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Montaña Herrero

domingo, 18 de febrero de 2024
Dedicado a los córvidos, inteligentes aves enlutadas que regresaron al campo de volcanes de Rosiana,
viejos dominios donde la ganadería era esencial para sus periplos vitales y donde era habitual,
hace poco más de medio siglo, observar al guirre saneando el territorio, alimentándose con
los despojos de las reses que, voluntaria o involuntariamente, dejaban los pastores.

Montaña Herrero
La montaña Herrero se encuentra justo detrás de la montaña de Topino, si accedemos a ella por su cara orientada al naciente. He señalado el topónimo Topino pero es uno más entre media docena de denominaciones según las fuentes consultadas como hemos reseñado en el artículo dedicado a dicha montaña, conocida como montaña Águeda en la cartografía de GRAFCAN.
De alturas muy parecidas -la que nos ocupa alcanza los 550 metros de altitud mientras que la montaña Águeda se eleva hasta los 564 metros-, están separadas por una degollada que da origen a dos barranquillos, uno en orientación norte que, tras pasar al pie de la montaña de El Gallego va a desaguar en la Cañada de las Haciendas, que aguas abajo recibirá el nombre de barranco de Silva, y el otro en dirección sur que, tras rodear la montaña de La Majada, entregará sus aguas, en espectacular caída, al barranco del Draguillo, uniéndolas a las del barranquillo Martín Mayor que se descuelga de igual modo sobre una especie de anfiteatro, ensanche natural formado en esta zona por la afluencia de ambos barranquillos y la erosión provocada por los mismos.
Ninguna información encontramos de esta montaña más allá de su nombre en las consabidas rutas de senderismo presentes en Wikiloc: una circular que partiendo de Cuatro Puertas recorre los conos volcánicos de Águeda, Herrero y El Gallego y la otra que oferta un recorrido por los volcanes de Rosiana, nombrándolos al paso de cada uno de ellos. Nada pues que nos facilite información precisa de la montaña, su estado, su valor antropológico, su fauna y flora, su geología, usos y abusos del ser humano...
Al igual que en otros conos volcánicos, serán estas descripciones personales quienes nos acerquen a su realidad, a la dificultad o facilidad que oferta a la hora de abordarla, a la existencia o no de sendas para alcanzar su cima, a la idoneidad o no de una u otra cara de la montaña para recorrerla.
Comencemos por su denominación. ¿El porqué del nombre de montaña Herrero? Lo desconozco. Lo que sí es cierto es que, según otra cartografía consultada -Servicio Geográfico del Ejército-, la montaña también recibe el nombre de montaña del Águila. Tal denominación encontraría más fácil justificación si tenemos en cuenta que en todas las visitas realizadas a esta montaña siempre estuve acompañado por la presencia de aguilillas, hecho que poco aclara pues es habitual observar esta ave rapaz en ésta y en las cumbres más próximas: Topino y El Gallego, siendo como es un ave residente en el conjunto de estos conos volcánicos y, casi con seguridad, nidificante en estas riscaderas. Como montaña Aguilar aparece en el croquis morfológico del conjunto volcánico de Lomo Magullo, página 89 del libro "Los volcanes recientes de Gran Canaria" del geógrafo Alex Hansen Machín.
Si alguno de los lectores conoce el porqué de este nombre; montaña Herrero en su nominación, bienvenida sea la información que pueda aportar.
Mi primera ascensión la realizo por la cara norte. La razón es la pista que bordea esta cara de la montaña tras serpentear y ascender entre los conos volcánicos de Topino y El Gallego partiendo de la GC-100.
Su trazado permite dejar el coche a pie de ladera e iniciar un cómodo ascenso.
Recojo aquí un apunte de mi libreta de campo, registrado en marzo del pasado año, con la esperanza de que este año que inicia podamos decir lo mismo referente a la climatología en dicho lugar -en este momento de finales del mes de febrero, a punto de publicar el artículo, la esperanza es lo único que nos queda pues las lluvias brillan por su ausencia-:
"Me sorprende en esta ladera la densidad en la vegetación de carácter arbustivo y herbáceo. Densidad que no debería sorprendernos, tras un año como éste en que Montaña Herrerolluvias y lloviznas fueron una constante en el lugar durante los meses de diciembre del pasado año, enero y febrero del presente".
Estas son notas de campo de diciembre del año dos mil veintidós y enero y febrero del pasado dos mil veintitrés -¡Cómo pasa el tiempo, pues apenas dejo reposar un artículo un par de meses, lo que sucede en realidad es que pasan un año o año y medio antes de salir publicado!-.
Y así, releído y ultimado en el pasado mes de octubre -aquí es dónde me asombro y reconozco que el tiempo vuela, pues este artículo, fue revisado y finalizado hace cuatro meses, ve la luz ahora en la primera quincena del mes de febrero de dos mil veinticuatro cuando las lluvias, insuficientes aún, han humedecido un poco este campo de volcanes-, aunque agostada parte de la vegetación que contemplé verde antaño, se observan ya algunos destellos del renacer de la flora de la montaña.
Acabo de iniciar mi última subida al cono cuando una serie de graznidos capta mi atención, elevando al punto la mirada al cielo en busca de los causantes de tal revuelo.
Justo en la confluencia aérea del espacio entre los dos volcanes: Topino y Herrero, tres cuervos acosan a un aguililla con la intención de expulsarla del territorio. El ave rapaz se ve apurada para salir indemne del ataque. En un comienzo tiene intención de forzar su estancia y quedarse en el espacio aéreo en litigio, pero las pasadas cada vez más cercanas de los pájaros negros en actitud manifiestamente agresiva, deciden que la rapaz considere que permanecer en este lugar no es la decisión más acertada. El aguililla intenta ascender para aliviar así la presión de los cuervos, pero no lo consigue. Graznando y acosando los córvidos se aproximan, uno tras otro, una y otra vez, a la rapaz. Sólo cuando el buteo decide poner aire por medio y dejar el espacio en litigio, los cuervos abandonan la persecución, quedándose dueños y señores del espacio aéreo de los conos volcánicos.
Tras una subida lenta pero firme y continua, no puedo dar crédito a lo que mi vista descubre: una valla metálica cerrando por esta banda el acceso a la cima. La sorpresa aún es mayor al llegar hasta ella y, tratando de bordearla, constatar como el cierre corresponde a un vallado que prohíbe el acceso a la cima y al cráter del volcán en toda su superficie. La valla rodea la parte alta de la montaña, imposibilitando el paso.
A través de la malla, en las zonas donde aún no se ha consolidado un cierre complementario vegetal con un cinturón externo de piteras (Agave americana) observo el interior del terreno privado. Destaca la plantación masiva de tunera común (Opuntia maxima), especie introducida recogida en el catálogo canario de plantas invasoras y que en esta montaña se extiende por las caras sur, oeste y en toda la cima del cono volcánico con la manifiesta intención en su día de aprovechamiento agrícola, bien cosechando los tunos, valioso fruto, bien recogiendo la cochinilla que prospera en sus pencas. Tal y como se encuentra la plantación, imposibilitado el tránsito entre los pies de tuneras, tengo la impresión de que ninguna producción se obtiene actualmente de ella.
Junto al aguililla del que ya he hablado, otra ave rapaz, ésta más pequeña, hace acto de presencia en el escenario cumbrero, demostrando con sus rápidos y agudos chillidos que no soy bienvenido a su territorio. Se trata de un cernícalo, ave que se alimenta de pequeños reptiles e insectos.
Asegurado el hecho de que no voy a poder ascender las últimas decenas de metros hasta situarme en lo alto del cono, realizo la lectura del paisaje con orientación norte desde esta zona. Luego iré bordeando la valla para realizar similar ejercicio y registrar las restantes lecturas.
Lo primero que llama la atención es la presencia frente a mí, al otro lado del barranco de Silva, de otro cono volcánico de proporciones similares. Se trata de la montaña de Rosiana. Visto desde aquí se observa una curiosa alineación de conos volcánicos en dirección norte pues en esta línea se encuentran Rosiana, montaña Las Palmas, el pico de Bandama, la montaña de Tafira y apenas desviados los volcanes de la Isleta. A mi espalda, en dirección sur siguen esta misma alineación La Montañetilla y la montaña de La Majada.
La ladera norte por donde he ascendido está cubierta de un tabaibal donde la tabaiba salvaje es la especie dominante. Se unen a esta tabaiba (Euphorbia regis-jubae), salvias, melosas (Ononis angustissima), inciensos, cerrajas (Sonchus acaulis) -lanzo aquí una invitación a botánicas-os, pues la presencia de cerrajas ramificadas me sugieren la posibilidad de otras especies presentes en el lugar, pero mis escasos conocimientos para diferenciarlos no me permiten otra cosa que lanzar el envite a los expertos para la correcta identificación de los mismos-, bejeques -otro caso similar me sucede pues junto al Aeonium percarneum, fácil de identificar, se encuentra otra especie de bejeque de porte arbustivo, hojas más pequeñas con los bordes redondeados y rosetas más cerradas que no se parece en nada al antes señalado siéndome imposible identificarlo, de ahí que extiendo la invitación a la curiosidad de las botánicas o de los botánicos- (tras la compañía del amigo Rayco en una de las últimas visitas a la zona, él lo identifica como Aeonium arboreum), cañahejas (Ferula linkii), azaigo de risco o tasaigo (Rubia fruticosa).
Sorprende en esta cara la inexistencia de tuneras indias cuando al observar las otras caras de la montaña, esta especie foránea invasora está presente. La sensación de una ladera totalmente cubierta de vegetación la define tanto la presencia del tabaibal bien conservado como el denso manto de gramíneas y otras plantas herbáceas que tapizan por completo la misma.
Bajo la pista que discurre a media ladera de la montaña, este cono presenta terrenos suaves, tierras que fueron cultivadas en su totalidad. Prueba de ello son las canalizaciones realizadas excavando la roca transversalmente a la montaña para aprovechar las aguas de escorrentía, una vez que una buena parte del suelo es piedra lavada y ello favorece la recogida del agua.
Este canal que bordea la cara norte de la montaña, tiene unos cincuenta centímetros de ancho por unos ochenta a un metro de profundidad. El llano creado parece fruto de la corriente lávica que desde el volcán del Melosal se dirigió al barranco de Silva. En esta finca, abandonada en la actualidad, sobreviven robustos ejemplares de viejos olivos, con las aguas de invierno. Medio centenar que habían sido plantados, se han perdido por el abandono en su mantenimiento. Perviven dos ejemplares frondosos, situados en el cauce del barranquillo formado por la corriente lávica de El Melosal y la ladera norte de montaña Herrero. Cerca de ellos, en la llanura, identifico el rápido vuelo y el cromatismo inconfundible -blanco-gris y negro-, de un par de alcaudones.
En esta finca visito una casa abandonada que tienen tres habitaciones y una cocina. Se encuentra techada con tejas, travesaños y astillas de tea. Las vistas desde ella son espectaculares. No hay duda que se encuentra en un lugar privilegiado. Tras la misma, una senda muy poco utilizada conduce al barranco de Silva y en dicho camino, apenas a un centenar de metros de la casa, dos viejos eucaliptos rompen la aridez del paisaje. Es esta vivienda otro valor etnográfico en vías de desaparecer, otro elemento de nuestra historia reciente que terminará en ruina. Al pie de la montaña Herrero, en su encuentro con el barranco de Silva, existió una cantera de explotación de piedra. Permanecen a la vista las dolorosas mordidas en las paredes del barranco y la inestabilidad de los materiales pétreos existentes, en un paisaje transformado.
Sobrevuela la zona una saeta alada, en un comienzo pienso en un cernícalo, es luego, tras observar su forma, tamaño y librea cuando pienso en un halcón tagorote.
Desplazo la vista hacia el noroeste buscando el cono desmantelado de Santidad, ya apenas visible. Entre este cono y Rosiana se extiende un llano, el caserío el de Rosiana y un cono volcánico más pequeño, la montañeta de Cubas.
Me dirijo hacia el oeste, caminando junto a la valla, buscando la posibilidad de acceder a la cima de la montaña o, de no permitírmelo, leer el paisaje desde esta orientación. Compruebo que la valla no continúa su rodeo por esta parte de la montaña, sino que desciende, en una pendiente muy pronunciada, en busca de la carretera de tierra que bordea el volcán. La razón es que esta propiedad la conforma un amplio terreno de ladera que nace al pie de la misma, junto a la carretera y asciende formando una especie de rectángulo trapezoidal. Intento seguir el recorrido de la valla, pero es muy complicado descender por esta zona. La ladera presenta una pendiente rocosa inestable y peligrosa. Es una pared de emplastes lávicos, pedregosa y resbaladiza con una pendiente muy acusada. La vegetación es similar a la observada en el resto de la montaña con esta misma orientación, si bien es cierto que observo aquí más vinagreras y veroles. La presencia continua de una superficie rocosa facilita la observación de una variedad increíble de líquenes de todo tipo y color.
El trío de cuervos, victoriosos en su ajuste de cuentas con el aguililla en el aire, busca ahora incomodarme en tierra. Se encuentran sobre mi cabeza y con sus graznidos pretenden expulsarme de su territorio. Se mantienen sobre sus alas, luchando contra la fuerza del viento. Se turnan en el acoso, sin acercarse a más de una veintena de metros. Identifico a esta distancia su plumaje irisado, sus potentes picos, sus ojos negros observándome. Luego, de pronto, desaparecen como han llegado, sin mayor ruido y contratiempo.
Vuelvo sobre mis pasos. Tras varias visitas y recorridos por toda la montaña, una vez culminada la observación del cono, puedo afirmar que es esta zona, la orientada al noroeste, la única con bastante complejidad para acceder a su cima. Las restantes caras ofrecen pendientes suaves y no entrañan dificultad alguna, siendo por ello más recomendables para acercarse a la misma.
Antes de volver sobre mis pasos observo el paisaje que se abre al oeste. Melosal es el primer cono volcánico que atrae la atención con su cráter sin alterar y el derrame lávico discurriendo hacia el barranco de Silva. A mis pies, una semillanura con escasa pendiente propicia los espacios agrícolas, unos en cultivo, otros en barbecho. Cartográficamente se identifican como El Chirate y El Melosal.
Desde esta loma, extendiendo la vista, se observan más zonas cultivadas. De algún modo, aunque sólo sea para consumo familiar, se mantiene viva la agricultura en la zona. La reflexión de futuro para este espacio debe garantizar la protección del territorio, sus valores geomorfológicos, botánicos, faunísticos, etnográficos con el aprovechamiento agrícola y ganadero, sólo así, sin confrontaciones estériles y nada constructivas, podrán conservarse espacios tan singulares.
Desde aquí, buscando las cumbres canarias que cierran el horizonte, observo en primer plano los conos volcánicos de Las Triguerillas, La Caldereta, Montañeta Fría, Pico de la Hoya del Moral. Cuanto más pateo y observo este campo de volcanes, más placer encuentro en dedicarle semanas, meses enteros a su recorrido.
La vuelta sobre mis pasos me lleva a la salida natural del material lávico del cráter. Orientada hacia el este, el derrame lávico también está vallado. Pegado a la valla desciendo hasta la salida del cráter para ascender por la otra loma, en busca de la orientación sur de la montaña. Se intuye una especie de senda que rodea la valla, siendo mucho más clara en las caras sureste y sur de la montaña. La senda quedará cegada antes de llegar a la dirección oeste por una espesa concentración de tunera americana.
Enormes piedras encuentro en lo que sería la salida de la lava. Cornicales y altabacas se unen a la vegetación antes descrita. Un barranquillo nace aquí, al pie de cráter, aliviadero natural de las aguas de la montaña.
Hacia el este el paisaje observado queda limitado por la imponente silueta de la montaña Águeda o Topino. Su descarnamiento volcánico, fruto de la erosión, nos permite observar una pared estriada donde se perciben con claridad líneas verticales, líneas horizontales de materiales, líneas circulares. En este preciso momento, ¡qué necesaria se vuelve la interpretación de un vulcanólogo! A la izquierda vislumbro una pequeña parte de la costa teldense a partir de los bloques que se elevan en el sector urbano de Jinámar y a nuestra derecha las plantaciones en ladera de tuneras indias. Entre ellas, bajando por esta ladera encontramos unas cuevas vivienda muy disimuladas. Delante de ellas discurre la pista de tierra que continuando por la ladera de esta montaña se unirá a la que viene de la confluencia de la montaña de La Majada y la montaña Águeda.
Estas casas cueva están mimetizadas de tal modo que no son observables desde la lejanía. Una fila de especieros con su ramas colgantes y sus frutos rojos cubren por entero el muro que mantiene la entrada a ellas. Tres dragos, ya ramificados, crecen sin problema alguno en su interior. A su alrededor, en la ladera, destaca una amplia plantación de tuneras.
Por la cara oeste, al otro lado de la propiedad y la valla, el descenso se torna impracticable pues fuera del recinto vallado la mayor parte del terreno de la montaña se encuentra igualmente plantado de tunera americana, repoblación que se ha llevado a cabo en la mayor parte de la cara sur del cono. Claros amojonamientos delimitan en esta vertiente diferentes propiedades. Entre las tuneras observo como la vegetación autóctona mantiene su lucha por permanecer en la montaña. La especie dominante es la tabaiba amarga pero en esta cara observamos además esporádicos ejemplares de azaigos de risco, salvias, verodes, bejeques (Aeonium percarneum), vinagreras, aulagas, mamitas (Allagopappus canariensis) y cardo yesca (Carlina canariensis).
En esta parte de la cara sur-suroeste de la montaña se observa una extraordinaria panorámica de los llanos de El Gamonal con sus dragos centenarios. Mas allá del campo de conos volcánicos, se vislumbran las casas más altas de La Pasadilla.
La ladera de transición hacia la cara este es pura roca cubierta de líquenes. Alegra constatar la explosión vital de algunas especies vegetales a la llamada del agua. Centenares de pequeños bejeques rosados surgen en cualquier resquicio de la roca, reclamando su derecho a prosperar como arbusto propio del lugar. Los sorteo con la dificultad inherente al intento de evitar pisar ejemplar alguno, pero con la alegría de saber que transito por un espacio único, pletórico de vida nueva.
El suelo rocoso es la razón de la existencia de otra zanja construida a pico con el fin de aprovechar y conducir las aguas de lluvia hacia un estanque. Es un canal más deteriorado que el que observamos en la cara norte, también menos profundo y de ejecución más improvisada. El abandono del mismo lo delatan las tierras depositadas en su interior, las plantas que nacen en ellas y la rotura de algunas zonas por la presión de la flora a la hora de prosperar sus tallos y raíces. Iniciado en la vertiente este, va encintando la parte rocosa de la ladera al tiempo que desciende progresivamente sin mucha pendiente hasta perderse, una vez recorrida la ladera sur, en el mar de tuneras americanas que imposibilitan el tránsito en la cara oeste, tal es la densidad de esta plantación, asilvestrada ya.
Observamos como en la cara este, la plantación de tuneras americanas desaparece para ser sustituída por tuneras indias y será habitual encontrar ejemplares de esta especie hasta nuestro discurrir sobre la degollada de La Montañetilla -el paso entre los dos conos volcánicos, convertido en senda-, y seguirá presente en la parte baja del inicio de la cara norte. Es aquí, al principio de la cara norte donde observo un grupo de grandes rocas, descubiertas por la erosión, aisladas del resto de la ladera que permanece cubierta de tierra y de tabaibas salvajes. Al abrigo de las mismas prosperan grandes ejemplares de cerrajas (Sonchus acaulis) y balillos (Sonchus platylepis). Observo orchilla (Roccella canariensis), en las rocas y ratifico la inexistencia de cueva alguna en toda la montaña.
De la vegetación observada, los cornicales están en flor en el mes de noviembre y algunas vinagreras de buen porte son los arbustos más grandes a destacar en esta zona. Algunos ejemplares de tabaiba amarga alcanzan en la cara norte, próximos a la carretera, alturas cercanas a los dos metros. Responden a las primeras lluvias los Aeonium arboreum, un bejeque endémico insular capaz de enriquecer con sus vistosas inflorescencias amarillas, las laderas del volcán. Espinos de mar, azaigos de risco, salvias, verodes, mamitas, melosas, hinojos, tomillos... están presentes por toda la montaña.
Los innumerables restos de viejas conchas de caracol de diverso tamaño, alfombrando y blanqueando el suelo, al igual que habíamos observado en los conos volcánicos de El Gallego y Topino, nos hablan de épocas pasadas más húmedas y de puntuales explosiones reproductivas de dichos gasterópodos terrestres en años propicios por lluvias y ambientes saturados de humedad.
Conejos, muchos excrementos por doquier, alcaudones, perdices... conforman parte del mundo sonoro y olfativo de una montaña que agradece una visita respetuosa y sosegada.
Una mirada a la cara oeste del volcán Águeda que se encuentra justo enfrente y veo claramente una senda de ascenso, sin desvío alguno, hasta alcanzar la cima. Luego hablaré de ella pues es fruto de una agresión al paisaje.
En dirección sur destaca el macizo que conforma la montaña de Agüimes delimitando el barranco de Guayadeque y delante de él las extensiones urbanas de Ingenio y Agüimes. Más próxima se encuentra la pared vertical del barranco del Draguillo, salpicado de cuevas. Es la vertiente sur la cara con menor pendiente y de más fácil acceso, se trata simplemente de evitar las tuneras indias. Es muy fácil el ascenso por esta cara pues nos encontraremos primero con la suave loma de la Montañetilla, y una vez en ella, un sencillo paseo nos permite coronar la montaña Herrero sin mayor dificultad. Subiendo por esta vertiente, observamos a nuestra izquierda, en la ladera de la montaña, toda una plantación de tunera americana y entre ellas y en la parte superior del cono, un universo de pitas que destacan por sus enhiestos pitones sobresaliendo del perfil cumbrero de la misma e identificando de tal modo el perfil de esta montaña.
En esta cara sur surgen cuatro barranqueras, de las cuales dos de ellas son de mayor entidad, que unirán sus cauces en el barranquillo formado en El Corral de la Tosca, entre la montaña de la Majada y la imponente montaña Águeda. Dos de estas barranqueras se forman en plena zona rocosa y destacan desde lejos por su suelo encalichado en todo el recorrido, de ahí su notable coloración blanquecina, así como por la escasez de vegetación en el mismo. De las restantes vaguadas, la más situada al oeste de la montaña presenta una conservada vegetación, siendo la especie más abundante la vinagrera que presenta aquí enormes y frondosos ejemplares. En su cabecera, justo por encima de la pista que desciende rodeando La Montañetilla, la casa mimetizada con el entorno y las cuevas que antes había mencionado. Es la fila de especieros con sus frutos rojos colgando del muro sobre la pista quienes ocultan a lo lejos esta intervención del ser humano.
La otra barranquera nace en la confluencia de las corrientes de lava de las montañas de Herrero y Águeda, justo en la misma degollada, alimentando este barranquillo en vertiente sur, mientras que hace lo mismo con el que se forma en la Hoya de la Cruz y el Cortijo de Pichón, en orientación norte y que desagua en la cañada de las Haciendas, más adelante barranco de Silva.
Es éste uno de los conos volcánicos donde su perfil no ha sido dañado, más allá de la serpenteante pista que lo circunda. Es importante que estos volcanes conserven su integridad en un campo de volcanes alterado por las continuas extracciones de picón y otros materiales escoriáceos.
Como en otros edificios volcánicos visitados, el último periplo ha sido muy reciente. Me alarma la cantidad de motos de montaña que campan a sus anchas sin otro control que el que pongan los trialeros a sus monturas. Las fotos que adjunto son prueba de ello. No hay límites a su atrevimiento y los resultados de tal anarquía son nefastos para los conos -no olvidemos que sus materiales son muy inestables-, para el medio, para la biodiversidad y para el paisaje.
Para muestra un botón: la senda pedestre existente en la vaguada entre montaña Topino y montaña Herrero ha desaparecido como tal y se encuentra ahora convertida en una pista con dificultad para caminar pues se han formado profundas y peligrosas cárcavas, óptimas para el tránsito de motos que pueden saltar, pero con dificultad y riesgo de caída para los senderistas, pues es fácil resbalar en estos socavones, en estas roderas infernales acompañadas de picón suelto, ocasionadas por la fuerza de los motores y las dentadas ruedas de las motos.
El descontrol en las motos permite que inicien nuevas vías para acceder a todas las montañas y así, una nueva pista asciende desde este camino hasta la cúspide de la montaña Topino, uniéndose a la ya existente en la cara norte. En poco tiempo han generado una circular para motos en un cono emblemático que debería estar protegido. Montaña Herrero aún no ha sido mancillada hasta su cima. Pienso que la ha salvado la existencia de la antiestética valla. ¿Hasta cuándo se mantendrá así?
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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