Pesadilla

(Ante la guerra de Irak)

El ángel de la guarda estaba triste y tembloroso
por no poder cumplir la misión que Dios le encomendara.

Sus protegidos se habían desmadrado
y no había forma de orientarlos.
Por eso, aquella noche padeció profundas pesadillas.

Le dolían los oídos
de escuchar estupideces
Le dolía la garganta
de gritar contra la guerra
Le dolían los ojos
de ver tanta injusticia
Le dolía el alma
de sentir tanto dolor
Le dolían las entrañas
de tragar tantas mentiras.

Cuando soñaba...,
hasta el sueño le dolía.

Era pura pesadilla:
Estaba paseando -en las Azores-
por la calle de la Luna.
Y allí estaban Tres Tristes Tigres
tramando la tragedia.
Y, tras ellos, un pobre mamporrero
llevaba un paraguas que les paraba
los fieros rayos del Sol.

También ellos soñaban
con cazar a Sadán
y nadar en pozos de petróleo.

No sabían que sembraban la simiente
de un 'Estado'
que degüella inocentes sin piedad,
que pone bombas en trenes y restaurantes,
en campos de fútbol y salas de fiesta,
que destruye a mazazos obras de arte
-Patrimonio de la Humanidad-,
que asesina con sadismo a
hombres
mujeres
jóvenes
ancianos
niños
y bebés.

No sabían, por supuesto,
que allí reinó Semíramis,
que allí hubo Jardines Colgantes,
que allí estuvo Babilonia,
que allí puso Dios el paraíso.

Tampoco sabían
que allí (entre el Tigris y el Éufrates)
Caín mató a Abel.

Y..., de repente, se despertó.
Y, al abrir los ojos,
el ángel de la guarda -dulce compañía-
sintió asco, pena, tristeza, dolor y soledad.

Entonces, el bueno del Ángel,
con cierto desánimo, miró al cielo
y se dirigió al Altísimo con esta amarga queja:
"Señor..., parece que hay gentes
a las que ni Dios puede controlar".