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Al otro lado del mundo

martes, 10 de febrero de 2009
- Papá, ¿traes mi libro de la escuela?
Silencio por respuesta, silencio y miradas, la mirada del padre hacia su esposa, y la de ésta, perdida en la pared encalada. Mi niña, ¿tu libro? Si ni siquiera encuentra una bolsita de arroz, o un litro de agua limpia para mi sopa. Sólo piensa, sus labios permanecen sellados por la tristeza más desgarradora y sus ojos, enrojecidos por el miedo, siguen repasando una y otra vez el mismo adobe, la misma cal de todos los días.

El hombre vuelve a salir para encontrar la soledad imposible, el cielo luce estrellado y la mágica luna es incapaz de frenar una única lágrima salada que le surca la mejilla. Es entonces cuando el motor de un todoterreno interrumpe su silencioso letargo, una mano de mujer saluda por la ventana entreabierta. Y el padre, que hasta entonces se cree hechizado o víctima de la más terrible maldición, esboza una ligera sonrisa. Ni siquiera entiende qué significan las letras azules que lucen en la puerta, pero sí sabe que dentro de aquel vehículo viaja el último clavo ardiente al que aferrarse, la esperanza.

Ustedes y yo estamos leyendo, y nos parece que navegamos por las páginas de una novela, yo mismo las firmaría. Pero todos sabemos que no es así, que tal vez la misma singladura está ocurriendo en algún lugar del planeta; y lo que más nos asusta es que mañana nos pueda tocar a nosotros. Una vuelta de tuerca más a un conflicto enquistado o a la madre Naturaleza, y nos vemos en medio de un huracán sin retorno. Si se tratase de una novela, de un relato, ahora yo intentaría dar un nombre a los personajes y encuadrar la historia buscando su localización, su escenario. Hoy podría buscar en el continente africano: Kenia, Senegal, Níger o Angola; en Oriente Próximo: Palestina; en Asia: Nepal y Camboya; tal vez América del Sur: Perú o Ecuador; o en el paradisíaco Caribe. Pero el día de mañana el escenario puede cambiar o aumentar de tamaño en el mapa, el día de mañana puede ser España, Suiza o Dinamarca. ¿Alguien puede afirmar que jamás ocurriría? Yo no.

Y al otro lado del mundo, en Copenhague, un hombre también mira hacia las estrellas; conoce muy bien dónde reside la esperanza que implora un padre desesperado por conservar la niñez de su hija. El comandante de la aeronave desea con todas sus fuerzas no tener que ordenar la carga, no tener que embarcar a su tripulación; no es la primera vez que lo hace, y sin demora, porque sabe lo que está en juego. El plan de vuelo, que como siempre llegará a la carrera, le enviará a cualquiera de los cinco continentes, tomará los mandos y despegará con esa esperanza entre sus manos, con la esperanza que nace del corazón del voluntario, del que siempre da un paso al frente con espíritu solidario. Pero deslizará el morro de su avión por la pista de despegue satisfecho, ilusionado, él sí conoce el significado de las palabras azuladas del todoterreno. Sabe que las Naciones Unidas y él mismo son respaldados por miles de mujeres y hombres en ese mismo segundo en que las ruedas delanteras se despiden del suelo danés; todos confiados en que sus manos expertas encuentren una vez más la fórmula para fundir las dos palabras precisas: esperanza y solidaridad. Ojea la cabina, comprueba que todo está en orden, habla con su tripulación, y respira tranquilo. Se siente avalado, el aval que proviene de la ONU, el que le brindan los 191 países que firman los Objetivos de Desarrollo del Milenio; pero sobre todo, el aval que nace del corazón del que sabe dar un paso al frente.

Le deseo un buen vuelo, mi comandante; nada ni nadie cortará de raíz esa infancia sin que usted o yo hagamos algo para evitarlo.

Núñez, Pablo
Núñez, Pablo


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