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Sexo en Alicurá

jueves, 02 de noviembre de 2023
En Junín de los Andes, a ciento quince kilómetros de Alicurá se encontraba el quilombo satélite del regimiento militar de infantería. Se contrató un bus para realizar excursiones todos los sábados y domingos para llevar a los obreros que quisieran desahogar sus penas. Se lo empezó a conocer como "el lechero", quizás por el color blanco. Antes de subir, los pasajeros con sus mejores pilchas dejaban una estela de espeso perfume.
Antonio había encargado una cantidad considerable de forros para repartir antes de salir. El servicio era eficiente y el único problema surgía a la vuelta, en que se perdía un tiempo importante recogiendo a los mamados por las veredas. Para evitar el contagio de la sífilis y la blenorragia (conocida acertadamente también como gota militar), además de facilitar gratuitamente preservativos debía inculcar su uso, un detalle nada despreciable. Así fue como realizó unos dibujos humorísticos inspirándose en una publicación sueca, aconsejando el uso de los forros. Para la época y los medios disponibles (fotocopias de dibujos a rotulador) estaban bastante logrados. Los pegó en los baños y un par de ellos junto a la máquina donde fichaban los obreros al empezar y finalizar de trabajar.
La máquina estaba bajo techo pero a la vista de cualquiera que pasara por ahí. Al día siguiente del inicio de la campaña publicitaria lo llamó el jefe de obra. Las esposas de algunos ingenieros se le habían ido a quejar porque las figuras eran obscenas, inmorales y herían la vista de cualquier persona decente que pasara por el lugar. Retiró los de la máquina, pero pudo seguir con la campaña publicitaria en los pabellones.
Los ingenieros y los técnicos jóvenes vivían en el campamento con sus esposas. Los veteranos solo algunos días de la semana, mientras la familia residía en Bariloche. Todas las mujeres residentes embarazadas, cuando faltaban dos o tres meses para el parto, se iban a vivir con su padres, retornando, si es que lo hacían, meses después. La soltería podía crear tensiones y, al haber solo mujeres casadas, conflictos. Por eso se trataba siempre de neutralizar a todos los machos posibles con su propia pareja.
Un topógrafo de Mendoza envió, como hacían otros, a su esposa embarazada con sus suegros. A un contable de mediana edad no le alcanzó el currículum para beneficiarse con vivienda en Bariloche, debiendo conformarse con una casa en la villa. Se comentaba que el punto era medio tranquilo y su señora ligera de cascos. Enfundada en unos pantalones más apretados que su propia piel, iba al comedor diariamente y recorría el pasillo entre las dos hileras de largas mesas llenas de obreros, hasta el mostrador, como si recorriera la pasarela de un desfile de moda. Si los ojos de los trabajadores emitieran una pequeña cantidad de energía, el culo de la ondulante señora se hubiera prendido fuego. Muchas mujeres se conformarían con este erotismo platónico, pero Lisa no.
Una mañana no podía abrir la llave del tubo de gas, otra no tenía fuerza suficiente para mover una maceta grande, otro día se le apagaba la calefacción, y de pura casualidad en todos esos momentos el atlético técnico pasaba frente a su casa. Tanto va el topógrafo a la fuente, bueno, a la casa del contable, que finalmente fue seducido con alevosía por la ardiente Lisa. En la cocina y con el resultado imaginable.
Debido a que no se cumplía un horario estricto, en cualquier momento se podía ver a alguien entrando en su casa para solucionar algún problema, ver a los chicos o buscar la cámara de fotos. El contable necesitó consultar un manual guardado en su casa y entró por la cocina, como era habitual. Se encandiló con el culo del topógrafo, en abstinencia solar desde mucho tiempo atrás. Cuando el topo giró la cabeza al ser sorprendido in fraganti y el contable vio la nuca de su querida esposa, se le quemaron los libros de contabilidad. No sabía si disculparse por haber interrumpido tan jadeado momento, cagar a trompadas al violador, degollar a la puta Lisa o hacerse el harakiri.
El asustado técnico, cazado con los lienzos a media asta y el arma desenfundada, intentó recomponer su imagen y se tragó el teodolito que llevaba para disimular el motivo de sus incursiones, que al caerse le pegó en el pie al hombre de las finanzas, agregando un dolor físico al de su corazón. El grito se ahogó entre los peores insultos, amenazas y un dedo en la punta del brazo señalando la puerta. Esa misma noche vieron a Lisa hacer señas al bus, para refugiarse un tiempo en la casa que tenía el matrimonio en Berazategui.
El jefe de obra llamó por separado a los dos actores y los amenazó que si armaban el más mínimo quilombo, los ponía a los dos de patitas en la ruta. Cuando se cruzaban, bajaban la cabeza para intentar salvar los respectivos trabajos y fingían ignorar los comentarios a sus espaldas.
Para ingresar a la villa había que contar con un pase o, en el caso de visitantes, rellenar un permiso especial, el cual debía ser firmado por el visitado y entregado en la salida. Pero la necesidad aguza el ingenio. Una tarde conversando con Arias, que como le tenía aprecio lo mantenía al tanto de lo que pasaba y él no veía, le comentó,
Doctor, trate de no acercarse al pabellón siete.
¿Por?
Los muchachos han conseguido entretenimiento. Tienen una chica.
¿Y cómo entró?
La bajaron anoche de la ruta por el terraplén.
¿Cómo se la rebuscan?
Le desocuparon una pieza y se organizan para que no se amontonen los candidatos. Uno controla la puerta, los hace pasar de a uno y les cobra. Otro va dando números para que nunca haya más de uno o dos en el pasillo.
¿Y dónde se lava la mina? Va a quedar como un flan con crema.
Tiene una palangana, y de vez en cuando algún gaucho se la lleva y le cambia el agua. Me pidieron que no se enterara, pero yo les dije que usted era de confianza, que no los iba a botonear.
Che, ¿y cuantos se pasa la mina?
Puf, hay muchos que salen y se vuelven a anotar para otra vuelta. No cobra caro y el recaudador le prepara la guita en fajos. Cuando se acabe la cola, van a esperar que oscurezca y la subirán a la ruta por el mismo terraplén.
Les envidio la organización.
Estando usted es la primera vez, pero ya lo han hecho antes. Si huelen algo raro, hacen una colecta y les pagan el polvo a los gendarmes de la barrera.
¿Tienen forros suficientes? Pedile al delegado.
Ya llevó una caja, eso los controla la señorita.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena".
andresmontesanto@gmail.com
Montesanto, Andrés
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