La noche de fin de año es una de esas en que parece que hay que pasárselo bien por decreto, y que quienes no estén de fiesta hasta las siete de la mañana parecen unos sosos. Pues yo soy un orgulloso soso en ese sentido.
La terrible ola de gripe, Covid y demás enfermedades respiratorias que están acompañando estas fiestas ha hecho mella tanto en mi familia como en el círculo de amigos, y nos fastidió bastante la Nochebuena y la Navidad (mi cuñada, por ejemplo, que vino desde Houston para estas fiestas se tuvo que quedar esos dos días encerrada con su marido en el hotel porque tenían Covid y Gripe A) y amenazó el Fin de Año, en que la gente con la que íbamos a celebrar la despedida del año también enfermó.
Finalmente nos fuimos mi marido y yo a cenar al Campos y qué quieren que les diga, tan ricamente. Cenamos de maravilla, el ambiente era extremadamente agradable y tomar las uvas con el personal de la casa me recordó a los fines de año en el Verruga que tanto nos gustaban.
Tuve la ocasión de ver a una de las personas de la casa que justo después de las campanadas hacía una videollamada a su familia, porque sus obligaciones laborales le impedían estar con ellas en esa noche, y no pude menos que recordar los sacrificios que se hacen en hostelería en todas y cada una de las fechas señaladas, en que ellos trabajan para que los demás nos divirtamos.
Es un precio que en muchas ocasiones la gente no tiene en mente, porque a veces parece que piensan en estas personas como en meras herramientas, algo terrible e injusto.
Para mí fue un auténtico placer y un honor que nos invitasen a disfrutar de las doce campanadas con la plantilla y ojalá se repita en otras ocasiones.
Aprovecho para desear a los amigos que leen este modesto blog un muy feliz año 2024 y que nos traiga mejores noticias que el 2023. ¡Feliz año nuevo!
