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Montaña Águeda o Topino

miércoles, 27 de septiembre de 2023
Dedicado a Marlena Anna Salapat y a Diego Espiño Placeres por el momento inolvidable disfrutado con ellos en la cima de esta montaña, ascendiendo a primeras horas de la mañana del uno de enero del dos mil veinte para celebrar la vida, la familia y un nuevo año. Por su defensa de la vida y de los valores que la sustentan y con el deseo de subir muchos más conos volcánicos juntos, acercándonos al cielo.

Montaña Águeda, así reconoce GRAFCAN, cartográficamente, el cono volcánico que destaca por su altura en los observados desde la carretera GC-100, a la altura del asentamiento urbano de Cuatro Puertas, si nuestra mirada la dirigimos al poniente. Topino, Tío Pino eran otras denominaciones que yo conocía, a las que hay que añadirles otras tres, facilitadas por mi buen amigo y compañero de senderos Gilberto Martel, rescatadas por él en reuniones con vecinos y habituales de la zona en la campaña de lucha orquestada por el colectivo TURCÓN hace varios años para que en ese espacio no se ubicase la macrocárcel de Gran Canaria, hipotecando para siempre un espacio de alto valor geológico, biológico y etnográfico. Aquella lucha se ganó, y la cárcel acabó ubicándose en los llanos de Juan Grande. Por montaña Agria la conoce la gente de Ingenio -manifiesta Gilberto-, Chopino le dicen los habitantes de Cuatro Puertas y por montaña del Constante la identifica Juan el Pastor, residente en El Goro, conocedor de la zona donde pastoreaba su padre. Acorde con el pensamiento de Gilberto, relativo a que ninguna acepción toponímica debe darse al olvido, queda constancia de todos ellos. Y aún hay una más que, por su antigüedad se torna esencial a la hora de valorar la evolución del término y enriquecer el registro toponímico de la montaña. Me la hace llegar, junto al documento de donde fue recogida, nuestro valorado y querido arqueólogo del colectivo, profesor de geografía e historia y estimado amigo, José Ángel Fleitas. El término en cuestión es montaña de Ayga. Con esta denominación aparece en un documento de solicitud de tierras baldías y arrifes al Cabildo para su allanamiento, roturación y cultivo, fechado el día trece de septiembre de 1543. Tal vez de esta denominación procedan cuatro de sus denominaciones más recientes, a saber: montaña del Águila, Aguilar, Agria y Águeda.
Hay una consideración que quiero reseñar aquí y es la falta de acuerdo a la hora de reconocer un espacio, ya sea cono, barranco o cualquier otro accidente geográfico con la misma denominación, olvidándose por consiguiente de cualquier tipo de consideraciones, en aras a que la identificación del mismo por cualquier persona no lleve siempre a una confusión o a error manifiesto. Estoy de acuerdo en ue no debemos perder nada de la toponimia histórica, cada nombre debe quedar registrado en su historia toponímica, pero si en una cartografía -me refiero ahora a la cartografía del Instituto Geográfico Nacional, dependiente del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana- registra el nombre de Topino y otra cartografía, igual de actual -Sistema de Información Territorial de Canarias. GRAFCAN. Gobierno de Canarias-, la misma montaña aparece registrada como Águeda, la persona que recibe la información es normal que piense que no está recibiendo información de la misma montaña, del mismo accidente geográfico. La observación, ahí queda. Yo debo seguir con la montaña.
Como les venía indicando desde la mencionada carretera, a la derecha observamos la montaña del Gallego, identificable por la gran cueva con amplia abertura cuya forma nos recuerda la de un cuadrado irregular, observable desde la carretera, y a su izquierda la montaña o cono volcánico de Topino, Tío Pino, montaña Águeda o cualquiera de las denominaciones arriba referenciadas.
Con una altitud de 565 metros -el vértice geodésico registra una altitud sobre el nivel medio del mar de 564,220 metros-, no es el cono volcánico de todo el conjunto de volcanes de Lomo Magullo de mayor altitud, pero es posible que sea quien nos oferte las panorámicas más extraordinarias.
El placer de alcanzar su cima está en sentarse en cualquier dirección y disfrutar, todo el tiempo que uno desee, con la lectura del paisaje. Sólo necesitamos una buena dosis de curiosidad para descubrir lugares insospechados, pues la visión aérea que nos oferta la montaña permite otear, a vista de pájaro, cuevas en los barrancos circundantes, alejadas montañas, caseríos perdidos, cabeceras de barrancos…
La ascensión al cono no es difícil, aunque sí es cierto que, a diferencia de otros conos de la zona, hay dos caras donde la ascensión es más llevadera. Yo recomiendo la más larga, pues goza de una pendiente menos pronunciada. Me refiero a la que, orientada al naciente, parte de la urbanización de Piletillas. Si queremos utilizar el transporte público, sin duda la opción más recomendable desde el punto de vista de minimizar nuestra huella ecológica, una parada de GLOBAL nos deja en la misma entrada de la urbanización y si van en coche, hay parking libre donde dejarlo cómodamente.
En ambos casos se trata de salvar el muro perimetral de la urbanización por cualquiera de sus espacios abiertos e iniciar la ascensión por la suave ladera del volcán, unas veces siguiendo las diferentes sendas trazadas por los vecinos cuando hacen senderismo o pasean a sus perros, otras dejándose llevar por la intuición a la hora de abordar la montaña. De un modo u otro, alcanzaremos la cima con relativo esfuerzo, pero sin mayor dificultad. Es un recorrido que se realiza en una hora, hora y cuarto, necesitándose media hora o cuarenta y cinco minutos para regresar al lugar de origen. Todo depende de las paradas que necesitemos o hagamos para descansar, tomar fotos u observar la fauna, la flora y otros valores naturales y etnográficos del Camino.
Esta subida que discurre sobre el mayor depósito de materiales emitidos por el volcán pues se trata de una lengua de lava que discurre hasta su confluencia con los materiales emitidos por El Gallego y Cuatro Puertas, nos permite observar dos elevaciones en el discurrir de la misma. Tal hecho me recuerda a la elevación que en la montaña del El Gallego existe en la misma dirección este y que se reconoce cartográficamente como montaña de Ruano. A ella dediqué el artículo anterior. Me recuerda de igual modo a la montaña Colorada, surgida sobre la corriente lávica de montaña de las Tabaibas y que también discurre en la misma dirección.
La primera elevación cuya meseta superior alcanzamos presenta una cobertura de tierra vegetal de color amarillento y rojizo. Colonizada ahora por tabaibas margas, veroles, aulagas y espinos de mar estuvo, no hace muchas décadas, cultivada en su totalidad. Son llamativas las acumulaciones de conchas de caracoles terrestres al pie de las plantas, blanqueados por el sol y el paso del tiempo, sugiriendo tales concheros épocas más húmedas en el territorio observado. Sin embargo, la presencia de cientos de pequeños caracoles adheridos a los tallos de las tabaibas, aulagas, salvias, veroles… esperando la llegada de la estación húmeda, nos hacen pensar que estas especies de gasterópodos, muchos de ellos endémicos, tienen aquí su nicho ecológico y la presencia de tales restos orgánicos de composición calcárea alfombrando el suelo por donde transitamos no es más que la conclusión lógica al ciclo vital de los mismos.
Del pasado agrícola del cono volcánico quedan vestigios en forma de canales de distribución del agua para riego a lo largo de toda esta falda de la montaña. Es precisamente en esta especie de llanura, justo antes de iniciar la ascensión a la segunda elevación que presenta el frente lávico donde encontramos, excavada en el risco, una cueva galería en buen estado cuya boca de entrada sólo está cubierta por una chapa metálica oxidada y mantenida con un par de piedras de regulares dimensiones. Ante el impulso de acceder a su interior y explorarla debe imperar la prudencia y el respeto tanto a la propiedad privada como a la vida de uno mismo pues las cuevas y las galerías son un mundo donde es preciso disponer previamente de conocimientos necesarios para abordarlas y donde no debemos aventurarnos jamás en solitario.
Es en esta zona donde observo una pequeña extensión llana donde la aulaga es el arbusto dominante y exclusivo -nunca definiría mejor un aulagar-, mientras en el sustrato herbáceo, a falta de las especies anuales que aún no hacen acto de presencia ante la inexistencia de lluvias, se extiende entre las aulagas una mancha, también monoespecífica, de inciensos menudos (Artemisia thuscula), un endemismo canario.
Antes de llegar a esta primera elevación, apenas iniciamos la ladera tras sortear los muros de la urbanización de Piletillas, nos sorprende la existencia de algunas especies introducidas que los residentes en la zona han plantado, bien por el placer de plantarlas y disfrutar de su presencia, bien con un fin determinado como es el caso de crear una maraña espinosa que sirva de protección de los muros traseros de sus propiedades y así nos sorprendemos con diversas especies de cactáceas, ejemplares de mimosas, turbitos, pitas, tuneras indias y otras tuneras ornamentales, aloes y otras especies observables en la primera decena de metros de la montaña.
A continuación, ascendemos entre ejemplares de salvias, hinojos, inciensos y verodes como plantas dominantes. No faltan las tuneras indias que, plantadas en su día, se han convertido en planta colonizadora capaz de ocupar progresivamente mayores espacios. Observo curiosamente, a media ladera, un único ejemplar de tajinaste blanco (Echium decaisnei). Es una curiosidad botánica en este cono, pero en otros conos de mayor altitud, en este mismo campo de volcanes, la observaremos como una especie habitual.
Tras pasar el primer repecho, la segunda ascensión se torna más dificultosa por la pendiente y por las irregularidades manifiestas de los materiales sobre los que pisamos. Es, no obstante, más segura pues se trata de un malpaís tremendamente compactado, bellísimo en sus formas y colonización liquénica, fuerte y sólido a la hora de afianzar nuestro calzado, pero cuyas vivas aristas dificultan sobremanera nuestro tránsito. Recomiendo dar un pequeño rodeo evitando caminar sobre él, tanto por respeto al sustrato y su población de líquenes, como por seguridad propia
En la parte superior de este repecho, una población de cardones se extiende ante nuestros ojos. No hay duda alguna de que esta planta es la reina del sustrato rocoso en toda esta serie de conos volcánicos. Los ejemplares que observo son impresionantes en altura y diámetro. Me siento junto a ellos y observo. Todo un mundo botánico para disfrutar. Junto a ellos, bejeques, inciensos y matos de risco (Lavandula minutolii) -endemismo canario de Gran Canaria y Tenerife-, complementan la representación botánica de este cardonal. Una elevación rocosa destaca en la zona norte de esta segunda plataforma antes de alcanzar la cima. Si nos acercamos y subimos a ella, nos permite explorar visualmente dicha formación lávica y su discurrir entre el barranco de la Culata en orientación norte y el barranquillo de los Ovejeros que la delimita por el Sur.
Es el momento de hablarles de otra senda de ascensión. Es una senda que, discurriendo paralela a la urbanización antes mencionada, se dirige en dirección sur en busca del barranquillo del Lagar, una pequeña barranquera que se unirá a pie de ladera con el barranquillo de los Ovejeros, barranco que nace en esta montaña, justo cuando esta pared aumenta su pendiente, próxima a la verticalidad. Es esta una senda muy interesante pues nos permite abordar el cono por su cara sur en un principio, aunque luego se unirá con la que estamos siguiendo, orientada al naciente, a la altura de la primera elevación de la ladera. La senda se detiene antes de llegar al cauce del barranquillo del Lagar porque su paso lo imposibilita el cierre de una propiedad privada. Debemos ascender esta parte de la ladera hasta salvar el cierre de la finca, luego seguiremos ascendiendo, aunque la senda sea apenas perceptible por la cara sur del cono. Esta ladera, con menor sustrato terroso que la antes mencionada, es el terreno idóneo donde prosperar una buena población de bejeques (Aeonum percarneum). Camino pues sobre un sustrato de emplastes lávicos, donde la tunera india muestra de nuevo su supremacía vegetal. Mientras asciendo oigo las perdices y es que, en esta montaña, los cantos de estas aves me han acompañado en todos mis ascensos. También es habitual la presencia de los cernícalos, una pareja de cuervos planeando sobre estas cumbres más altas y alguna tórtola en las laderas.
Desde aquí se observan las dos caras más difíciles de abordar del cono, una situada a nuestra derecha en el sentido de la ascensión, corresponde a una de las paredes del cráter que cae sobre el barranco de la Culata y la otra que observamos a nuestra izquierda, se identifica con un impresionante dibujo pétreo descubierto por la erosión en la montaña. Un impresionante cuadro de espirales lávicas que identifican la pared que asiste al nacimiento del barranquillo de los Ovejeros.
Las dos sendas que venimos tratando se encuentran aquí, al pie del espléndido cardonal y es, tras pasar entre ambas formaciones rocosas de acusada verticalidad por donde seguiremos ascendiendo sin mayor dificultad, esta vez con la vista puesta en la cima de la montaña.
Curiosamente, por esta degollada que forma la cima y esta elevación rocosa en el derrame lávico, es por donde asoman a menudo los alisios cargados de humedad. Es esta la razón de que, en una de mis últimas visitas veraniegas, justo a finales de agosto de este año, me sorprendiera que tras un tórrido verano los balillos, mamitas, verodes y melosas estuvieran florecidos no sabiendo si la causa era la humedad habitual procedente de los alisios o una consecuencia más del cambio climático y el trastoque consiguiente en el comportamiento vegetal. El hecho de que en uno de mis descensos por esta misma zona en pleno verano me encontrara inmerso en un denso mar de nubes, inclina mi conclusión hacia la primera de las opciones.
Lo cierto es que la floración amarilla de estas plantas con sus variadas tonalidades cromáticas aporta una nota de color a la montaña, nota que se enriquece con los colores rojizos, malvas y morados de la, nada habitual para dicha época, floración de las salvias y la persistencia en los cardones de sus últimos frutos. Ya en el suave llano que nos lleva a la cima, una senda clara y definida permite alcanzarla con facilidad. Al borde de esta senda, alguien intentó que prosperaran cinco ejemplares de pita. Afortunadamente tienen escasa altura y dificultad en su desarrollo. Plantados a la derecha de la senda, presentan una imagen lánguida de hojas caídas y, sin llegar a secarse, sobreviven con dificultad. Poco sentido tienen estas intrusiones botánicas en un espacio cubierto de vegetación autóctona. Bastante problema hay con la invasora tunera india.
Aprovecho la situación anómala climática del pasado treinta y uno de agosto, en que el mar de nubes, tras cubrir por completo el cono volcánico de El Gallego fue invadiendo la degollada existente entre los dos conos y cubriendo primero parcialmente, luego en su totalidad, la ladera este de la montaña Águeda hasta el punto de que era imposible visualizar algo, más allá de los dos metros de donde me encontraba, para hacerles una recomendación. Pocas veces se encontrarán en situaciones parecidas en esta vertiente, donde el mar de nubes tiene su límite en las proximidades del cercano aeropuerto. No es habitual ascender con un sol radiante y encontrarse, un par de horas más tarde, inmerso en una espesa niebla o lluvia al regreso en las medianías teldenses. Pero tampoco es tan excepcional. De suceder, debe primar la prudencia y como medida cautelar, informarnos siempre del tiempo que vamos a tener. Pero en el caso de que les coja en el camino, como me ha sucedido, hoy no les hablaré de la lluvia, pero sí de la niebla.
Prudencia, Mucha prudencia. No debemos abandonar la senda si ésta se encuentra bien señalizada. Si no lo está, conviene recordar pequeños detalles, elementos de referencia observados durante nuestra subida si regresamos por la misma vía para bajar. La razón es no desviarnos del camino conocido. El resto se trata de calma, mucha calma. No podemos aventurarnos por cualquier lado porque podríamos quedar entaliscados en peligrosas vertientes o en pasos difíciles. A veces conviene sentarse y esperar. Habitualmente, en estas zonas las nieblas se disipan con rapidez permitiendo disponer de una mayor visibilidad un poco más tarde.
Lo cierto es que ascender un cono volcánico tras otro, patearlos por todas sus vertientes, explorar cada una de sus cuevas, nos permite reconocer semejanzas y diferencias, líneas estructurales en la formación del mismo, comportamiento de los materiales emitidos y conocimientos específicos sobre la colonización de estos materiales por la vida vegetal y animal. En mi caso cada montaña supone una dosis de adrenalina que me llena, me alegra, me rejuvenece y da vida. Es tal el placer recibido que deseo compartirlo con ustedes para que se animen y participen del mismo, saliendo a caminar en primer lugar por sendas y terrenos sin mucha dificultad, tonificando el cuerpo de un modo progresivo y constante y, una vez se consideren con ganas y preparados, iniciar el ascenso de pequeñas montañas como las que les oferto quincenalmente. Jamás les defraudará.
La cima que abordamos cuando utilizamos esta vía de ascenso es la más alta de las tres elevaciones que encontraremos alrededor del cráter del volcán.
Es en esta cúspide donde está situado el vértice geodésico y una cruz de hormigón a la que le falta un brazo y tiene partido el otro. Con sinceridad, me cuesta entender la intolerancia extrema y el destrozo gratuito. Fue necesario golpearla con saña para romperla pues se trata de una pequeña cruz de hormigón armado. Los trozos partidos están por el suelo, cerca de la base de hormigón, y así como me alegro cuando llego a un cono volcánico y sobre su cima no encuentro elementos antrópicos de ningún tipo (vértices geodésicos, cruces, torretas de piedras, torres eléctricas…) deploro el destrozo sin sentido que nada dice de la persona que lo lleva a cabo y contradice con sus hechos el espíritu que define a los montañeros y la montaña.
Una vez arriba, es el momento de disfrutar de sus panorámicas. Con el calor en el rostro y la vista dirigida al sur, a mis pies discurre una vaguada entre esta montaña y la montaña de la Majada. Sin salida directa al barranco del Draguillo, esta barranquera, nacida en la confluencia de ambas montañas y la montaña Herrero, reconocida cartográficamente la zona por donde discurre como Corral de la Tosca, vierte sus aguas en el barranquillo de Martín Mayor, un barranquillo que nace en la montaña de las Triguerillas, atraviesa los llanos de El Chirate y El Gamonal y, rodeando por su cara oeste las montañas de Herrero y la Majada, se descuelga sobre el barranco del Draguillo.
Podemos seguir, sin mayor dificultad, el discurrir de la red hidrográfica visible desde la cima de esta montaña. Así, el recorrido del barranco del Draguillo desde sus inicios en El morro del Castillete y Malpaso hasta perder su entidad de gran barranco en los llanos de Ojos de Garza y Gando donde se dispersa generando una extensa cuenca aluvial. En su parte alta, elevando un poco la vista, observo el núcleo rural de la Pasadilla. En esta zona del barranco, El Draguillo se conoce como barranco de la Morisca.
La ladera donde me encuentro presenta un excelente cardonal con ejemplares de cardones que son verdaderas islas de vegetación pues en su interior se refugian diversas especies propias del cardonal tabaibal, identificándose con facilidad cornicales, balillos, esparragueras, azaigos de risco, verodes, tabaibas amargas… Justo a mis pies, donde yo tomo estas notas, se encuentra una población importante de Aeonium percarneum, con ejemplares bien desarrollados. Bajo ellos, un sinfín de nuevos ejemplares que, una vez han visto la luz, pugnan por sobrevivir.
Otras plantas: vinagreras, salvias canarias, inciensos, mamitas aparecen dispersas por la parte alta de esta ladera. Observo alguna tunera india, pero en esta cara son escasos los ejemplares que presenta la montaña.
Desprovista de suelo en su mayor parte, la seguridad que parece ofertarnos con su superficie rocosa ante posibles resbalones la pierde con su pendiente. No es una cara adecuada para ascender el cono. Abordarla es muy arriesgado y cómo tal lo manifiesto.
Si extendemos la vista un poco más al sur, nos encontramos con la enorme depresión que suponen en el paisaje el barranco cumbrero de Guayadeque. A la vista se nos presenta la ladera de solana en este barranco, plagada de cuevas, invitándonos a una ruta de descubrimiento por la zona, rutas que de cuando en cuando, el grupo de senderismo del Colectivo Ecologista Turcón denominado: “Barrancos al golpito” realiza para investigar, buscar o rescatar sendas y analizar la idoneidad o no de ofrecerla dentro del programa anual de senderismo.
Elevo la vista buscando panorámicas más amplias y observo entre ambos barrancos una gran extensión de tierras antaño cultivadas y actualmente abandonadas, auténticos eriales que, sin la presencia constante del ser humano, se convierten en refugio y esperanza para las escasas aves esteparias.
Hay que dirigir la vista hacia la costa para observar invernaderos dispersos y encontrar núcleos poblacionales, próxima ya la autovía GC-1.
El núcleo urbano de Ingenio se extiende poblando el horizonte de casas blancas. Tras él se oculta el barranco de Guayadeque y, si no fuera por las torres de sus templos, Agüimes, pasado el barranco, parece unir su población a la de Ingenio.
La montaña de Agüimes y el roque Aguayro apenas recortan con sus siluetas el paisaje sureño. Es una de las peculiaridades de encontrarse a tal altura.
Los llanos de Juan Grande, el barranco de Tirajana y el Castillo del Romeral aparecen salpicados, unas veces en una dispersión anárquica, otras ordenados en singular geometría, por una multitud de aerogeneradores. La energía del viento en la zona ha propiciado la ubicación en estas llanuras y pequeñas elevaciones cercanas, de cientos de molinos y aspas cuyo objeto es la de generar energía. Mientras, las aves de la zona observan como su territorio se vuelve ruidoso y peligroso y algunas de ellas, fundamentalmente rapaces -cernícalos, aguilillas-, ajenos a los giros de las aspas, encuentran la muerte. Una vez más, todo se justifica en aras del progreso. También los efectos colaterales de estas instalaciones, a saber: destrozo paisajístico, pistas abiertas, destrucción de la flora existente, sepultamiento de las laderas con los materiales sorribados… La pregunta consiguiente es: ¿Es progreso para el ser humano responder a la enorme demanda energética con mayor cantidad de aerogeneradores y el despliegue de decenas de campos fotovoltaicos ocupando miles de hectáreas o es mayor progreso educar en un consumo menor y más eficiente, racionalizar el consumo energético y penalizar el consumo abusivo? Ahí queda la reflexión.
No podemos olvidar que en las estribaciones del sudeste de esta montaña nace el barranco de los Ovejeros y discurre entre las laderas de Lomo Viejo, Los Ovejeros y el Aulagar hasta que, tras pasar su cauce bajo la carretera GC-100 se une al barranco de la Piletilla y al barranquillo del Lagar confluyendo en el barranquillo del Casquete. Al pie de la montaña de Las Tabaibas se une a la cañada del Lomo Cabral para unirse en un único cauce, pasada la montaña Colorada. Será en los llanos del Cardonal donde reciba el nombre de barranquillo del Cardonal hasta entregar su cauce al desvío canalizado del barranco del Draguillo, salvar la zona aeroportuaria y desaguar finalmente en la zona conocida como El Callao, a la derecha de la playa de Ojos de Garza.
Pero volvamos a la cima de la montaña. En esta lectura del paisaje sureño, el horizonte lo cierra las estribaciones del macizo de Amurga. Un buen colofón para un mirador tan extraordinario.
Salgo del abrigo del viento, regreso a la cima y me sitúo en orientación norte. La primera impresión recibida es de una belleza inenarrable. Es en esta dirección donde se encuentra la salida natural del cráter del volcán. Un cráter bien conservado y de gran amplitud.
En primer plano, a mi derecha, observo la segunda elevación que presenta este cono. La otra se encuentra a mi izquierda. Es fácil hacer un recorrido en forma de media luna para acercarse a ambas elevaciones que marcan con sus altitudes los bordes del cráter. La facilidad estriba en la presencia de una senda muy marcada que recorre las cimas que envuelven en cierto modo el cráter del cono volcánico, quedando libre exclusivamente la salida natural del material lávico.
Estas elevaciones, destacables desde la lejanía, son la razón por la que algunos consideran esta montaña tricéfala. Situado entre estas tres elevaciones se encuentra el cráter, el más amplio de los observados hasta la fecha en este conjunto vulcanológico. Su suelo fue cultivado en el pasado. Agotado ahora, inicia su repoblación natural a través de un ralo manto de tabaiba amarga y aulagas. Aún se conservan en buen estado los muros de piedra que daban entidad a los amplios bancales, sucediéndose en media luna siguiendo un trazado similar a la forma de la boca del cráter que tiene su salida en la misma dirección que la del volcán situado enfrente, el volcán del Gallego.
Es muy interesante, también más dificultosa, la ascensión por el barranco que aquí se inicia. Nos referimos al barranco de La Culata. Para ello debemos iniciarlo junto a la carretera GC-100. Bajo la carretera, este barranco lleva sus aguas hasta el barranquillo de Charco Aday, barranquillo que recordemos discurría al pie de la montaña de María Ojeda. Asciendo por su cauce hasta la altura de una cochinera que se encuentra en la margen derecha, al borde mismo del cauce. Se trata de una ladera inestable, formada por mantos de cenizas volcánicas que, con la erosión continua del terreno, dejan al descubierto los cimientos de la granja de cochinos y suponen un serio peligro de derrumbe para la instalación.
Sigo mi ascenso hasta encontrarme con el primer caidero, un frente lávico de gran potencia -le calculo unos cuatro metros-, que imposibilita seguir por el cauce obligándome a sortearlo por la ladera. Paciencia y esfuerzo son necesarios para sortear la inclinación del terreno, las cenizas volcánicas y el material escoriáceo. Una vez nos encontramos sobre este caidero, nos acercamos para disfrutar del único acebuche observable en todo el cono, un viejo y soberbio ejemplar de unos tres o cuatro metros de altura que, al borde de esta manifestación lávica, ha encontrado refugio.
Esta estructura rocosa, este paredón, sirve de retención de las tierras erosionadas en las laderas que conforman el cráter, tierras que dieron lugar a una especie de llanura, también cultivada en su día, semejando en cierto modo una especie de segundo cráter.
Elevando la vista observamos que, sobre esta superficie cultivable donde a la izquierda se define una barranquera procedente del verdadero cráter dirigiéndose al caidero que acabamos de ver, otra estructura pétrea cierra la salida natural del mismo. En esta pared basáltica la erosión ha propiciado la formación de una serie de pequeñas cuevas. Llegamos a la pared por una senda muy estrecha que se define en la inclinada ladera de umbría. Bajo nuestros pies se precipita la acusada pendiente del barranquillo. Llegamos a las cuevas y desde aquí, por la misma pared, podemos garrapatear o bien seguir el ascenso por cualquier otro lugar. Laderas o cauce del incipiente barranco nos permiten llegar finalmente al cráter y desde él, acceder a cualquier lugar de cima del cono volcánico.
Pero dejemos esta hermosa e interesante vía de acceso para retornar a nuestra lectura del paisaje.
Si el barranco de La Culata dirigía sus aguas en dirección este, entre el cono volcánico del Gallego y esta montaña, otro barranquillo nace en la ladera del noroeste para entregar sus aguas al barranco de Silva, aprovechando las confluencias de las montañas de Herrero, El Gallego y este cono volcánico. Es en las proximidades de este barranquillo donde se observa, desde la montaña de Rosiana, una marcada senda que desciende en busca de la pista de tierra que lleva al Gamonal
Llevamos la vista sobre el conglomerado urbano de Telde y este municipio se presenta en toda su extensión. Desde los pagos cumbreros de Cazadores y Las Breñas, todos y cada uno de los barrios teldenses se despliegan hasta el llano. Es el cono volcánico de Rosiana el único que con su silueta nos oculta los pagos de Lomo Magullo y el Valle de Los Nueve.
Una tentación saludable a la que debemos claudicar es tomarse un tiempo tratando de identificar cada núcleo poblacional. Telde presenta una superficie urbana que desde Jinámar se extiende sin interrupción hasta el barranco de Silva. A partir de aquí, son núcleos urbanos dispersos los que configuran la zona habitada de este municipio, destacando entre ellos amplios eriales de tierras, antaño cultivadas, y pequeñas extensiones de cultivos bajo plástico que observamos extendiéndose desde las Medianías teldenses y El Goro hasta Ingenio.
Elevamos la vista hacia el horizonte, en busca del océano. Nos encontramos El Puerto en toda su dimensión, con la complejidad de su estructura portuaria, y el conjunto de volcanes de la Isleta. Antes habremos identificado los volcanes de Jinámar, el pico de Bandama, la montaña de Tafira y otros conos asociados.
Nos volvemos ahora hacia el oeste. Es en esta cima donde un muro cortaviento, del tamaño justo para proteger la altura de una persona se eleva en precario estado. Claras reminiscencias de un pasado ganadero y agrícola. También aviva otros recuerdos, recuerdos de represión y violencia. Es aquí en este cono y es posible que, en este mismo muro de piedras sueltas, colocadas sin argamasa, donde se acorraló y prendió a Juan García, el Corredera. Se escondía en la zona, en las cuevas que observé en el derrame lávico del cráter y otras situadas en la ladera izquierda del barranco de la Culata. Poco juego daba la zona para ocultarse en espacios tan abiertos. Si les interesa ahondar en ello, publicaciones históricas así registran los hechos y yo sólo dejo constancia de ello.
El paisaje observado es extraordinario. A mis pies, tras una suave y breve loma que presenta un tabaibal bien conservado, la pared se torna rocosa y la pendiente se vuelve pronunciada. Sobre ella se despliega una amplia variedad de líquenes. Recuerdo entonces las palabras de Pepe Naranjo, especialista en líquenes, cuando identificaba hace unas tres décadas más o menos, las diferentes especies presentes en la montaña de Cuatro Puertas. Al parecer una buena presencia de líquenes en un espacio natural significa que dicho espacio goza de buena salud aérea, o lo que es lo mismo, que el aire que se respira en dicha montaña se encuentra libre de todo tipo de contaminantes. La razón es que, al parecer, los líquenes son unos seres vivos muy delicados o, mejor dicho, incapaces de tolerar las impurezas debidas a nuestro mal uso de la atmósfera: tráfico de vehículos y otras fuentes contaminantes, lo que supone presencia de óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono y otros compuestos químicos perjudiciales para la salud. Un aire que provoca un smog fotoquímico y que respiramos en las ciudades, poblaciones situadas en los márgenes de densas vías circulatorias y zonas muy habitadas. Son pues, los líquenes, excelentes bioindicadores de la calidad de la atmósfera. Aquí que, más allá del mosaico policromático de los líquenes incrustados en las rocas, encontré en varias afloraciones de roquedos basálticos buenas colonias de orchillas, sé que el aire que respiro en la cima y laderas de esta montaña no puede ser más puro. Es esta una pared rocosa de difícil pendiente. No obstante, desde la montaña Herrero se reconoce una vía que trepa sobre la roca, apenas perceptible pero que, sin desvío alguno, va al encuentro de la cima, partiendo de la degollada que separa ambos conos volcánicos.
También en esta ladera grandes ejemplares de cardones se han convertido en verdaderas islas de vegetación. En su interior, diferentes especies propias del cardonal tabaibal se protegen de los herbívoros. Zona ancestral de pastoreo, cabras y ovejas no franquean el interior de este espinoso bastión vegetal.
Esta confluencia natural de la ladera con la orientada al este de la montaña Herrero generó un pequeño barranco que desagua, tras rodear la montaña de La Majada, en el barranco del Draguillo.
Frente a mí, al otro lado de esta depresión, observo la montaña Herrero y en su falda sureña la elevación de La Montañetilla, posiblemente un cono adventicio.
Es este un buen mirador para identificar la mayoría de los conos volcánicos que se extienden por los llanos de El Gamonal y los alrededores del barranco de Silva.
Alineados y delimitados por el barranco del Draguillo, van sucediéndose la montaña de La Majada, Juan Tello, montaña de Juan Santiago, la Caldereta y Las Triguerillas. Al otro lado del barranco de Silva observo la desoladora ausencia del cono volcánico de Santidad y tras su vacío, la montaña del Plato.
Cierra el horizonte un mar de nubes que ocultan con su presencia lasa cumbres más altas de la isla.
Si llevamos la vista en dirección al naciente, tras la impresionante imagen de la Isleta, los conos volcánicos y el Puerto, el cono sur de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y al barrio marinero de San Cristóbal le suceden las primeras urbanizaciones de la costa teldense: La Estrella, La Garita, Playa del Hombre y, tras observar la zona urbanizada de Telde, la vista sigue el recorrido de la línea de litoral y la costa no esconde secreto alguno hasta Juan Grande.
Si nuestra vista abandona la costa y se extiende sobre el espacio municipal observado, llama la atención la red de vaguadas y pequeños barranquillos que recogen las aguas de este complejo volcánico para dirigirla, tras sinuosos recorridos al océano. Barranco del Lagar, barranco de la Piletilla, barranco del Casquete, Barranco de los Ovejeros, cañada de Lomo Cabral, cañada de Lomo Caballero, cañada de la Piletilla, barranquillo de las Pujamas…
¡Qué fácil es seguir desde aquí el recorrido de todos ellos! Ahora sí que los conos volcánicos que observamos hacia la costa son apenas pequeñas elevaciones del terreno, apenas reconocibles. Montaña Ojeda, montaña de Las Tabaibas, montaña Colorada parecen desde aquí pequeñas lomadas apenas destacables entre la sinuosidad de los barranquillos y las tierras yermas, retenidas con cierta dificultad -pues se desmoronan progresivamente por falta de mantenimiento-, por los muros de piedra que algún día permitieron su cultivo y que ahora languidecen en un estado lamentable de abandono, permitiendo a las escorrentías llevarse parte de los suelos que protegían.
Hasta la montaña de Cuatro Puertas parece minúscula desde esta altura. La panorámica es tal que el barranco de Silva no se intuye su recorrido, sino que es posible seguirlo fielmente hasta su desembocadura.
Su cauce marca los límites a la expansión del hormigón, ya sea industrial o urbano... por ahora. Es como un tajo capaz de poner límite al crecimiento urbanístico del municipio, entendido este crecimiento como una mancha expansiva, devoradora de todo espacio posible, sin límite alguno porque se le otorgó categoría de suelo urbanizable. Sin embargo, hasta la fecha, pasado el barranco, sólo encontramos algunos núcleos urbanos, separados unos de otros: Ojos de Garza, El Goro, Tufia… Son núcleos poblacionales consolidados, pero, de momento, con amplios espacios a su alrededor que permiten pensar en otra forma de concebir la gestión del territorio.
Una vez disfrutado de la cima, el descenso podemos hacerlo por el este, recorriendo de nuevo el camino de subida, o bien seguir la senda muy bien trazada que bordea el cráter y se dirige hacia la cara norte, aquella que con menor tiempo en el descenso y escasa dificultad nos sitúa en la degollada formada por este cono y el volcán del Gallego. En un caso y otro, si seguimos esta senda, sólo será visible con claridad en la zona de la cima, luego, iniciado el descenso, se trata de intuición y prudencia. La prudencia es necesaria si tenemos en cuenta que las bajadas suelen ser más dificultosas que las subidas. Una de las razones es la engañosa confianza que nos acompaña cuando regresamos al punto de partida -damos por hecho que la dificultad ha pasado y dicha relajación comporta inoportunos tropiezos-, y la otra el que la mayor parte de los materiales de ambas laderas sobre los que transitamos, se encuentran sueltos. Bajar de lado o clavar con firmeza los tacones de las botas de montaña nos evitarán múltiples resbalones. Correr por estas laderas, costumbre habitual en los jóvenes cargados de adrenalina y en búsqueda permanente de emociones, no es nada aconsejable, tanto por el riesgo físico que conlleva como el progresivo estado de alteración que tal comportamiento provoca en el sustrato de cenizas volcánicas y por lo tanto en la estabilidad de la ladera y la vegetación que sustenta. Esta recomendación es igual de válida si el descenso lo realizamos por la cara este del cono volcánico. Abordando cualquier cono volcánico, nunca debemos olvidar la inestabilidad propia de estos accidentes geográficos con diferentes niveles de pendiente, donde los materiales escoriáceos se encuentran muy meteorizados, sueltos en muchas zonas. Si es posible y sus botas garantizan un buen agarre pues mantienen un buen dibujo en las suelas, recomiendo caminar sobre la roca limpia. En esta montaña existen amplias zonas de roca en ambas vertientes desprovistas en su cubierta de cenizas volcánicas y vegetación.
Tengo que señalar, para terminar, que meses más tarde, recorriendo, estudiando y disfrutando del cono volcánico de Rosiana, observé esta montaña desde la cima de Rosiana y constaté la presencia de una senda de acusada pendiente en orientación norte, a medio recorrido de la senda que circunvala el cráter. Sinceramente, no había detectado su presencia y era lógica su existencia si tenemos en cuenta la senda tan definida que crestea el cráter de la montaña. Siempre hay un nuevo motivo para subir a un cono volcánico, este será el mío y el hecho de analizar el daño irreparable que las motos de montaña llevan a cabo en estos conos volcánicos al utilizar las sendas de los caminantes para subir por ellas, tras las fuertes lluvias ocurridas en esta semana que finaliza. La persistencia de la misma durante la noche y a lo largo de estos días no me permitió comprobar el acusado estado de erosión y el nivel de daño provocado. Les comentaré mis observaciones en otro artículo de esta serie de conos volcánicos.
Si optamos por descender por esta dirección norteña, una vez alcanzada la pista que desde la GC-100 lleva al campo de volcanes y a los llanos de El Gamonal, no tenemos más que seguirla hasta su confluencia con la carretera principal. Ya hemos alcanzado el fin del trayecto y si fuimos en GLOBAL otra marquesina en la urbanización de Cuatro Puertas nos devolverá a nuestro punto de partida.
Si por la ladera naciente realizamos nuestro descenso, una sorpresa botánica nos depara poco antes de llegar a la carretera. No es otra que la presencia de varios ejemplares bien desarrollados de cardoncillo (Ceropegia fusca), un endemismo canario presente sólo en las islas de Tenerife y Gran Canaria, especie poco habitual en el municipio y que poco a poco, con este trabajo de campo de exploración de pequeños barrancos y conos volcánicos teldenses, voy descubriendo relictuales poblaciones que yo desconocía.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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