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La montaña del Gallego

miércoles, 06 de septiembre de 2023
Dedicado a Vicente Ojeda Ortiz, apreciado amigo montañero quien un buen día me enseñó, recorriendo
la costa de Gáldar, que más allá de las rutas bien señalizadas, de los caminos marcadas, existen
sendas perdidas y pasos escondidos donde la aventura y la emoción alcanzan cotas insospechadas.

Con la montaña del Gallego abordaré una serie de conos que se encuentran a ambos lados del barranco de Silva y que forman parte de un Conjunto vulcanológico identificado como de Lomo Magullo, un nutrido grupo de volcanes que, recurriendo a la publicación del vulcanólogo Alex Hansen "Los volcanes recientes de Gran Canaria", englobaría todos los conos situados entre el barranco de San Miguel al norte y el barranco del Draguillo al sur, barrancos ambos que ejercen de límites municipales de Telde con Valsequillo e Ingenio.
Identificaremos los conos asentados en este territorio municipal, no sólo los más importantes por el volumen de materiales emitidos. Señalamos pues dos volcanes conocidos como El Hoyo o La Hoya, la montaña Los Barros o de Los Barros, La Caldereta, las Triguerillas, Santidad, Rosiana, El Plato, Juan Tello, Melosal, Herrero (también conocida como Aguilar, Aguiar o del Águila), Tío Pino (Topino, Águeda, de Santa Águeda), El Gallego, montaña de Ruano, Cuatro Puertas o montaña Bermeja, María Ojeda, montaña de las Tabaibas y la pequeña asentada sobre su falda, reconocida cartográficamente como montaña Colorada. Ya en la costa, en línea con la fractura volcánica que favoreció la formación de Cuatro Puertas, encontramos la montaña de Gando y la desmantelada montaña del Ámbar.
Cada cono abre nuevas rutas, nuevas exploraciones, nuevos contactos con las gentes del lugar: pastores, yerberos, cazadores, habitantes de los llanos y valles, de las lomas y barrancos transitados, montañeros, senderistas... Para mí significa el inicio de un tiempo indefinido para recorrer cada uno de ellos, para explorar cada ladera y cada cueva, cada caidero y cada planta, para buscar vestigios de un pasado aborigen, presente siempre en cada espacio recorrido, para realizar lecturas del paisaje observado, para sentir la energía mineral de cada montaña y la armonía y el equilibrio de las plantas y animales que los habitan y, con la lectura de cada uno de estos artículos, esta ilusión que manifiesto, este hermoso y gratificante encuentro con los espacios naturales y con la vida que alberga cada cono volcánico y su entorno inmediato, hago extensivo el placer sentido a todos y cada uno de ustedes que, mochila a la espalda, un poco de agua y muchas ganas de vivir y conocer, disfrutarán como yo de tantos espacios olvidados.
De estos conos hemos tratado tres en artículos anteriores: la montaña de las Tabaibas, la montaña Colorada y la montaña de María Ojeda. Nos quedan pues quince conos volcánicos de este conjunto vulcanológico que me tendrá en contacto con ustedes hasta bien avanzada el verano del próximo año.
Siempre me llamó la atención, desde muy temprano en mis exploraciones insulares -hace de esto más de cuarenta años-, el porqué del nombre de esas dos montañas que se elevan al oeste de la montaña de Cuatro Puertas. Era yo, entonces, un veinteañero que visitaba habitualmente la montaña Bermeja. Era rara la semana que no ascendiera a su cima, observara y midiera sus cuevas, escrutara hasta el último rincón de cada pared en busca de vestigios de no sé qué tipo, gateara por esa especie de túnel o tubo volcánico que existe al fondo a la izquierda, en el interior de la cueva de Cuatro Puertas, con la vana ilusión de encontrar un pasadizo que comunicara con el grupo de cuevas de Los Pilares. Anotaba, censaba y controlaba los nidos de cernícalos situados sobre la zona militar, no muy alejados de la zona de nidificación de las palomas bravías situada al oeste de la pared rocosa, recorría con el corazón en un puño los paredones verticales de esta zona, realizando arriesgados destrepes por la zona donde se encuentran los silos aborígenes, en busca del hipotético refugio -eso había oído a algún lugareño-, que en su día utilizara el escurridizo Juan García, El Corredera..., en fin, que me entretenía enormemente en el cono fisural de Cuatro Puertas, hasta tal punto que, en aquel entonces jóvenes como yo, invité a Alex Hansen, vulcanólogo, un día, otro a Pepe Naranjo, biólgo, para que me revelaran el mundo secreto de la formación de la montaña el primero y la belleza, variedad y características del reino de los líquenes presentes en las rocas, el segundo. ¡Qué extraordinarios cicerones! ¡Qué pasión por el conocimiento! Reconocí entonces que aquel espacio mágico se había convertido en mi castillo encantado, una puerta abierta a la emoción y a una aventura permanente.
Y allí en la cima, frente a mí, observando el paisaje de poniente, se encontraban esas dos montañas que con sus alturas escondían tras ellas el impresionante perfil de las cumbres insulares.
Las tenía identificadas, la de la izquierda era conocida como la montaña del Gallego y la de la derecha, de mayor altura, era Topino o Tío Pino. Para buscarle sentido al nombre del Gallego, llegué a pensar en algún histórico personaje sin identificar, alguien procedente de esa entrañable y hospitalaria tierra peninsular, mi tierra natal, que por unas razones u otras había tenido relación con la montaña.
Curiosamente, con el paso de los años, supe que en la isla no había una, sino varias montañas del Gallego o de El Gallego -dependiendo de la cartografía consultada-, lomos, vaguadas, un túnel y hasta un tagoror con el mismo nombre, en otros municipios: Santa Lucía, Teror, Vega de San Mateo, Santa María de Guía...
Para no desviarme mucho de nuestro cono volcánico, dejaré a su interés la búsqueda de una justificación bien fundamentada a dicho topónimo, aunque para mí, el trabajo del investigador aruquense Humberto Pérez Hidalgo en su blog: "Mi Gran Canaria. Origen y noticias de sus lugares", me parece tan interesante como esclarecedor. Según sus investigaciones, es posible que la existencia de tantos topónimos con el término El Gallego, sin definir nombre alguno, tenga que ver con el repartimiento de tierras que, culminada la conquista, recibió el hidalgo y caballero conquistador Rodrigo de Prado Vivero, quien llegó a ser regidor de la isla. Según documentos históricos que así lo confirman, no fueron ejemplares los comportamientos de sus primeros descendientes, razones que pueden justificar el hecho de la identificación de sus propiedades con el gentilicio de su lugar de procedencia y no con el nombre de esos personajes, como es habitual en muchos otros referentes toponímicos.
Ahora, en este preciso momento, acabo de regresar de mi quinta ascensión al cono volcánico. Tengo ante mí la cartografía de GRAFCAN y eso me permite confirmarles la altitud del mismo: 432 metros.
Desde la cima, el cono volcánico está delimitado por el oeste por los barranquillos y vaguadas que, gestados en la ladera norte de la montaña de Topino -montaña Águeda en la cartografía de GRAFCAN y la que tomaré como he hecho desde un comienzo como referencia, a sabiendas que cuando otras denominaciones me sean aportadas durante el trabajo de campo, las registraré siempre en estos artículos-, descienden hasta su rápida confluencia con el barranco de Silva. Es precisamente este barranco quien delimita al cono por la vertiente norteña. Al este se extiende en suave pendiente hasta su confluencia con la lomada de Cuatro Puertas y por la cara sur otro barranco, en este caso el barranco de la Culata, uno de los afluentes del barranco Charco Aday que desaguará finalmente en la playa de Ojos de Garza.
El paisaje observado es impresionante. Sorprende en primer lugar la limpieza de la cima, la inexistencia de basuras en todo el cono, solo mancillado en su base, en aquellas zonas donde una pista, cementada a tramos, permite el acceso desde la altura de la urbanización de Cuatro Puertas. Es en esta zona donde encontraremos algunas latas de cerveza o refrescos varios, alguna botella de plástico y ya, próximo a la carretera general, un par de pequeños, pero impactantes, depósitos de escombros de algún desaprensivo que aún se empeña en ensuciar el campo y sus paisajes.
De espalda a los alisios realizo una lectura del paisaje observado. Con la mirada puesta en el interior, identifico las iglesias parroquiales de los municipios de Ingenio y Agüimes. Observado desde aquí, Ingenio se extiende sobre una suave pendiente que va descendiendo progresivamente hacia el océano. Al núcleo urbano principal le van sucediendo otros más o menos diseminados a lo largo de la carretera que le une con la GC-1. Dos núcleos destacan por su agrupamiento y densidad urbana, el Carrizal, próxima ya la gran arteria circulatoria que significa la autovía y la urbanización costera de El Burrero, situada en la cabecera de las pistas de aterrizaje del aeropuerto de Gran Canaria.
No se observa el núcleo urbano de Ingenio al completo pues el perfil volcánico de la montaña de Topino lo imposibilita. Tras la zona urbana de Agüimes destacan las estribaciones montañosas del Cabezo y la montaña de Agüimes, ambas incluidas en un Paisaje Protegido. A sus pies discurre el barranco de Guayadeque, justo antes de perderse en la gran llanura que supone el extenso depósito aluvial formado por dicho barranco, desagüe natural cuando las fuertes avenidas de agua necesitan aliviar su potencial hídrico en el océano.
Bajo la mirada y confirmo que esta ladera es la que presenta la pendiente más acusada. Sé también que, aquí mismo, apenas a unas decenas de metros ladera abajo, se encuentra una amplia cueva que pudo tener en el pasado un uso aborigen y que posteriormente tuvo uso ganadero.
Antes de explorarla, me desvío a mi derecha en busca de un antiguo redil de ganada, un goro de estructura ovoidal que, por su estado de deterioro, la potente colonización de su recinto por plantas muy desarrolladas y el uso para su ejecución de grandes rocas de escorias fundidas, bien nos pudiera sugerir que dicho recinto estuviera relacionado con la presencia de las cuevas aborígenes y reutilizado posteriormente. No superan sus paredes el metro de altura -medio metro es la media que calculo-, y está realizado aprovechando los materiales existentes en el entorno inmediato. Dentro del recinto el suelo se encuentra tal cual lo modeló la naturaleza, sin nivelar, con presencia de plantas -cardones, tabaibas amargas, bejeques-, sólo rebajado burdamente en las zonas donde era necesario lograr la estabilidad del muro.
La entrada al mismo está orientada al oeste y, aunque se encuentra en la meseta que corona el cono, está protegido de los vientos dominantes por su ubicación en el comienzo de la ladera sur.
A la dificultad asociada al descenso desde la cima por esta ladera, pues la pendiente supera en algunas zonas los cuarenta y cinco grados, se le une una tupida y enmarañada red de tuneras indias. No en vano, a punto de coronar esta ladera, la tunera india presenta su mayor densidad en la montaña. Estas razones aconsejan buscar el acceso a las cuevas partiendo de la base de la montaña, bien por la cara sur, más complejo porque a la acusada pendiente que encontramos se le une el destrepe inicial para salvar el tajo vertical que se le dio a la montaña y que en algunos puntos este tajo presenta alturas cercanas a los tres metros de verticalidad, en aras de conseguir la horizontalidad necesaria para trazar la carretera de acceso al interior del valle y el cortijo de El Gamonal, bien por la cara este -estimo que la más cómoda y segura-, ascendiendo lateralmente hasta buscar su ubicación. La inexistencia de una senda clara desaconseja la búsqueda y el acceso a la cueva a quienes tengan vértigo o no estén acostumbrados a caminar por montañas de fuerte pendiente. La visita quedará supeditada al interés que usted tenga por abordarla. La responsabilidad asociada a tal decisión siempre la tendrá usted, estimado lector. Permítanme pues que, al igual que les orienté en montaña Las Palmas sobre la vertiente sur del cono, describirles las cuevas en lugar de animarlos en su búsqueda. Nuestro periplo discurre entre una vegetación de veroles, cardones, tabaibas amargas, aulagas, bejeques (Aeonium percarneum), azaigos de risco, balos, cornicales y una población muy importante de tunera india.
La estructura geológica presenta dos cuevas, ambas orientadas al sur. Una es muy amplia, se trata de una cueva alta y espaciosa en su interior que disponen de una gran apertura al barranco. La otra se encuentra justo al lado, es más pequeña, abrigada y recogida. La apertura de esta última a la ladera es mucho más reducida, semejando acaso una ventana, pero la abertura de la que hablamos llega hasta el suelo. Ambas se encuentran comunicadas interiormente. Es tan poco habitual el tránsito humano por el interior de estas cuevas que las palomas bravías hacen sus nidos al alcance de la mano, razón que me hace pensar que no es frecuente la presencia de seres humanos en el interior de las mismas. Apenas me he asomado y el más mínimo ruido provoca su precipitada huida. Estas aves amoldan a la perfección sus nidos al tamaño y forma de la oquedad que encuentran y con pajillas, briznas y otros restos vegetales, confeccionan sus precarios nidos, precarios así parece a primera vista, pero eficaces en su función, Aún así, en uno de los observados en la gran cueva, encontré dos huevos caídos y rotos, en el suelo, bajo el nido. No es un hecho aislado en las colonias de nidificación de esta especie pues en la montaña de Malfú y el cono fisural de Cuatro Puertas encontramos también algún huevo roto al pie de los nidos.
Delante de la cueva pequeña, un balo prospera surgiendo de la roca. No es un ejemplar aislado pues esta ladera presenta hasta su confluencia con el barranco de La Culata una buena población de grandes ejemplares de Plocama pendula. Me asomo y bajo mis pies se oculta una ladera que infunde respeto pues por zonas presenta sesenta grados de inclinación.
Desde la entrada de la cueva más grande, protegida de las inclemencias del viento, el agua y los fríos del norte por un amplio solapón a modo de visera, observo la cueva de los Pilares en la montaña de Cuatro Puertas, Gando y el roque del mismo nombre, el poblado indígena de Tufia y sus cuevas desafortunadamente urbanizadas, el yacimiento arqueológico de la montaña de Malfú, la montaña de Arinaga...
Estratégicamente, el mundo aborigen disponía de múltiples atalayas desde las cuales poder alertar de los peligros procedentes del océano o acudir con prontitud en auxilio de las poblaciones costeras más expuestas.
Ambas cuevas se encuentran en buen estado y muy limpias. No hay duda que ayuda a ello la dificultad en su acceso. Ocupadas por ganado en tiempos recientes, se trabajaron sus paredes dándole forma de oquedades cuadradas, parece el inicio de habitáculos poco profundos, identifico dos, acaso el inicio de un tercer espacio. Sorprenden las diferentes tonalidades cromáticas de la pared del fondo de la cueva grande, fruto de las sucesivas capas de cenizas volcánicas y de una meteorización diferencial en dichos materiales compactados. Al menos dos alacenas observo en las paredes laterales de la cueva. No realizo un análisis más minucioso pues mi objetivo es el disfrute de lo observado, no la investigación. El suelo se encuentra rebajado en su interior y un pequeño peralte lo separa del exterior. Este peralte no es un inconveniente que posibilite el encharcamiento de la cueva por aguas pluviales pues la orientación de la misma y el solapón antes señalado protege la entrada de las ocasionales lluvias.
Deseo llegar a la cima desde las cuevas. A la salida de las mismas, a mi izquierda, observo como se ha rebajado el risco, facilitando de tal modo el paso. Salgo por esta, apenas perceptible, senda rocosa, no sin antes indagar la existencia de un paso más fácil para llegar a la cima por la derecha de las cuevas. Muy complicado pues las tuneras indias imposibilitan el paso. Es una pena pues, observada esta montaña desde la ladera este de la montaña Águeda, cuatro oquedades más se abren en la montaña a esta misma altura, guardando así celosamente el interior de las mismas. Vuelvo al paso iniciado y la pequeña senda se pierde en la roca. Trepo entonces sobre la superficie rocosa y limpia que hay sobre las cuevas. Intuyo algunos pozuelos que podrían tener su razón en el aprovechamiento de las aguas pluviales. También podría ser fruto de mi imaginación, de querer ver otros vestigios más allá de la propia dinámica erosiva de la roca. La vegetación que cubre esta ladera no permite análisis más profundos. Tampoco ayuda la pendiente y la peligrosidad de esta cara sur, al contrario, uno desea alcanzar con rapidez la cima. Con la aproximación a la cúspide los alisios se hacen sentir, alertándome de la pérdida de la protección de la montaña. Una vez arriba entiendo el rechazo que cuerpo y mente manifiestan a la hora de abordar el descenso por esta cara y comprendo la principal razón de la ausencia de basuras de cualquier tipo en esta ladera pues la vegetación en cierto modo oculta potenciales peligros, favorece un paso mal dado, ayuda a generar rocas sueltas y cenizas volcánicas, en resumen, se torna peligroso.
Mi primera visita a esta cima fue en invierno. Es un olvido imperdonable subir a ella en dicha época sin una prenda de abrigo. Cuesta escribir, tomar notas, mantener la libreta sobre las rodillas. Viento y frío te obligan a buscar resguardo en la cara sur. Recorro la cima y percibo con satisfacción como esta cumbre de cono volcánico no tiene mojón alguno. No hay vértice geodésico, no hay torretas de piedras acumuladas, montículos realizados por seres humanos y a los que son tan aficionados los turistas nórdicos, no hay cruz ni basamento necesario para sujetarla con firmeza, ni flores artificiales, ni romerías. Sólo la flora perfectamente adaptada a la cima y el sustrato lávico. Me gusta.
Aprovecho la altura para extender la vista sobre la costa. Con el sol frente a mí, identifico en lontananza la montaña y el roque de Arinaga, las montañas costeras del Infiernillo, el Camello y La Cerca, así como la bahía de la playa de Vargas. Luego desplazo la mirada en dirección sureste y la llanura de Gando sale a mi encuentro. Los aviones despegan y aterrizan, uno tras otro, y aquí en la montaña el silencio es absoluto. Sólo el viento a mi espalda recuerda que los alisios peinan esta cima doblegando a los inciensos que, atrevidos y audaces la han colonizado y germinan y florecen pegados al risco. Junto a ellos, la cima está cubierta de pequeños ejemplares de bejeques rosados (Aeonium percarneum). Se trata de bejeques muy pequeños pues apenas se elevan unos centímetros sobre el suelo. Muchos de ellos se encuentran al abrigo de pequeños salientes rocosos, o de minúsculos solapones que protegen las grietas donde cantidades muy pequeñas de suelo se han asentado y en el cual algunas semillas han germinado, esperando estoicamente la oportunidad de prosperar como el resto de plantas ya adultas que progresan a su lado. Su objetivo es conseguir convertirse en fuertes arbustos bien desarrollados. Tenacidad y estoicismo no les falta. Desconocen que gran parte de ellos no sobrevivirán a los fuertes calores de la estación veraniega.
Con la mirada puesta en el aeropuerto me encuentro leyendo ya el paisaje en orientación al naciente. ¡Qué poca altura observo, desde esta atalaya, en las montañas situadas a la izquierda de Cuatro Puertas! Montaña de María Ojeda, montaña de Las Tabaibas, montaña Colorada, hasta la montaña de Malfú dan la impresión de ser pequeñas elevaciones con suaves lomadas, surgidas en una gran llanura donde tanto ellas como otros accidentes geográficos como barranqueras y vaguadas, apenas manifiestan una entidad apreciable- ¡Qué relativo es todo según el punto de referencia y la dimensión del lugar desde donde realizamos nuestro análisis!
Bajo la mirada hacia la lomada y confirmo un ascenso muy suave, como si el cono deseara invitarnos a alcanzar su cima. Desde esta atalaya privilegiada observo la galopante erosión producida en su ladera por las incontroladas motos de montaña, o mejor dicho, por los incontrolados motoristas que las manejan y que no respetan ni la propiedad privada de la montaña ni su paisaje. Un destrozo enorme e irreparable que ha provocado ya la formación de impresionantes cárcavas. La tierra y las piedras sueltas que las ruedas han descarnado del sustrato rocoso, han desaparecido ladera abajo, arrastradas por las ocasionales lluvias.
Adjunto alguna foto para denunciar la gravedad del asunto. A pesar de ello, nadie dice nada. Nadie hace nada. Nadie vigila la galopante agresión a nuestros conos volcánicos por parte de los amantes del motor de dos ruedas y del destrozo de lo ajeno. La naturaleza ha dotado al municipio de Telde de un valor único, dos conjuntos vulcanológicos excepcionales donde se concentran una veintena de volcanes y el tiempo, el abandono y la falta de medidas están permitiendo dilapidar un patrimonio tan exclusivo.
Dos plantas de porte bajo, el turmero (Helianthemum canariensis) y el incienso menudo (Artemisia reptans), sobreviven en estos espacios tan degradados. Son los únicos vegetales observables en estas cicatrices blancas de la montaña. Son las aulagas los primeros arbustos en colonizar el sustrato perdido, luego vienen las vinagreras, pero mientras tanto, toneladas de tierra fértil se deslizan ladera abajo para perderse, más tarde o más temprano, en el océano. En la búsqueda de un paisaje más sosegado, menos agredido, mi vista encuentra, entre los cardones, balos, bejeques y tabaibas, algunos ejemplares de mamita (Allagopappus dichotomus) -¿Allagopappus canariensis ahora, o son especies diferentes?- un género endémico canario, y matos de risco (Lavandula minutolii).
Mi vista sigue en dirección este y busca en el horizonte otra isla: Fuerteventura. Hoy es uno de esos días en que se define su silueta con absoluta claridad. Podríamos describir cada montaña y valle, cada macizo observado. Desde esta atalaya privilegiada no se cansa uno de mirarla. No sé si la visión de Fuerteventura traerá lluvia segura pero una enorme satisfacción les aseguro que sí.
La costa teldense al completo. En el océano las dos granjas marinas: Salinetas y Tufia que un proyecto reciente pretende aunarlas en una gran infraestructura marina. Esperemos a ver el proyecto y el impacto que pueda generar.
Los muelles, las Puntas, las elevaciones costeras de Playa del Hombre, Taliarte, Tufia, Gando. Sigo leyendo el paisaje en dirección este y acercando la vista, al llano aeroportuario de Gando le sucede las urbanizaciones de Ojos de Garza y en las proximidades de este cono, las de Cuatro Puertas y Piletillas. Observo las balsas de agua o embalses a cielo abierto de Juliano Bony y los invernaderos que quedan en la zona: Ojos de Garza, El Goro, La Puntilla, El Carrizal... Ya en la falda de la montaña, se define la pista que desde la carretera GC-100 surge, apenas rebasado el núcleo urbano de Cuatro Puertas, para ascender por la ladera y cruzarla en busca de otros conos volcánicos y los llanos de El Gamonal -el Melosal según la cartografía de GRAFCAN-. Siguiendo el trazado de esta pista, devuelvo momentáneamente la mirada al impresionante cono de Topino, no puede ser de otro modo pues la algarabía sonora de una pareja de inconfundibles aves rapaces, cautiva mi atención. Una pareja de aguilillas me sobrevuela, alertando con sus chillidos, más espaciadas en el tiempo y en la frecuencia que las señales sonoras de alarma de los cernícalos, que un intruso se encuentra sobre la montaña. Aprovecho para disfrutar un poco más de la imagen del cono. Situado en orientación suroeste, luce ante mi vista su hermoso cráter abierto al naciente. En su discurrir observo una rápida torrentera y un poco más abajo, un espectacular caidero. Me prometo visitar este lugar en tiempo de fuertes lluvias. A falta de agua, ahora sólo observo la interesante estructura geológica. Al pie del caidero, la torrentera desaparece convirtiéndose en un suave barranco que discurre junto a una granja de cochinos, reconocida con el mismo nombre que el barranco: la Culata, nombre que recogen de la zona de la ladera cubierta antaño de cultivos que se extendían desde las proximidades de la cima de Topino hasta la carretera. Hay que reconocer que, al igual que en otros conos visitados, las zonas próximas a la cima con mayor pendiente y sustrato rocoso, no fueron cultivadas y presentan, por tal razón, una tupida cubierta vegetal que deseo explorar. El soberbio cono volcánico observado presenta tres elevaciones diferenciadas. Me recuerda las tres estribaciones observadas en la montaña de Los Barros. Estoy deseando recorrer este cono volcánico, explorarlo a fondo e investigar. Luego lo compartiré con ustedes con la profundidad que se merece. Ahora, las aguilillas han alcanzado cotas en altura que las hace apenas visibles. Claras ventajas del discurrir de las corrientes térmicas y de la extraordinaria capacidad que para disfrutarlas tienen las aves planeadoras. Cantan ahora los machos de perdiz en los bancales abandonados de la montaña de Topino.
Derivo la vista hacia el oeste y gran parte del campo de volcanes de Rosiana se expone a mi vista. Montaña Herrero, El Melosal, la montañeta de Cubas, el doloroso vacío dejado por la montaña de Santidad tras las brutales extracciones de décadas, la montaña de Rosiana. Más arriba, los núcleos rurales de La Breña y Cazadores nos saludan con sus casas blancas y siguiendo las estribaciones del barranco de los Cernícalos vislumbramos, ya en la cumbre, las serranías protegidas como Monumento Natural de Los Riscos de Tirajana, y las diversas antenas del Complejo Radioeléctrico del Pico de la Gorra.
En orientación norte, el viento es una constante, pero no hay atalaya semejante para observar Telde en toda su extensión. Barrio a barrio, desde la cumbre hasta la costa, nada rompe la panorámica observada, pues si algo queda oculto por el perfil del cono volcánico de Rosiana es una buena parte del municipio de Valsequillo, pero desde El Helechal bajando por el barranco de San Roque observamos los caseríos blancos que salpican las laderas y lomadas de estos barrancos. Solo la silueta de Montaña Las Palmas nos oculta parte de los barrios de La Solana y La Higuera Canaria. Recuperamos luego la imagen urbana con Caserones y todos los pagos que conforman el extenso espacio urbanizado de Telde, desde las Medianías hasta la costa. Tras todos ellos se eleva el conjunto vulcanológico de Jinámar -montaña Pelada, Rajada, Sima, Rosso, la montaña de Jinámar y más allá el cono volcánico de Bandama, la Atalaya, Tafira y justo recortando el horizonte marino, los volcanes que conforman el conjunto vulcanológico de La Isleta. ¡Soberbia panorámica la que nos oferta esta montaña!
Transito sobre la loma observando que buena parte de ella la conforma un sustrato rocoso -es el lugar idóneo para los Aeonium percarneum que presentan aquí sus más hermosos ejemplares-, pero hay otra zona donde el suelo está más evolucionado y una capa de tierra rojiza permite que la vegetación, presente en las laderas norte y este de la montaña, colonicen esta parte de la cima. Antes del descenso, aprovecho para hacer una última lectura del paisaje más próximo. Tras la suave ladera cubierta de tabaiba amarga que se extiende a mis pies, la depresión del barranco de Silva separa la montaña de otros conos y sus derrames lávicos. Me llama la atención el primero, el cono volcánico de Rosiana, pues en esa línea, en las paredes verticales del barranco, se encuentra el complejo arqueológico de Morro Calasio. Un yacimiento que visto desde esta montaña habla de su excepcional importancia y dimensión. También se observa desde aquí el daño irrecuperable que sobre el yacimiento generó el vertedero ilegal municipal de decenas de años, colmatando con escombros las cuevas y vestigios que se encuentran en la zona más alta, salvándose afortunadamente la gran cueva que se ve en la zona más próxima al barranco, así como otras cuevas que hay en este nivel del complejo troglodita.
Desciendo por esta ladera pues la seguridad en el paso y el paisaje botánico que me circunda invita a ello. Voy en busca del cráter, pues su derrame lávico sucedió en dirección norte. El tabaibal de tabaibas amargas está salpicado de salvia canaria, inciensos, verodes, esporádicos cardones y alguna que otra tunera india. Hay ejemplares de venenillos (Brionia verrucosa) sobre las aulagas, hinojos, melosas (Ononis angustisima) y cardones. Hay tomillos, gamonas, ratoneras, pan y quesillo, pincho (Fagonia cretica), cardos, matos de risco… Como nota curiosa, sólo una melosa observé en esta ladera de montaña, siendo una planta abundante en todo el conjunto vulcanológico que ha dado nombre a un llano y a un cono volcánico: El Melosal.
El sustrato terroso es más fácil de colonizar y la diversidad grande. Observo como el tabaibal, ganando en espesura, cubre la cara oeste de la ladera hasta el barranquillo que se descuelga sobre el barranco de Silva.
En uno de mis descensos debí molestar a un aguililla que se encontraba en algún oteadero próximo a las laderas de cráter. Sus agudos chillidos, espaciados en un comienzo más repetitivos luego, revelaban el malestar del ave rapaz. Yo, ajeno al guirigay del ave, seguí caminando, pendiente del descenso. De pronto los chillidos se manifestaron más audibles que nunca y buscando en el cielo al ave, la observé recogiendo sus alas y dirigiéndose a mí. Sorprendido constaté que, comportándose con la naturaleza de un halcón, el ave me sobrevoló a baja altura. No volvió a repetirse el aviso, el ave continuó su camino en busca del barranco. Quedé emocionado al observar tanta belleza cromática, tanta seguridad en el vuelo, tanta maestría en su singular picado, en su poderío. Nunca me había pasado con un aguililla, esa forma de manifestarse. Parecía decirme: "Soy poderosa y fuerte y este es mi territorio". Mostró su incomodidad, pero luego, elevándose, fue dejando atrás el cono para perderse en las térmicas existentes sobre el barranco de Silva,
En mi descenso por la cara izquierda del cráter encuentro una senda que, surgiendo por la derecha, atraviesa el derrame lávico del mismo, muy evolucionado. Es normal su existencia pues es zona de tránsito de ganado y de paso, pero también en esta zona se encuentran ubicadas varias fincas y alpendres. Un letrero, repetido hasta la saciedad por toda esta zona de la montaña, nos alerta sobre la afluencia de cazadores en época de caza, advirtiéndoles que extremen la precaución pues se encuentran en una zona habitada: "Ojo, zona habitada" -reza uno de ellos.
Otros letreros alertan sobre la afluencia de las motos y quads, conscientes los propietarios de la zona de que, para cierto tipo de moteros, todo vale. Avisan sobre la presencia de personas mayores, de niños y de pistas -vitales para ellos y que desean mantener en buenas condiciones de accesibilidad-, que destrozan con las ruedas de tal tipo de vehículos.
La senda facilita una ascensión al cráter cuando abordamos la montaña por su cara este. La vaguada existente entre este cono y la montaña de Ruano dispone de una pista transitable para motos y coches que da servicio a estas construcciones y fincas. Es muy fácil acceder al cono por aquí. Si me apuran les diría que más fácil de lo deseable, pues las pistas y sendas que se han realizado en esta ladera de la montaña provocan también el deterioro de la misma. De un modo u otro, exige una reflexión.
Voy a subir hasta la parte alta del cráter, tanto por su banda derecha como por la izquierda pues es en la zona de mayor pendiente donde se inician los dos barranquillos que desembocarán finalmente, tras su confluencia, en el barranco de Silva.
Ninguna de las dos ascensiones ofrece mayor dificultad que el hecho de disponer de fortaleza en las piernas, si acaso y en su zona central, exige un mayor esfuerzo el último repechón antes de alcanzar la cima. Es esta zona la que alerto sobre su escalada pues la pendiente es acusada, está colonizada por cardones y tuneras y presenta un alto riesgo de sufrir una caída. Más no les puedo decir. El aviso está dado.
Curiosamente nos encontramos dos lomadas con diferente sustrato. Visto desde arriba, la de la izquierda es rocosa presentando algunas zonas que exigen, por seguridad, pequeños destrepes. Encontramos en ella hermosos ejemplares de verodes, tabaibas amargas, tuneras indias y el azaigo de risco trepando por cualquier planta. En el barranquillo son las salvias canarias y las melosas las que lucen ahora en junio sus llamativas coloraciones florales. Cubre el suelo de la ladera derecha una cubierta de emplastes lávicos, una costra de cenizas soldadas de diversa granulometría. Sobre ella, el picón en claro proceso de meteorización, se encuentra suelto, pudiendo provocar algún resbalón inoportuno. La belleza de este lienzo geológico es única. Merece la pena ascender hasta aquí para observar la disposición de las cenizas, incandescentes en su día, a la hora de transformarse en este mosaico que recubre el suelo. Prospera sobre el tapiz geológico un tabaibal amargo de escasa altura pues los vientos alisios son potentes aquí y modelan a su antojo las tabaibas dando a algunos ejemplares caprichosas formas de bonsai. El cauce de este pequeño barranquillo está colonizado por azaigo de risco y espino de mar.
Entre los dos barranquillos, un suelo rojizo, fruto de la erosión de ambas laderas, se mantiene. Es un curioso depósito de tierra entre dos depresiones.
El derrame lávico de este cono llegó a cegar el cauce del barranco de Silva, algo parecido a lo sucedido con el volcán del Melosal. Pero el agua es paciente y potente y volvió a abrirse paso, barranco abajo. Observando la zona de confluencia veremos como una cantera, al otro lado del barranco, ha explotado este derrame lávico para su aprovechamiento como material de construcción y áridos para carreteras. Abandonada actualmente, queda en la pared la huella de dicha industria, como quedan otras por la isla que, una vez terminada su rentabilidad, son abandonadas tal cual. Muestras hay en este mismo barranco de Silva, cerca de su desembocadura.
Recuperamos el descenso y dejamos atrás el cráter. Les recomiendo salir en dirección este, hacia el núcleo urbano de Cuatro Puertas, lugar idóneo para aparcar si se han acercado a la montaña con vehículo propio. Si lo han hecho con transporte público hay una parada a pie de cono, junto a la urbanización.
En mi último trayecto, observo sobre sendos espinos de mar dos alcaudones. Es el alcairón (Lanius excubitor koenigi), con su disfraz gris y antifaz negro, con su canto áspero y roto, una imagen esperanzadora para decirle hasta pronto al cono volcánico del Gallego.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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