un pasado reciente a la hora del comercio de los productos de la tierra y por lo tanto pilar básico en la economía de la isla.
Si les es suficiente con disponer de una cronología rápida sobre la historia de Gando, el espacio museístico gestado y desarrollado en el interior de la torre de Gando tras su completa rehabilitación, es de visita obligada. Es cuestión de solicitar hora y día. Muchos centros educativos la peticionan para conocer tanto el devenir de este elemento geográfico como acercarse al conocimiento específico propio de una Base aérea.
Paneles, exposiciones de elementos varios, trajes de la época, vitrinas que muestran hallazgos, la mayoría de tipología militar, durante la reconstrucción y rehabilitación, un aljibe que se conserva tal cual, próximos los tres siglos de existencia, y el buen hacer de la persona responsable de recibirles y documentarles, hace que sea esta una visita recomendada para los escolares de la isla y población en general.
Quiero interpretar que observamos tres conos surgidos en este pequeño territorio, dos se encuentran en la península: la montaña de Gando que se eleva hasta los 104 metros al sur de la misma y la montaña del Ámbar en el norte, alcanzando ésta los 52 metros y otro en el océano, a unos trescientos metros de la costa y que corresponde al roque de Gando, resto de un antiguo cono, actualmente muy desmantelado y que se eleva unos 17 metros sobre el nivel del mar.
Hay que partir diciendo que todo este territorio está tremendamente alterado. El ser humano ha hecho acto de presencia en toda su superficie no existiendo un metro cuadrado sin intervenir. La excepción la confirma el roque de Gando que, no obstante, ha sufrido el uso histórico de ser objetivo de prácticas militares, un dato que, recogido de personas cercanas al lugar tratado, yo no pude confirmarlo. No obstante, el hecho de que en la documentación y estudio del S.I.C. 31 (Sitio de interés científico) aparezca registrada la práctica de tiro con el Roque hasta muy avanzado el pasado siglo XX le infunde cuerpo de verosimilitud. Hoy este uso, si fue así, desafortunado, forma parte del pasado.
La montaña de Gando puede abordarse por las caras norte, este y oeste. La cara sur presenta una cara muy desmantelada por la erosión marina y es en esta cara donde el edificio volcánico ha perdido una buena parte del mismo.
Montañas de Gando En esta pared vertical, protectora de la bahía de Gando, se encuentra una cueva aborigen, recordándonos al punto la existencia de cuevas semejantes en la cara sur de la cercana península de Tufia, actualmente secuestradas a la ciudadanía pues están privatizadas. Situaciones increíbles, derivadas de la ocupación ilegal de los riscos costeros y de no respetar la ley que reconoce la servidumbre correspondiente.
La panorámica observada desde esta cara sur nos oferta extraordinarias vistas de la bahía y de la playa de Gando.
Es preciso recordar que no siempre fue esta playa, una playa de uso privado. Antes de su expropiación y ocupación militar, la playa de Gando estuvo habitada por marineros y pescadores. La población se asentaba en dos poblados, reconocidos según la ubicación de los mismos: el poblado de Las Torrecillas lo conformaban un grupo de marinos asentados en las inmediaciones de la Torre, lugar donde, una vez abandonada a su suerte la fortificación, habilitaron una puerta de acceso en la planta baja con la intención de guardar sus redes de pesca y otros enseres propios de la actividad pesquera. El otro poblado se conocía como Triana, de ahí el nombre que recibía esta playa, playa de Triana que, al abrigo de los vientos norteños, se situaba en la zona de la costa más cercana al que luego fue lazareto.
Una vez desalojada la población para su uso militar y civil como aeropuerto, ésta fue integrándose en localidades limítrofes: Ojos de Garza, El Burrero, Las Puntillas, Las Majoreras, Montaña Los Vélez...
Seguimos observando esta vertiente sur y a la playa del Burrero le sucede toda la costa hasta el roque y la montaña de Arinaga.
A mis pies, la ladera de esta montaña de Gando se encuentra cubierta de cientos de plantones secos de pino marítimo. La Casuarina no ha prosperado a pesar de todo el costoso sistema de riego. ¿Falta de interés en mantener las plantaciones? ¿Dificultad extrema para prosperar esta especie en dicho lugar? ¿Falta del suelo necesario? Ahí quedan las interrogantes. Yo sólo doy fe de un terreno yermo y tremendamente encalichado y de una especie foránea que no debería ser la especie idónea para repoblar estas riscasderas.
Si llevamos nuestra vista al oeste, esta atalaya nos permite disponer de una panorámica única de lo que en su día fueron las cuencas de desagüe de un barranco cumbrero, el Draguillo, y una serie de pequeños barrancos conformando una amplia superficie, más o menos llana, cubierta por extensos arenales. En la actualidad, constatamos como la transformación antrópica fue absoluta. Urbanizaciones, viales, pistas de aterrizaje y servicios aeroportuarios e instalaciones militares redefinieron el llano en su totalidad. Los ecosistemas originales han desaparecido y con ellos el discurrir natural de la red de drenaje, ahora desviada hacia el norte reconduciendo sus aguas a la altura de la urbanización de la playa en Ojos de Garza y deteniendo el tránsito natural de las arenas gracias a una densa pantalla verde creada con cientos de casuarinas.
Elevando la vista, enmarcan esta antigua llanura aluvial un arco de conos volcánicos que se suceden en el horizonte. De sur a norte identificamos la montaña de Malfú, Tabaibas, María Ojeda, Cuatro Puertas, La Majada, El Gallego, Topino, Ruano, Montaña Las Palmas, Los Barros, Las Huesas...
Ya más alejadas, cerrando el horizonte, las cresterías cumbreras de Gran Canaria.
Devuelvo la vista a la montaña y, a mis pies, en primer plano, observo los restos en pésimo estado del Lazareto de Gando y su templete. La imagen que percibo es un triste homenaje a la ruina y el abandono.
En orientación norte, la costa teldense se desnuda ante nuestros ojos, un núcleo urbano tras otro, playa tras playa, punta tras punta, desde aquí alcanzamos a ver hasta la Punta de Las Salinas o de la Garita y tras ella se vislumbra la costa de Jinámar, oculta parcialmente por los acantilados de Malpaso y el espacio urbanizado de Las Salinas y la Estrella.
En primer lugar los restos del cono volcánico de la montaña del Ámbar, a sus pies la playa y a la izquierda del cono, el bosquete de pinos marítimos o casuarinas (Casuarina equisetifolia) que ejerce a pie de pista, o cabeza según soplen los vientos dominantes, de pantalla protectora ante los vientos, ante el spray marino cargado de sales y humedad procedente del océano y frente al aporte continuo de arena procedentes de los arenales de la zona y los fondos marinos.
Al naciente, el océano. Un océano limpio, sin imágenes impactantes, libre aún de intervención humana. Me siento a contemplarlo. Ahí se encuentra, frente a mí, el roque. Lo observo con calma, con detenimiento, buscando los vestigios pétreos que llevaron a mi añorado y entrañable amigo José Luis González Ruano, a suponerlos aborígenes. Y los encuentro, en esa pequeña llanura que se cierne sobre el roque, entre acantilados que se hunden en el abismo atlántico.
Y sé que esa estructura pétrea en la cima del roque de Gando, esa acumulación de piedras de la que me es imposible percibir una forma definida de estructura habitacional, se encuentra en discusión de si es en verdad un vestigio aborigen o un intento, fallido o no, de refugio o paraviento de pescadores. Así lo hablo con mis compañeros de andanzas, en este caso José Ángel Fleitas y Anselmo Marrero, profesores de historia ambos, con una inquietud envidiable por el conocimiento y el saber. El primero plantea una pregunta que pone en duda su uso aborigen: ¿Qué sentido tiene sobre el roque una construcción habitacional aborigen, alejada de la tierra donde se encuentra el agua, los alimentos y otros pobladores? Y ahí queda la duda en el aire, como las gaviotas que sobrevuelan el roque.
La montaña, recorrida por pistas trazadas sobre el caliche que recubre la mayor parte de la misma, revela su profunda alteración en el estado de su vegetación. Las especies observadas son pocas y escasos sus ejemplares.
El intento de repoblación masiva de toda la montaña con Casuarina ha sido un verdadero desastre. Miles de plantones secos y cientos de metros de negras mangueras dispersos por todas sus laderas. Una red completa de riego extendida por todas las laderas de la montaña, sin notables resultados.
Es en esta cara del naciente donde una red hídrica conformada por un barranquillo y pequeñas barranqueras modela la ladera en mayor o menor medida. Destaca el más profundo y de mayor entidad, conocido como barranquillo de las Pilas, tal vez llamado así porque de él salieron bloques de arenisca idóneos para fabricar las famosas pilas para destilar agua. Observo con claridad los cortes verticales efectuados en la parte alta del barranco. De igual modo son visibles las zonas de extracción de arena que afectan a todo el cono.
En el cauce del barranquillo sobreviven una docena de palmeras canarias. En la misma zona se desarrollan unas pocas casuarinas y dispersos tarajales. Todos los ejemplares forman parte de alguna de las campañas de repoblación, pero las pérdidas siempre han sido muy altas en las plantaciones llevada a cabo.
A la transformación reciente del espacio hay que unirle la practicada durante décadas con la extracción de caliche y la obtención de la cal. Cobra sentido entonces el por qué la vegetación original de este cono y su entorno inmediato ha desaparecido y nos confirma que la observada ahora corresponde más a especies oportunistas colonizadoras de terrenos muy degradados y, sólo en algunos casos -herbáceas y pequeñas plantas arbustivas de porte almohadillado-, podemos encontrar como vestigios relictuales de aquellas formaciones de antaño.
Salados o saladillos (Suaeda sp), incienso (Schizogine glaberima) uvillas de mar (Zygophilum fontanesii), cagalerones en las zonas de plantación, coscos, barrillas... nada más.
Algún que otro ejemplar de siempreviva marina (Limonium pectinatum) pero que no supone una población de referencia -debo constatar que es esta una especie que ha ido en regresión en esta península desde mis primeras observaciones con alumnas y alumnos hace ahora cuatro décadas-, y, en el barranco de las Pilas, los tallos blancuzcos y espinosos de bastantes espinos de mar (Lycium intricatum).
Actualmente, desprovisto de la mayor parte de la cubierta de arenas igual que el resto de la montaña, aislados ejemplares de casuarinas y tarajales prosperan malamente, azotados por el sempiterno viento.
Sigo el descenso, paralelo al cauce del barranquillo, entre una cubierta de suelo encalichado lleno de pequeños socavones que algún dia albergaron plantas de repoblación y que, dando fe de tal labor, sólo permanece el hueco de la plantación. Casi en la línea de costa, cuento hasta cinco estructuras relacionadas con la industria de la cal. Cinco hornos, unos mejor conservados que otros.
Entiende uno entonces porqué ante el potencial de caliche de la zona, se desarrolló aquí una de las zonas más importantes -algunos historiadores lo reconocen como la de mayor actividad y mayor número de hornos- de la isla.
La necesidad de leña para estos hornos, que funcionaban sin descanso las veinticuatro horas del día, hacen fácilmente comprensible la desaparición de todo vestigio de materia vegetal susceptible de ser quemada en todo el entorno y en los bosques termófilos supervivientes en la zona de medianías. El arrase comenzaba en las cercanías de los hornos y de ahí, iba extendiéndose la esquilma hasta otros pagos de medianías y cumbres.
La imagen botánica de la montaña es desoladora. Además de la consabida desaparición de todo vestigio de vegetación autóctona, contribuye a dicha imagen las infraestructuras arquitectónicas, los moviimientos de tierra y las extracciones de arena.
Las repoblaciones, fallidas en su mayor parte, han dejado solo algunos ejemplares lánguidos de casuarina y de tarajal que sobreviven como pueden ante la sequedad y los vientos reinantes.
Sólo tres especies soportan los rigores de la zona. Todas ellas presentan estoicos ejemplares que mantienen el tipo con una sobriedad hídrica a prueba de bomba. Son el salado, los saladillos y las uvillas de mar.
Una planta de bajo porte, la sapera (Frankenia laevis) ha colonizado este sustrato tan alterado y, aislados ejemplares, muy escasos, de siempreviva marina se observan con sus floraciones lilas y moradas con toques blanquecinos.
Desde el lugar donde me encuentro, la parte baja de la ladera este de la montaña de Gando, circunvalando la montaña, dirección a la playa del Ámbar, disfruto de la imagen más hermosa que ofrece el roque de Gando.
Este roque se encuentra protegido por la Ley de Espacios Naturales como Sitio de interés científico y su media hectárea le convierte en el espacio protegido más pequeño de la isla de Gran Canaria.
En mi recorrido por este territorio militar deseo recorrer un poco más el barranquillo de las Pilas y bordear la montaña de Gando para acercarme a la zona conocida como El Tablero, la Punta de La Restinga y la Punta de Gando. Es en esta última zona donde, hace unos cincuenta años, jóvenes de la costa teldense se acercaban con barcos o lanchas, anclaban en su proximidad y se dedicaban a tirarse desde estas Puntas. La transparencia de las aguas convertía el lugar en un paraíso para disfrutar. Alguno de estos jóvenes, relata que esa costa escarpada de la montaña presenta pequeñas cuevas submarinas. Lo cierto es que hay mucha historia verbal narrada por pescadores y buceadores de aletas, gafas y tubo. Al parecer la permisividad terminaba cuando te adentrabas en la bahía. Una lancha militar obligaba a alejarse o abandonar el lugar. Pero eso es historia, hace medio siglo, en la actualidad toda la zona de la bahía y las inmediaciones del Roque son áreas de exclusión militar.
La montaña del Ámbar es un cono parcialmente desmantelado. Falta gran parte del mismo. La pared que observamos en contacto con el océano, muestra su corazón volcánico, una sucesión de escorias y otros materiales emitidos con coloraciones rojizas y negruzcas que permiten al vulcanólogo interpretar el proceso eruptivo.
En el lugar donde debería encontrarse el cono al completo, el mar ha generado una hermosa playa, la playa del Ámbar, playa abierta a las corrientes marinas y por lo tanto una playa a donde llegan diversos materiales de arribada: vigas de madera, redes de pesca, boyas, bidones y otros residuos. Recuerdo con cariño esta playa en mis travesías periódicas desde Salinetas. Con las calmas otoñales, acostumbraba a salir con la piragua y realizar la larga travesía que lleva hasta el roque, circunvalarlo, observar las aves marinas en su cima, las jacas en sus paredes húmedas mientras, una y otra vez, la subida y bajada de las aguas las volvía a empapar. Enfilar luego hacia la playa del Ámbar para descansar un poco sobre sus doradas arenas. Arrastraba y separaba un par de metros la piragua de la marea y luego, acostado sobre la arena, nada perturbaba mi descanso pues la garita de vigilancia no prestaba servicio desde hacía tiempo.
Siempre me emocionó encontrarme en una playa virgen. El saber que poquísimas personas accedían a ella me permitía soñar con encuentros inesperados traídos por las corrientes.
Eran para mí los famosos "jallos", término del habla popular canaria que hacía tiempo había escuchado por primera vez, en boca de mi entrañable amigo José Luis González Ruano.
Siempre relacioné el origen de la palabra con los hallazgos pues de eso se trataban los "jallos". Eran encuentros fortuitos con materiales de arribada. En San Cristóbal, su playa natal, los jallos -restos de maderas encontradas en la playa-, se utilizaban para hacer pequeños fuegos donde asar luego el pescado, hervir unos mejillones o calentar una buena sartén de lapas.
Ahora, otoño del año dos mil veintidós, ante mis ojos se encontraba la playa. Es posible que hiciera una decena de años que no la visitaba. La encuentro más limpia, es posible que debido a campañas de limpieza más regulares.
Asciendo a la cima de la montaña por su cara oeste, una loma cubierta de cenizas volcánicas y emplastes de escorias. Apenas son cincuenta metros de altura. Sobre su cima se encuentra la garita antes referida, en desuso. Ya no son necesarias las vigilancias en su interior, las guardias expuestas a las ralentadas nocturnas. Desde aquí observo una lengua de lava procedente de esta montaña que se extiende con una lomada suave, hasta penetrar en el océano y formar la Punta del Ámbar. Recuerdo entonces como, desde la piragua, justo sobre esta punta sumergida, me sorprendían sus fondos transparentes y pasaba mucho tiempo contemplando el arrecife semisumergido, pletórico de vida.
Fue bordeando esta Punta, camino del Roque, en mis salidas habituales con la piragua, la cabeza puesta en la preparación física para la circunvalación a la isla de Gran Canaria -no puedo negar que aquellos periplos culminaron reflejados en una novela: "Ka i ak, una isla, una piragua y unas botas de montaña"-, cuando observé una pareja de halcones tagorote en las verticales paredes que dan al océano. Me comunicarían luego ornitólogos locales que estaba confirmada la presencia de estos halcones en la península de Gando.
No los he visto esta vez en mi subida a la montaña del Ámbar, próximo el inicio del otoño. Sí he visto una pardela cenicienta salir del acantilado, con sus largas alas y vuelo planeado, camino del océano. Su silueta es inconfundible y la coloración blanquecino grisácea la identifican por completo.
Saben de mi regreso al lugar para añadir las últimas observaciones, poco antes de publicar el artículo. Son los inicios de la primavera de este dos mil veinticuatro y hace cuatro años de mi última visita al interior del recinto militar. Esta vez observo los conos del Ámbar y Gando desde los amplios ventanales del aeropuerto civil de Gando.
Destaca, tras las pistas de despegue y aterrizaje, el longilíneo bosquete de pinos marítimos -casuarinas-, que se incia a la altura de la desembocadura del barranco del Draguillo y se extiende hasta culminar la montaña de Gando.
Delante y detrás de esta mancha verde, destacan algunos edificios emblemáticos de la base militar así como los edificaciones abandonadas del famoso lazareto que jamas se utilizó como tal.
Sobre las copas arbóreas destacan las siluetas de ambos conos. A nuestra izquierda, montaña del Ámbar, a la derecha y cpon mayor altitud, el cono volcánico de Gando.
En la montaña del Ámbar se observa la base de la ladera donde se encuentra el campo de tiro y sobre su cima la torre de vigilancia de costa. Poco más hay: un par de estructuras del mismo color que la tierra y el arenal que cubre la montaña. Visto desde este ventanal, destaca la aridez del mismo, pero una vez en él, recuerdo como plantas rastreras y arbustivas de porte bajo colonizaban el sustrato encalichado.
Presenta mayor simetría esta montaña, vista desde aquí, que la de Gando, donde la cara norte presenta una lomada de suave pendiente mientras que la cara sur, rocosa y acantilada, fruto del desmantelamiento marino a que está siendo sometido, presenta peligrosas y verticales paredes.
Desde estos ventanales, este cono tiene una apariencia más terrosa, no tan arenosa como se observa en la montaña del Ámbar. Su mayor entidad en tamaño y altura permite visualizar los efectos de la acción continua del ser humano sobre la misma, con el trazado de diversas vías de acceso a la cima y la construción de cuarteles a media ladera, en dirección sur-suroeste, así como los efectos de aquellas zonas que fueron sometidas a la extracion de áridos. Esta visión desde el aeropuerto, ayuda a la descripción de ambas montañas pues, una vez en el interior de la Base Aérea, el acceso a la cima de la montaña de Gando está prohibido.
Frente a ellas, en tierra firme, una artificiosa y extensa llanura es el resultado de la habilitación un amplio territorio para servicios aeroportuarios.
Al llegar o salir de la isla en un vuelo, siempre será la península de Gando, con sus conos y roque asociado, la primera imagen que nos identificará el lugar: una isla mágica, una isla viva, una isla legendaria: Gran Canaria.

José Manuel Espiño Meilán, miembro fundador del Grupo Naturalista Turcón, es en la actualidad Presidente Honorífico del Colectivo Turcón - Ecologistas en Acción, socio y activista del mismo. Divulgador y defensor de la vida a través de la docencia, de la ecología, del senderismo, de la escritura, del compromiso, del agradecimiento a las personas que han hecho de sus vidas una entrega en pro de la defensa de cada especie vegetal y animal y de la paciencia necesaria que debemos practicar ante desatinos mayúsculos causados a la Naturaleza por la insensibilidad, el egoísmo y el desconocimiento de los ciclos y valores que la rigen.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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