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Parole, parole, parole...

jueves, 01 de febrero de 2024
Con asombro compruebo que para los políticos españoles, las palabras son más importantes que las mentiras, promesas incumplidas, traiciones y demás hazañas de sus señorías.

Un ejemplo. Después de una sesión especial, el Congreso aprobó reformar la Constitución. Pero no para ampliar las garantías de igualdad de todos los españoles, no. Para cambiar una palabra que solo pronunciarla, nos podría condenar al infierno eterno.

A las personas que tienen disminuida algunas de sus funciones físicas o psíquicas, no se las puede insultar llamándolas "disminuidas". Deben ser discapacitados, o sea que carecen de capacidad. A mí, el Ejército Argentino me selló la libreta de enrolamiento (DNI antiguo) con el sello DAF (disminuido en sus aptitudes físicas) porque tengo un dedo meñique anquilosado y al hacer la venia me sale un signo de interrogación que no queda muy bien, digamos. Esto no me provocó ningún trauma, al contrario, una inmensa alegría porque me salvé de pasar 2 años en la mili antes de finalizar mi carrera. Tengo que reconocer que soy un poco raro.

La magna reforma conlleva a que deban ser destruidos todos los ejemplares de la Constitución de bibliotecas públicas, escuelas, instituciones, hogares, etc., para que ningún desinformado pueda perder la vista al leer semejante palabra diabólica.

Nuestros representantes democráticos han salvado a España. Podemos dormir tranquilos.

Pero no queda aquí la cosa. Ya no se puede llamar negro a un negro, integrante de la Parole, parole, parole...raza negra, que como la blanca, amarilla, roja y marrón, componen la diversidad racial humana. Clasificación simple y didáctica, clásica, que no ha provocado ningún suicidio y mucho menos una guerra.

Acaso yo, de origen mediterráneo, con posibles ilustres antepasados griegos o fenicios, de piel tostadiña, ¿debería sentirme ofendido si alguien me trata de blanco, como si fuera descendiente de un bruto vikingo?

Un jugador de ajedrez que tuviera que sacrificar un par de peones negros, ¿no vería mancillado su honor al ser tratado como un siniestro traficante de esclavos? ¿No sería imprescindibles hablar ya de blancas y no blancas? ¿No deberíamos comenzar a imprimir los libros en letras de color azul oscuro casi, pero no negro? Los lectores en papel podrían ser perseguidos al estar todo el día mirando las negras.

Suma y sigue. No se puede llamar enano a un enano (persona de pequeña estatura), ni gorda a una gorda (de mucha carne o grasa), ni borracho a un borracho (ebrio), ni gitano a un gitano (de etnia originaria de la India), ni feo a un feo (que carece de belleza), ni cabezón a un cabezón (que usa gorras del XXXL). Espero que algún partido progre presente una moción para que sean quemados en la plaza pública todos los diccionarios de la lengua castellana o español (con el catalán y el euskera más vale no meterse).

Me asombró enterarme que se le han cambiado los nombres a algunos cuadros clásicos. "Los borrachos", de Velázquez, ahora se llamará "Los tíos que cogieron el puntillo pero se le fue la mano". Moderno, inclusivo y respetuoso con el medio ambiente.

Pero el incansable y sudoroso esfuerzo de nuestros políticos no tiene fin. Ahora, que a los perros se le han homologado los mismos derechos que los niños, ejemplares en vía de extinción, no se los podrá llamar fox terrier, bulldog o caniche, porque eso sería discriminación racial pura y dura con los chuchos nacidos de una violación provocada por un can vagabundo y agresivo a una perrita vulnerable. Racismo intolerable con nuestras amadas mascotas, no señor.

¡Oh Dios mío! Jehová, Mahoma, Buda, Júpiter, Zeus, Ra, Santiago de Compostela... muchachos, si hay alguno por ahí, ¡por favor, iluminen a nuestras señorías antes que nos depachurremos en el abismo!

Parole, parole, parole, parole, parole, soltanto parole, parole per noi.

Andrés Montesanto. Un ciudadano raro, pero sin complejos.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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