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A la sombra del especiero

domingo, 27 de agosto de 2023
Los árboles proporcionan vida

Dedicado a Marieta Placeres, por su inteligencia y sagacidad, por su proximidad a la tierra
y al camino como elementos esenciales para alcanzar una saludable plenitud.

¿A la sombra de un especiero? -leerán, y alguno de ustedes se preguntará -¿qué es un especiero? Especiero, turbito, falso pimentero son sólo algunos de los términos con los que se conocen dos de las especies arbóreas introducidas, más comunes en nuestros jardines, parterres, arcenes de vías públicas, plazas, parques y zonas verdes de centros educativos.A la sombra del especiero
La razón es simple, nos encontramos ante un árbol siempreverde de amplia copa, que manifiesta una gran resistencia a la sequía, a las altas temperaturas y a las plagas, goza de un rápido desarrollo y proporciona agradable sombra -en el caso singular del especiero de la foto, situado en la entrada del barrio de El Calero Bajo y la Montañeta, su sombra cubre por completo los bancos, el parterre y la acera que lo circunda-.
Schinus molle y Schinus terebinthifolius son los nombres científicos que identifican dos árboles muy parecidos y ampliamente distribuidos en zonas ajardinadas, que presentan un follaje perenne de hojas alternas siempre verdes y pequeños frutos globosos de colores rosados o rojizos.
Comenzaré explicando el por qué del título. Es éste un artículo que quiere llamar la atención sobre cada uno de los árboles que sobreviven en nuestras plazas, en los arcenes de nuestras carreteras, en las aceras de los pueblos, en los parterres, rotondas, medianas, parques y jardines. Y digo expresamente "sobrevivir" porque eso es lo que hacen. Abandonado el riego en muchos de ellos, abandonado el mantenimiento y cuidado cuando están enfermos, estan abocados a eso: sobrevivir. Es muy triste que cuando lo consiguen, si llegan a manifestar un considerable porte, los representantes de lo público los consideren un peligro, un riesgo latente, la posibilidad de una responsabilidad indeseada por una hipotética caída y, de ahí a la decisión de una incomprensible tala o a una poda drástica que coloca al ejemplar a merced de plagas por las heridas provocadas en sus ramas cuando no de su muerte, sólo hay un paso.
Cada ayuntamiento debería recitar un mantra de obligada necesidad cuando asume las competencias de parques y jardines: "Tengo la obligación de dejar en mi municipio un mayor número de árboles que los que he recibido cuando asumí las competencias del área".
No se trata de convertirse en un cuño de moda: ambientalista, ecologista, conservacionista, verde..., se trata simplemente de respetar el planeta y tener el deseo expreso de querer mejorar la vida de sus conciudadanos. Se trata de mejorar la pureza del aire, embellecer los espacios públicos y hacer que el municipio, del que es responsable público el técnico o el munícipe, sea más habitable.
A nadie se le esconde que los picos térmicos -llámenle temperaturas elevadas, inusuales, extremas, olas de calor..., como ustedes quieran-, son cada vez más frecuentes y alcanzan mayores registros termométricos.
Nadie es ajeno a la extraordinaria dificultad que tiene cualquier vecino, cualquier visitante a la hora de buscar una zona de descanso durante un paseo, a la hora de encontrar un banco donde poder sentarse bajo una sombra, pues la mayor parte de los bancos que luce el municipio se encuentran bajo el solajero, en zonas desprovistas de árboles.
Esta realidad no admite duda alguna: hay una lamentable ausencia de elementos arbóreos en nuestras sendas peatonales, en nuestros barrios y tal hecho deberemos corregirlo. En mi ciudad de Telde hago un llamamiento a los nuevos responsables públicos -tengo la impresión de que llegan con ganas de trabajar y de implicarse en la mejora de la ciudadanía- de tener en cuenta esta realidad: no se pueden favorecer hábitos saludables si los ciudadanos no encuentran a la hora de caminar, de desplazarse de un modo más acorde y respetuoso con el medio ambiente, árboles y sus sombras donde poder descansar y recuperarse del ejercicio realizado.
No es difícil iniciar una campaña exitosa en tal sentido, pues partimos de una ausencia manifiesta -piensen ustedes en el paseo peatonal que une el Cruce de Melenara con la playa del mismo nombre y observarán la inexistencia de sombra alguna-.
No son necesarias grandes cabezas pensantes para buscar una solución a este problema. Sólo un principio y éste es el más importante: actuar, actuar y actuar. Siempre actuar.
La ciudadanía está cansada de que se programe, se piense, se temporalice en futuro pero no se haga nada en presente.
Leí hace pocos días que la corporación actual es consciente de la falta de sombras y de arbolado en las últimas áreas intervenidas en el sector costero, y así es. Trataremos con calma en otro artículo esta cuestión, pero es indignante que los usuarios de la playa de Melenara no puedan utilizar el espacio público recién remodelado para sentarse y descansar, para jugar los niños -no hay juegos y cuando los haya A la sombra del especieronecesitarán sombra-, porque no hay quien se siente en un cemento que sufre las insolaciones brutales que cada día nos trae y, sorprendentemente, no hay una mísera sombra con la que mitigar el calor reinante. Misma sensación manifiestan todos los vecinos con el "parque" recién inaugurado de Melenara. Área infantil al solajero y sus padres, de pie, bajo la carpa. ¿En verdad esto que observamos obedece a un proyecto con cabeza?. ¿Ha sido un arquitecto con muchos estudios pero poco sentido comíun quién fue capaz de diseñar este esperpento, al que algunas mentes calenturientas bautizaron como parque? Pero no es este el artículo para tratar este tema, tengo preparado uno específico que verá la luz, próximamente.
Actuemos ya, pues hemos perdido el valor de fechas emblemáticas como El Día del Árbol que nos recordaba cada año la necesidad de plantar, hemos perdido la capacidad de forestar los espacios que se nos ofertan en nuevos jardines, nuevas plazas, nuevos arcenes, nuevas carreteras… dejando siempre para un futuro improbable la acción de reverdecer. Es lamentable que siempre se priorice el cemento, las aceras, la iluminación, los carriles peatonales, los bancos…, elementos que si bien son necesarios no nos aportan sombra alguna, ni siquiera una pequeña brisa, un agradable aroma, un descanso agradecido.
Así pues, ahí van mis rápidas propuestas, de muy fácil ejecución:
1.- Respeto absoluto al árbol a la hora de tratarlo. Jamás una tala como medida de precaución, como medio para evitar riesgos muchas veces inexistentes, jamás una poda sin sentido, jamás una poda salvaje con el fin de ahorrar tiempo y dinero alargando el tiempo de la siguiente poda.
2.- Respeto absoluto a los árboles emblemáticos que hay en cada uno de los barrios, de los parques, de las zonas verdes, de los arcenes… Me refiero a aquellos árboles, como el de la foto, que forman parte de la vida diaria de sus vecinos. La mayoría no son emblemáticos por su importancia como árbol singular, como árbol de especial valor biológico, pero son esenciales a la hora de valorar la calidad de vida de los ciudadanos que conviven con él.
3.- Plantar y plantar y plantar. Es triste que tras la ejecución de la carretera que une el cruce de Melenara con la rotonda que distribuye el tráfico hacia las playas de Melenara y Salinetas, se realizara una amplia vía con doble sentido y aparcamientos, se llevara a cabo la ejecución de muros y vallas protegiendo la propiedad privada y las parcelas agrícolas, se tendiera una línea de electricidad y se dotara de farolas la vía, se diseñara sobre la acera una vía ciclable y que en ningun momento del proceso, nadie se acordara de plantar, de mitigar la fría imagen del cemento con un corredor verde, algo que, una vez disponible el espacio reservado para ser ajardinado, podría haberse realizado al tiempo que se estaba ejecutando la obra. ¿Ustedes han visto alguna consideración, el mínimo nivel de sensibilidad, propio por cierto, del tiempo en que vivimos, en pro de mitigar los efectos del cambio climático, de ofertar a la ciudadanía una imagen más amable de esta nueva vía?
Yo no lo he visto, ni estimo, a falta de un proyecto serio -no se trata de “pinchar” una docena de árboles y ya está-, que no lo veremos en mucho tiempo. ¡Ojalá me equivoque!
Nadie se preocupó en forestar, en plantar árboles de buen porte, capaces algún día de proporcionar sombra, un tupido y fresco dosel vegetal capaz de mitigar los efectos de los ardientes rayos solares, en un paseo que, desafortunadamente carece de sombra alguna.
No lo puedo manifestar de un modo más sencillo: No talar, respetar y plantar.
Añadiría si acaso, la importancia de que la forestación se llevara a cabo con especies propias, autóctonas, plantas que sabemos están adaptadas a las condiciones bioclimáticas locales. Por eso yo plantaría palmeras, dragos, tarajales, acebuches, lentiscos y almácigos en lugar de pinos marítimos, ficus o mimosas.
Y plantaría especies arbustivas propias como guaydiles, cardones, tabaibas, salvias, orobales… en lugar de arbustos foráneos. No hablamos de improvisación y experimentación sobre ajardinamientos con plantas desconocidas, pues si algo manifiestan los tinerfeños y los grancanarios cuando entran por el puerto de Agaete, camino de Las Palmas de Gran Canaria o en tránsito hacia el sur de la isla, es la enorme satisfacción que les embarga al observar tanto la mediana de la autovía como sus arcenes, plantados de dragos, ya bien ramificados, palmeras canarias, guaydiles, malvas de risco, cardones, veroles, salvias, orobales, tabaibas dulces y amargas, esparragueras, botoneras, magarzas, siemprevivas, incienso canario, bejeques… mientras cruzan los municipios de Agaete, Gáldar y Guía.
Como pueden imaginar, mi gozo es tal que más de una vez he cogido esta carretera para disfrutar de un paisaje propio, del valor de nuestras plantas endémicas como factor esencial a la hora de abordar la jardinería insular.
Un ejemplo claro de la belleza de estas especies lo encontramos, sin ir más lejos, en el cruce de Melenara, no lejos de donde estamos señalando la ausencia de proyecto forestal alguno, donde plantas autóctonas crean un palmeral saludable, con amplias copas verdes, agradables a la vista. Un sustrato arbóreo y arbustivo que sólo necesitan un mínimo mantenimiento.
Es precisamente muy cerca de este lugar, ocupando en un parterre mediano, justo a la entrada del barrio de la Montañeta y El Calero Bajo donde se encuentra el singular árbol que inicia este artículo, un hermoso especiero. No es endémico, cierto, pero hace una labor impagable. Por eso goza de todo mi respeto como ser vivo.
Es vital para las personas mayores, vecinos que día tras día pasan horas bajo su sombra, descansando y charlando, socializando, viviendo. Es esencial para las aves que en su follaje encuentran cobijo y ramas donde anidar. Vital para los amantes de los gatos, pues en sus ramas más sólidas, muy cerca del suelo, algunos vecinos los cuidan, alimentándolos regularmente -tengo enormes reparos ante esta nefasta costumbre de alimentar estos felinos en cualquier lugar-.
Estoy seguro que, en cada barrio teldense, hay al menos un árbol como éste, un árbol que desarrolla similares funciones, un árbol que forma parte de la vida comunitaria del mismo.
Hago pues un llamamiento a los munícipes, jamás corten un árbol y si se ven en la obligación de hacerlo, consulten a los vecinos, a sus asociaciones del valor del mismo para la comunidad, estudien con los técnicos otras alternativas porque, la mayoría de las veces, siempre la hay.
Y si al final, un árbol deja de existir, recuerden al ilustre don José de Viera y Clavijo y aplíquense la sentencia, pues pocas conozco tan veraces y que si se hubieran tenido en cuenta desde su formulación, a la hora de gestionar nuestra naturaleza arbórea, nuestro municipio y nuestra isla presentarían ahora una imagen bien diferente. “No cortes jamás un árbol sin haber plantado antes diez”.
Es muy triste que en las últimos cuarenta años haya visto perderse decenas de árboles centenarios, árboles que marcaban impronta y daban autenticidad y singularidad a nuestro municipio.
Pienso en las estilizadas y altas palmeras canarias que descollaban sobre el barrio de San Francisco, actualmente desaparecidas, en los antiquísimos dragos que había en la finca de Arnao o el extraordinario -al parecer, uno de los más viejos de la isla- drago de la casa condal, y así podría estar lamentándome árbol tras árbol, de la pérdida de seres vivos irremplazables.
Pero no todo son sombras en este medio siglo pasado y así recuerdo con enorme orgullo y satisfacción las plantaciones masivas de palmeras canarias y dragos en las inmediaciones del CEIP Jose Tejera y en los jardines y alrededores de la casa de la Condesa en Jinámar -gracias amigo Pedro Galván por estar allí en aquellos tan provechosos momentos-, o la forestación con palmeras canarias llevada a cabo en la avenida del Cabildo en su entrada a Telde, palmeras que, tras cuatro décadas de desarrollo, lucen en la actualidad como espléndidos heraldos verdes que invitan al visitante a conocer la ciudad de los faycanes. Pero faltan muchos árboles aún, queda mucho por plantar y cuidar.
El mejor legado que puede dejar cualquiera de nosotros es ése: plantar futuro y con él, soñar con el porte y la agradable sombra de un árbol que veremos o no crecer pero que, sin lugar a dudas, se convertirá en un lugar ideal para que los niños jueguen, sueñen los jóvenes y descansen nuestros ancianos, un lugar para la conviviencia y el encuentro.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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