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La cañada de Malfú

domingo, 06 de agosto de 2023
El peligro latente de los pozos sin protección, incomprensible invitación a un mortal accidente

Dedicado a Manuel Ángel Sánchez Santana, Francisco Montesdeoca Domínguez, Francisco Calderín Jiménez y Ángel Rafael Calderín Martel, miembros fundadores del colectivo ecologista Turcón, por su amistad y los encuentros periódicos de toda una vida.
Dedicado a todas y cada una de las personas comprometidas con el medio, que exploran cada barranco, cada cono volcánico, cada playa denunciando pozos y galerías sin protección alguna, yacimientos arqueológicos maltratados, vertidos de aguas fecales o vertidos de escombros incontrolados.


Entre el Lomo de Ortega y la montaña de Malfú se esconde un pequeño barranco conocido cartográficamente como la cañada de Malfú.
Nuestro periplo lo iniciaremos en el nacimiento del mismo en busca de su desembocadura, dejando a nuestra izquierda la divisoria municipal que supone el cauce del barranco del Draguillo y la montaña de Malfú, cuyo cono volcánico -al que he dedicado un extenso artículo publicado en este medio, el domingo siete de agosto del pasado año-, complementaré en el presente trabajo pues una parte del conjunto arqueológico registrado en el vídeo que entonces les identificaba, bajo la autoría de "Tamarán, pasión por Gran Canaria", pude encontrarlo finalmente, al realizar el presente recorrido por la cañada de Malfú, enriqueciendo así la visión que había dado sobre la montaña.
Es este un barranco de breve recorrido y tal vez por su, en apariencia, falta de entidad como barranco, pocas personas lo visitan, más allá de algún que otro cazador. Es cierto también que si lo abordamos desde la carretera GC 195, que desde la urbanización Ojos de Garza nos lleva a las Majoreras, encontraremos dificultad para realizarlo, tanto por la maleza y el abandono del cauce, como por la existencia de una cadena que impide el paso al mismo, o mejor aún, impide el paso a los vehículos, pues, una deceno de metros más adelante, una senda creada por bicicletas de montaña discurre por la ladera derecha de la cañada, en dirección a la urbanización industrial de las Majoreras, que no alcanzarán pues no es éste su objetivo, sino que seguirán ascendiendo la ladera para continuar su periplo hacia el sur, discurriendo por otros terrenos agrícolas, igual de abandonados.
Es esta la razón de abordarlo desde el inicio de su cuenca, además, la presencia de una gran presa, vallada, en uso y bien conservada, convierte esta cañada en un centro de interés para los amantes de la avifauna.
En mi primer paseo en pos del cauce de la cañada me sorprendió el vuelo de dos anátidas en vuelo que surgían de la presa y se dirigían a los estanques de Juliano Boni que, al pie de la cuesta de Quinta, se encuentran entre el barranquillo de Charco Aday y el barranquillo de Casquete, en suelo municipal teldense.
Tras el muro de contención de la presa, una senda poco transitada pero segura nos permite pasar de la ladera sureña de la montaña Malfú al inicio de la ladera norteña de Lomo de Ortega. Nosotros, franqueada la presa, seguiremos una senda apenas trazada, que nos lleva en descenso hasta el pie de la misma, donde encontraremos el cauce del la cañada.
En ella nos sorprenderá que, en tan poco recorrido, no creo llegue a un par de kilómetros, encontremos varios pozos, una galería e instalaciones anexas relacionadas con el mundo del agua: atarjeas, campanas de agua, distribuidores, canales de derivación de las aguas, estanques...
Sorprende a primera vista pues a nuestro alrededor nada nos indica que sea éste un lugar donde el preciado líquido fuera tan abundante, pero el hecho es el que es, y lo que observo confirma que en un pasado no tan lejano, en este cauce se extrajo agua en abundancia.
Hace ahora un poco más de un año, entre mayo y junio de dos mil veintidós, las alarmas me asaltaron cuando, disfrutando de la montaña de Malfú para su posterior publicación, encontré un pozo al pie de la presa. Se encontraba en el interior de una estructura compacta, con la maquinaria completa, eso sí, vieja y oxidada, el techo en regular estado pero no había puerta alguna que impediera el acceso al interior del mismo. Mi sorpresa no pudo ser mayor cuando al acceder a su interior, la oscura boca del pozo del que impresionaba su altura, intuída tras el recorrido de una piedra arrojada a su interior y registrado el tiempo que tardaba en llegar al fondo, se encontraba desprotegida, accesible a cualquier persona.
Recuerdo que en aquel paseo, un poco más abajo de éste, en el mismo cauce, un pozo similar, éste a cielo abierto, presentaba una proteccion endeble con una malla vieja y oxidada, por donde fácilmente podría excurrirse un niño o una persona mayor sin necesidad de muchos aspavientos.
En observaciones posteriores, hablamos de las últimas semanas, en los periplos realizados para analizar con calma el discurrir de esta cañada, observé con satisfacción como el pozo situado al pie de la presa, el de la maquinaria y nave fabricada con cemento, bloques y hormigón, tenía tapiada la entrada principal con bloques y cemento y su puerta lateral sellado el acceso con una sólida armazón de madera. Respiré un poco al observar la eficacia de tales obras y albergué la esperanza de que el otro pozo observado a cielo abierto gozara de similar tratamiento de seguridad, sin sospechar que en mi periplo en busca de la desembocadura, las sorpresas irían a más al continuar el descenso.
La cañada de Malfú
El camino realizado ese día y los posteriores me confirmaron los peores presagios, pasada esta infraestructura hidráulica, al menos tres pozos más se encuentran en el cauce sin protección alguna, a cielo abierto y al alcance de cualquiera que quiera caminar desde una pista asfaltada, menos de media hora.
Sólo las palomas bravías, abundantes en todo el barranco, aprovechan los salientes y entrantes de los muros interiores de estos pozos para protegerse y anidar.
No hay abertura en la tierra por la que no surjan un par de palomas. Son tan abundantes que encontraremos ejemplares muertos a lo largo del cauce.
Un árbol seco, es posible que se trate de un viejo eucalipto por su grosor y altura, destaca en la ladera derecha. En una de sus ramas más altas, un aguililla emite potentes gritos de alerta. No es habitual observar a alguien transitando por el cauce y no le tranquiliza mi llegada al mismo, por eso no ha dejado de manifestarlo durante todo el tiempo, primero con sus agudos chillidos emitidos con el afán de amedrentar y luego, ante la inutilidad de los sonidos, acompañándolos de una serie de pasadas en vuelo bajo, sobre mi cabeza, sin arriesgarse en demasía. Se trata de bajar hasta una decena de metros de mí para luego ascender de nuevo. Lo suficientemente próximo como para escuchar el sonido del viento provocado por sus alas. No está solo en la labor de intimidación, la pareja se encuentra junto a él y se eleva trazando en el cielo, círculos concéntricos.
Es difícil caminar por esta zona pues no hay camino alguno y mis botas escachan continuamente una alfombra de cosco y barrilla, plantas rastreras cargadas de humedad que favorecen, tanto pequeños resbalones como tropiezos con la gran cantidad de piedras presentes en el cauce pues dicha alfombra verde imposibilita su visión.
En el cauce se suceden pequeñas albarradas, que permitieron en el pasado utilizar el cauce como superficie cultivable. Dejan registro de ellos esporádicas matas de tomate que siguen desarrollándose asilvestradas y produciendo pequeños frutos.
Junto a un pozo, profundo y abierto, sobrevive un espléndido ejemplar de olivo. Este pozo puede tener unos veinte metros de profundidad, suficientes para encontrar la muerte en caso de caída, o quedar malherido sin posibilidad alguna de salir ni obtener socorro, pues, sin senda visible, nadie frecuenta este espacio abandonado.
Dos pequeñas presas, una a continuación de otra, se suceden en el cauce de esta cañada. Está claro que el aprovechamiento de las aguas en esta zona fue intenso y eficaz.
En el camino surge otro pozo, éste presenta sus puertas cerradas. No obstante, tiene abierto un butrón en su pared trasera y la inexistencia de techo permite subir por un muro lateral con la simple ayuda de un viejo palet que allí se encuentra, tal vez usado ya para tal función y que permanece arrimado a la pared.
Otro pozo presente en el cauce nos oferta su boca abierta al aire libre. Por el exterior dispone de una escalera de piedra que permite acceder a su interior y aunque el muro exterior nos alerta en cierto modo de la peligrosidad del mismo, éste apenas alcanza medio metro de altura.
A estos peligros potenciales se les une la existencia de una galería que, por prudencia y temor, no quise investigar, pero que se encuentra abierta de igual modo, apenas escondida tras dos arbustos que disimulan su oscura boca. Se trata de un frondoso balo y un verol.
Es frente a la boca de esta galería donde se encuentran las estribaciones más bajas de la montaña de Malfú. Y es en esta zona, donde la ladera orientada al sur se encuentra horadada desde su base. Las cuevas se suceden, unas a pie de cauce, amplias y espaciosas, adaptadas para su uso ganadero y otras, a media altura, con una tipología propia de cuevas aborígenes, ubicadas una sobre la otra y presentando la superior, en el techo, un lucernario. Es este el lugar donde aparecían en el vídeo rescatado de la Red, las cuevas que no supe encontrar en el estudio de la montaña. Ahora en ellas, es fácil la accesibilidad a las mismas, pues pequeñas sendas nos permiten llegar sin mayor dificultad. Si hay, en cambio, un cierto riesgo a la hora de abordarlas, tanto por el resbaladizo material, cenizas volcánicas sueltas, como por el pequeño destrepe necesario para alcanzar la cueva superior y el lucernario.
La cañada de Malfú
Palomas bravías y cernícalos disponen aquí de un paraíso de salientes y oquedades donde otear el entorno, criar y vivir.
Una vez en las cuevas sigo ascendiendo para tener otra imagen de la montaña de Malfú. Es curioso, la estructura de la misma guarda un gran parecido con la montaña de las Tabaibas, al otro lado del barranco del Draguillo.
Ésta presenta su continuidad en una lengua lávica que en dirección sudeste bajó en dirección a la costa formando la conocida cartográficamente como montaña Bermeja y que hemos tratado en artículos anteriores. Aquí, Malfú presenta una extensión similar con esta lengua lávica, una especie de labio volcánico definido por el discurrir de la cañada de Malfú y la Hoya del Conde.
Hay una senda muy trillada que discurre desde la cima de Malfú hasta esta loma, descendiendo luego hasta la cañada. Se inicia en las cuevas que señorean la montaña, al pie de la cruz y continúa justo frente a la abandonada zona de extracción de picon que en el pasado, hirió la montaña de Malfú, dejando una señal imborrable en el paisaje.
La senda está bien trazada, asciende serpenteando la montaña en un intento de evitar la erosión que las barranqueras provocan en el paisaje pero, desafortunadamente, el trazado de la misma se ve alterado por el uso que actualmente hacen de él las bicicletas y motos de montaña. La agresión de las mismas, tras la búsqueda de una mayor dosis de riesgo y adrenalina, lo provocan las bajadas directas, lo que podríamos considerar "a tumba abierta" y, ayudados por la erosión que provocan, descarnan la ladera del suelo fértil, surgiendo, sin remedio, la dura superficie encalichada.
Por la ladera, al igual que observábamos en la cara norte de la montaña, el tabaibal dulce se extiende dotando a la montaña de una hermosa y agradable imagen. Es ésta razón suficiente para controlar las bicis y motos que no respetan las sendas ya creadas.
Recupero un pequeño recuerdo de lo registrado en mi artículo: "La montaña de Malfú". Es importante, pues en él hacía referencia a un material gráfico valioso, en el cual se denunciaba el abandono y suciedad de dicho espacio, hace ya varios años. Es triste que, a pesar de las denuncias registradas por sus autores, siga igual de sucio, es lamentable que las autoridades responsables pequen de irresponsabilidad y hayan hecho caso omiso a las quejas formuladas.
Recupero un párrafo de aquél artículo, muy interesante por las conjeturas que en él recogen los autores del trabajo audiovisual:
Les invito a "disfrutar" del vídeo presente en la Red titulado: "El casi desaparecido yacimiento de Malfú, Ingenio, Gran Canaria. Canary Islands" cuyos autores son: Jesús Díaz Mendoza, Jonay García Melián y José González Padrón. Este vídeo forma parte de un amplio trabajo audiovisual titulado: "El legado canario". Me sorprendió en el visionado del mismo una cueva colgada y dentro de ella un lucernario muy elaborado. No puedo llevarles a dicha cueva desde mis palabras pues aún estoy intentando localizarla -(afortunadasmente con este artículo ya la tienen localizada)-. No doy con ella y es posible que se encuentre en las inmediaciones de la montaña. Es esta la razón de invitarles a escuchar las explicaciones de uno de los componentes del grupo. ¿Podríamos estar frente a un marcador solsticial y equinoccial? -se pregunta".
Ahora, que ya hemos situado las cuevas, ustedes mismos podrán visitarlas "in situ" y sacar sus propias conclusiones.
Yo me limito a continuar mi periplo por la cañada. Es esta zona de la montaña un espacio sometido a extracciones de piedra y a excavaciones varias. De hecho quedan vestigios de la industria extractiva en diversos cortes verticales, a cuyos pies se acumulan ahora laderas de cenizas volcanicas, inestables y resbaladizas y restos de piedras de la extracción.
Discurre por el cauce una pista de tierra que permite la llegada hasta el pie de la presa. Es ésta la vía que facilitó las obras de cierre del primer pozo y es ésta la pista que permite el acceso a unas parcelas cultivadas en el cauce. Se trata de un monocultivo de tunera americana, No sólo se aprovechan sus frutos sino que las pencas se encuentran infectadas por cochinilla para su explotación. Están bien cuidadas, bien distribuídas las plantas y limpios los pasillos existentes entre ellas, hecho que facilita su tratamiento y recolección.
No dejo de sorprenderme con la cantidad de vestigios relacionados con el mundo del agua, con su aprovechamiento, con interesantes obras de un reciente pasado, convertidos en valiosos recursos etnográficos que deben conservarse.
Es la piedra el elemento constructivo común a estas estructuras y en dicha labrantía se encuentra uno de sus grandes valores. Pero, más allá del trabajo de maestros canteros y sus ayudantes, hablamos de toda una serie de trabajos y profesiones vinculadas a las heredades y comunidades de regantes, al mantenimiento y conservación de las acequias y atajeas, control de las azadas y dulas, de las cantoneras y las casillas del agua, de los quebraderos y rebosaderos, de los decantadores y filtros... y de todo un registro de términos que, de no ponerlos en valor, irán perdiéndose irremediablemente.
Cualquier obra como la que observo se convierte así en museo vivo del buen hacer y la destreza de diferentes maestros artesanos.
A partir de la zona donde la montaña deja de serlo, la cañada se abre y todo su espacio se encuentra ocupado por restos de invernaderos y antiguos cultivos. Plásticos, alambres y viejas maderas alfombran los terrenos abandonados y el cauce, dejando todo ello a merced del viento. Las palomas, bravías y domésticas, patrullan los terrenos próximos a las cuevas donde se guarecen y anidan.
Pero aún hay un postrero intento de aprovechar las aguas pluviales, en forma de un último estanque que, a modo de presa, conserva un muro bajo de contención para recoger hasta la última gota de agua.
Plásticos, rafia, alambres y palos son los esqueletos de un pasado agrícola que ya fue pero que, abandonados sus restos, transmiten una penosa imagen de la isla, fácilmente subsanable si existiera control alguno sobre el abandono de estos resíduos.
Cierres de cultivos encorsetan la cañada hasta permitirle apenas un paso que no supera en algunos tramos los cinco metros de anchura. De poco sirven los mojones o testigos del Consejo Insular de Aguas sobre la zona registrada como cauce público, o bien han desaparecido, algunas están arrancados, acostados, con sus anclajes metálicos a la vista, tratados como basura, o no se encuentran donde deberían estar situadas.
Basura y restos varios invaden el cauce según nos vamos a proximando a la zona industrial de Las Majoreras. Los calentones y los ricinos son las especie arbustivas que ocupan un suelo altamente degradado. Suelos que hasta la misma desembocadura fueron cultivados antaño. Continúo por el cauce hasta imposibilitármelo el abandono del mismo. Estoy a la altura de los núcleos urbanos Lomo Cardón y Lomo Ortega y la cañada se encuentra en estado de abandono.
Debería ser éste un referente a tener en cuenta y tener previsto en las periódicas campañas de limpieza, un plan de actuación que incluya la educación ambiental de las poblaciones aledañas así como una exhaustiva y profunda campaña de erradicación de los residuos. Cuando los barrancos, cañadas y barranquillos discurren al pie de un núcleo urbano, la presencia de vertidos incontrolados es una realidad sangrante.
En el cauce crecen tuneras indias y pitas que imposibilitan el paso entre ellas. Es de señalar la presencia de un pequeño bosquete de árboles y arbustos foráneos: ficus, especieros y mimosas junto a ricinos y gandules. Sólo en esta zona arbórea las tuneras y pitas pierden presencia y tamaño.
Sorprende la imagen de un drago bien desarrollado que prospera en una cadena abandonada y un frondoso hediondo en el cauce. Algunas casas e improvisadas chozas y reductos de dudoso gusto formados con residuos del más variado tipo: pales, latas, plásticos, bidones..., para guardar un puñado de gallinas, perros o un par de cabras, van ocupando la ladera derecha. Enfrente se elevan los muros que perimetran un área dedicada a un gran hipermercado.
En pocos lugares como éste percibo la sensación de encontrarme en tierra de nadie, de sentir que hay zonas de los barrancos que, sin vigilancia, se encuentran a disposición de quien quiera hacer cualquier cosa sobre ellos.
Así en esta zona, a la altura de un recinto malamente vallado y en cuyo interior se encuentra un nutrido ganado de cabras, gallinas y pintadas comunes o gallinas de Ginea, entran y salen del recinto estos animales y las encuentro en el cauce de la cañada, campeando libremente. Me sorprenden las pintadas, tal vez por su exostismo, y las observo con calma, estudiando su comportamiento, actividad que no puedo realizar durante el tiempo que desearía pues, al igual que las aves pueden salir del recinto mal cerrado, también lo hacen los perros canarios que no dejan de ladrarme, así que para evitar contratiempos indeseables, me veo obligado a seguir barranco abajo.
Al llegar a la urbanización industrial, el cauce se canaliza con sendos muros de piedra, permitiendo el paso de sus ocasionales aguas con túneles con holgura suficiente para garantizar la seguridad de los taludes sobe los que se asienta la red de viales. Justo en la entrada de los túneles una buena mancha de cañaveral confirma la presencia de humedad en el subsuelo. En el resto de la cañada, ahora convertida en un simple canal de desagüe, el rabo de gato se convierte en la especie dominante del sustrato vegetal.
Media docena de palmeras canarias crecen espléndidas en el cauce de la cañada, junto a una enorme nave industrial. No dudo que las aguas que las nutren proceden de sus instalaciones. Cierra la urbanización un bosquete de pinos marinos que delimitan el espacio industrial con filas paralelas de árboles bien desarrollados y plantados en ambas laderas de la cañada.
Sigo el cauce dejando atrás las hileras de pinos marítimos. La cañada apenas presenta cauce pues está convirtiéndose en una simple vaguada. Tanto es así que los terrenos aprovechados en su día para plantar, ocupan todo el terreno. Los observo ahora cubiertos de barrilla -planta rastrera suculenta que fue utilizada en el pasado para fabricar sosa cáustica, jabones y tintes-, una planta que revela la ausencia de nutrientes, propio de suelos agrícolas sobreexplotados.
Encuentro algunos veroles, espinos de mar, tabaibas amargas, balos, contados ejemplares de azaigo de risco un poco antes de llegar a una pista asfaltada -la GC-195-, que une Ojos de Garza con el núcleo urbano de Las Majoreras y El Carrizal de Ingenio. En un par de viviendas abandonadas, con toda la pinta de antiguas cuarterías, observo un tendedero de alambre donde jarean pescado. Identifico sargos y samas, abiertos y secándose al sol, sujetas precariamente con trabas de ropa.
Un par de casas más llegando a la pista asfaltada. La cruzo. Aquí, un túnel da paso a las eventuales aguas de la cañada, bajo la GC-1.
Tras el túnel, la cañada desaparece, diluyéndose en una amplia y extensa vaguada reforestada con especies introducidas. Nos encontramos en la franja de protección de la zona aeroportuaria.
Aquí especieros, turbitos, laureles de indias, acacias espinosas y otras especies arbóreas, crecen favorciendo una especie de pantalla vegetal. Forman parte de esta franja de atenuación de contaminanción y ruidos, un buen grupo de dragos y un pequeño bosquete de palmeras canarias.
Poco que decir de esta reforestación, felicitar a los responsables por el trabajo realizado, añadiendo un par de obligadas observaciones: primero es necesario prestar mayor atención a las tareas de limpieza pues se observan múltiples residuos de tipología variada: papeles, plásticos, latas de bebidas... y segundo, potenciar esta franja de territorio como idónea para una reforestación más ambiciosa, con el objetivo de lograr una amplia zona de mitigación de ruidos y contaminantes atmosféricos. Para ello es necesaria una mayor cantidad de árboles y hay espacio disponible. Ambas labores son primordiales en esta zona aeroportuaria sometida a tan alta densidad de vehículos.
De igual modo es necesaria una rigurosa revisión de los sistemas de riego -muchos están en mal estado, rotos o sin servicio-, y plantar las zonas sin arbolado -son varias- complementando la labor de restauración paisajística con una buena cobertura arbustiva llevada a cabo con especies propias de la flora canaria. El objetivo final sería conseguir un corredor vegetal más denso y biodiverso.
Tanto ésta como otras pequeñas cañadas y barranqueras que terminan en la autovía, desaparecen bajo la llanura de Gando. Esto se lleva a cabo canalizando las aguas bajo las infraestructuras y pistas de aterrizaje, red de canalización esencial para procurar la seguridad de las pistas, tanto civiles como militares. Así, entre el barranco de los Aromeros y el cauce desviado del barranco del Draguillo, la cañada de Malfú y la cañada de los Millos tienen soterrada su desembocadura bajo las infraestructuras necesarias para el despegue y aterrizaje.
La de Malfú termina aquí, en este corredor verde. Un muro con su correspondiente valla delimita el espacio aeroportuario. En el muro, múltiples avisos alertan sobre la privacidad del espacio y la vigilancia del perímetro. Bajo el muro, un túnel recoge los posibles aluviones de la cañada y su boca está sellada con una una sólida malla de hierro, cuya luz no permite el paso de persona alguna. Razones de máxima seguridad en el recinto aeroportuario.
Frente a mí se extiende el llano donde se encuentran las pistas de aterrizaje. Bajo ellas, un par de túneles de reducido tamaño alivia, si fuese necesario, los excendentes de agua incapaces de ser absorbidos por la franja vegetal que estamos describiendo, algo muy improbable pues las hipotéticas aguas de esta cañada y las cercanas, son absorbidas por esta esponja de tierra donde hunden sus raíces los árboles que observamos.
Me siento sobre una piedra para disfrutar observando un hermoso ejemplar de lagarto canario. Un par de metros es la distancia que nos separa. De hocico a cola algo más de cuarenta centímetros. No hay duda alguna, el lagarto de Gran Canaria es, hoy por hoy en tamaño, el rey de los lagaros gigantes del archipiélago.
Cierro los ojos y repaso mentalmente el recorrido. Me preocupa el futuro incierto de estos grandes saurios ante la expansión de la serpiente californiana pero me preocupan más aún las peligrosas bocas de los pozos y galerías que siguen abiertas, sin control alguno, en los barrancos y barranquillos de la isla. Aquí, en la cañada de Malfú, exijo una visita de inspección a los responsables del Servicio hidráulico, al Seprona o a quienes tengan competencias en la vigilancia y control de pozos y galerías. Todos ellos serán responsables si, algún día, estas infraesturas para la captación de agua, son titulares de una trágica noticia.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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