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Lobos

domingo, 03 de marzo de 2024

Dedicado al hombre que se soñaba despierto, hechizado en la exhibición del isleo,
desaparecido suavemente en el inmenso océano nocturno.

LobosLobos. El término llevado al diccionario de la Real Academia Española no me aclara gran cosa, pues sólo hace referencia al mamífero carnicero, un soberbio animal cuadrúpedo presente en la geografía peninsular, inexistente en las islas.
Tampoco clarifica mucho la búsqueda más específica de lobos de mar, pues hace referencia exclusiva a marinos viejos y experimentados en su profesión, es decir, personas. Sí hay una referencia al lobo marino, al cual le dedicaba sólo una palabra: foca.
No, aquella pequeña isla que estaba a punto de recorrer no albergaba en su interior sanguinarios lobos capaces de provocar daños al ganado, ni tampoco ancianos marinos unidos a una cofradía inexistente. La referencia más acertada tenía que buscarla en otros diccionarios.
Releí de nuevo el segundo párrafo con el que iniciaba el escritor José Luis González Ruano su capítulo titulado: "La metamorfosis en la isla de Lobos", de su publicación: "El archipiélago nómada. Un viaje libre y salvaje por las islas Canarias".
"Había llegado hasta la antigua isla de los lobos marinos con la firma decisión de llevar durante un tiempo una vida simple, sin ataduras convencionales. Libre y salvaje. Probar mis fuerzas en la soledad negra y estéril de las piedras de lava".
Así que se trataba de lobos marinos. Una búsqueda en otros diccionarios me ofrecía una definición más específica: especie de pinnípido -mamífero marino con pies convertidos en aletas- de pelo corto negro o pardo según su edad y sexo, de bastante peso corporal -superan los trescientos kilos los machos más corpulentos- grandes en tamaño -pueden medir cerca de tres metros-, muy ágiles en las aguas y movimientos más torpes en tierra.
Indagué en busca de los últimos lobos marinos en la isla que estaba a punto de recorrer. Identificada la especie como Monachus monachus, conocida como foca monje -obedece el nombre a una acumulación de grasa que tiene en el cuello y que le confiere la forma de una capucha de monje-, al parecer no hay lobos marinos en la isla ni siquiera avistamientos recientes. Esta foca, la única especie que habita en aguas templadas, se da por hecho que fue extinguida hace mucho tiempo, iniciándose su caza desde el mismo momento en que los hombres de Jean de Betencourht y Gadifer de la Salle -año 1402-, pusieron sus pies en la isla, con la intención de llevar a cabo la conquista de Lanzarote, y encontraron en las focas monje una fuente de provisiones de pieles y carne.
Pero la extinción de la especie fue más tardía -se estima que en los años veinte del pasado siglo-, de manos de pescadores que encontraron en la especie un competidor en la captura de peces, pues una foca monje es capaz de devorar entre 30 y 40 kilos de pescado al día. No fue un exterminio intencionado, con la idea clara de eliminarla de la costa, pero nadie levantó la voz de alarma hasta terminar con el último ejemplar. Hoy es una especie extinta en este islote y en las islas restantes donde era abundante en el siglo dieciséis.
Sólo permanece su nombre, doloroso recuerdo a quien la protección del islote con la Lobos figura de Parque Natural del islote de Lobos, en 1982, y más tarde en el año 2009 como Reserva de la Biosfera, llegaron tarde para salvaguardar la especie. A esto añadir que no le va mejor en otros enclaves, pues de ser una especie abundante en todo el sector mediterráneo y atlántico quedan escasos enclaves con medio millar de focas monje que colocan la especie como el mamífero marino más amenazado del mundo.
Pero, el exterminio paulatino y silencioso de especies no es una práctica ajena a nuestra sociedad actual, al contrario, noticias recientes, tan recientes como que las leí en el Diario de Fuerteventura el día que iniciaba este periplo, recientes y metódicas investigaciones, tras ocho años de seguimiento de las hubaras en un exhaustivo trabajo sobre la cría, territorio y número de ejemplares de la avutarda canaria, nuestra querida hubara, confirman que la especie tiene fecha estimada de extinción. Su descenso poblacional es tan alarmante que, al parecer, ya no hay marcha atrás. Factores ecológicos y antropológicos juegan en su contra. Como mucho dos décadas le quedan a la hubara para su total desaparición en Fuerteventura. Esta conclusión debería llevarnos a una seria reflexión, a poner mayor empeño en erradicar los factores negativos, tomar una férrea decisión a la hora de atajar los problemas que les abocan al exterminio, pero es improbable, diría que utópico, observando nuestro comportamiento y nuestras acciones en el día a día como especie.
Es por ello que en muy pocos años hablaremos de ellas en pasado, al igual que lo hacemos ahora con los lobos marinos del islote de Lobos.
Volviendo al periplo insular. Llego en barco a principios de febrero, el objetivo es continuar el GR-131 que inicié en La Graciosa. Me preocupa el numeroso pasaje -un martes cualquiera y el barco está a rebosar de visitantes-, y el número de viajes que realizan las embarcaciones. Sé de la limitación existente, referida al número permitido de visitantes diarios para acceder al islote -cuatrocientas personas-, y sé del tamaño de la misma, apenas cuatro kilómetros y medio cuadrados, pero la sensación que percibo es que las sendas habilitadas están muy transitadas y la cantidad de personas presentes en la isla a lo largo del día supera ese número. Espero que el control sea riguroso y que el celo puesto en vigilar que se cumpla vaya más allá de la confianza depositada en los permisos emitidos.
La primera imagen de la isla la observo desde la costa majorera a través de su recortada silueta. Ya en la travesía marítima, va definiéndose como una pequeña isla alargada con un volcán destacado en uno de sus extremos, una playa de arena blanca y una serie de pequeñas montañitas que no son otra cosa que hornitos, bocas eruptivas de escasa entidad que arrojaron materiales escoriáceos, con coloraciones que se encuentran entre las gamas del negro y del rojo, predominando los hornitos con tonalidades negruzcas, tamizadas por una capa liquénica que las recubre dotándolas de un espectro cromático más variado y menos uniforme.
Lo cierto es que, la primera vez que uno visita Lobos, siente la emoción de llegar a una isla a la medida de un ser humano.
Al poner los pies en el muelle, es natural situarse, echar una mirada atrás para observar la isla de donde venimos y es entonces cuando la aberración de dos hoteles ubicados en el corazón de las arenas del espacio público correspondiente al dominio marítimo, en pleno Parque Natural de Corralejo, clama al cielo por la ilegalidad de su existencia y altera la sangre y el ánimo sentir la impotencia ante la realidad imperante: no hay orden de derribo inminente a pesar de las sentencias condenatorias de los tribunales de justicia y de la petición de ejecución de las mismas por parte del Ministerio de Transición Ecológica del Gobierno de España. Incomprensiblemente -utilizo este vocablo con ironía-, las razones son evidentes y nada tienen que ver con la protección de los espacios naturales, el Gobierno de Canarias defiende a capa y espada los intereses particulares de la propiedad. Tal es así que ya puestos a justificar lo injustificable, caducada la concesión temporal dada en su momento para esta ocupación ilegal de suelo público, defienden su continuidad y pretenden aplicarle una patente de corso declarándolos de interés general. Sin comentarios.
Hay que ir con calma a Lobos, aunque el tiempo disponible permitido sea el propio de una carrera de competición. Cosas de las prisas y de la insensatez de quienes las promueven. Cuatro horas, ni un minuto más, puede ser idóneo para una visita turística sin mayor interés que tomarse una cerveza, echarse sobre una toalla y darse un baño en el Puertito y poco más. Si la visita se inicia en el centro de interpretación del islote y uno se toma el tiempo necesario para hacer una inmersión en todo lo que nos oferta, el tiempo no da. En su interior encontramos la información necesaria para entender la formación e historia del mismo, su fauna, flora, etnografía, valores fosilíferos, vestigios arqueológicos.
Así sabremos que Lobos es un islote reciente de apenas cincuenta mil años, surgido en el Pleistoceno y que forma parte de la alineación volcánica que voy a recorrer mañana, tras la senda del GR-131 en la isla de Fuerteventura, consecuencia de una fisura surgida en el norte de esta isla, en dirección noreste.
Y que voy a caminar por un extenso malpaís con presencias de múltiples hornitos que emitieron lava y gases, causantes de decenas de pequeñas elevaciones de materiales basálticos, muy desmantelados.
Y saber que hay tarabillas canarias y camachuelos trompeteros por la zona del cono volcánico de La Caldera, aunque después, durante mi periplo, las aves observadas sean la mayoría marinas.
Un panel reconoce la travesía que voy a inicar como parte del GR 131 -ruta que voy a ampliar en el islote con la visita a Las Salinas del Marrajo y la ascensión a la montaña de La Caldera, pues el GR-131 reconocido en la cartelería y postes encontrados sólo desarrolla una sencilla circular en llano por el islote-, y diversos postes indicadores nos orientarán en el trayecto, concretando el tiempo que tardaremos en alcanzar los diferentes hitos geográficos, etnográficos, biológicos, paisajísticos.
La senda no es difícil de transitar ni agota su recorrido. Se trata de una circular que nos llevará a conocer los elementos más notables del islote. Seguiremos el camino de los orchilleros, que a nuestra izquierda se dirige hacia la Playa de la Concha, antes denominada playa de La Calera -un horno de cal justifica su toponimia-, playa de arena fina que, resguardada del viento y el oleaje, se encuentra situada al suroeste del islote.
Con forma de herradura fue, sin lugar a dudas, lugar de reposo y cría hace siglos de las focas monje y luego, fondeadero natural de las naves que llegaban al islote.
La senda no es tal, sino una pista de anchura suficiente paras permitir el tránsito de un vehículo motorizado. Y así es, una especie de quad con remolque se encarga de retirar los residuos de las papeleras y contenedores habilitados para ello y que encontraremos durante todo el recorrido. Pequeñas rotondas facilitan una senda de ida y vuelta a los vehículos y bicicletas.
Ya en la playa, en la parte más alejada del mar y más elevada del arenal, los romanos establecieron una colonia temporal para la recogida de un molusco específico -Stramonita haemastoma- cañaílla para los majoreros, la extracción y tratamiento de sus cuerpos para la obtención de la púrpura getúlica, disponiendo para ello de un taller de producción, un conchero y estructuras de combustión, así como las herramientas precisas para llevar a cabo tales labores. De su presencia dan fe estos vestigios junto a otros como ánforas, anzuelos, tachuelas, punzones de bronce, hierro, plomo…, pesas de redes, cerámicas diversas, morteros…
Atravesamos el arenal y disfrutamos del espacio. La presencia de una siempreviva propia capaz de ocupar como especie única diversas zonas del recorrido, sorprende. De porte achaparrado y flores de tonalidades rosáceas, algunas blanquecinas, Limonium tuberculatum alcanza notables medidas, medio metro de alto -algunos ejemplares alcanzan mayor altura-, por un metro de diámetro. Acostumbrado a ver la diminuta siempreviva marina de Gran Canaria por la costa teldense -Limonium pectinatum-, me sorprende el tamaño de esta siempreviva de Lobos.
Pero no es la única especie de Limonium presente en este islote. Hay otra siempreviva que podemos diferenciarla por su tamaño. Ésta sí es pequeña y se encuentra en terrenos más abiertos, huyendo de la competencia de arbustos que le priven de la luz solar. Se trata de Limonium papillatum.
Las salinas inacabadas de Marrajo o del Marrajo, guardan de su explotación seis cocederos, el pozo, el molino para elevar el agua y dieciséis tajos. Estas recientes salinas de barro con forro de piedra -datan de los años cincuenta del pasado siglo-, ubicadas sobre una explanada arcillosa, pueden guardar una sorpresa arqueológica y es que en la zona o bajo ellas se elucubra sobre la existencia de vestigios de una más antigua explotación salinera por parte de los romanos, pues pasaban temporadas en el islote durante la recolección y tratamiento del molusco purpurario.
Camino del volcán de la Caldera, a nuestra derecha se extienden los Llanos de Los Labrantes con los restos de las chozas de piedra seca de los trabajadores portugueses que construyeron el faro de Martiño en la segunda mitad del siglo XIX.
De igual modo destacan las tabaibas dulces que se extienden al pie del volcán de La Caldera, tabaibas que observaremos en sus diferentes estadíos vitales pues justo al lado de espléndidos y frondosos ejemplares observamos esqueletos negruzcos y grisáceos de tabaibas más viejas, ahora muertas y cuyos restos orgánicos contribuyen al necesario equilibrio del ecosistema. Al abrigo del cono, en su cara este, se encuentran los ejemplares más grandes de la isla -más de tres metros de diámetro y alturas que rebasan los dos metros-, en el interior de un amplio tabaibal que prospera sobre un extenso lajiar, una superficie cubierta en su totalidad por restos escoriáceos.
De la pureza del aire nos hablan los líquenes crústaceos saxícolas pues la totalidad de las rocas observadas se encuentran cubiertas de líquenes diversos-, pero también los epífitos que encontramos en los tallos y ramas de las tabaibas dulces y otras plantas arbustivas. Tal es la riqueza de líquenes en nuestro archipiélago que supera el millar y medio, las especies descritas hasta el momento, con un buen número de endemismos.
Esparragueras, espinos de mar, tabaibas amargas, tabaibas dulces, salados, saladillos, siemprevivas, uvillas de mar, matomoros, balancones, nevadillas son algunas de las especies más frecuentes en Lobos. Es notorio en todas las plantas los efectos del estrés hídrico, provocado por la falta de lluvia, visibles efectos de un cambio climático que muchos se niegan a ver.
Ascendemos al volcán -127 metros de altura- por un sendero seguro, una senda habilitada con escalones de piedra volcánica.
Una vez en la cima, las vistas son impresionantes. Aridez extrema en la superficie escoriácea que forma el cono en su vertiente sureña. Un terreno pedregoso que sólo aparece cubierto de vegetación a sus pies, en los llanos, donde el verdor del tabaibal en las zonas que se intuyen retienen mayor humedad y hay más suelo, destaca. Oteando la isla hacia el interior, un mar de fragmentos rocosos de coloración negruzca se extiende por ella, salpicados de cuando en cuando por la amarillenta coloración de pequeños arenales que el viento propicia en su interior. Destacan de igual modo, pequeñas hoyas o depresiones salitrosas cubiertas muchas de ellas por aguas salobres, destacados morros y abundantes hornitos hidromagmáticos.
Se respira silencio, silencio y soledad. La cara que da al océano presenta un cráter abierto pues gran parte de este edificio volcánico fue desmantelado por su acción erosiva. Sus verticales paredes infunden respeto y prudencia. Sólo las tabaibas dulces lucen su porte, fuertemente enraizadas en la pendiente, pendiente inestable que sigue desmoronándose, efecto incuestionable de la acción eterna y continua, ejercida por el gran azul.
Una herradura perfecta, conocida como Caleta del Palo, es la forma del entrante de mar en el cráter desaparecido. A excepción de una estrecha senda que se dirige hacia esta Caleta, es ésta una vertiente que tiene vetado el paso al ser humano, una zona de exclusión tal y como recogen los paneles existentes, uno de los pocos espacios dedicados al respeto absoluto a las zonas de nidificacion de las aves marinas.
Las gaviotas patiamarillas, dueñas del espacio aéreo, están presentes en todo el islote y cuentan con cientos de parejas nidificantes. En esta visita relámpago donde el tiempo es limitado, observo un par de aguilillas y otros tantos cuervos, algunos bisbitas camineros, un alcaudón y una chirrera. Es interesante detenerse en la observación del sustrato arenoso por donde discurrimos pues muchas de las aves mostrarán su identidad en las huellas que dejan en las arenas. Es ahí donde no es difícil identificar un buen número de ellas. Hay aves citadas que son especies de alto valor por su rareza y diversidad como el petrel de Bulwer, los paíños de Madeira, el camachuelo, el guincho o el halcon tagorote, pero en este periplo observarlas se queda en un simple deseo. Letreros estrategicámente instalados nos hablan del período crítico de nidificación y cría -15 de febrero a 15 de julio- y ruegan silencio al tiempo que recuerdan la prohibición de abandonar el sendero marcado.
Sí es abundante un reptil y entre los cascajos que recubren la mayor parte del islote, el lagarto atlántico o lagarto de Haría (Gallotia atlantica) es fácil de observar.
Continuamos la ruta en dirección al Faro de Martiño, obra diseñada por el ingeniero teldense Juan de León y Castillo. Curiosa cuna de escritores, el farero José Rial Vázquez, su hijo José Rial González, su nieto Alberto Vázquez-Figueroa Rial, hijo de Margarita Rial, la escritora Josefina Plá, hija del también torrero Leopoldo Plá, llevaron a Lobos en sus escritos y en sus corazones.
En nuestro paseo sobre el sustrato de la isla, de las inmaculadas arenas blancas de la playa de la Concha, pasamos a un sustrato terroso de color amarillento donde prosperan bien las siemprevivas. Camino del mismo, desde sendero podemos visualizar varias caletas -Caleta de la Madera, Caleta de las Palomas, Caleta del Vino-, todas entrantes naturales del océano en un interesante arrecife que observaremos a placer desde el mirador de El Faro.
Una vez llego al Faro, levantado sobre un antiguo cono volcánico, encuentro una atalaya perfecta para la observación del saladar que se encuentra a sus pies y las aves que lo visitan. Justo al inicio de la subida al mismo observo un aljibe cubierto que dispone de una canalización para la recogida de las aguas de lluvia.
Tras el faro, en dirección norte, se extiende el extenso arrecife al que hago referencia, hasta el morro de la Caleta de la Madera. De aguas limpias, sólo necesita una limpieza periódica de los residuos que, en forma de bidones plásticos, algún que otro pale, restos de maromas y cabos, le llegan del mar. No son muchos los restos observados, pero ante la pureza del arrecife se vuelven llamativos los existentes. Una campaña puntual de limpieza dejaría la costa libre de ellos.
Muy original se me antoja la escultura que, en forma de ventana metálica, deja entrever el arrecife y el océano a través de la silueta de un ave marina. Supone una clara invitación a descubrir la rasa marina desde una óptica original y artística. Son de igual modo, una ventana a la esperanza las palabras, al pie registradas: "Por ella supimos que se pueden cambiar sombras por sueños", en clara referencia a la vida y obra de Josefina Plá.
Desde el Faro caminamos hacia las Lagunitas o Lagunillas, espacio protegido del océano por un cordón de callaos que permite, tras él, la formación de un extenso saladar de increíble belleza y de una riqueza botánica y faunísitica extraordinaria. Un mirador para las aves identifica en un panel, más de una treintena de aves observables, la mayoría invernantes. Tras él, la estructura restaurada de uno de los tres hornos de cal que se conservan en la isla. Todos ellos cercanos a la costa, sacaban provecho de las formaciones calizas de origen orgánico, existentes en el islote.
Matomoros y salados son las plantas dominantes pero en sus arenales se esconde otra siempreviva, la siempreviva de Lobos, un endemismo exclusivo de este islote Limonium bollei.
Sigo la senda y dos montañas me sorprenden por el tamaño de sus bloques. Se encuentran a la altura de la reconocida como Punta Mantequilla en la cartografía de GRAFCAN y entre ésta y los roques del Puertito. No tienen denominación específica a diferencia de otras dos que, tras ellas, se elevan en nuestro camino, de regreso al muelle. Se trata de Atalaya Grande y Atalaya Chica. Ninguna de las cinco elevaciones alcanza la treintena de metros de altitud. Es como si estas estructuras volcánicas se desmigajaran en fragmentos pétreos de gran tamaño, permaneciendo de tal modo como una montaña de enormes bloques escoriáceos. La belleza de estos edificios volcánicos es única y una escalera de piedra, que parece surgida de un modo natural de la misma lava, tal es su mimetismo, permite sortearlos y continuar la senda. De coloración negruzca, cubiertas las rocas de líquenes, en este permanente proceso erosivo surge un polvillo fino que recubre el suelo de una amarillenta tonalidad apagada.
En tránsito hacia El Puertito encontramos dos plantaciones de henequén, una pita de regular tamaño (Agave fourcroydes), utilizada en su momento para la fabricación de cabos para embarcaciones. La primera la observamos antes de llegar a las Lagunillas, la segunda se encuentra próxima al grupo de casas. A pesar del notorio abandono de las mismas, algunas pitas mantienen sus pitones fuertes y vigorosos. Así evoluciona la plantación, sin cuidado alguno y sin el drástico proceder de erradicar a las bravas esta especie introducida. Da la impresión de perder vigor y número de ejemplares ambas plantaciones. De ser así, el territorio ocupado será recuperado por la vegetación autóctona.
Es curiosa la presencia de plumón de ave, robado al viento por los intrincados tallos espinosos de algunos arbustos, que aparece recubriendo con un vellón blanquecino dichas plantas, generando en ellas una peculiar imagen. Si tenemos en cuenta que en el islote está censada una buena población de pardelas cenicientas nidificantes junto a las gaviotas patiamarillas, tal vez encontremos una respuesta lógica a tanto plumón disperso.
Al igual que en la Graciosa, observo los restos calcáreos de miles de caparazones de gasterópodos terrestres que desvelan períodos climáticos más generosos en lluvias y en cubierta vegetal.
Un grupo de casas conforma El Puertito y su playa de aguas serenas, al encontrarse protegida por el arrecife costero y su escasa profundidad, dibujan un bello y original paisaje en la Caleta de La Rasca.
Un pequeño paseo nos lleva de aquí al muelle. Mientras espero al barco que me devuelve a la isla majorera, observo la playa de la Calera. Cierro los ojos y allí, desnudo, con gafas y tubo de bucear, un vigoroso joven sale del agua con un mero insertado en el arpón. Aún había un farero en aquel entonces, se permitía la pernocta y la acampada libre y se podía pescar con fusil. Eran otros tiempos, no tan lejanos, y así lo describía un buen amigo mío, escritor naturalista, en su obra literaria: "Isla de Lobos".
Mientras, el pequeño ferry se aleja de una isla -me gusta más este término que el de islote-, que aún conserva la magia de una tierra donde hace muchos años existieron lobos marinos.
José Manuel Espiño Meilán, escritor y caminante.
Espiño Meilán, José Manuel
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