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La montaña del Melosal: Un volcán de película

miércoles, 01 de noviembre de 2023
Dedicado al vulcanólogo Alex Hansen Machín quien, con sus publicaciones sobre el vulcanismo reciente
de Gran Canaria, su pedagogía, didáctica y entrega altruista en pro del conocimiento, divulgación
y protección de estos espacios es un referente esencial en la defensa de los mismos y en la pasión
que ha despertado en cada uno de nosotros, defensores a ultranza de la vida y el medio que la acoge.

Melosal es un término amable. Al escucharlo por primera vez lo asocié a algo suave, sedoso. Sé que el nombre procede de una planta, la melosa y busco en el diccionario de la RAE su significado. En su primera acepción, este adjetivo aparece definido así: de calidad y naturaleza de miel. Su segunda acepción está referida a una cualidad personal y la define como: dulce, apacible.
Hecha esta introducción, muy subjetiva en un comienzo, la interpretación de dicho término en este preciso lugar: lomo y montaña del Melosal, nos la ofrece una referencia toponímica canaria, pues el término melosa se utiliza en las islas para identificar una planta, o mejor dicho a dos especies distintas del mismo género. Son ellas quienes le han suministrado el fitotopónimo a este hermoso volcán conocido como del Melosal o El Melosal, pues hace referencia a un espacio o territorio donde abundan las melosas.
Y si hago mención de dos plantas es porque hay dos melosas en el origen de tal nombre. La primera especie, Ononis angustissima, es conocida como melosa no sólo por los habitantes del lugar, como nombre común o vulgar, sino por los restantes habitantes de la isla o islas donde se encuentra -señalar que también aparecen otros dos nombres en otras islas: taboire fino y taboire frondoso-. El caso es que se trata de un arbusto de porte bajo, con una densa estructura foliar y que en plena floración se cubre de delicadas pero llamativas flores amarillas (ver galería de fotos). Se trata de una planta endémica, con dos subespecies diferenciadas que está presente en las islas de Lanzarote, Fuerteventura, Tenerife y Gran Canaria.
Hay Ononis angustissima, es decir melosas, en todo el campo de volcanes donde se asienta este cono volcánico y hay ejemplares de melosas en la laderas sur y oeste del volcán del Melosal y ejemplares aislados en el borde mismo del cráter.
La segunda planta que justifica el origen del nombre del Melosal es la melosa péndula o taboire rosado (Ononis pendula) una planta herbácea anual de la misma familia, que crece hasta cuarenta centímetros de altura con tallos erectos, se cree que nativa pero no endémica de las islas, presente en Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, y con sus flores agrupadas en el ápice de los tallos formando una especie de ramillete y presentando tonalidades rosáceas o azuladas, con venas lineales un poco más oscuras, alas y quilla blanca o blanquecino-amarillenta. Quien trae el origen del fitotopónimo a colación lo justifica basándose en la antigüedad del término para definir la montaña, refrendándolo con la antigüedad de un registro -registro que veremos está asociado y lleva a equívocos con la montaña de El Gallego-, fechado en una escritura testamentaria de principios de junio de 1789, donde se habla de un pedazo de tierra labradía de secano en la montaña del Gallego o Melosal.
Yo estimo que las dos melosas le dan sentido al nombre y, al menos para mí, es del todo innecesaria cualquier otra aclaración.
Lo cierto es que también la cercana montaña Herrero recibió en alguna cartografía el nombre del Melosal y, esta mezcolanza de nombres y volcanes no es del todo fortuito, obedece más bien a una falta de rigor a la hora de definirlas, de nominarlas, de identificarlas. Cuento esto por la existencia de una curiosa señal informativa que encontré en el cráter de este volcán.
Todo esto sugiere cierta confusión, por eso para evitar equívocos de este tipo, una vez corfirmado el baile de algunos nombres en el transcurso de la historia cartográfica, nosotros dejamos constancia siempre de cualquier acepción que pueda recibir una montaña pues creemos que enriquece la toponimia de un lugar, pero nos quedaremos siempre con la actualmente registrada en la cartografía de GRAFCAN, en su Mapa topográfico 1:20.000. En ella esta montaña no tiene nombre -una ausencia que debería subsanarse-, identificando su lugar con las medidas de tres alturas situadas en el borde perimetral del cráter, siendo la más alta la presente en la cara sur del volcán con 569 metros, la segunda la de su cara norte con 564 metros y la más baja, situada en el labio del cráter orientado al oeste: 553 metros.
Aunque la cartografía de GRAFCAN no identifica este cono con nombre alguno, identifica en cambio las laderas que lo delimitan. Así, El Capado es el nombre que reciben las lomas que se encuentran al pie del volcán en orientación noroeste, El Melosal se refiere a los lomos que se encuentran en direccion norte y nordeste hasta su confluencia con el barranco de Silva y El Chirate el nombre que identifica los llanos que, en dirección sur se extienden hasta el barranquillo de Martín Mayor.
Curiosamente, tampoco le da nombre alguno a este volcán la cartografía más actual del Instituto Tecnológico Geominero de España, en su Mapa Geológico Escala 1:25.000 Hoja 1109-II y tampoco lo hace el Mapa Topográfico Nacional, en su Edicion de 1998 que, además, recoge como montaña del Águila la que en verdad se conoce como montaña Herrero y que trataremos en un próximo artículo. Nada reseña de la montaña del Melosal, sólo su altura: 569 metros.
Busco información en Internet y como montaña del Melosal aparece en www.mendikat.net, elevando su altura hasta los 573 metros y registrando otro nombre para nuestro volcán, el de La Calderetilla, nombre que no debe extrañarnos pues a sus pies, en orientación oeste se encuentran los llanos de la Calderetilla.
No quise buscar más, me quedaba acercarme a mi guía de referencia vulcanológica para este conjunto de volcanes de Lomo Magullo y que no es otra que la publicación: “Los volcanes recientes de Gran Canaria” de mi admirado amigo el vulcanólogo Alex Hansen Machín. Siendo de referencia obligada, busco información sobre este cono y constato como en el croquis morfológico que realizó del conjunto volcánico de Lomo Magullo, este cono está identificado como Montaña Melosal y en el texto correspondiente como Montaña del Melosal, fijando en 571 metros su altitud.
Sus didácticas y magistrales palabras registran a la perfección la descripción de dicho cono volcánico:
“La montaña del Melosal es un edificio de escorias y lapilis poco compactados, que resalta unos cuarenta metros por encima de su nivel de base. Abierto hacia el este en el sentido de la fractura, su cráter parece corresponder a un comportamiento fisural de la erupción. El mayor volumen de piroclastos se depositó al sur del edificio, construyendo una pendiente prolongada y menos pronunciada que la que cierra el edificio por el norte. En el edificio cratérico se distinguen varias fracturas de asentamiento que corresponden a las diferentes pulsaciones explosivas acaecidas durante la erupción.
Desde el cráter surgió una colada de lavas basálticas muy fluídas que se desarrolló unos doscientos cincuenta metros sobre la suave pendiente para después caer vertiente abajo hasta inundar el cauce del barranco de Silva, alejándose del volcán un kilómetro y medio.
En el barranco de Silva, la colada se encuentra prácticamente barrida por las crecidas del mismo, encontrándose levantada sobre el lecho actual, de la misma manera que una terraza fluvial”
Pues bien, a este volcán bastante bien conservado les invito a acompañarme. Vamos a ascenderlo con paciencia desde todas las vertientes posibles, observar su flora y su fauna, recorrer su cráter, disfrutar con su silencio, sentirlo.
Que el volcán está envuelto en un halo mágico, que goza de una belleza extrema es indiscutible. No en vano el cineasta canario Armando Ravelo ha llevado su película: “La piel del volcán” a este escenario natural, convirtiendo el volcán del Melosal en el motivo central del cartel promocional del film. Como tampoco es una casualidad el hecho de ser este cono volcánico motivo fotográfico recurrente de senderistas, aficionados y profesionales.
Mi primera incursión la realizo por la cara sudeste, es la más amable en cuanto al ascenso y en diez, quince minutos nos encontraremos en su cima. La razón es obvia, como señalaba Hansen, apenas se eleva el cono medio centenar de metros desde su base. La zona de acceso está libre de cierres y vallados, dificultad que encontraremos habitualmente en las propiedades existentes al lado de la pista de acceso a este campo de volcanes. La identificarán porque es la única zona del volcán que fue sometida a una explotación minera de extracción de picón y otros materiales piroclásticos. Afortunadamente la superficie llana creada por las extraciones se encuentra naturalizada y el tabaibal está recuperando el espacio fisico con tabaibas salvajes, cañahejas, cerrajas, inciensos, tederas, vinagreras, vinagreras rosadas, salvias, verodes, azaigos, cornicales y bejeques. Aunque no se recupere el perfil original en esta parte baja de la ladera, por lo menos la vegetación autóctona está haciendo la labor de disimular con su densidad poblacional, tamaño y diversidad de especies, el llano de negro picón y el talud asociado al corte en la montaña, ambos generados por el ser humano.
No deja de preocuparme que varias fincas se encuentren en venta y me preocupa porque desconozco el grado de vigilancia que se está llevando a cabo sobre este espacio natural pendiente de ser reconocido como espacio protegido. La presión sobre este territorio ya es alta, máxime cuando desde mi primera visita al lugar -hace ya cuarenta y cinco años y en aquel entonces Santidad aún era un volcán que señoreraba todo el campo de volcanes con su impresionante volumen y silueta-, no hubo control alguno sobre las construcciones que poco a poco fueron realizándose y actualmente encontramos consolidadas en él. Es de carácter urgente que los servicios de protección de la naturaleza realicen rondas periódicas en este campo de volcanes, denunciando la más mínima obra que no esté sujeta a planeamiento o que cause destrozos en los abundantes valores geológicos, etnográficos, botánicos y paisajísticos de la zona.
Continúo mi ascenso. Por encima de la zona de extracción el cono se vuelve rocoso pero la pendiente es asequible, algo que no va a suceder por su cara oeste y que se tornará en una dificultad mayor en su vertiente norteña.
Dediqué una semana consecutiva a visitar y explorar la montaña y sus alrededores. Esto sucedió en la segunda quincena de enero y es importante reseñarlo pues fueron días nublados, fríos y de lluvias intermitentes en el campo de volcanes. Si lo reseño es porque hay singularidades que solo se pueden experimentar y disfutar con un ambiente húmedo, una lluvia suave a primeras horas de la mañana y un suelo donde el picón está mojado, la tierra embarrada y las piedras, cubiertas de musgos y líquines y, consecuentemente, terriblemente resbaladizas.
Estas singularidades son muchas y diversas, pero para iniciar la descripcion de este artículo sobre el volcán, destacaré cinco: la primera es la luz del paisaje, donde los perfiles se definen y resaltan adquiriendo profundidades y relieves que no se perciben en días soleados o de ambiente calimoso o seco. La segunda es la pureza de la atmósfera que, cargada de humedad, transmite una sensación de plenitud y alegría por el simple hecho de sentirte vivo y presente en ese momento y en ese lugar, en tan extraordinario como cautivador escenario natural. La tercera tiene que ver con la sonoridad del campo. Los sonidos alcanzan otra dimensión, más limpios y audibles, y los cantos y gorjeos de las aves son más nítidos, llegan más lejos, suenan más libres y hermosos. La cuarta tiene que ver con las plantas y las sensaciones táctiles. Las plantas experimentan una brillantez extrema, saturadas de agua sus hojas tienen un mayor verdor, brillan, se vuelven más tersas y disfrutan de un crecimiento vegetativo excepcional en cuestión de días y siente uno, caminando entre dicha vegetación arbustiva de tipología selvática -no se trata de una metáfora idealizando el espacio vivido, lo descrito es real y este peculiar, por lo inusual del mismo, trayecto geológico y botánico se lo describiré en este artículo para que se animen a ponerse las botas y lo descubran y sientan igual que yo-. Me refiero, claro está, a una vegetación arbustiva potente y densa, con plantas de respetable altura -metro y medio, dos metros de media-, hablamos de la zona más frondosa del tabaibal-cardonal. Plantas que te humedecen la cara, el cuerpo, las manos, la ropa, empapan tus botas, te envuelven con sus ramas enredaderas -azaiga de risco, cornicales, venenillos…-, al intentar seguir la ruta entre ellas, jugando con tu equilibrio, sujetándote tu cuerpo o tus pies hasta el punto de provocarte una caída. En verdad existe el riesgo, pero el simple hecho de transitar entre naturaleza salvaje te vivifica haciéndote sentir, debo confesarlo, una felicidad extrema. La quinta tiene que ver sobre el sentido de la seguridad y orientación que uno educa a lo largo de su vida de una manera consciente e inconciente, de un modo racional e intuitivo, y que en estas situaciones se reactiva hasta extremos insospechados. Tras una lluvia nocturna y acompañado de una lluvia serena y suave durante el trayecto, uno se mantiene en máxima alerta sobre el lugar donde pone sus pies, sobre la seguridad que proporciona el sustrato pisado, sobre aquellos elementos -plantas, rocas, aristas, vacíos en el sustrato volcánico…- que pueden producirnos un corte (no olvidemos que se trata de materiales volcánicos jóvenes, con bordes y aristas ásperas y afiladas), la pérdida de equilibrio y como consecuencia un buen golpe, una peligrosa caída o lesionarse seriamente.
Retomo, dejándoles con la miel en los labios pero con la promesa de revelarles esta mágica ruta, mi primer ascensión al volcán. Fácil fue llegar por la cara sur-sureste. Una vez arriba una senda segura permite recorrer todo el perímetro del cráter.  
Me encuentro en el punto de mayor altura del cono, la zona orientada al sur. Hay picón suelto sobre el sustrato rocoso, por eso mi alerta y mi petición de cuidado si van a subir y quieren evitar resbalones. Observo el paisaje para poder hacer una lectura panorámica desde el cono. La primera impresión, tras las lluvias otoñales e invernales, es muy hermosa. Todo el campo de volcanes se encuentra cubierto de verdor. Un verdor que se extiende en todas las direcciones hasta alcanzar la cumbre grancanaria.
Inicio hacia el sur una lectura rápida del paisaje fijando la vista en el volcán fisural de montaña Bermeja, más conocido como Cuatro Puertas, sigo con los conos volcánicos del Gallego, Topino un poco más elevado y surgiendo detrás, montaña Herrero y detrás de éste, medio escondida, la montaña de La Majada, luego Juan Tello, a su lado Juan Santiago. Al pie de los conos volcánicos, los llanos de El Gamonal donde destaca la presencia imponente de dos centenarios dragos. La montaña de las Triguerillas se encuentra ya en el suroeste del cono donde me encuentro. Elevo la vista para vislumbrar sobre los conos, el paiaje que cierra el campo visual. Recortando la línea del horizonte se define la ladera de umbría del barranco del Draguillo.
Recupero la vista dirigiéndola a mis pies, pues quiero observar la ladera del volcán donde me encuentro. Se trata de una ladera de sustrato rocoso que presenta una pendiente suave que se irá pronunciando según avancemos hacia el oeste. La escasez de suelo en la zona alta del cono, lo convierte en el sustrato ideal para los bejeques (Aeonium percarneum) y las vinagreras (Rumex lunaria), pero es precisamente esa singularidad limitante la razón por la que ambas especies no alcancen gran tamaño recordando, muchas de estas plantas, tipologías propias de bonsais.
No es una cara fácil para su ascensión pues tiene una fuerte pendiente. No obstante, en mis salidas pedagógicas a este campo de volcanes, siempre abordamos el cono partiendo de la pequeña caseta que creemos se utiliza para la distribución y gestión del agua de riego y que se encuentra en esta orientación, al pie de la montaña. A pesar de la pendiente, el sustrato rocoso es bastante estable y la vegetación asociada a esta ladera, un regalo para los sentidos. Se une también a la elección de esta cara para subir al cráter, el hecho de iniciarse la ascensión en terrenos libres de toda señal que impida un paisaje inalterado donde al tabaibal, que recupera las zonas de cultivo de la base de la montaña como espacio propio, encuentra su continuidad en el inicio de la ladera y posterior desarrollo con las vinagreras y bejeques, melosas, hinojos y veroles que salpican la misma hasta el borde del cráter. Se trata, precisamente, de buscar eso, un paisaje limpio, sin verjas ni vallas, sin mojones ni torretas eléctricas. Nada más que eso, un volcán, alumnas y alumnos emtusiasmados y su inquieto profesor.
Hacia el oeste una imagen nos sorprende con su terrible vacío. La montaña de Santidad ha desaparecido, sólo queda de ella una pared residual, la pared que esconde tras ella lo que resta del cráter. Delatando la rabia y frustración que supone el hecho de una agresión brutal a este edificio volcánico, la vertical pared presenta coloraciones rojizas y negruzcas propias del corazón del volcán, que destacan entre el manto de verdor del entorno inmediato. Han pasado muchas décadas de continuas extracciones y siguen llegando camiones para cargar el preciado picón. Confiemos en que, más allá de la zona vigente de extracción, los desmanes de otras épocas realizando catas indiscriminadas a lo largo del campo de volcanes de Rosiana para evaluar la rentabilidad del proceso extractivo, sean hechos del pasado.
Y repito esta identificación: campo de volcanes de Rosiana y no campo de volcanes o conjunto vulcanológico de Lomo Magullo. Gracias, Baltasar, compañero en la docencia en el IES El Calero, por esta corrección necesaria pues es cierto que todos los lugareños, incluida la gente de Lomo Magullo, siempre han llamado a este campo de volcanes, de Rosiana.
Es curioso, pero desde el litoral teldense, desde la autovía GC-1, desde cualquier cono que se encuentre en cota inferior al volcán de Santidad -siempre llamado Santidad y nunca La Piconera pues es este un término vulgarizado pero no identificado en cartografía alguna-, su descomunal tajo denuncia en invierno, con la ausencia de cualquier vestigio vegetal en su materiales piroclásticos, la insensatez del ser humano al permitir la pérdida de un referente esencial en el vulcanismo reciente de la isla.
Expandiendo la mirada, es ésta una atalaya privilegiada para observar la red hidrográfica que, forjándose entre volcanes, configura el barranco de Silva. El barranquillo de Casorra, la Cañada de las Haciendas, cañada de los Hinojos y Cañada de Flores unen sus aguas en el barranco de Cazorla, barranco que, a la altura de la carretera GC-100 pasará a denominarse barranco de Silva hasta su desembocadura.
Las montañas de Las Triguerillas y Montañeta Fría, el Pico de la Hoya del Moral y la montaña del Plato configuran una serie de elevaciones observables desde el Melosal y, tras ellas, un paisaje de invierno, brumoso y húmedo, con una densa y oscura nubosidad oculta Las Breñas, Cazadores y las cumbres insulares. Apenas, asomándose tras Santidad, se adivina el perfil de la montaña de Las Barros.
Regresando la vista al campo de volcanes más cercano, destaca el bosquete de acebuches de la cañada de Las Haciendas, al pie de la cara sur de la Montañeta de Cubas. Aquí mismo, al pie de este volcán los llanos de la Calderetilla y el Chirate esperan su recuperación como fértiles suelos agrícolas como lo fueron antaño. Mientras el tabaibal progresa sin descanso en la recuperación y ocupación de este territorio.
Hacia el norte la pendiente rocosa es muy elevada. Calculo un sesenta por ciento en el último tramo del cono, acaso más. Tal vez la orientación, la humedad del alisio y la práctica inexistencia de suelo son razones que justifiquen que una planta, la cerraja (Sonchus acaulis) que no había visto en tal cantidad en ningun otro cono, crezca de una forma atípica, con su porte y hojas poco desarrolladas, hasta el punto de que, profano en el tema, llegara a confundirla con otra especie. Algunas gamonas y bejeques surgen esporádicos por esta pared de roca. Son los líquines crustáceos y foliáceos los que cubren las piedras al completo, observándose en las zonas más abruptas las orchillas, líquenes filamentosos que nos hablan de la pureza del aire que respiro, formando todos ellos ese mosaico liquénico, una imagen digna del más extravagante cuadro impresionista.
Bajo esta ladera rocosa se extiende un piedemonte de pendiente suave, casi llana, idónea para ser cultivada. Toda ella fue roturada y trabajada en tiempos pasados y prueba de ello son los muros de cascajos que forman los bancales y las lindes divisorias, continuando estas tierras de cultivo en el pasado por toda la colada lávica orientada al norte y este del volcán.
Sigo elevando la vista y tras el corte del barranco, donde la ladera se pierde vertical hasta el cauce, en la otra cara del barranco, la solana, la pared resultante de la erosión de las aguas del barranco durante milenios sobre la montaña, está socavada por una serie de cuevas colgadas, cuevas naturales de diverso tamaño, fruto de la erosión diferencial de los materiales volcánicos. Desconozco si pudo existir uso habitacional u de otro tipo -ganadero, granero, enterramiento, ceremonial…-, por la población aborigen del barranco en estas cuevas, algo que no seria de extrañar si tenemos en cuenta que, un centenar de metros más abajo, se encuentra el yacimiento arqueológico de Calasio, del que les he hablado y descrito en los dos artículos dedicados a la montaña de Rosiana, pero la extrema dificultad en alcanzar la mayor parte de ellas hace que un servidor quede satisfecho con su simple mención.
Sigo elevando la vista y el cono volcánico de Rosiana se observa desde esta atalaya en todo su esplendor. El bien desarrollado cardonal en la cara sur, el el barranquillo que desagua entre paredes de cardones en el barranco de Silva, la cima plantada de pitas y tuneras, la única finca vallada en la parte alta del cono en direccion este, la finca municipal y el estanque de Calasio, las urbanizaciones que trepan desde Las Medianías por su ladera orientada al naciente …
Sigo observando y la línea de volcanes surgidos en uno de los ejes norte-sur tiene aquí un justo mirador para confirmarlo. A nuestra espalda se encuentra la montaña de Juan Tello y en línea, la caldereta de Ingenio. Frente a nosotros, observamos el cono volcánico de Rosiana, montaña Las Palmas, Pico de Bandama y la montaña de Tafira.
La bruma y humedad difumina la costa de Telde en su encuentro con el municipio capitalino.
Tras las pertinentes lecturas paisajísiticas abordaremos sin peligro el cráter. Mirando hacia el este, observaremos la zona del cráter abierta, el espacio por donde discurrió el derrame lávico, en una dirección este-nordeste y que es bien visible siguiendo la hilera de escorias soldadas, cascajos y rocas de mediano tamaño que, manipuladas por el ser humano en la búsqueda de la tierra existente bajo ellos, están protegiendo la plantación en línea de una serie de frutales, técnica habitual en terrenos cubiertos de cascajos y picón, buscar la tierra bajo ellos, plantar y proteger el árbol con esos materiales volcánicos.
En mi paseo bordeando el cráter no encuentro plantas introducidas en esta senda, sólo la roca viva donde crecen pequeñas herbáceas y algunos bejeques. La humedad está presente por doquier: musgos, líquenes, muchos chuchangos unen su belleza y riqueza orgánica a las melosas, lágrimas de la virgen, relinchones, ratoneras, tasaigos… La orchilla (Rocella canariensis) surge abundante en el interior de las paredes norte y oeste del cráter, al socaire de los vientos alisios.
En su borde interior, la cara norte presenta una especie de solapón, donde la roca ha sido erosionada por su cara interna, hecho que escuda y protege de los alisios a las plantas que se encuentran en su interior. Visto desde el interior del cráter semeja una ola de lava petrificada, un singular elemento con una indiscutible belleza geológica. Es precisamente aquí donde se encuentra una señal informativa identificando erróneamente este cono volcánico. Pirografiado en madera aparece escrito: montaña Tío Pino. El cartel, realizado por la Escuela Taller Oficios Forestales de la madera de Gran Canaria, en el período 2008/2010 -así reza en la parte posterior del mismo-, debería encontrarse situado en la montaña más alta de esta zona, la que vislumbramos desde aquí, justo entre el cono del Gallego y la montaña Herrero. Nosotros dejamos constancia del error, respetamos el cartel y seguimos el periplo. Muy interesante la señal, es cierto, pero la escuela taller equivocó el cono donde debería estar ubicada.
En la ladera de umbría del interior del cráter, conservados muros de cascajos revelan que en el pasado esta zona también fue cultivada. Actualmente cerrajones y salvias ocupan dichas terrazas, eliminadas periódicamente mediante tala con la intención de que prosperen las tuneras americanas plantadas en dichas cadenas.
Desciendo a su interior. Un lugar extraordinario para gozar del silencio. Al no verme, no tardan mucho los perros de las fincas colindantes en cesar sus ladridos. Mezclados sobre el picón observo infinidad de cagarrutas de conejos. Este lagomorfo es muy abundante en el campo de volcanes. Sigo la estructura de rocas volcánicas que se observan en el centro del cráter formando una especie de muralla descendente. Es aquí donde el ser humano ha ido horadando y buscando el suelo bajo ella y al encontrarlo ha plantado aquí un olivo, a continuación una higuera y así ha mantenido esta línea de árboles frutales hasta la salida del cráter, un centenar de metros más abajo. Al final, sin dejar de formar estos goros de enormes piedras como protección a los árboles frutales, ha plantado dos eucaliptos que lucen espléndidos con más de un metro y medio de altura cada uno. Eucaliptos que, jóvenes aun, alcanzarán en un futuro proporciones notables pues todos sabemos del rápido crecimiento de esta especie invasora. Dudo que sea el sitio más adecuado para este tipo de árboles de altas exigencias hídricas, máxime cuando dicho recurso es un bien esencial y escaso en la isla, pero ahí queda la verificación de lo observado y grandes eucaliptos plantados hace varias décadas muy cerca, en la ladera norte de la montaña Herrero, señorean el paisaje volcánico.
Para alimentar a estas plantas con materia orgánica, el ser humano dueño de esta parte del cono, tala periódicamente las plantas arbustivas que crecen espontáneas dentro del cráter y así, los ejemplares cortados de salvias, tabaibas, veroles, bejeques son esparcidos alrededor de los goros y sobre la muralla de piedras. Esta limpieza indebida permite que el suelo de picón este cubierto de ratoneras (Forsskaolea angustifolia), endemismo canario presente en todas las islas, una vinagrera pequeña, conocida como vinagrerilla roja (Rumex vesicarius) y gamonas (Asphodelus ramosus distalis), ambas plantas nativas, todas ellas plantas de nivel herbáceo pues las que desarrollan nivel arbustivo sucumben al poder de la hoz.
En sustitución de las plantas autóctonas, el ser humano ha plantado en todo el cono tunera americana o chumbera (Opuntia maxima) que presenta dificultades para crecer en muchas zonas del mismo, estimo que por el alto grado de humedad existente en la zona o, tal vez, por otras razones que desconozco.
La presencia de camineros (Anthus berthelotii), un ave endémica que compartimos con los archipiélagos de Madeira y las islas Salvajes, anidando sigue presente por todo el campo de volcanes, ya los había visto en Rosiana con sus nidos camuflados bajo las estacas que mantienen derechas algunas plantas de repoblación, en montaña Herrero bajo yerbajos y pequeños arbustos y aquí también.
Culmino este artículo con la ruta prometida que les llevará hasta la base del volcán y luego podrán acceder a él por donde mejor les plazca.
Tengo que indicarles que no hay senda trazada, es peligroso ya que transitaremos sobre grandes piedras con muchos espacios vacíos entre ellas, la flora es tupida y el esfuerzo grande. A favor está que no es un recorrido que ocupe más de veinte minutos, acaso con las paradas y observaciones, media hora. Claro está que mi intención es describirla, hacérsela llegar a través de la palabra escrita, jamás recomendarles que la hagan. No es esta sección una invitación a las travesías sino una exposición de lo vivenciado. Los riesgos inherentes a cualquier salida al campo quedan en el campo de la responsabilidad de cada uno. Nunca debemos olvidarlo.
Dicho esto, tenía la curiosidad de trepar por el derrame lávico que les habrá llamado la atención en la ilustracción y fotos de este artículo. Una corriente de lava capaz de cerrar el cauce del barranco. Un barranco capaz de abrir nuevamente su cauce con la fuerza y la potencia erosiva del agua.
Así pues inicio mi periplo barranco de Silva arriba y me detengo a la altura de este derrame lávico. A mi derecha observo la lengua de lava fragmentada en bloques volcánicos, fruto del enfriamiento, cambios térmicos y paso del tiempo, que identifican el final de la colada en la ladera de solana. Su altura apenas alcanza unos tres metros A mi izquierda, con una potencia no inferior a los cinco metros se yergue, majestuosa sobre el cauce del barranco, la corriente de lava petrificada. Es aquí donde efectúo un breve destrepe para alcanzar la colada. Luego se trata de dejarse llevar. Mucho ojo donde pisamos, muchas paradas para oir los pájaros, pequeños desvíos para identificar plantas y ascender hasta alcanzar los llanos cultivables al pie del volcán del Melosal.
El día que abordé esta ruta -iniciada la segunda quincena de enero-, había llovido toda la noche. No niego la alta dosis de imprudencia de caminar sobre rocas tras una lluvia. Pero todo tiene su gratificación. El aire estaba fresco y limpio como nunca. La vegetación, húmeda, empapaba mi cuerpo y mi ropa. Las arañas -alguna observable en las fotos del artículo-, habían trabajado los últimos días a tope y sus telas se encontraban extendidas por todas partes. Las gotas de agua suspendidas -lluvia y rocío-, semejaban minúsculas perlas en un escenario de leyenda. Un universo liquénico cubría cada una de las grandes rocas del derrame lávico y en las zonas de mayor humedad, verdes musgos almohadillados indicaban los lugares donde pisar era una temeridad. Paso a paso, los bastones de senderismo son aquí un incordio pues las manos deben estar siempre disponibles, trepo por las piedras observando a ambos lados la potencia de un espeso cardonal tabaibal. Me detengo para observar las especies asociadas. Están todas. Salvias, tasaigos, esparragueras, cañahejas, veroles, cornicales, bejeques, tajinastes blancos, inciensos, melosas, mato risco, tomillos… Oigo en las cercanías los cantos de las perdices señalando su territorio, alertando de su ubicación a hembras y machos. Un sonido onomatopéyico: choc, choc, choc… rápido y audible a buena distancia Algunas están tan cerca que se les escucha muy claro, apenas a una decena de metros.
De vez en cuando me salgo del cordón de lava, la razón es la búsqueda de un elemento botánico esquivo en estas barranqueras, una especie propia del lugar que ha desaparecido en un pasado reciente, consecuencia indiscutible de la brutal esquilma que, durante siglos, se ha llevado a cabo sobre cualquier vestigio arbóreo en estos territorios de bosque termófilo. Voy tras los pasos de una sabina, mi buen amigo Pepe Julio Cabrera me ha inoculado la pasión por el encuentro con esta cupresacea propia de dicha formación boscosa y en el campo de volcanes de Telde tengo la esperanza de encontrarla.
La vista no está siendo mi fuerte y me tengo que aproximar a los arbustos bien desarrollados. Aquí un enorme cornical, allí un cardón y asociado a él varias plantas buscando la luz desde el interior. Azaigos de risco, esparragueras, cerrajas, cornicales… ¡Nada! La necesidad de unos prismáticos es cada vez mayor.
Sigo mi ascenso, a ambos lados del derrame lávico observo importantes montículos de piedra procedentes del despedregado de los terrenos colindantes. De cuando en cuando, grandes espacios vacíos en el interior del derrame me sugieren la posible existencia en el pasado de un tubo volcánico, actualmente hundido y desmantelado.
Sobre un tasaigo, decenas de minúsculos coleópteros captan mi atención. Apenas miden 3 o 4 milímetros y tengo que ayudarme del macro del móvil para observarlos con mayor claridad (adjunto foto) Sin poder identificarlo posteriormente, es evidente la riqueza invertebrada que atesora este espacio que, al fin y al cabo, no supone más que un minúsculo ejemplo de la riqueza que engloba la biodiversidad canaria. De ahí nuestro imperioso deseo de su conservación.
He llegado al comienzo del derrame lávico. En la zona más próxima a la boca del volcán yace gran parte del mismo semienterrado, incorporado al terreno de cultivo. Cuestión de erosión, acumulación de derrubios y tiempo. Lo define bien el vulcanólogo Alex Hansen cuando manifiesta que el primer tramo del derrame lávico se encuentra en un avanzado estado de descomposición, encontrándose las partes más deprimidas del mismo transformadas en suelo.
No hay planta introducida alguna en la colada de lava transitada. Ni tuneras, ni pitas ni especie extraña alguna, traída por la mano del ser humano. Sí surgen al acercarme a las pocas casas presentes en la colada este del volcán. Aquí recuperan su presencia las tuneras indias, conviviendo con la vegetación autóctona del lugar.
En el último tramo del recorrido me ha acompañado una lluvia suave. No he sido prudente y, sin una prenda apropiada para repeler la lluvia, la lluvia empapa la prenda de abrigo que da calor a mi cuerpo pero no es impermeable. Caminar sobre las esponjosas tierras que se encuentran entre los conos volcánicos es cómodo y gratificante cuando están secas, si están saturadas de agua se convierten en un pegajoso barro rojizo dejando inservibles las botas pues se adhiere a los tacos de las mismas volviéndolas inseguras y pesadas.
No importa, me encuentro eufórico por las emociones experimentadas, satisfecho de haber realizado la travesía sin percance, sereno y feliz por el sueño cumplido.
Me siento sobre una piedra mojada, junto a una tunera india. No noto su humedad pues también el pantalón se encuentra empapado. Sigue lloviendo.
Con una pequeña presión de los dedos, de una penca obtengo una púa larga. Cojo un tuno con la otra mano. Está húmedo y prácticamente limpio de púas tras la lluvia de la noche y de esta mañana. Con la púa larga rasgo su caperuza. Unas gotas de zumo rojo tintan mis dedos. Aproximo el fruto a la boca y aprieto el fruto.
¡Extraordinario! Un manjar de dioses. Fresco, muy fresco, que nadie dude que nos encontramos ante un bocado exquisito.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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