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Alicurá (2)

jueves, 26 de octubre de 2023
Cada tanto llegaba un ingeniero de Buenos Aires que era recibido por un vehículo oficial en el aeropuerto, se daba una vuelta por la obra y esa misma noche o al día siguiente pegaba la vuelta. Hidronor y los consultores debían justificar los generosos sueldos. Uno de esos tipos llegó con la idea de probar el plan de emergencia. Incendió unas cubiertas viejas, hizo sonar la alarma y activó el cronómetro. El chofer de la ambulancia estacionada en la puerta del consultorio, un tipo con las neuronas contadas pero correctamente enfiladas, entró, agarró una caja de madera pintada de blanco y con una cruz roja, preparada como maletín de emergencia el día anterior, cazó al jefe de las pestañas y gritó "¡Simulacro!".

Fue el único servicio que cumplió con los estándares. Los bomberos llegaron al rato y con dos matafuegos apagaron el fuego ante un público divertido por presenciar algo distinto.

Un consultor sueco pasaba algunas semanas en la villa y, para ganarse el sueldo, cuando veía en un muro hormigonado una pequeña burbuja metía la punta de un boli y juzgaba de calidad deficiente el trabajo. Andaba en alpargatas y Antonio le mostró uno de los carteles que estaba distribuyendo por todos lados con recomendaciones para evitar accidentes, en los se exigía utilizar el calzado adecuado provisto por la constructora. Como se encofraba bastante, las heridas por clavos eran las más comunes. El sueco sonrió y se hizo el sueco.

A veces pasaban cosas insólitas. Un día temprano comenzaron unas motoniveladoras a mover tierra frente a su casa. Cuando volvió al mediodía no pudo acceder con el coche a su terreno porque la calle se había sumergido más de un metro y fue necesario trepar a pie por el talud. Dos días después era la casa la sumergida, pues la calle había subido un montón impidiendo la salida del coche. Tuvieron que pasar más días para que los topógrafos decidieran cuál tenía que ser la verdadera cota de la calle.

En el área próxima a la obra se encontraba una colonia de alemanes protestantes, que habían abandonado las Islas Malvinas por cuestiones religiosas, instalándose junto a una angostura del río Limay llamada Paso Flores. Fundaron una colonia, construyeron un ingenioso acueducto artesanal y comenzaron a producir cereales, frutas y hortalizas. Con la llegada de las empresas abrieron un restaurante muy concurrido los fines de semana. Era el único sitio donde se podía comer en cien kilómetros a la redonda.

En una visita a la colonia en día de semana, vio unos cuantos viejitos tomando el sol. El jefe le explicó que no estaban acostumbrados a los forasteros y que por eso los domingos los mantenían guardados. Hizo un rápido cálculo y esos viejitos acurrucados en los sillones apaciblemente debían tener unos treinta o cuarenta años durante la segunda guerra mundial.

El hospital tenía un equipamiento fabuloso, hasta el momento sin ningún uso. Cuando un día de primavera llegó el aviso de una mujer en estado de parto a unos cuantos kilómetros río Limay arriba, Antonio vio una oportunidad ideal y recordó la anécdota del médico de Esquel. Lo mandó a Pepe, el nuevo médico, con la ambulancia y la instrucción de volver con la sirena al mango mientras con la esposa enfermera preparaban la incubadora. Unas horas más tarde se oyó la sirena y bajaron la camilla. La india había dado a luz rápidamente antes que llegara la ambulancia, pero por más tranquilidad se insistió en el traslado. El mapuchito, con casi cuatro kilos y dispuesto a churrasquear, fue introducido con calzador en la incubadora. No podía estirar las patitas, pobrecito, porque se chocaba el plástico. Difundieron la noticia del nacimiento del primer prematuro en la zona y gracias a la eficaz y pronta intervención del Servicio de Salud de Alicurá, la madre y el niño se encontraban en perfecto estado de salud. Recibieron la visita del jefe de obra y el director lo propuso como padrino. Cuando trajeron al padre del niño, no podía creer el lujo con que se había atendido a su familia.
En una de las escasa salidas domingueras, al volver se encontraron en el acceso una camioneta hecha bola. El director general de la obra, de Buenos Aires y en visita rutinaria a Alicurá, encandilado por el sol o por el whisky se había comido una motoniveladora. Antonio lo examinó inmediatamente, no se había hecho gran cosa, solo una contusión costal. Pero se quejaba de fuerte dolor en los dientes. El facultativo se mostró incapaz de un diagnóstico fiable, pero expresó que tenía en la casa una excelente odontóloga ociosa y dispuesta a revisar desinteresadamente a tan importante paciente.
Elena se aburría como una ostra, tenían un chica mapuche interna, muy buena y que atendía todas las tareas de la casa. La dentista embarazada ya se había leído todos los libros que tenía. Cuando preguntó si había posibilidad de trabajar, siempre encontró evasivas. No fue fácil conseguir su colaboración para atender al gran jefe, costó varios minutos de persuasión, no quería saber nada porque se sentía ofendida.
Al terminar el examen, con el explorador y el espejo en la mano como amenazantes instrumentos de tortura, le dijo al paciente asustado que quería trabajar.
Bueno, no se si está contemplado...
Si me contratan a mí se ahorran una casa y un montón de gastos, yo ya vivo aquí.
Si, es una ventaja, pero...
Dentro de poco van a instalar el equipo dental con todo el instrumental, y va a estar muerto de risa, salvo que yo... Le ordenó una radiografía y se ofreció volver a verlo al día siguiente para comprobar la gravedad del traumatismo.
Al día siguiente, ya relajado y sonriente, después del examen y alta médica, pidió los honorarios adeudados, quería pagarle el enorme favor que le había prestado en esos momentos.
La joven embarazada le extendió los honorarios verbalmente:
Quiero trabajar.
A los pocos días llegó el contrato.

Andrés Montesanto. Fragmento de 'Buscando a Elena'.
andresmontesanto@gmail.com
Montesanto, Andrés
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