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Alicurá (1)

jueves, 19 de octubre de 2023
En el medio de la meseta patagónica, un desierto árido y ventoso, totalmente inhóspito, surgía el campamento de Villa Alicurá, un conglomerado de casas blancas y amarillas con algunos galpones en construcción.

Hidronor, la empresa pública que gestionaba la obra, no quería repetir la experiencia de El Chocón-Cerros Colorado donde construyeron una villa permanente, complicada de mantener y con todo el mundo prefiriendo vivir en una ciudad cercana y viajar todos los días. Así que optaron por viviendas prefabricadas en módulos, que al finalizar las obras podían ser trasladadas a otro campamento.

La construcción del dique se encontraba en un proceso latente. Al dar el golpe de estado y hacerse con el poder, la Junta Militar decidió priorizar la celebración del mundial de fútbol del año 78, competición esperada para mejorar la imagen mundial de Argentina. Por lo tanto, todas las obras públicas como este dique, se paralizaron para concentrar los esfuerzos en aeropuertos y estadios de fútbol, muy descuidados por el caótico gobierno anterior.

La empresa internacional responsable de la primera fase le entabló un juicio al estado embarrando el campo de juego. Hidronor y los consultores asociados siguieron con la construcción de los servicios esenciales y con el mantenimiento de la villa hasta que se pudieran reiniciar los trabajos.

Habitaban la villa unas cuatrocientas personas, algunos técnicos e ingenieros con su familia, unos empleados administrativos y el resto, obreros varones. Un vehículo la enlazaba diariamente con Bariloche, a una hora y cuarto por una ruta llena de baches. La empresa pleiteante mantenía su presencia con un exiguo personal y en unas viviendas más antiguas y gastadas.

En los primeros días el flamante director fue a visitar el hospital de El Chocón, para establecer un contacto directo y utilizarlo como referente. El director lo atendió muy amable. Sin embargo por la bola que le dio al poco tiempo comprendió su estrategia, dejarlo que se quemara o cometiera un error, para hacerse con el control del nuevo hospital de Alicurá. Antonio comprobó que estaba en el medio de una jungla y no tenía experiencia, así que decidió ser muy precavido y caminar con la máxima cautela. Se apoyaría en el sistema público de salud de Neuquén, donde tenía algunos buenos amigos.

La esposa del dire los invitó con un café. Después del café, Antonio se enteró que conocía a otro de los profesionales. La mujer, mientras retiraba las tacitas comentó en plan confidencial, el drama por el que estaba pasando este médico. Se había casado con una mina muy linda pero a la vez bastante zorra. Ella le metía unos cuernos impresionantes y, como deseaba quedarse con la casa expulsando al galeno, le contaba todos los pormenores de sus encuentros con el punto que la hacía feliz, no como el impotente de su marido. El muchacho estaba hecho mierda. A Elena se les ponían los ojos a cuadros cuando escuchaba estas historias patagónicas. Se decía que era el viento permanente, que no paraba de ulular, el culpable de la locura tan extendida. Sería eso.

Antonio comenzó atendiendo en un consultorio provisorio compartiendo una de las casas con una oficina administrativa, separados por un fino tabique de madera. Como había poco que hacer, los muchachos tenían mucho tiempo libre y pocas posibilidades de distracción. Un tarde se le presenta a la consulta uno de los tipos encargados de solucionar problemas domésticos a los jefes y sus esposas, que al caminar, soltaba plumas por todos los costados. Venía porque le dolían las hemorroides. Lo examinó culo al sol y no vio gran cosa. Recetó una pomada y un analgésico si hacía falta. Pero el hemorroidal no se quedó conforme.

Mire doctor, me duele mucho. La mirada tenía algo raro. Ay, no sé qué hacer.

El joven galeno indicó unos baños de asiento con malva rubia.

Sabe qué pasa doctor, es como si me cerraran el negocio. Imagínese. Menos mal que yo me la rebusco por otro lado, no se si me entiende. Yo se hacer muchas cosas. La mirada era claramente insinuante.

Lo acompañó a la puerta: Si no mejorás en cuarenta y ocho horas volvé.

Tiempo después el nuevo chofer de la ambulancia, un excelente muchacho llamado Arias, le confesaría que para entretenerse, una manga de vagos al pedo había mandado al trolo a provocar al médico recién llegado, para divertirse con las orejas pegadas al tabique.

Fragmento de 'Buscando a Elena'. andresmontesanto@gmail.com
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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