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La montaña de Rosiana

miércoles, 18 de octubre de 2023
Dedicado a Luis Ramírez, en recuerdo de muy buenos momentos explorando, escrutando,
tomando notas ante la admiración suscitada en ambos por la grandiosidad del yacimiento
arqueológico de Lomo Calasio hace muchos, muchos años. Con él descubrí que junto a una
montaña de basuras y escombros que nunca debió existir, se encuentra un poblado de los
antiguos canarios, verdadera joya de nuestra arqueología insular, condenada al ostracismo.

La montaña de Rosiana es una vieja conocida. Hace cuatro décadas vivía yo muy cerca de ella -en la urbanización Lomo Salas-, tanto que era este cono, el caserío de Rosiana y el barranco de Madrid, mi campo de exploración natural, mis primeros escarceos con la zoología, la botánica y la geología canaria. Significaba mi despertar a una vida apasionante como lo es la observación y el estudio de la biodiversidad en un escenario único.
Asciendo a su cima de nuevo, con sesenta y seis años cumplidos. No puedo dejar de pensar en toda una vida transcurrida en este período y reconocer, una vez más, que el ser humano apenas araña la tierra que pisa, aunque en su orgulloso interior se sienta dueño y señor de notables transformaciones.
Esta reflexión, llevada a cabo desde cualquier cima de esta serie de conos volcánicos, corrobora lo relativo de nuestro paso y lo efímero de nuestra existencia.
Es Rosiana un cono generoso en volumen. Sorprende su dimensión, observado desde la cima de la montaña de El Gallego. De nuevo la importancia de visionar cualquier elemento geográfico desde puntos de vista diferentes, atalayas distintas. Fue desde esta cima donde me propuse darle prioridad pues su poblado aborigen, agrupado alrededor de un numeroso conjunto de cuevas, colgadas de la pared sureña del cono, justo en la ladera donde el barranco de Silva había excavado los cimientos de ambos conos volcánicos, me cautivaron sobremanera.
Dentro del campo de volcanes de Lomo Magullo, Rosiana es un volcán pleistocénico, un viejo aparato estromboliano de morfológica redondeada y superficies meteorizadas que presentan acarcavamientos radiales.
Accedo al cono por la carretera que desde la urbanización de Las Medianías teldenses lleva hasta el colegio concertado Enrique de Ossó, la finca de Los Olivos y al amplio espacio público conocido como Finca de Calasio o Calacio -de las dos formas aparece registrada esta zona en las cartografías consultadas-, justo a la altura de un Morro identificado con el mismo nombre.
Es muy cómoda la ascensión y carece de riesgos alcanzar la cima de Rosiana.
La pista de tierra, ahora muy deteriorada por las últimas lluvias, que lleva hasta la finca antes citada nos dirige al corazón de la misma, un enorme estanque cubierto por una estructura de hormigón. Alrededor de él, el trabajo de muchos grupos de voluntarios, escuelas de verano, talleres medioambientales y otras denominaciones que se me escapan, ha favorecido una red de senderos, una red blanda pues ayudados de sachos y muchas manos, limpiaron las sendas que observamos, creando una serie de sendas conectadas y delimitadas por dos filas de piedras volcánicas pertenecientes al espacio tratado. Algunas de estas sendas, convertidas en incipientes barranqueras, están ahora, tras las lluvias mencionadas, bastante deterioradas. El caso es que, desprovista la tierra de su cubierta vegetal, el agua utiliza pendientes para su rápido drenaje, llevándose a su paso las fértiles tierras que cubrían la roca. Por eso es urgente recuperar las sendas y ralentizar el rápido discurrir del agua. Un trabajo aparentemente sencillo, pero bastante laborioso, esencial para que continúe la zona como espacio medioambiental educativo, necesaria como zona de esparcimiento y ocio ciudadano pero, al mismo tiempo, respetuosa con el medio natural sobre el que el ser humano ha intervenido.
La otra labor realizada en el espacio fue la de repoblación. Existía una utopía por parte de los responsables de este espacio, la creación de un bosque en la periferia de la ciudad -éste era el lugar elegido-, pero había un problema, nunca se estudiaron las condiciones climáticas, edáficas, de orientación, de vegetación potencial en la zona para llevarlo a cabo. Es innegable valorar en positivo el esfuerzo realizado desde el año 1994 en que se clausura el vertedero y se inician sucesivas labores de restauración paisajística, pero no deben realizarse de cualquier manera.
A nadie se le escapa la ineludible necesidad de observar previamente el territorio, analizar con el tiempo y conocimiento necesario, el espacio a tratar. Es preciso estudiar la flora existente, conocer a través de ella y de elementos singulares relícticos, la vegetación que hubo en el pasado en ese lugar.
Es necesario funcionar con la cabeza, no sólo con el corazón. Y no se hizo. Si se hiciera se vería que no es cuestión sólo de plantar. Si se hiciera no sucedería que un gran porcentaje de las plantas utilizadas para la repoblación se hayan perdido. Si se evaluara el estado de cada repoblación antes de iniciar la siguiente, no se cometerían los mismos errores en campañas posteriores.
Y el problema está ahí, en la manifiesta insensibilidad demostrada, alrededor de cientos de plantas vivas que estaban condenadas desde un principio a una muerte cierta.
No es de recibo dar palos de ciego. No es de recibo plantar sin garantizar su riego. No es de recibo ver como agonizan o prosperan con enorme dificultad plantas que fueron mimadas en sus primeros estadíos pero que ahora, un poco más crecidas, son condenadas a sobrevivir en condiciones de suelo, viento, orientación, agua que no les son propias.
Y yo paseo por las sendas marcadas, no perdiendo el objetivo de seguir ascendiendo hacia la cima de Rosiana, pero sin perder de vista los múltiples hoyos de plantación vacíos. De cuando en cuando una esperanza, allí en el fondo de un hoyo, sin malla protectora alguna, lucha con una resistencia propia de un titán, un lentisco o un almácigo, un drago o un acebuche. Si no acaba con ellos las condiciones climáticas y edafológicas de la zona lo harán los conejos, las ovejas o las cabras.
No puedo dejar de pensar en la cantidad enorme de trabajo desperdiciado en tantos años -próximos los treinta años desde la clausura del vertedero-, y en un similar despilfarro tanto de materiales como de recursos humanos.
Antes de continuar es de justicia añadir que, en fechas posteriores a estas notas registradas a principios de noviembre, se realizó otra plantación masiva con motivo del LII Día del Árbol, identificado tal evento en los Llanos de Calacio con un cartel conmemorativo, auspiciado el evento por el Cabildo de Gran Canaria, el Grupo Montañero Gran Canaria y el ayuntamiento de Telde, celebrado el 27 de noviembre. No pude asistir a ella -tal fecha me encontró de viaje recorriendo castros celtas en la costa gallega, estructuras en piedra seca con enormes similitudes con los poblados costeros de los primeros pobladores canarios-, y dejé pasar un mes antes de visitarla de nuevo, pero en los últimos días del viejo año, justo antes de entregar este artículo para su publicación, regresé a la Finca y visité con calma el lugar. La recuperacion del bosque termófilo para el siglo XXI, proyecto propuesto por el Gobierno municipal a los Fondos Europeos Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que cuenta con una suculente financiación, cercana al millón de euros, incluída la restauración medioambiental del entorno inmediato -yacimiento arqueológico de Morro Calasio y erradicación del vertedero sepultado- deberán partir de un estudio técnico serio y responsable para evitar que un montante económico tan importante no acabe sepultado con los residuos que ya duermen en Morro Calasio. Es necesario ser optimista pero tan importante es exigir responsabilidad en cada una de las actuaciones que se lleven a cabo en tan magno como interesante proyecto.
Respecto a la repoblación efectuada, debo señalar que hay motivos para la esperanza. Si bien es cierto que las nuevas plantas de acebuche, lentisco, almácigo, retama blanca, drago, cruzadilla, hediondo… son plantas nuevas y delicadas a la hora de adaptarse a la nueva tierra, el riego que se les ha proporcionado y la visión de buenos ejemplares de lentiscos, acebuches y dragos pertenecientes a anteriores plantaciones, presagian que el trabajo en ningún modo es estéril. Me alegró constatar como una cuadrilla de trabajadores restauraban los caminos dañados por las lluvias otoñales.
Permítanme que continúe con mis observaciones del pasado mes de noviembre. Observo un letrero, en él está escrito: Convenio ZRD 2019. Años antes de la pandemia, al trazado y definición de las diferentes sendas se le unió el trabajo de crear un mirador. Está situado sobre una Montañeta que hay en el cono volcánico, en línea con el estanque y las cuevas de factura aborigen situadas bajo esta atalaya, todo ello en dirección al naciente. Bajo esta Montañeta, un muro de piedras cierra de algún modo el espacio, favoreciendo precisamente ser eso, un observatorio de Telde, de todo el espacio urbano, de sus barrios y su costa. También de la línea de volcanes que se alinean a nuestra derecha paralelos al tajo que supone el barranco de Silva
Es agradable el lugar y me siento en una de las grandes piedras ubicadas precisamente para facilitar la función de atalaya. Tomo notas rápidas para escribir más tarde este artículo y observo como a mi alrededor, una cantidad inusual de mariposas revolotean una y otra vez, inquietas y excitadas, posándose en el suelo, levantándose al instante, en parejas normalmente pero desarrollando unos vuelos que me parecen erráticos. Interpreto que pueda tratarse de escarceos amorosos, de atropellados rituales para aparearse, de conductas propias de la especie, desconocidos para mí.
La especie, presente en todas las islas y muy abundante en esta época, tras las lluvias, es la Cynthia cardui -recuerdo que cuando realizaba itinerarios por la naturaleza con las alumnas y alumnos del Esteban Navarro Sánchez, hace ahora cuatro décadas, las escasas guías de lepidópteros la identificaban como Vanessa cardui-, la mariposa diurna de los cardos. Y sí, es cierto, hay cardos en la zona, varias especies de ellos, una de las plantas herbáceas más abundante. Cardos sencillos incapaz de identificarlos y otros mucho más grandes con solitarias flores rosadas, muy llamativas. Los especialistas en los géneros Carlina, Onopordum y Carduus entre otros, pueden arrojarnos luz sobre las especies espinosas presentes en este campo de volcanes de Rosiana.
No obstante, como se observa en una de las fotos que adjunto, decenas de Cynthias cardui se encuentran sobre los abundantes cornicales. En flor en el pasado mes de noviembre, cubierto de herbáceas y de verdor arbustivo todo el campo de volcanes de Lomo Magullo, en la ladera de solana revolotean cientos, qué digo cientos, miles de ejemplares de esta mariposa. No hay cornical que no esté cubierto por decenas de ellas. Se trata de una eclosión de este bello lepidóptero como nunca había visto.
A mi alrededor prosperan con una vitalidad extraordinaria tabaibas amargas, cornicales, bejeques y tuneras indias. Se unen a la muestra altabacas, inciensos y vinagreras. Las gamonas han respondido a la llamada de la lluvia y comienzan a salir por doquier.
Desde este mirador, que me permite observar todo el entorno, alineado con la cima encuentro el único espacio vallado en esta ladera de la montaña. El resto son muros de piedra seca y bancales.
Desciendo una decena de metros para encontrarme con las cuevas, luego continuaré mi ascensión en busca de la cima. Una gran cueva se presenta ante mis ojos. Dispone de tres entradas. La de la izquierda es la más pequeña y se encuentra tapiada por un muro de piedra. Las otras dos están abiertas. Excavada en la roca, el interior de esta cueva se encuentra divido por la mitad, aproximadamente. Un muro de grandes piedras colocadas una sobre otra sin argamasa alguna, presenta dos amplios lucernarios en su parte superior. Para hacerlo, el ser humano no culminó la división llevando el muro hasta el techo de la cueva sino que dejaron diáfana la parte superior del mismo.
En su exterior se excavó un recinto llano, que me recuerda los presentes en otros conos volcánicos con estructuras aborígenes: Cuatro Puertas, Las Huesas … Tal recinto está protegido por una muralla de piedras de no mucha altura, la máxima altura es de un metro que, a diferencia de la cueva y su interior, se encuentra en franco deterioro, pues presenta muchas piedras desprendidas de la estructura y desperdigadas por las inmediaciones.
Al retomar la subida a la cima, observo un alcaudón sobre un arbusto. Su peculiar canto me reveló su identidad antes de fijar la mirada en él. En ese recorrido visual, un cernícalo había hecho acto de presencia, a la altura del estanque municipal, en busca de pequeños reptiles o insectos soleándose sobre la roca desnuda de los espacios desprovistos de cubierta vegetal. Más allá del barranco, sobre la montaña Herrero una pareja de aguilillas ha iniciado sus escarceos amorosos y con sus vuelos, majestuosos y pausados, observan y controlan el espacio aéreo de su territorio.
Continúo la ascensión y discurro junto a la finca vallada, camino de la cima. Poco hay en ella más allá de una sucesión de tuneras cerrando dicho espacio y un puñado de olivos prosperando como pueden. Varios naranjeros han claudicado ante la ausencia de agua y sus oscuros esqueletos arbóreos siguen ahí, de pie, sujetos a la tierra por sus muertas raíces.
No es difícil progresar por ambas partes de esta propiedad y alcanzar la cima. Para ello tendremos que cruzar una senda bien marcada que lleva hasta al terreno privado. Si observamos a nuestra izquierda, el sendero continúa bordeando el cono volcánico para descender luego paralelo a la incipiente barranquera nacida en este cono y que discurre en dirección norte, en busca de un barranquillo de más entidad que entregará finalmente sus aguas al barranco del Negro, barranco que como sabemos, se encuentra con el océano en la playa de Melenara.
El acceso a esta propiedad es a través de una pista perdida, ahora intransitable para vehículos, que tiene su inicio en el mismo cauce del barranco de Silva. Es la misma pista que utilizan actualmente las motos de trial para alcanzar la cima de la montaña tras erosionar sus laderas este y oeste. Es esta pista que surge en la vertiente sur del cono volcánico, colonizada en gran parte por la vegetación del lugar es la vía que les recomiendo para alcanzar la cima si están transitando por el cauce del barranco.
Esta senda, al igual que otras presentes en diferentes conos volcánicos de la zona, es utilizada para pruebas deportivas de diversa índole: carreras de fondo, carreras de orientación, circuitos de bicicleta de montaña, motos… Se abre aquí un profundo y serio debate sobre el tema. ¿Hasta dónde el uso de los espacios naturales para este tipo de actividades de ocio y deportivas? ¿Existe una autorización expresa para realizar estas actividades por terrenos privados? ¿Quiénes son los encargados de tales eventos y qué responsabilidad adquieren de cara a la conservación de los espacios y caminos utilizados, antes, durante y después de finalizada cada prueba, más allá de la que les marque su ética profesional?
Yo sólo señalaré lo que veo y para dar fe de ello lo expongo en las fotos adjuntas a este artículo. Lo cierto es que antes de subir a la cima de la montaña me dejé llevar por ese pequeño sendero que bordea la montaña y desciende hasta el barranco en cuestión. La razón no fue botánica ni faunística sino la retirada de decenas de señales de plástico, cintas publicitarias que, sujetas todas ellas a la vegetación autóctona de la zona -en su mayoría tabaibas y veroles-, estaban allí, esperando ¿qué?
No retiré todas pues no era esa mi intención al llegar al cono, pero sí algunas que estaban dañando a las plantas.Oteé en la distancia para ver como seguían las cintas azules barranco abajo. Me dio coraje constatar cómo, con la más absoluta impunidad, se fijaban las cintas plásticas a las plantas cuando lo mínimo exigible sería señalizar el itinerario a base de banderines que, sin contacto con las plantas, orientasen en el discurrir de la senda planteada. Me prometí regresar un día para ver si se retiraban las señales plásticas o bien se trataba de una nueva y descarada agresión a la que, desgraciadamente, deberíamos habituarnos, pues no existe legislación para penalizar su uso y abandono o, si la hay, falta el servicio pertinente de vigilancia y sanción. Afortunadmente en esta ocasión, regresé al lugar a principios del mes de diciembre y debo reconocer que se han retirado todas las cintas y respetado las plantas, pero la erosión del camino por senderistas, bicicletas y motos continúa, lamentablemente.
En noviembre, las lluvias recientes animaron a algunas personas a subir al cono. De laderas suaves, las caras norte, este y oeste fueron cultivadas en otro tiempo hasta alcanzar la cúspide, permaneciendo aún los muros que retenían tierras y cultivos. Sobre la vegetación canaria que recupera poco a poco estos terrenos prosperan los chuchangos. Precisamente es eso lo que están buscando estas personas, caracoles. Talega en mano, una pareja porta una bolsa llena de chuchangos. Aún no está satisfecha con la recogida efectuada -saben que la ocasión y el momento son idóneos para continuar con la recolecta-, y extrayendo otra bolsa de la mochila, continúan ladera arriba. Con francas sonrisas en sus rostros, me saludan al paso. Junto a ellos un enorme perro olfatea rastros, probablemente de conejos o de perdices pues ambas especies cinegéticas abundan en este campo de volcanes recientes.
En mi ascenso a la cima por la cara nordeste observo un ancho muro de piedras de buen tamaño, acumuladas unas sobre otras que, partiendo de media ladera, se dirige hacia una destacada cúspide que corresponde a los restos de una colada de lava -quedan como testigos de la emisión de materiales lávicos una sucesión de enormes rocas dispuestas en dirección nordeste-. Tan extraordinario trabajo del ser humano puede corresponder a una delimitación territorial concreta, a un ingente trabajo de despedregado, o a ambas razones a la vez.
Tras el muro, en dirección al barranquillo del Troncón, un campo de piteras pues, siendo en su día delimitadoras de lindes de fincas, en la actualidad, abandonado el campo en esta zona, cientos de nuevas pitas surgen por doquier y prosperan sin dificultad alguna.
Trepo por esta pequeña elevación pétrea pues me llama la atención el soberbio palo de tea enhiesto, hincado entre varias de ellas, coronando el morro. Observo que, en dirección a la cima, una sucesión de enormes piedras a la vista son fiel testigo de otros derrames lávicos que ha descubierto la erosión. No tengo la menor duda que me encuentro en uno de los conos volcánicos más grandes en cuanto a volumen de materiales emitidos y mejor conservados de todo el entorno, pues su tranformación ha sido solo superficial tanto con el aprovechiento agrícola como ganadero.
La llegada a la cima me depara una triste sorpresa. La escasa pendiente y facilidad de acceso ha propiciado el uso y abuso de las motos de montaña en este cono. Adjunto foto con el destrozo del camino efectuado por este tipo de vehículos, sobre todo en su caras este y oeste.
Pero las alegrías superan este contratiempo. No hay vértices geodésicos, no hay cruces, no hay estructuras habitacionales. Nada. Solo un suelo lleno de gramíneas y plantas arbustivas.
La altura de la montaña varía según la fuente de información consultada. Recoge el vulcanólogo Alex Hansen la altitud de 555 metros para esta montaña, pero con el mapa topográfico nacional de España en mis manos, la altura se encuentra reducida a 535 metros. Consultada finalmente el Sistema de Información Territorial de Canarias -la famosa cartografía de GRAFCAN que ustedes saben que es para mí, de consulta obligada, la altura queda reducida en un metro, fijándola en 534 metros.
La lectura del paisaje desde aquí nos depara imágenes únicas, verdaderas joyas de la vulcanología reciente y la extraordinaria visión congelada en el tiempo del discurrir de la lava del volcán del Melosal hasta cegar el barranco de Silva. Sería el tiempo, la fuerza y la persistencia del agua quien abriría nuevamente el cauce del mismo. Se trata sin duda de imágenes de extrema belleza.
Hacia el naciente, Telde se muestra en toda su extensión territorial urbana. Su discurrir ocupa mayoritariamente las llanuras aluviales producto de grandes y medianos barrancos: Jinámar, Real de Telde, Silva, Draguillo.
A mi izquierda y con esta misma orientación, se eleva la montaña de Cuatro Puertas, tras ella, en la costa los volcanes de Gando inician una serie de volcanes que nos hacen llevar la vista en dirección sudeste y, en la línea ascendente de los mismos, continuar el recorrido visual en orientación sur para continuar hasta el suroeste siguiendo la alineación de conos observados en el borde mismo del barranco de Silva.
Seguimos observando el naciente pues en esta dirección la ladera discurre suave, hecho que facilita el asentamiento de zonas urbanas: Lomo Cementerio, Las Medianías, Lomo Guinea, Lomo Catela, Lomo Salas, Lomo de las Capellanías, así como pequeños núcleos de viviendas dispersas: Lomo Pollo, Lomo del Conejo, Lomo de Enmedio, Llanos de la Casa Castro. Más arriba la montaña se encuentra libre de casas y da paso a una sucesión de terrenos agrícolas actualmente abandonados. Es en una buena parte de esta zona rústica donde se ubica la zona reforestada o mejor expresado, donde existe el empeño de reforestar por parte del Ayuntamiento, la finca de Calasio.
Observando las diferentes cadenas constato la pérdida de consistencia, de fortaleza y cohesión en sus muros, desmoronándose por tramos y perdiéndose de tal modo el laborioso despedregado del campo, las mismas paredes y con ello dando al traste con la labor ímproba llevada a cabo por anteriores generaciones. A la vista está, el campo vuelve a presentar un reguero de piedras por doquier, esparcidas por los terrenos.
Extiendo la vista, ahora dejándome llevar en dirección nordeste para definir en esta ladera la red de desagüe del cono. Una serie de tres barranquillos van tomando forma hasta unirse y desaguar en un cauce común, el barranco del El Negro que, pasada las Medianías, baja raudo en busca de la playa de Melenara. A la izquierda de esta bien estructurada red, un barranco con mayor entidad con su nacimiento en la ladera este de la montaña de Santidad -se trata del barranco de La Piedra que, procedente del Lomo de Las Piedras y la Cañada del Cristo pasará a llamarse, aún lamiendo la base de la ladera norte de la montaña de Rosiana, barranquillo del Troncón y más adelante, barranquillo de Juan Antón, denominación que conservará hasta su confluencia por la izquierda con el barranco de la Rocha. Un cauce único buscará el océano, convertido primero en barranco de Las Bachilleras, luego barranco de El Calero para desaguar finalmente en la playa Hoya del Pozo.
Este ramal que bordea la cara norte de la montaña de Rosiana, en su discurrir al comienzo del mismo, presenta en el cauce una serie de roques testigo que discurrieron en el camino de la lava de la montaña de Santidad, por este barranco. Son una media docena de ellos, parte de la veintena de bloques erráticos que se observan en dirección noroeste desde la cúspide de esta montaña.
El aporte hidrológico de esta montaña en esta vertiente lo conforman una serie de pequeños barrancos o barranquillos que alimentan también este barranco. Así sucede con el barranquillo de Lomo Salas. Por su parte el barranquillo de los Bucios se convertirá en barranco del Negro teniendo su desembocadura en la playa de Melenara.
Otros barranquillos como el del Conejo o el de Lomo Pollo desaguarán en el barranco de Silva al igual que los que explicitamos aquí nacidos en la ladera Sur del cono volcánico y que, desde la misma montaña se desploman sobre dicho barranco.
Devolvemos nuestra mirada a la cara este, justo la que estamos observando, y es que oculto a nuestra vista, en la vertiente que da al barranco de Silva, se encuentra un extraordinario complejo arqueológico con sus cuevas orientadas al sur, tan interesante que apenas unas pinceladas les acercaré yo desde estas líneas, invitándoles a que, con enorme prudencia, cuidado en su discurrir y exquisito respeto al patrimonio, lo visiten y recorran con calma, pues quedarán tan asombrados como yo.
Para acceder al yacimiento hay varias sendas, tal vez la más cómoda procede de la parte baja del barranco, justo donde el barranco es cruzado por la GC-100. Yo les acercaré desde la montaña utilizando para ello dos sendas diferentes. Para la primera deberán seguir la pista de tierra que lleva, barranco arriba en busca de la montaña de Santidad -con el topónimo de La Piconera les entenderá mejor la población teldense-. Apenas pasamos Morro Calasio, lugar donde se encuentra la entrada a la finca del Ayuntamiento de la que les hablo en este artículo y el antiguo vertedero municipal, antes de llegar a la primera curva del barranco observarán en la ladera una disimulada senda que, en descenso, nos conduce hasta el cauce. Se trata de tomarla, cruzar el barranco y, en dirección a su desembocadura, seguir una senda que apenas se vislumbra, paralela al cauce. Al llegar a la altura del primer pozo que encuentran junto al cauce, un ramal de esta senda se desvía en dirección al complejo arqueológico. Tómenlo y, antes de cruzar el barranco, emociónense con la imagen del conjunto, ante la sorprendente monumentalidad de su cueva grande. Antes de acceder al complejo arqueológico, compruebo la seguridad del pozo. Ninguna boca a la vista y las puertas bien cerradas. Siempre la seguridad debe preocuparnos, por eso es imprescindible, si nos dedicamos a llevar grupos de caminata, realizar previamente la ruta a seguir y detectar, si los hubiere, cualquier peligro asociado al discurrir por la misma.
En este breve recorrido habremos observado media docena de chapas de madera, del tamaño de una puerta, pero más finas, acostadas sobre el suelo. La lectura del texto que las acompaña nos clarifica su función: Stop culebra real. Por favor no tocar. Gesplan. Cabildo de Gran Canaria. Gobierno de Canarias, un número: 429 y un teléfono: 608098296. Las voy sorteando, dejándolas tal cual, y continúo no sin reflexionar sobre la imprudencia en la tenencia de especies exóticas, pero sobre todo en la falta de rigor y en la prohibición necesaria a la introducción de especies de este u otro tipo en ecosistemas tan frágiles como los insulares y saco la conclusión de que algo está fallando. Cruzo el barranco y me acerco al yacimiento. Al pie de las cuevas, a la vegetación propia del lugar: tabaibas amargas, salvias, balillos, verodes, cardones…), se unen otras, propias de terrenos más degradados: calentones, cagaleras, pinchos (Fagonia cretica), patillas (Aizoom canariensis) Pienso que mucho tiene que ver en la presencia de estas plantas el vertedero de basuras que cubre toda la zona alta del yacimiento.
La otra senda es muy práctica y baja directa por la ladera en busca del yacimiento. No hay más que seguir la senda habilitada para tal fin por el borde del barranco, justo antes de llegar a la montaña de basuras, actualmente sepultada. Tomemos una u otra senda llegaremos a la gran cueva. Impresiona su tamaño. La mido por pasos pues no es mi intención otras medidas más precisas ya que es fácil obtener detallada información del complejo en publicaciones específicas. Le calculo unos veinte metros de ancho y una decena de alto. Observando también su profundidad, no conozco cueva alguna con estas dimensiones en el territorio municipal. La recorro con calma y observo un incipiente habitáculo en su flanco izquierdo, así como una alacena en la pared derecha, próximo a la salida. Un pasillo o galería une esta estancia con la cueva contigua. Se trata de un pasadizo en descenso que puede tener dos metros de alto por uno de ancho y con materiales diversos: piedras, picón, excrementos de cabra y palomas bravías, dificultan el paso. En todo el conjunto observo la falta de estudios sistemáticos, de un exhaustivo trabajo arqueológico que pusiese en valor el lugar, corroborando en cambio una total falta de limpieza de todos los restos orgánicos apelmazados que fueron los excrementos de diversos ganados de ovejas y cabras. De buen espesor es imposible predecir que puede haber bajo ellos, si canalillos, cazoletas…
En el tiempo que estoy en el yacimiento, recorriendo sus cuevas, las esquilas de un ganado de ovejas se escuchan sobre Lomo Calasio. Es importante insistir en este nombre: Calasio, pues así se llamaba el último pastor que cuidaba su ganado en las cuevas situadas en la zona repoblada por el ayuntamiento, actualmente de titularidad municipal. Aunque observemos algún letrero con el término de Calacio, es errónea tal acepción, pues con “s” ha sido confirmada por el pastor y habitantes de la zona.
Retomando el ganado, se trata de un rebaño de unas doscientas cabezas, me confirma su pastor, con goro y refugio en Las Medianías teldenses. Los pastizales de invierno del campo de volcanes de Lomo Magullo es la zona de alimentación y pastoreo. Se trata de un joven pastor, de una esperanza.
Es curioso, el barranco de Silva fue declarado zona de interés arqueológico en el decreto 262/1993 de fecha 24 de septiembre, es decir, Bien de Interés Cultural pero, a pesar de tener este yacimiento la cueva aborigen más grande del archipiélago, una veintena de cuevas intercomunicadas por pasillos labrados en la roca y la posibilidad de un apasionante estudio, lo cierto es que, rodeada de basuras, todo el conjunto se encuentra sumido en el más completo abandono. En fin, ahí queda para el futuro la reflexión del presente. Nosotros seguimos con nuestra descripción del yacimiento.
Esta galería da paso a otra gran cueva. Presenta cuatro excavaciones iniciadas, posiblemente, para dedicarlas a habitáculos en el interior de la misma. No tienen mucha profundidad, pero sí la forma de un habitáculo y la altura de una persona. Así como la otra cueva se encontraba seca, ésta presenta zonas con niveles claros de humedad tanto en el techo como en las paredes.
Un pasillo exterior comunica la cueva con un conjunto de oquedades distribuídas en dos niveles de altura. En el que podríamos considerar planta baja pues se encuentra al nivel de las restantes cuevas observadas, nivel suelo, confirmo como la humedad y la luz han permitido que prospere el culantrillo (Adianthum capillus-veneris), así como otras minúsculas plantas desconocidas para mí. Plantas rupícolas incrustadas en el risco y cargadas de verdor que no supe identificar. Esta cueva dipone de un habitáculo al fondo, bien terminado. Desde el interior, cegada la visión del exterior por una enorme piedra de unos dos metros metros de altura y algo más de anchura, la cueva permanece escondida a la vista, aunque tal roca no dificulta el acceso a la misma por los laterales. A este juego de ocultación, junto a la roca, ayuda la presencia de un extraordinario ejemplar de cardón.
Una abertura a modo de pequeño pasillo, muy cerca de la entrada y situada a la derecha de la cueva, permite pasar de esta cueva a la siguiente. De estructura más compleja la nueva cueva tiene los mismos síntomas de total abandono. De más de diez metros de profundidad presenta un habitáculo al final de la misma y una especie de depresión en el suelo que está rellena con excrementos de paloma, cenizas volcánicas y piedras de diverso tamaño. Frente a la entrada grandes bloques de materiales escoriáceos desprendidos de la montaña alertan sobre la fragilidad de estas laderas de escorias soldadas. Podríamos pensar en una forma natural de proteger la entrada de la cueva, pero lo cierto es que, en zonas de desprendimientos más o menos recientes, debemos ser muy cautos. Las palomas bravías anidan en la mayoría de estas cuevas y, ante la escasa frecuencia de seres humanos en su interior, vuelan atropellándose, visiblemente asustadas, cuando voy accedo a cualquiera de ellas. El susto es mutuo pues en su precipitada huida dejan sus oquedades rozándome la cabeza.
Hay dos habitáculos más en el camino, una gatera permite el paso, arrastrándose, y se intuye el lugar donde poner el pie para subir a la cueva superior. Este nivel es espectacular. De hecho, tras el pequeño ascenso, me siento de espaldas a la cueva para observar el hermoso y limpio paisaje que se abre ante mí. Los conos volcánicos de montaña del Gallego, montaña Herrero y la parte más alta de la montaña del Melosal cierran cualquier otro horizonte que no sea el propio barranco. Un frente de barranco orientado a la umbría donde la vegetación natural ha colonizado al completo las antiguas cadenas de cultivo convirtiéndolas en un interesante tabaibal. En ese preciso instante de placidez y plenitud, con el horizonte visual convertido en edén, la vista se dirige al cielo pues mis oídos han captado los chillidos, agudos y espaciados, de tres aguilillas que, majestuosas, se elevan siguiendo las térmicas. Sean reclamos o gritos de alerta, lo cierto es que las aguilillas despiertan mi atención y podría pasar mucho tiempo observando sus siluetas, siguiendo sus círculos concéntricos, hasta perderse en las alturas celestes. Pero estoy aquí para curiosear esta oquedad. Sorprenderme con el encuentro. Se trata de una cueva grande con un habitáculo a su izquierda y otro que considero un silo por la forma ovoidal del mismo. Este posible granero está situado al fondo de la cueva y dispone de una abertura frontal, susceptible de ser sellada, por eso intuyo que se trata de un lugar adecuado para guardar el grano. El suelo del silo se encuentra igualmente relleno de excrementos de cabra y da la impresión de tener toda la traza de no haberse realizado trabajo alguno para corroborar no sólo su función sino llevarse a cabo análisis de los restos o vestigios -si existen-, de antiguos cereales o granos de los mismos. Esta cueva presenta un rebaje a modo de canal en la parte superior de la entrada y a ambos lados de la misma, es posible que su función esté relacionada con el cierre de la misma con maderas o puede que su función fuera otra. Una pequeña oquedad a la salida de la cueva pudo tener también función de granero. Sigo rodeando el yacimiento, siempre en dirección a la desembocadura del barranco. Accedo a otra cueva enorme. En su entrada encuentro, en el interior de la misma, un muro bajo de piedras sin argamasa. Una vez más el suelo está lleno de picón, piedras, tierra y excrementos de cabra y palomas que no permiten lectura alguna y mucho menos plantear conclusiones. Un lucernario en el techo de esta cueva la une con otra situada en lo alto cuyo acceso se realiza desde el exterior. Da la idea, por su escasez de profundidad que se encontraba en proceso de excavación cuando se abandonó el poblado.
El histórico abandono de este yacimiento ha facilitado que la entrada a esta última cueva se encuentre protegida, no tanto por rocas desprendidas sino por una tupida vegetación que, cerrándola prácticamente, a punto está de imposibilitar el paso. A los cardones, verodes, matos de risco, cornicales, bejeques (Aeonium percarneum), mamitas (Allagopapus dicotomus) se une una sucesión de tuneras indias que unas junto a otras imposibilitan el paso con su maraña espinosa, dificultando mi intención de seguir bordeando la ladera. Es entonces cuando observo una decena de escalones labrados en la roca y por ellos asciendo la ladera. Al parecer se labraron para facilitar el acceso a pequeñas cuevas que hay sobre este conjunto. Me recuerdan la factura de los escalones realizados en la montaña de Cuatro Puertas para conectar las cuevas de Los Pilares con las existentes en la misma ladera a un nivel inferior y los silos colgados del abismo.
Una planta me llama la atención en la entrada de la mayoría de estas cuevas, una planta colgante. Se trata de Camptoloma canariense, una planta no muy abundante y que en ninguno de los yacimientos visitados en Telde llegué a observar. Aseguraría su presencia sólo en las cuevas de este complejo troglodita. Su importancia, más allá de la belleza propia de una especie que se descuelga de la roca, está en su rareza, pues se trata de un endemismo insular registrada en el Libro rojo de especies amenazadas de las islas Canarias.
Pero regresemos a la cima de la montaña y su visión panorámica. Si dirijo la mirada hacia el sur, el campo de visión lo limita los conos antes señalados. Se unen a ellos las montañas de Juan Santiago, la Caldereta y Triguerillas.
Delante de ellos el tajo del barranco de Silva y ya en la montaña donde me encuentro, un extenso tabaibal de tabaiba amarga donde destaca una depresión enorme que tiene su salida en dirección al barranco. Si se trata de los restos del cráter o de un complejo proceso erosivo, emplazo a los geólogos para su esclarecimiento, mis conocimientos me permiten sólo cantar su belleza.
Ya más cerca, a mis pies, una plantación enorme de tuneras americanas y pitas cubre esta zona de la cúspide. Pitones por doquier, unos jóvenes, verdes y enhiestos, llenos de vitalidad buscando el cielo más alto y más limpio donde desplegar su carga floral y otros más viejos, ennegrecidos y frágiles, caídos sobre el suelo, invadidos por una multitud de insectos que trabajan para incoporar su rica materia orgánica al proceso de la vida. Al caminante deben preocuparle estos últimos pues son ellos los causantes de tropiezos que nos pueden llevar al suelo y sufrir, si no tenemos cuidado, el daño de las aceradas púas en que culminan sus afiladas hojas y que nos rodean por doquier pues las piteras forman una masa uniforme al prosperar al pie de la planta madre nuevos retoños.
Pero no sólo son inconvenientes lo que nos oferta este terreno plantado con especies foráneas, pues la proliferación de pitones muertos ayuda a frenar la tierra suelta por la erosión y estabilizar el suelo, realizando de este modo papeles propios de una albarrada, convirtiéndose así en albarradas naturales.
Es esta una curiosa cara. De ladera amplia y pronunciada pendiente en la parte más cercana a la cumbre, formando una pequeña meseta antes de su encuentro con el barranco de Silva. Grandes masas de cenizas compactadas ocuparon la parte superior de esta ladera sureña pero la erosión y el agua esculpieron en ellas profundos tajos, dos muy marcados y otro en proceso de formación, que se unen en un pequeño barranco que entrega sus aguas al cauce del principal de Silva.
Es en esta cara donde la vegetación es más agreste, donde cardones, cornicales, azaigos de risco, verodes y tabaibas crean una vegetación arbustiva compacta que no presenta señales de alteración en mucho tiempo pues se encuentra en el mismo borde de la vertical ladera que se descuelga sobre el barranco de Silva tornándola imposible para su aprovechamiento agrícola. Se trata de un territorio donde es habitual la observación. Sobre él, de cernícalos y aguilillas, pequeña franja de la montaña donde el descenso se torna difícil y peligroso. No es de extrañar, pues, que a mi amigo Pepe Julio Cabrera Mujica le dieran la información de la presencia de alguna sabina en estos lares. No sería de extrañar si tenemos en cuenta que estamos en zonas potenciales de termófilo y se encuentran sabinas en algunos barrancos más al sur. Pero mi búsqueda, breve y nada exhaustiva, es infructuosa. También la de mis compañeros de “barrancos al golpito”, senderistas teldenses enamorados de este campo de volcanes y sus barrancos. Pero si, como me comenta mi amigo, alguien las vio recientemente, aparecerán sin duda. Tiempo al tiempo.
Dirijo ahora la mirada al oeste y su lectura nos regala un hermoso paisaje de las Medianías teldenses. A primera vista se nos oferta la Hoya de Rosiana, en barbecho actualmente, pero con un manto verde de herbáceas en esta visión que tengo hoy, de mediados de noviembre. Lujuriosamente verde tras las lluvias, la montaña y sobre todo esta hoya del caserío de Rosiana se transforma en un paisaje de cuento. Al fondo el caserío, con claros signos de abandono, y tras él, se siente el vacío aterrador de la montaña de Santidad, el dolor de la ausencia, el demencial pago en picón y otros materiales volcánicos que la naturaleza abonó a un crecimiento urbanístico insular sin límite alguno. Un poco más allá, a la derecha de la Hoya, observamos la montaña de los Barros y su singular e inconfundible plantación de olivos en la cara sur de la misma.
Cierra este singular paisaje la línea de cumbres, iniciada a nuestra izquierda con los altos escarpes del barranco de Guayadeque y continuado con un paisaje de cumbres que no les paso a referenciar pues lo he descrito con detalle en otros conos anteriores próximos a éste, como fue el caso del cono volcánico identificado con múltiples nominaciones pero que reconocerán fácilmente si buscan en la hemeroteca de Telde Actualidad como la montaña Topino,Cho Pino, montaña del Constante o montaña Agria, según nos la identifique una u otra persona del lugar.
Si dirijo la mirada al noroeste, destaca el centro urbano de Valsequiullo y tras él, la montaña del Helechal. A su izquierda observo Tenteniguada y sobre sus casas, los cuchillos geológicos que son sus roques. Desciendo la mirada y la vuelvo a la derecha. Las casas se suceden hasta el barrio valsequillense de la Barrera, formando una línea discontínua urbana. Esta línea tiene su sucesión con los núcleos urbanos de Montaña Las Palmas, El Balcón de Telde, La Herradura, Caserones y San José de las Longueras para fundirse, ya en dirección norte, con el conglomerado urbano que define el casco de Telde. Estamos mirando al norte pero es fácil dejarse llevar y que nuestra mirada se dirija hacia el este, pero detengamos antes la vista sobre los barrios de El Ejido, El Valle, Lomo Magullo y pequeños pagos que se encuentran al pie de esta montaña pues también ellos forman parte del extenso conglomerado urbano teldense y es éste un mirador excepcional para observar y desarrollo e interpretar su crecimiento.
Es precisamente, este crecimiento, que comienza a trepar por la ladera este del cono, lo que preocupa pues no es éste más que un ejemplo de la aparición de nuevas casas por las medianías teldenses en zonas donde el suelo es rústico, no está permitida obra nueva y las pistas que se abren en estas laderas obedecen casi siempre a un cierre de fincas que esconden tras sus muros o sus pantallas de malla plástica, nuevas e ilegales edificaciones.
En mis viajes posteriores al cono, he buscado nuevas formas de acceder al mismo y lo cierto es que no reviste peligro alguno abordar esta montaña por cualquiera de sus caras. Si sencilla es la ruta por el este, menos esfuerzo aún representa subir por el oeste partiendo de la hoya de Rosiana. El norte nos presenta un tabaibal sin dificultad alguna y la sorpresa de un par de pequeñas elevaciones que a modo de pequeñas cresterías son el reflejo vivo de corrientes de lava que solidificaron y sus materiales, supervivientes de los procesos erosivos, se mantienen como un río pétreo de enormes rocas destacando entre un manto de materiales escoriáceos, cubiertos por un sinfín de tabaibas amargas.
Interesante se presenta la subida por la cara este del cono, pero en vez de subir por las Medianías sugiero también hacerlo por la carretera de acceso a las urbanizaciones de Lomo de las Capellanías, Lomo Salas y Lomo Catela.
Dejadas atrás estas urbanizaciones, al inicio de esta subida encontramos el Centro de formación de lucha contra el fuego del Atlántico -hasta hace unos años los vecinos lo conocían como Centro de entrenamiento de bomberos-. Aquí termina la carretera asfaltada y comienzan los terrenos de cultivo abandonados, cubiertos este otoño por un manto de herbáceas diversas.
Por zonas dominan unos colores u otros. Los relinchones pintan los terrenos de amarillo con sus floraciones tempranas. Más adelante, son los colores lilas o azulados de pequeños Echium, en otras zonas son las campanillas con sus flores blancas las que definen el cromatismo paisajístico. Todo es placer y belleza. Se une a la definición de paraíso verde un enjambre de insectos alados donde las mariposas destacan por sus llamativas coloraciones. Si antes hablábamos de la Cynthia cardui, sin duda alguna la más abundante, otras como la blanquita de la col (Pieris rapae), la Pararge xiphioides, la Colias crocea o la pequeña y delicada manto bicolor (Lycaena phlaeas) levantan su vuelo a nuestro paso para regresar luego a las flores presentes por doquier. Abejas, avispas, abejorros, moscas de diversos tipos zumban en el aire con sus alas. Si cerramos los ojos asistimos a un encuentro sonoro más propio de la primavera que de finalesde este curioso otoño. No nos extrañe pues que los predadores estén dispuestos a darse un festín con tanta alegría volante. Así, no hay planta que no luzca una o varias telas de araña, unas más elaboradas que otras, dispuestas para atrapar algún insecto.
En mi subida por esta cara las gamonas hacen acto de presencia hasta la cumbre. Se unen los azaigos de risco, los hinojos, las melosas -también las melosas lucen sus flores amarillas-, los cornicales en plena floración, las chocheras (Scilla haemorrhoidales) con sus delicadas flores con degradados malvas, rosas y blancos, en forma de cachimbas, esparragueras (Asparagus pastorianus), aulagas (Launaea arborescens) también con su plena floración de color amarillo, al igual que los balillos (Sonchus leptocephalus), Carlina canariensis, otras especies de cardos, salvia, tomillo (Micromeria varia), cañaheja (Ferula linkii) -un enorme ejemplar presenta su zona de crecimiento cubierta completamente por pulgón negro-, trepa el venenillo (Bryonia verrucosa) y la Cuscuta aproximata, por diversas plantas, Phagmalon saxatile, pequeños helechos de roca, …
A mediados de noviembre, los verodes están soltando sus semillas al viento. Sus plumíferos vilanos permiten al viento llevar las semillas muy lejos de la planta madre.
En mi más reciente visita al cono, últimos días de diciembre, las Vanesas de los cardos habían desaparecido por completo del paisaje alado invertebrado y miles de ejemplares de una pequeña mariposa polilla de unos 3 centímetros de tamaño, ocupaban su lugar, cubriendo el manto herbáceo de la montaña, una cobertura vegetal que se encuentra ya un poco más agostada que en el pasado mes de noviembre con algunas especies como los cornicales que han desarrollado ya, por completo, las vainas protectoras de sus frutos y que, con forma de dos cuernos, justifican la razón de ser al nombre vulgar con el que se conoce la planta.
La pequeña mariposa es una especie cosmopolita de hábitos crepusculares y nocturnos, por eso alzan un vuelo bajo y vuelven a posarse rápidamente, a nuesto paso. De coloracion marrón con algunas tonalidades negruzcas, le identifica una notoria franja blanca que en forma de sonrisa, cruza por la mitad todo su cuerpo alar. Su nombre Spoladea (Hymenia) recurvalis, conocida como polilla de la remolacha aunque sus orugas puede convertirse se en plaga también en otros cultivos como acelgas, espinacas, maíz, algodón…
Interesante es la explosión de vida invertebrada que encuentro en las hojas de las tabaibas amargas. Cientos de orugas de bellos y llamativos colores, barreadas longitudinalmente de franjas amarillas y negras, con llamativos ocelos rojizos o púrpuras en su cuerpo y una cabeza, palpos y patas torácicas de color marrón (ver foto), delatan a una mariposa perteneciente al género de los Esfíngidos. Se trata de una subespecie endémica, la esfinge de las tabaibas (Hyles euphorbiae tithymali) que en estos últimos días del año son capaces de devorar todo vestigio foliar de las tabaibas hasta dejar estas euforbias en el puro tallo. Lo cierto es que no observo un ejemplar de tabaiba sin una buena población de orugas de esta mariposa.
Una senda muy clara rodea toda la ladera norte de la montaña de Rosiana hasta conectar con el caserío de Rosiana y los extensos campos de cultivo que se extienden al pie de la montaña. No hay mejor recorrido para la observación, a nuestra izquierda, del deambular de los bloques erráticos por el barranco de las Piedras, que más abajo pasará a denominarse barranco de La Rocha.
Es en esta vertiente norte donde observo, desde la cima, una ladera poblada de inciensos, hinojos, tabaibas amargas y veroles. Salpicados entre ellos, varios ejemplares de melosas. El derrame lávico ha sido generoso también en esta orientación y su pendiente desciende suave hasta su encuentro con el barranco de Las Piedras. Elevando un poco la vista, suaves lomadas y barrancos se suceden hasta la impresionante mole de montaña Las Palmas. En línea con este cono se localizan el cono volcánico de Bandama y la montaña de Tafira. Girando mi vista en dirección a La Isleta, identifico la montaña Pelada y el vacío de la montaña Rajada en el horizonte de Jinámar. Tras ellos, el puerto de Las Palmas y los volcanes de la Isleta.
Y es que, en general, la montaña de Rosiana invita al paseo sosegado, a la contemplación de la belleza, al disfrute de su mundo vertebrado e invertebrado.
Y hay otra singularidad que lo revaloriza más, si cabe y es que en toda su extensión ninguna torreta eléctrica, ningún cableado, ninguna extraña estructura fruto del ser humana, destroza la imagen de un escenario natural bien conservado y con un potencial de vida tan extraordinario.
Una razón más para que el campo de volcanes de Rosiana sea, de una vez por todas, Espacio Natural Protegido. Una figura dentro de la Red Canaria de Espacios Naturales esencial para su conservación.
Una interrogante me surge entonces: Si hace más de un año -mediados del año veintiuno- que El Ayuntamiento de Telde aprobó por unanimidad en sesión ordinaria del Pleno la propuesta para la declaración del Campo de Volcanes como espacio natural protegido, ¿Qué ha sucedido entonces?
Mi pregunta encontró, en noviembre, esperanzadora respuesta en Álvaro Monzón, concejal de Parques y Jardines y Medioambiente en dicho ayuntamiento. Tras la aprobación se remitió por escrito -hay constancia de ello-, dicha petición al Gobierno de Canarias y al Cabildo. Para ello, el Gobierno de Canarias requiere que el Patronato de Espacios Naturales y el Cabildo hagan los informes pertinentes. Una vez realizados los correspondientes informes se eleva el acuerdo al Gobierno de Canarias y esta institución, tras una serie de trámites, es quien declara oficialmente a Rosiana y el campo de volcanes como nuevo espacio natural protegido.
Sé que desde el ayuntamiento se ha solicitado reiteradamente y se ha insistido en la tramitación de dicho expediente. Me imaginaba pues, que dicho encargo estaría llevándose a cabo por parte de la Consejería de Política Territorial del Cabildo Insular.
Es cierto que tenía mis reservas sobre el apremio en la diligencia que tal espacio requería. No tenía duda alguna en que debería ser prioritario para la Consejería de Transición Ecológica, lucha contra el Cambio Climático y Planificación Territorial del Gobierno de Canarias y también para el Patronato de Espacios Naturales Protegidos en Gran Canaria. La razón era incuestonable: se trata de un espacio altamente sensible y de extraordinario valor geológico, biológico, etnográfico, paisajístico, emocional.
Tal premura era más urgente ahora, momento en que que sobrevuela con inusitado nivel de depredación el huracán de los aerogeneradores y “huertos” solares que, ubicados masivamente, pretenden ocupar todo el territorio posible tanto del este como del sur de la isla. Es indudable que nadie considera como solución más razonable, reducir y optimizar el consumo de energía, pues se le da más importancia a seguir con el despilfarro energético sin control alguno, aunque el precio a pagar sea a costa de los paisajes y lugares que son referentes identitarios de nuestra naturaleza insular, que recapacitar sobre nuestra huella ecológica en materia de energía y en consecuencia reducirla drásticamente. ¿No les sorprede que no existan proyectos de obligada inserción en los programas educativos y sociales que eduquen y sensibilicen a toda la población en la eficiencia y reducción del consumo?. En el mejor de los casos se trata sólo de proyectos aislados y voluntariosos incapaces por sí solos de cambiar la inercia general establecida.
Y volviendo a nuestra montaña. ¿Están nuestras instituciones moviéndose para que estos paisajes, de vulcanismo reciente, no vean arruinado su futuro?
Perdonen mi pesimismo y, ojalá fuera mi profunda ignarancia quien me llevara a verbalizar de tal modo mi pensamiento. En mi interior temía que ayuntamiento, Cabildo y Gobierno de Canarias se encontraran mirando para otro lado.
Pero he ahí la noticia, es posible que sea sólo una apreciación personal y errónea. Siempre quise creer que cada una de estas autoridades velaban por nuestro patrimonio natural. Y quise creerlo aún cuando, abundantes razones y hechos recientes, me llevaban a pensar exactamente lo contrario.
La noticia a que hago referencia es que, en la revision del Plan insular de ordenacion de la isla (P.I.O.), se propone, entre otros espacios que se ponen en valor, la declaración de Paisaje Protegido a una buena parte del campo de volcanes de Rosiana. De convertirse en realidad, es una formidable noticia.
Ahí se encuentra una buena parte de la respuesta a tantas luchas y denuncias del colectivo TURCÓN durante las últimas décadas. Alejado el fantasma de la macrocárcel que a punto estuvo de ubicarse, en un pasado no tan lejano, sobre este extraordinario paisaje, queda ahora desterrar el potencial peligro de arruinar este espacio con el tsunami de aerogeneradores y cientos de paneles solares, bajo la falacia del interés general.
Debemos mantenernos alerta. Nos estamos jugando el futuro. Si la ceguera de algunos -o el dinero en juego-, no les permite ver la gravedad existente en la pérdida de más suelo, sea espacio natural protegido, suelo rústico, conos volcánicos, cauces y laderas de barrancos o franja costera, deberán ser ustedes, deberé ser yo, deberemos ser cada uno de nosotros, quienes esgrimamos un grito unánime: La isla es un territorio frágil y finito. ¡Basta ya!
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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