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Montañas de Jinámar

miércoles, 08 de noviembre de 2023
Dedicado a Pedro Galván Espino, estimado amigo, durante varias décadas compañero
en la docencia y en labores de educación ambiental en este municipio, persona comprometida
con el ecologismo, la repoblación y la restauración paisajística del valle de Jinámar.

Hace un año les llevé a conocer la montaña de Malfú, aquella montaña que, próxima al barranco del Draguillo, se encuentra en suelo municipal de Ingenio. Recuerdo que, observada desde la montaña de las Tabaibas, frente a ella pero en suelo municipal teldense, significaba para mí sólo un cono más en el conjunto vulcanológico que veníamos tratando, ese extenso campo de volcanes que desde las Medianías teldenses se extiende hasta la costa de Gando.
Fue entonces cuando les dije que, aunque mi objetivo era tratar cada uno de los conos volcánicos del municipio teldense, al menos dos quería incorporarlos a mis paseos matutinos, recorrerlos con calma, conocerlos en profundidad pues su ubicación, justo en las fronteras municipales, me atraían en extremo pues, todos sabemos que los volcanes y la geomorfología, al igual que la biodiversidad nada saben de límites administrativos y cartografías absurdas que sólo tienen sentido para los seres humanos.
Parece fácil acceder a la cima de este volcán, y lo es, siempre y cuando ascendamos por la senda que desde los edificios de la urbanización de Jinámar asentados en su falda sureña, se observa muy definida, tanto por el uso de sus vecinos como por el discurrir de bicicletas y, lamentablemente, motos de trial. Lo cierto es que esta senda no reviste peligro alguno a excepción de muy probables resbalones pues el camino es una incipiente barranquera de cenizas volcánicas sueltas, pulverizadas por este tipo de vehículos.
De su erosión y antropización habla la vegetación de sustitución que coloniza este sendero y sus inmediaciones. Pequeñas vinagreras prosperan en él llegando hasta la cima, mientras que a ambos lados del camino, ajenos a la agresión de los vehículos de dos ruedas, se conserva una espléndida muestra de tabaibal donde la especie dominante es la tabaiba dulce (Euphorbia balsamifera).
Hay otras dos formas de llegar a su cráter. Una es la senda que partiendo del centro comercial El Mirador se dirige ladera arriba por lo que queda del derrame lávico de esta montaña en dirección este. Es una senda peligrosa por la estrechez del camino una vez que, prácticamente, ambos lados la montaña han desaparecido, uno a causa de los descomunales desmontes llevados a cabo en la vertiente oeste de este paso -pienso que siendo un paso peatonal frecuentado alguien debería realizar una intervención de urgencia, señalizarlo y darle mayor estabilidad ampliándolo- y dos, debido a la erosión que sufrió y sufre este derrame lávico en su encuentro con el mar, más acusado éste por la realización del necesario talud y la pendiente del mismo, llevado a cabo durante la construcción de la autovía GC-1.
Lo cierto es que esta senda permite acercarnos a interesantes ejemplares botánicos y zonas relictuales de la flora que cubría este espacio en tiempos no tan lejanos.
Pero, antes de seguir con la descripción de mi periplo por este cono volcánico, es ineludible abordar esta montaña y no recordar los peligros que siguen latentes en la misma. Hablaba de todo ello en el artículo: "Trampas mortales" editado en este mismo medio el día uno de julio del pasado año -a propósito, aunque sea indignante volverlo a mencionar, ninguna de las trampas mortales señaladas han tenido respuesta institucional. Peor aún, el estanque del que es imposible salir si alguien cae en su interior, se encuentra ahora cubierto precariamente por una malla oxidada de hierro que se puede retirar con enorme facilidad y bajo ella, se observa un elevado nivel de agua -es muy posible que alcance los dos metros de altura, pues para ello tomo como referencia la valla que había colocada en su interior y que se encuentra completamente sumergida, tras los aportes de las últimas lluvias otoñales.
La tercera vía para acceder a la cima es mucho más arriesgada, pero su trayecto es corto y, desde el punto de vista geológico y botánico, bastante atractiva. No obstante, jamás podría recomendarla. Consiste en abordar lo que queda del cono por la vertiente norte, bordeando para ello el muro perimetral que cierra el área comercial e industrial de Mercalaspalmas. Una vez este muro se encuentra con el cono y traza un giro de noventa grados para continuar con el vallado del recinto agroalimentario, se trata de intuir una senda inexistente, extremar la prudencia y ascender con seguridad y mucho cuidado por la pared de emplastes lávicos que se encuentran orientados al noroeste. No sólo los picones sueltos deben preocuparnos en esta ruta, sino la presencia masiva de tuneras indias. Son precisamente estas plantas las que más inconvenientes nos generarán en la subida pues, el arriesgado intento de esquivar sus púas nos puede llevar a descuidar la atención que deberíamos prestar al suelo que pisamos y, sin poner los cinco sentidos sobre el lugar donde colocamos nuestras botas de montaña, la ruta se vuelve temeraria. No debemos olvidar que discurrimos por la cara oeste y que ésta fue sometida a una intensa explotación minera para la obtención de picón y otros materiales piroclásticos y los paredones que se mantienen, tras paralizarse la extracción, presentan tal verticalidad que son inaccesibles para alcanzar la cima desde su base y letales si, abordándolas por la cara noroeste, perdemos firmeza en la pisada y resbalamos en esta parte de la ruta que estamos describiendo.
Eso sí, es rápida para alcanzar la cúspide, pero de ningún modo comparable con la ruta más fácil que tratamos como primera opción. La cara noroeste es jugar a la ruleta rusa y la cara sur es realizar un sencillo paseo.
Una vez nos encontramos en la cima, nos detenemos y con calma observamos el paisaje que, con una panorámica de trescientos sesenta grados, se abre ante nuestros ojos.
Es innegable que la montaña goza de gran belleza. Es difícil creerlo observando su entorno, corroborando la presión ejercida sobre ella desde todos los puntos de vista antrópicos: urbano, comercial, industrial, explotación de sus recursos mineros... La transformación paisajísitica ha sido total.
Pero yo bajo la vista y observo la cubierta vegetal de este borde de cráter. Luego la vegetación existente en el fondo del mismo y la ladera que lo rodea. La magarza de costa se presenta con una explosión de vida sin parangón. Tras las primeras lluvias otoñales pequeñas plántulas de esta especie surgieron por doquier. No tengo duda de que es esta la población de magarzas de costa más amplia y mejor conservada del tan esquilmado mapa botánico de la geografía del litoral teldense. Si deambulamos por los restos del cono volcánico, a las magarzas se le unen inciensos, salvias, tabaibas amargas, cornicales, balillos, tabaibas dulces...
Llama la atención una cruz colocada sobre la cúspide. Una cruz sencilla, olvidada en cuanto a mantenimiento y poco atractiva, realizada con sendos tubos metálicos. Le calculo una altura de unos tres metros y el patíbulum que lo cruza medirá un metro y medio, más o menos. Muy oxidada y pintada de blanco se presenta como una cruz triste y abandonada. Sujeta a ésta, alguien amarró con un viejo alambre, otra cruz pequeña de plástico y corcho blanco, orientándola al oeste. A sus pies prosperan magarzas de costa y vinagreras.
Una sencilla lectura del paisaje nos oferta lo siguiente:
En dirección norte observamos al fondo los volcanes de la Isleta y ante ellos una buena parte de las urbanizaciones que ocupan el territorio urbano de la ciudad en su encuentro con el litoral. El cono sur de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria al completo, desde la costa hasta la ocupación íntegra de las laderas que se asoman al océano.
Recogiendo la mirada, frente a nosotros se nos presenta la ladera que cierra la depresión artificial creada para ubicar en ella Mercalaspalmas, el complejo agroalimentario más importante de la isla. Bien perimetrado y vallado el recinto en su totalidad, la cúspide del cono se convierte en mirador excepcional sobre el discurrir diario de esta área comercial, febril actividad que se inicia durante la noche y alcanza su punto álgido en las primeras horas del amanecer.
Es de destacar -ahora que parece que hay que pasar de las energías convencionales derivadas del consumo de petróleo a las renovables a una velocidad de vértigo, sin tiempo para analizar con serenidad y prudencia los daños asociados a la ocupación masiva de amplios territorios agrícolas y conos volcánicos de la vertiente este de la isla-, que sobre muchas de las cubiertas de las naves que observo, se encuentra instalada una cantidad nada desdeñable de paneles solares. Sólo sobre una de las naves de este complejo agroalimentario, contabilizo algo más de un millar de paneles.
Más cerca aún, justo bajo mis pies, hacia el norte se orienta el cráter de este volcán. Observo un cráter perfecto, bien conservado al que tengo ganas de acceder. La que fue la boca del cráter presenta dos pequeñas aberturas que tal vez estuvieran relacionadas con la salida de gases. Las elevaciones de material escoriáceo en dichos lugares, aunque discretas en altura, alteran un poco la estructura de su boca.
Quiero reseñar aquí, textualmente, la referencia del vulcánologo Alex Hansen Machín sobre la montaña de Jinámar, cono que la cartografía más actualizada de GRAFCAN identifica con el topónimo de montaña Negra, fijando su altitud en 142 metros.
Hablando de los volcanes de Jinámar, en la página 91 de su publicación: “Los volcanes recientes de Gran Canaria", nos dice: "Al Nordeste de Vandama, en la vertiente izquierda del barranco de Jinámar, se distingue otro aparato de génesis únicamente explosiva, que se asienta sobre el sustrato geológico de La Terraza de Las Palmas como un "sombrero piroclástico" que no ha emitido coladas: es la montaña de Jinámar".
Sigo con mi paseo sosegado. Accedo al interior y lo escruto detenidamente. Sobre sus rocas un universo liquénico. Líquenes crustáceos que presentan todas las coloraciones posibles: amarillos, rojos, blancos, negros, grises y en este abanico toda la variedad cromática que podamos imaginar. Es de destacar la presencia de un buen manchón de bejeques (Aeonium percarneum) orientados al norte y entre ellos, pequeños y grandes ejemplares de balillos (Sonchus leptocephalus o Taeckholmia pinnata o Atalanthus pinnatus, pues así se reconoce este endemismo canario, según el autor que la referencie), surgiendo de los cascajos que conforman el cráter y la ladera formada tras el derrame lávico. Sobre el fondo del cráter ejemplares de tabaiba dulce y veroles aportan verdor a su superficie. Junto a ellos, algunos ejemplares de tunera india han colonizado esta parte del volcán.
Encontrarse en el cráter es disfrutar de un remanso de paz, alejados de tanto vehículo como circunda el lugar. Estamos inmersos en una zona muy antropizada y sólo la superficie minúscula del cráter nos libera de tanta presión urbana.
De cuando en cuando, un elemento natural o artificial distorsiona la realidad esperada. Rompe, por así decirlo, el esquema mental preconcebido. Se trata del factor sorpresa, aquel que nos sorprende alguna que otra vez cuando transitamos por un espacio natural.
En esta montaña, la sorpresa surgió en su cima y tras su rápida visión, aquel ser inesperado se dirigió, con no mucha agilidad, hacia el interior del cráter donde, incrédulo aún sobre la imagen visionada, busqué ratificar tan curioso encuentro. Y así fue. Se trataba de un conejo blanco. Un lustroso conejo blanco de buen tamaño, ojos rojos, viva mirada y orejas tiesas. Caminaba sin prisa, pero con la seguridad manifiesta de quien conoce el terreno que pisa. En belleza, nada tenía que envidiarle al conejo blanco de Lewis Carroll, autor de la novela "Alicia en el país de las maravillas" pero ni tenía reloj ni caminaba sobre sus patas traseras. Tenía, eso sí, toda la traza de un conejo huído de una de las casas de la zona o, en el peor de los casos, abandonado. Me senté en el borde del cráter y nos observamos mutuamente. No manifestaba miedo alguno pero se tornaba cauto si me movía o pretendía levantarme, refugiándose entonces en un pequeño reducto de impenetrables tuneras indias. Cansado de observarnos, allí lo dejé, preguntándome cuál sería la reacción de sus congéneres salvajes, los conejos de campo tan habituales en el tabaibal, a la vista de este gigante albino de la especie.
Recuperando la lectura del paisaje, poca superficie podemos observar del derrame lávico -si se trató de un, aunque pequeño, derrame lávico, de no ser así interprétenlo como un manto de escorias y cenizas-, que formó parte de esta ladera norteña pues precisamente esta colada fue socavada en profundidad y retirado sus materiales volcánicos para llevarse a cabo en su vacío, la instalación del complejo agroalimentario. Así pues, sólo observamos una decena de metros de cubierta volcánica antes de alcanzar la valla que nos protege del riesgo de caída. Es en esta zona que aún permanece donde observamos inciensos, balos, veroles, altabacas, espinos de mar, estos últimos con algunos ejemplares que presentan buen tamaño y desarrollo.
Si nos giramos y observamos en dirección sur, ocupa nuestro campo visual el núcleo urbano de Jinámar, más concretamente su zona de expansión sobre el valle en forma de polígonos de viviendas ya que el núcleo histórico, el barrio fundacional que tuvo sus orígenes en tiempos inmediatos a la finalización de la conquista de la isla, se encuentra situado, observado desde esta atalaya, en dirección suroeste.
Las urbanizaciones han ido asentándose sobre el espacio disponible a lo largo y ancho de la vega de Jinámar, ocupando cauce, laderas y lomas, siendo la vieja carretera que une las Palmas de Gran Canaria con Telde y la autovía GC-1 los límites que encorsetan tan importante núcleo poblacional. No sabemos si esta expansión urbanística ha terminado pues, como veremos luego, sendos desmontes en la ladera este de la montaña delatan la existencia de antiguos proyectos con nuevas fases urbanísticas que, por razones que desconozco, no se llegaron a construir. Eso sí, estas amplias zonas aterrazadas se encuentran dotadas de las infraestructuras necesarias: viales, aceras y muchas otras que han desaparecido por la depredación sobre ellas, una vez abandonadas: luminarias, cableado, alcantarillado...
Elevando la vista sobre la zona urbanizada identificamos al fondo la montaña de Cuatro Puertas y los perfiles recortados de los conos volcánicos de Lomo Magullo: la montaña de El Gallego, Topino, Herrero, Melosal, Rosiana... Si nuestra vista gira un poco buscando el suroeste la ladera de Hoya Aguedita está coronada por la urbanización de Caserones que observamos trepando sobre el borde de la ladera.
Es en esta dirección donde nos encontramos con la sima de Jinámar y el tremendo vacío dejado por las extracciones sistemáticas de decenas de años en la montaña Rajada. Y aún siguen, aunque el proceso actual es "recuperar los perfiles convirtiendo para ello el lugar en una mastodóntica escombrera. No es algo nuevo, desde aquí se vislumbra una similar labor llevada a cabo en la Ladera norte de la Sima de Jinámar y ahí está, en proceso de "restauración". De montaña Rajada solo queda eso, el cráter partido del volcán, el resto como observamos desde esta atalaya, prácticamente ha desaparecido.
Es el momento de tratar la vertiente oeste de la montaña. Para ello es necesario efectuar una advertencia. Nos encontramos en la zona más peligrosa del cono. Una pendiente infernal se une a la inestabilidad del terreno, cubierto por cenizas volcánicas. Debemos alejarnos de este borde y mantenernos próximos a la cruz y su inmediación. No nos dejemos llevar por la falsa seguridad de una senda apenas marcadas pero claramente perceptible que bordea esta depresión pues es en esta zona donde las extracciones de picón alcanzaron su mayor impacto.
Jinámar, Marzagán, Hornos del Rey, La Matanza..., entre estos núcleos poblacionales, y tras ellos, se esconden los últimos terrenos agrícolas de la zona, parcelas que desaparecerán para siempre si se lleva a cabo la tan denostada carretera de circunvalación a Telde que, haciendo oídos sordos de la ciudadanía, de los habitantes de estos predios y de los grupos ecologistas, quieren realizar a toda costa los gobernantes de la isla. Al parecer lo más perentorio es invertir en nuevas carreteras, sin tener en cuenta que eso traerá consigo un mayor parque automovilístico.
Convertir la franja este de la isla en una sucesión de autovías y carreteras paralelas que preparan el suelo intermedio para el planeamiento y ejecución de nuevas áreas urbanizables e industriales, no creo sea la solución a un problema gravísimo de movilidad. A nadie le es ajeno que a más carreteras, más vehículos. Tampoco aportará una solución real el tren con su destrozo de suelo rústico, industrial y urbano. Una extraordinaria inversión de miles de millones de euros que nos endeudará a todos. Y no aportará una solución al problema porque no acercará a sus usuarios a los lugares que sí acerca una extensa y eficiente red de guaguas que tiene amplio margen para mejorar, sin la necesidad de inversiones multimillonarias. Parece lógico pensar que sí es una propuesta de mejora, la existencia de un carril-guagua exclusivo norte-sur, con un servicio de guaguas eléctricas como existe ya en varias ciudades españolas y muchas europeas, guaguas puntuales que aumenten su frecuencia y abaraten su coste, buscando la gratuidad. Con esta propuesta lógica y coherente, se ahorrarían miles de millones de euros y el consiguiente trastorno circulatorio inherente a todo tipo de proyectos faraónicos, pero... ¿Qué pasaría entonces con el control sobre las inversiones multimillonarias que quieren acometer a toda costa los grupos gobernantes, sean del partido político que sean, aún cuando se consideren innecesarias, ruinosas o la ciudadanía no las demande? Ahí dejo la pregunta para que la responda cada uno de ustedes.
Siguiendo con la lectura del paisaje identificamos la Montaña Rajada, montaña Pelada, la cara de solana del barranco de las Goteras y la ladera de picón -expoliada también en parte por los extractores de materiales volcánicos y paralizada hace años su agresión afortunadamente-, de la caldera de Bandama. Hacia el este, poca costa observamos si tenemos en cuenta la escasa altitud de esta montaña. Los roques de Telde, Malpaso, los núcleos urbanos de La Estrella, La Garita, Los Melones, el territorio que ocupa un pequeño espacio pendiente de ser urbanizado antes de alcanzar la playa del Hombre se suceden hasta cerrar nuestra visión la cúspide de la montaña de Gando.
Aproximando la vista, en primer lugar y ocupando el valle, me encuentro con las sucesivas urbanizaciones, zonas industriales y áreas comerciales que se ubican en las laderas y cauce del barranco de Las Goteras o barranco de Jinámar.
Justo a nuestros pies la ladera nos lleva a un terreno altamente degradado. En un primer momento fue preparado para ser urbanizado, con sus viales asfaltados, anchas aceras e instalaciones de alcantarillado e iluminación. Luego fue definitivamente abandonado y, a partir de ese momento y sin vigilancia alguna, tuvo diversos usos, ninguno legal: zona improvisada donde llevar a cabo, sin guía titulado por supuesto, prácticas de aprendizaje para la obtención del carnet de conducir, improvisado circuito para carreras de coches y motos infantiles, lugar escondido para desmontar coches y motos robadas... y así hasta la actualidad en que todo el espacio está convertido en una enorme escombrera, un ignorado basurero donde podemos encontrar desde basura doméstica hasta el casco de una lancha o el chasis de una moto. Es aquí donde cada boca de conexión con el alcantarillado, a falta de sus tapas protectoras -robadas para venderse como chatarra-, se convierte en peligrosa trampa (ver fotos adjuntas). Es aquí donde existe un aljibe abandonado donde, en el hipotético caso de caer en su interior es imposible salir. No tiene agua en su interior, solo escombros y basuras varias, pero la altura del mismo y las aberturas que presentan constituyen un peligro real, pues imposibilita salir de forma autónoma al no poder alcanzarse los huecos de salida, exige su inmediato sellado.
Nunca he terminado un artículo con un párrafo pesimista. La denuncia a tanto abandono ya está hecha. Ahora quiero destacar la belleza de ese manchón, casi monoespecífico, de tabaiba dulce, que prospera por toda la cara sur del cono hasta su encuentro con el centro comercial de El Mirador.
Espléndidas tabaibas, muchas con alturas cercanas a los dos metros, se suceden. Veroles, tabaibas amargas, espinos de mar, gualdones (Reseda scoparia), algunas salvias y un suelo cubierto de nevadillas (Paronychia canariensis) complementan un espacio olvidado en una tierra de nadie.
Salpicando el tabaibal dulce, grandes ejemplares de tunera india. El último paseo por la montaña lo di hace pocos días. Buscaba un sólo ejemplar de cardoncillo (Ceropegia fusca). No era una búsqueda caprichosa sino que obedecía a un recuerdo persistente en mi memoria: la existencia de un buen número de ejemplares de esta especie que se encontraban en este mismo tabaibal, más al este, en la zona de ladera transformada, arrasada su vegetación y ajardinada posteriomente, justo en las inmediaciones del centro comercial.
Conservo aún las fotos de dichos cardoncillos y fotos de alumnos del CEIP Esteban Navarro Sánchez junto a ellos. Las instantáneas fueron tomadas a mediados de los años ochenta del pasado siglo.
Busqué con extraordinaria paciencia, deambulando entre las tabaibas, recorriendo toda la ladera pero cuidándome mucho de acercarme al talud que corta la montaña, corte brutal efectuado para dar cabida a las torres de viviendas edificadas.
No puedo negar que buscaba una esperanza. La esperanza de un ejemplar capaz de recuperar la especie para la zona.
Nada. Fue imposible hallarlo. Me senté entonces con la intención de disfrutar de aquellas enormes tabaibas que nadie visita, que nadie repara en ellas, que sólo son un elemento, innecesario para muchos, de un paisaje condenado al ostracismo. Quería sentir la vida en ellas, esa vida invertebrada que alegra sus flores, que favorece su polinización, que se alimenta de su savia, de sus hojas, que dispersa sus frutos.
Fue entonces cuando, con enorme placer y mayor sosiego, recordé mis salidas con alumnas y alumnos a zonas de las Medianías teldenses en fechas como ésta en que los tunos indios suponían un placer para el paladar.
A mi lado, una gran tunera me ofertaba sus hermosos frutos que nadie bajaba a disfrutar. Me acerqué, de una penca cogí una púa y luego, un tuno tras otro, fui rasgando esa caperuza final del fruto que contiene todos o casi todos los pelillos o pequeñas púas que pueden producirte cierta incomodidad si se pinchan en tus dedos. Liberada la caperuza, a la vista del jugoso y escarlata fruto, sólo necesitaba vaciarlo en mi boca. Así lo hice, una y otra vez. Con cada fruto desfilaban ante mis ojos decenas de niñas y niños que aprendieron de tal modo a disfrutar de las bondades de los frutos del tuno.
Siempre les hablé de sus efectos inmediatos en la lengua, en los labios, en la boca, en los dedos de sus manos si no eran cuidadosos. También, posteriormente, en su orina y en sus heces. Un color rojo tintóreo, llamativo pero sanador pues se trata, ni más ni menos, de una de las frutas con mayor número de beneficios para el corazón, los riñones, el hígado, para tratar la diabetes, para controlar el colesterol, para tratar la obesidad, con propiedades antioxidantes y antiinflamatorias, un manjar rico en fibra, en vitaminas B1, B2, B6 y vitamina C, en minerales como el potasio, calcio, magnesio, hierro y cinc.
Y ellos me hablaban de sus abuelas y abuelos y del uso que de los tunos hacían. Y aportaban otras formas de prepararlos y de "barrer" sus púas, y me enseñaban otras propiedades que yo desconocía.
Con este tuno, el último, me pondré en pie y dejaré la montaña. Sobre mi cabeza un cernícalo otea el suelo recalentado del tabaibal.
- ¡Escóndete lagarto! El cernícalo está buscando su alimento -verbalizo, apenas sin darme cuenta.
Abandono la montaña de Jinámar a sabiendas de que entre tanto edificio y tanta zona comercial e hipermercados, hay espacios llenos de vida que merece la pena y tenemos el deber de conservar.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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