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Somos campeonas

jueves, 24 de agosto de 2023
Las religiones surgieron ante la necesidad de controlar a una población cada vez más numerosa. El miedo al trueno o el sex appeal de la Luna ya pecaban de obsoletos, hacía falta otra cosa. Como ya se contaba con la escritura, se inventó una historia con dioses y actores de reparto que fue sucesivamente plagiada, adornada e ilustrada por insignes artistas. Alguien afirmó: la religión es el opio de los pueblos. La adormidera fue utilizada durante siglos y aún hoy es muy efectiva en algunos países.
A medida que los conocimientos científicos llegaban a cada vez más creyentes, se ponía complicado que aceptaran esas historias, por más miedos y represalias con las que eran amenazados. La civilización debía dar otro paso más al frente en su constante evolución y control. Y se apropió del fútbol. Uno de los deportes inventados por los ingleses y que fue ganando adeptos por todo el mundo. Si cada equipo tenía once dioses, por simple matemática nunca faltarían milagros.
Los dioses de cuentos fueron reemplazados por dioses de carne y hueso, que usaban pantalones cortos y corrían detrás de un balón. Pero, eso sí, debían vivir como dioses. Y estos personajes, además de enriquecerse ellos, enriquecieron a muchas empresas promocionando marcas, llenando páginas de revistas del corazón con sus romances y separaciones e inundando el planeta con camisetas con sus nombres. Cualquier mortal enfundándose una, pasaba a formar parte de ese Dios.
Los argentinos, cuando no, fuimos pioneros. Ungimos a Maradona como Dios Supremo y creamos la religión maradoniana. Si hacemos una encuesta a nivel mundial, hay más gente que conoce a Maradona que a Jesucristo. Los milagros del primero se ven por televisión de vez en cuando, mientras que los del segundo, hum...
El culto es tal, que no hay que extrañarse que entremos a una capilla y en lugar de la Virgen de la Fábula encontremos una foto de Messi. Los tronos procesionales de la Semana Santa de Sevilla o Málaga, esta vez fueron superados por un autobús abierto con todas las diosas eufóricas de gloria, y en lugar de los Sin Pecados, banderas nacionales. Con una afluencia y una devoción muy superior a todas las procesiones españolas juntas.
Una de las razones por la que yo admiraba la inteligencia de las mujeres, era la de su abstinencia futbolera. Mientras millones de hombres en todo el mundo con la camiseta de su equipo, se apretujaban en un estadio o se plantificaban frente a la tele para insultar al árbitro, ellas hacían otra cosa. Supongo que debía ser más interesante y fructífera. Recuerdo que hace varios años, en Madrid, vi a dos chavalas envueltas en una bandera del club que había ganado la liga, gritando eufóricas. En mi rígido esquema arcaico y machista, no podía comprender la escena. Seguramente les habían metido burundanga en la bebida.
En esa manía que obsesiona a muchas féminas de imitar todas las acciones de los hombres, buenas y malas, se les dio por jugar al fútbol y de tanto insistir, se han ganado el mundial. Joé, cuando se proponen algo no hay Rubiales que las detenga.
Lo de ganar un mundial tiene su lectura ácida. Un balón, mareado de tantas patadas recibidas, cuando va a estrellarse contra un poste, zás, un media verónica y se cuela en la portería. Un zapatazo más un balón, es igual a un mundial. Entonces se desata la euforia nacional, se ha producido el milagro. Y escuchamos esas palabras repetidas hasta la saciedad: verdaderas heroínas, gesta histórica, triunfo épico, han pisado el Olimpo, punto de inflexión, cambiaron la historia de España, han colocado al país en lo más alto, demostraron lo que son capaces de hacer las niñas, han unido al país, etc, etc. Lo que sí es cierto, es que hoy puedes pasearte por cualquier calle envuelto en la bandera española y nadie se atreverá a gritarte ¡facha!
A las del otro equipo, las que erraron el zapatazo, nadie las va a recordar ni serán ungidas en los altares. La religión no acepta segundones.
Los españoles y españolas, pretendiendo imitar a los argentinos (les falta bastante) se lanzaron a las calles. Están tratando de contarlos a todos, incluso a los que salieron a tomar el fresco, para ver si se aproximan a las cifras porteñas. Esto es pura envidia.
Antes de empezar con convulsiones, mi mujer cortó el cable de la tele y lo tiene escondido. No pude ver si los catalanes y catalanas salieron a festejar con la bandera española. Qué dilema, pobres. Claro que pueden por fin usar la estelada, en la camiseta de la roja. ¡La roja! Hasta los fachas la aplauden. Si resucitara Franco...
Ya hace tiempo que me quejo de los minutos que llenan los telediarios con noticias deportivas, principalmente fútbol, en lugar de informar de sucesos nacionales o internacionales, que hay mogollón. Desde ahora me tendré que beber dos tazas. Y no puedo apagar la tele porque no dormiría relajado la siesta.
Este mundial será un acicate para que nuestras niñas practiquen fútbol. Mientras en otros países se enseña música, artes y filosofía, aquí nos inclinamos por el fútbol. Se gana más pasta, me confesó un chaval que sueña imitar a Iniesta. Y entretiene mucho más a la gente. Mientras los españoles y españolas están eufóricos, un prófugo aprovecha el ruido para jugar una partida en silencio, que decidirá el futuro gobierno nacional, su sillón y la ilusión inyectada a millones de españoles que quieren dejar de serlo.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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